—Haremos lo mismo que hicimos el año pasado. Lo pasamos genial.
El francés se ha repuesto mejor de lo que todos pensaban y mucho más deprisa, del accidente y también del navajazo de Ricky. La Policía pasó antes por la habitación a tomarle declaración y él les contó todo lo sucedido. Cuando el joven de la cabeza rapada se recupere, será puesto a disposición policial, por ataque y heridas con arma blanca, hasta que sea juzgado. Aparte de otros delitos por los que también deberá responder ante un juez.
—¿Diana? ¿Estás bien?
La joven no puede responderle que sí. Se tapa la boca con una mano y mira hacia la puerta para que no vea que está llorando.
—Ya sé que te doy pena, pero pronto estaré recuperado —comenta sonriente Alan, que se ha dado cuenta de lo que sucede.
—Perdona. Es que… esto es horrible.
—Lo sé. Pero pronto pasará y todo volverá a la normalidad. Miriam dando guerra, Cris y yo recorriendo París, tú y Mario juntos…
Ella y Mario juntos. Nunca había sentido un dolor tan grande dentro de su corazón. Y para eso no hay remedios, ni pastillas, ni tranquilizantes.
—Me ha pedido tiempo.
—¿Qué?
—Mario dice que necesita tiempo. Que quiere tomarse unos días para pensar y estar solo.
—Bueno, tal vez esté agobiado con todo lo que ha pasado.
—El agobio soy yo.
—No digas eso.
—Es la verdad. Le agobio. Necesita tiempo y espacio para reorganizar su vida. Y prefiere que yo no forme parte de eso.
Alan se incorpora, aunque le duele en el lado donde tiene la herida. Se coloca una almohada detrás de la espalda y dice algo para sí mismo en francés quejándose de la raja que luce en el costado.
—No soy nadie para darte consejos. Pero mis consejos suelen ser buenos. Así que… no dejes que se tome ese tiempo.
—¿Cómo?
—Ve a por él. Y dile que no le das ese tiempo.
—¡No puedo hacer eso! Si le digo eso, me mandará a…
—Adonde estás ya.
La chica sonríe y mueve la cabeza. ¡A aquel francés le han dado demasiada morfina!
—Mario está agobiado. Si yo voy diciéndole que no le doy el tiempo que necesita para pensar, ¿no crees que se agobiará más?
—Si te quiere, no.
—Estás muy mal de la cabeza.
—No. La cabeza es de lo poco que no me duele.
Diana suspira. Se seca las lágrimas y sorbe por la nariz.
—No voy a decirle nada, Alan. Lo voy a dejar tranquilo.
—Pues lo perderás.
—Él me ha dicho que…
—Él está tan drogado con estas medicinas como tú y como yo. Te ha podido cantar
La Traviata
y parecerte algo normal. ¡Ve a por él! Dile que intentarás agobiarle menos y que sin él no puedes vivir. Que es lo que creo que sientes de verdad.
—Sí. Es lo que siento.
—Pues ya sabes. Y si estoy equivocado… y tu novio pasa de ti, te doy permiso para que me quites el suero.
El chico le sonríe y con la mirada le indica que salga por la puerta de la habitación a buscarle, antes de que vuelva a tocarle una dosis de calmantes.
Esa noche de diciembre, en un lugar de la ciudad
Toda la tarde ha estado triste. Incluso se ha mostrado torpe con los clientes del Manhattan en más de una ocasión. Pandora no se encuentra bien. Lo que podía haber sido el mejor día de su vida se ha convertido en un final acelerado. Cuando Alejandro venga, le dirá que no quiere seguir trabajando allí.
Ha pensado varias excusas, pero se quedará con la de que tiene muchas cosas que hacer en el instituto y no puede con todo. Lo que no es totalmente falso. Realmente, desde que dedica su tiempo por las tardes al bibliocafé, le cuesta mucho estudiar y llevar al día los deberes que le mandan en clase.
Tanta lista de propósitos y tanta historia, y resulta que el escritor se va a Londres a recuperar a su novia. Qué tonto. Aunque… ¡qué romántico! Ya le gustaría a ella ser la protagonista de su amor. Pero eso no va a pasar. Y aunque seguirá amándole en silencio, no quiere sufrir más de lo que ya lo ha hecho.
La mujer de la editorial llevaba razón en lo que le dijo. Es inútil intentar algo que es imposible. Si Alejandro quiere a esa chica tanto como para marcharse a Inglaterra a buscarla, ella y sus sentimientos no pintan nada.
Si ya era difícil que accediera a ser su pareja sin tener novia, ahora que vuelve a tenerla… Aunque existe la posibilidad de que, si Paula no le quiere, dentro de un tiempo, cien años por lo menos, ella podría buscar su oportunidad. Siendo tan viejos, no habría tanta diferencia física entre ambos y quizá, como consecuencia de la avanzada edad, Alejandro ya haya olvidado ese amor que, según Abril, siempre estará en su corazón.
