Esa mañana de diciembre, minutos más tarde, en un lugar de Londres
—Curiosa chica. ¡Menudo desparpajo!
—¡Ya ves! Paula me había hablado alguna que otra vez de ella y pensaba que exageraba.
—No se aburrirá a su lado.
—Me da que no.
Álex y Ángel salen de la residencia después de haber hablado con Valentina. Se dirigen a la Universidad, que está solo a una calle de allí. Eso de que ambos edificios estén tan cerca el uno del otro es una gran ventaja para los alumnos que viven en el centro. Al principio eran lugares independientes. Sin embargo, hace unos años, la Universidad llegó a un acuerdo con sus dueños para gestionarla entre ambos hasta que se convirtió en su residencia oficial. Trescientos chicos residen allí durante el curso y está reservada, especialmente, a los estudiantes extranjeros que tienen beca o están en Londres de Erasmus.
—¿Se te pasó por la cabeza que era Paula la que estaba con otro, verdad? —pregunta el periodista, sonriendo.
—Sí. Como a ti.
—Hubiera resultado muy extraño. Cuando hablé con ella por teléfono, parecía muy afectada por lo vuestro.
—Es que solo hace cinco días que pasó. Yo también estoy muy afectado —reconoce Álex algo más aliviado—. Pero, por un momento, pensé que la causa de nuestra ruptura podría haber sido una tercera persona. ¡Y que ahora estaba con ella en la cama!
—Por suerte es su compañera de habitación la que se acuesta con el sobrino del director.
Ángel no puede contener la risa cuando dice esto. ¡Qué situación! Recuerda a Valentina abriéndole la puerta tapada con una manta y su confusión al verla. Se quedó boquiabierto. Afortunadamente no era Paula. La chica les ha dicho que ella continúa en la Universidad. Seguramente esté en la biblioteca o en la cafetería, repasando el examen que tiene mañana. Es lo que su amiga le comentó después de terminar la prueba de hoy. Queda claro que la italiana aprovechó inmediatamente la ausencia de su compañera de cuarto para «estudiar» con el sobrino del director de la residencia.
—¿Entras conmigo? —pregunta el escritor cuando llegan.
—Sí. Quiero saludarla y darle un beso de parte de Sandra. Luego os dejaré solos para que habléis tranquilos.
—Por muy lejos que te vayas, no creo que me sienta tranquilo mientras esté con ella.
—Lo sé. Pero debes calmarte.
—Lo intentaré.
—Podrás hacerlo en cuanto la primera palabra salga de tu boca. Ya lo verás.
Le guiña el ojo y vuelve a darle ánimos. Ha sido una gran suerte que esté junto a él en aquellos momentos tan difíciles para Álex.
Los chicos atraviesan una gran cancela de hierro que da a un jardín donde decenas de jóvenes caminan de un lado para el otro. La entrada principal es una enorme fachada de cristal, compuesta por varias puertas. Abren una de ellas y entran en la Universidad. En su interior, a la derecha, encuentran el mostrador de recepción y, al fondo, una especie de plaza con varias puertas que conducen a cada uno de los diferentes edificios que forman aquella inmensa instalación.
—¡Esto es enorme! —exclama Ángel, sorprendido—. Nos llevaría todo el día encontrarla.
—Habrá que preguntar.
Álex se dirige a una de las chicas que atienden en información y esta, tras una sonrisa y unas amables palabras en inglés, le explica cuál es el edificio en el que se estudia Periodismo.
—¿Y bien?
—Es la C. Aquella —indica el joven señalando la puerta que está más a su derecha.
Ninguno de los dos sospechaba que aquel lugar pudiera ser tan grande. A cada paso que dan van encontrando salas de todo tipo, pasillos, clases, habitaciones y muchísimos estudiantes que los observan curiosos. Sobre todo las chicas. Algunas hasta les sonríen al verlos.
—¿Cafetería o biblioteca?
—Espera.
Ángel se acerca hasta un plano del edificio C que hay en una de las paredes. Lo examina y busca dónde se encuentra cada cosa. Ángel se aproxima hasta él y también intenta ubicarse.
—La biblioteca está abajo, ¿no?
—Sí. Y la cafetería en la cuarta planta.
—Qué extraño. En todas las Universidades que conozco suele ser al revés —indica el escritor, al que varias estudiantes siguen sin quitarle el ojo.
—Es cierto. Estos ingleses lo hacen todo al contrario.
—¿Vamos abajo primero? Nos coge más cerca.
—Vale.
La pareja se dirige hacia una escalera que lleva hacia la planta baja. Cuando llegan al final, se encuentran un pasillo larguísimo y un cartel con flechas. Una, hacia la izquierda, señala la
Library
. Andan unos metros más hasta que por fin, se encuentran con la entrada de la biblioteca.
Álex respira hondo. Está a punto de reencontrarse con la chica a la que quiere y que hace tres meses que no ve. ¿Cuál será su reacción? Ángel le sonríe y le invita a que pase delante. Este asiente y cruza el umbral. Su amigo le sigue de cerca. Miran a un lado y a otro pero no consiguen encontrarla. Se acercan a una zona llena de mesas, donde un buen número de jóvenes estudia en silencio. No está allí. Tampoco entre las estanterías. También revisan en los tres cuartos insonorizados para trabajos en grupo que en ese momento están vacíos.
Ni rastro de Paula.
—Habrá que ir a la cafetería —indica Álex apesadumbrado.
—Eso parece.
—Espero que no haya vuelto a la residencia. Si no, vamos a estar dando vueltas toda la mañana.
—No te pongas nervioso. Hasta las tres, que hay que estar en el aeropuerto, tenemos tiempo —indica Ángel comprobando su reloj—. Vamos arriba.
Los chicos salen de la biblioteca y de nuevo cruzan aquel largo pasillo. Suben la escalera y llegan al punto en el que estaban hace unos minutos.
—Si todo se arregla, en Navidades os invitaré a cenar a Sandra y a ti —comenta mientras encaran la escalera hacia la cuarta planta.
Ángel le ha señalado el ascensor, pero Álex prefiere subir a pie.
—¿Solo si se arregla? —pregunta sonriente.
—Bueno, si no se arregla, no creo que tenga mucho ánimo para celebraciones.
—Ya sé que estas fechas, además, son muy especiales para vosotros.
—Sí. En diciembre del año pasado todo comenzó. Nos dimos el primer beso, comenzamos a salir…
—¡Para! No quiero más detalles.
—No iba a dártelos. ¡No soy como tú!
Ambos sonríen. Cuando empezaron a tratarse más los dos, el tema de la relación en el pasado entre Ángel y Paula era un poco tabú. Sin embargo, conforme fue transcurriendo el verano y se conocían más, hasta hacían bromas sobre ello. Nunca excesivamente íntimas ni personales, pero sí bastante mordientes. Esto ponía muy nerviosas tanto a Sandra como a Paula, que preferían mantener esa época en el olvido.
Sin darse cuenta, han subido todos los escalones que llevan hasta el cuarto piso. Enseguida ven la cafetería. Está a la izquierda.
—Ahora sí. Presiento que está ahí.
—¡No me pongas más tenso!
—Perdona, pero…
Sin embargo, Álex no quiere escucharlo esta vez. Camina hacia la puerta y desde allí contempla el interior de la cafetería. Son muchas mesas y el cuádruple de sillas. Un gran mostrador, donde ya están sirviendo un bufé para comer, queda a su derecha. No hay mucha gente, pero una de esas personas…
—Está ahí —le susurra su amigo cuando se sitúa a su lado.
—Sí.
Está preciosa. Como siempre. Lleva una sudadera gris con capucha y unos vaqueros azules. El pelo se lo ha recogido en una coleta alta y desde allí puede ver unos pendientes de aro que él le regaló. Siente un cosquilleo indescriptible dentro de sí y una mezcla de angustia y felicidad que le desborda. Está estudiando, con una taza de café humeando al lado, y parece muy concentrada.
—¿Nos vamos a quedar aquí mucho tiempo? ¡Ve a por ella, hombre!
Álex se ve sorprendido por el empujón de Ángel y entra de golpe en la cafetería. Pero cuando empieza a caminar hacia ella, Paula hace un gesto con la cara, extrañada, y busca algo dentro de uno de los bolsillos de su sudadera. Es su móvil.
El escritor se detiene en el camino. No quiere interrumpirla. Da unos pasos en horizontal y se coloca detrás de una columna. Su compañero de aventura corre hacia él. No comprende nada.
—Está hablando por teléfono —susurra Álex.
—Ya lo veo. Pero ¿por qué te escondes aquí?
—Ella no sabe que venimos. Tampoco es plan de asustarla mientras mantiene una conversación con alguien.
—A este paso hubiera sido mejor esperar a que volviera a casa por Navidad.
—No seas tonto. En cuanto termine, nos acercamos.
Pasan unos minutos y Paula continúa hablando por el móvil. Sobre todo, escucha. Su rostro es de preocupación. Incluso se ha tapado la boca con las manos en más de una ocasión. Álex y Ángel no pueden oírla, pero saben que lo que le están contando no es nada bueno.
—¿Qué pasará?
—Enseguida lo sabremos.
La chica cuelga y se vuelve a guardar el teléfono en la sudadera. Mira hacia alguna parte sin centrar sus ojos en nada en concreto. Se pasa las manos por su cabello y suspira.
—¿Ahora?
—Ahora.
Álex y Ángel salen de detrás de la columna desde donde la han observado. La chica no se entera de que se dirigen hasta ella hasta que el escritor la llama en voz baja. La expresión de Paula es como de quien cree haber visto un fantasma.
—¡¡¿Qué hacéis aquí?!!
Es más una exclamación que una pregunta. Se levanta y saluda a los dos con tímidos besos en las mejillas. Luego mira a Álex a los ojos. La sensación que tiene es extrañísima, como si su exnovio no perteneciera a aquel lugar. Se han mezclado dos realidades y le es difícil asimilarlo.
—He venido a verte.
—Y yo a hacer turismo en Londres.
La sonrisa de Ángel no la reconforta. Incluso se le olvida preguntarle por Sandra y su embarazo. De nuevo se pierde en los ojos de Álex.
—¿A verme? ¿Para qué?
—Quiero que volvamos a ser una pareja.
Silencio. Paula no es capaz de decir nada. Su cabeza va a estallar. Los exámenes, la llamada de teléfono, él…, ¡Él… está allí! No lo entiende.
—Bueno, chicos, os dejo solos —comenta el periodista acariciando el brazo de la chica—. Luego nos vemos.
—¡No! ¡No te vayas! —grita la joven sujetándole del brazo—. ¡Tengo que regresar a España lo antes posible!
Ángel y Álex se miran desconcertados. Ahora sí que se han perdido.
—¿Por qué? Yo estoy aquí, contigo. ¿No te alegras de verme?
—Me ha llamado mi madre y me ha dicho que mis amigas y Mario han sufrido un grave accidente de coche. Miriam está muy grave. Necesito ir a verlos cuanto antes.
Las lágrimas se derraman por los ojos de Paula que se derrumba en la cafetería del edificio C. Álex suspira y la abraza. Huele a vainilla y siente el calor de su cuerpo. Había soñado con aquel momento desde hacía tres meses, pero nunca imaginó que su reencuentro fuera tan triste. Aunque vuelven a estar juntos, le tocará esperar para saber si realmente ella quiere regresar con él.
Ese día de diciembre, en un lugar alejado de la ciudad
Llevan dos horas sentados en aquella salita. A ellos ya les han dado el alta. Han hablado muy poco en todo ese tiempo. El ambiente es frío, desangelado, poco propenso para algo más que no sea escuchar el silencio. Ambos tienen experiencia en momentos como ese ya que durante muchas semanas estuvieron visitando juntos asiduamente el hospital. Pero nunca se habían sentido tan vacíos como ahora.
A Mario y a Diana, pese a algunas quemaduras, heridas leves y magulladuras, no les ha tocado la peor parte del accidente. Cris está también dada de alta, pero con un brazo roto: fractura de cúbito y radio. Escayolada, no se ha separado ni un segundo desde entonces de su novio. Alan está mal. No solo por el golpe, sino también por la herida que llevaba en el costado como consecuencia del navajazo de Ricky. Pero los médicos han afirmado que se recuperará y que su vida no corre peligro. No sucede lo mismo con Miriam, que es la que está más grave del grupo. El impacto del Audi fue contra la puerta delantera izquierda del BMW, sobre el asiento del conductor, que es donde ella iba. Aunque saltó el airbag cuando el vehículo chocó contra los árboles, la chica sufrió el golpe por el lateral. El lado izquierdo de su cuerpo está muy afectado, desde el pie hasta la sien. Y aunque la operación que le han hecho ha ido bien, los doctores creen que tal vez necesite una segunda intervención quirúrgica por la importancia de sus traumatismos.
Todavía no sabe que Fabián…
Un psicólogo ha atendido a Diana y a Mario, y más tarde a Cris, que es la que emocionalmente está más hundida de todos. Ella y los padres de Miriam, que aún no se han enterado de la verdad absoluta de aquella historia. No entienden por qué su hija conducía aquel coche, qué hacía allí dentro el resto de sus amigos y quién era el joven fallecido que provocó el accidente.
—Ya os lo explicaré todo con más detalle —comentó su hijo cuando le preguntaron.
Esperará al momento adecuado, cuando las cosas se hayan solucionado o… no tengan solución. De todas maneras, la policía ya está al corriente de la mayoría de las circunstancias producidas, aunque más tarde, cuando los chicos hayan descansado algo más, volverán a tomarles declaración. Diana, en un acto de honradez y solidaridad, les advirtió cuando llegaron al lugar del accidente que había otra persona implicada en todo aquel desastre. Los agentes fueron rápidamente a la nave y encontraron a Ricky en el suelo, con un gran charco de sangre al lado. Afortunadamente para él, llegaron a tiempo para salvarle la vida y ahora también se está recuperando en otra habitación del hospital.
—Esto es peor que una pesadilla —señala la joven, frotándose los ojos.
Está muy cansada. No ha dormido en toda la noche. Le dolía cada una de las quemaduras que tiene por todo el cuerpo. Cada vez que rozaba alguna con la ropa o con las sábanas, veía las estrellas. Tras unas horas de observación y después de que los médicos comprobaran que no tenía daños severos ni se había golpeado en la cabeza, la dejaron marchar por la mañana. Mario ya estaba fuera esperando junto con Débora, su madre. Esta la llevó a casa para que se recuperara y se cambiara de ropa, pero poco después aparecía de nuevo en el hospital para estar al lado de sus amigos.
—Lo hemos hecho mal —murmura el chico negando con la cabeza.