—Hola. Ya estoy de vuelta.
Es su voz. ¡Es él! Entra por la puerta del Manhattan como quien no quiere la cosa. Pandora lo observa mientras recoge la mesa del último cliente que se acaba de marchar. No parece triste. Seguro que todo se ha arreglado en Inglaterra y ya tiene novia otra vez. ¡Bah! Es que…, ¿cómo alguien puede ser tan tonta como para dejar escapar a un chico así?
—Hola, jefe. ¿Cómo ha ido todo por Londres?
—Bien. Mucho frío, pero no ha llovido, que es casi un milagro en aquella ciudad en esta época del año —responde y se dirige detrás de la barra para servirse un café—. Y por aquí, ¿qué tal?
—Sin problemas.
—Genial. Ya veo que tú sola te apañas muy bien.
—Se hace lo que se puede.
El joven saca su portátil de la mochila, lo enciende y revisa sus cuentas en las redes sociales. Tiene curiosidad por una cosa. Entra en Twitter y examina la lista de sus últimos
followers
. Allí está. Aquel
nick
pertenece a los padres de Paula. Da un sorbo a su taza y sonríe.
La chica se acerca hasta Álex. No quiere importunarle, pero va siendo hora de poner las cosas en su sitio. Tal vez, de esa manera, se le quite esa estúpida sonrisilla de felicidad. Ya podía disimular un poco. Pero ¿por qué piensa ahora así? ¿Qué le sucede? No tiene que sentir rabia hacia él. En el fondo, si él está bien, ella debería estarlo también. Aunque quiera a otra. Lo que le sucede solo es una rabieta de diecisieteañera. Y es que se hizo ilusiones durante unas horas de ser la novia de Alejandro Oyola. Ahora ya sabe que ese sueño es imposible.
—¿Puedo hablar un momento contigo? —le pregunta con timidez.
—Claro, Panda. ¿Qué ocurre?
Es el momento. Aunque le cuesta arrancar. Titubea. Es difícil decir algo que no se quiere decir. Y, especialmente, si no se quiere hacer. Pero está convencida de que aquello es lo mejor para ella. No le queda otro remedio si quiere guardar sus sentimientos en un cajón durante un tiempo.
—Verás, creo que te vas a tener que buscar otra camarera.
—¿Qué? ¿Lo dejas?
—Sí. Me voy del Manhattan.
El chico cierra el portátil y sale de la barra muy serio. Es verdad que aquella sonrisilla con la que miraba la pantalla del ordenador se ha esfumado. Se sienta en uno de los taburetes y le pide a ella que lo haga también. No hay nadie en el bibliocafé, así que pueden conversar tranquilos.
—¿Qué ha pasado para que decidas marcharte tan repentinamente? Lo estabas haciendo fenomenal.
—Pues…, es que tengo muchas cosas que hacer y no me da tiempo.
—¿Cosas del instituto?
—Sí. Segundo de bachiller es muy complicado.
—Lo recuerdo. No hace tanto que lo hice yo. Pero…
—Lo siento por avisarte así, de repente.
Y cuando se disculpa, Pandora se gira para no mirarlo. Álex la observa. Está llorando. Se levanta del taburete, se coloca enfrente y la agarra delicadamente de los hombros. La chica se estremece cuando la toca con sus manos.
—¿Seguro que solo es por el tema del instituto? Las vacaciones de Navidad están muy cerca y tendrás más tiempo libre.
—Bueno…, sí.
—¿Por qué no te quedas hasta después de Navidad? Al principio cuesta distribuirse el tiempo, pero cuando te acostumbras es mucho más sencillo.
—No, no. Me voy.
—No lo comprendo, Panda. Si disfrutas mucho trabajando aquí… ¿Me equivoco?
—Pues… no.
Álex la mira fijamente a los ojos: están llorosos, tristes. Sabe que algo falla. No es normal que de repente esa chica no quiera seguir allí por algo así. Seguro que hay una causa que no quiere contarle. Está convencido.
—Panda, que ya te voy conociendo un poco… ¿Qué es lo que te pasa? Dime la verdad, anda. ¿Es por tus padres?
—No, ellos están encantados de que trabaje aquí.
¡Y quién se lo iba a decir a ella! Incluso las cosas en casa han mejorado bastante. Su madre y su padre están más respetuosos que nunca desde que trabaja en el Manhattan al lado de Alejandro Oyola, el famoso escritor.
—Entonces, ¿qué pasa?
—El instituto, ya te lo he dicho.
—¿Solo eso? ¿No me mientes?
—No.
—¿Y por qué no me miras a los ojos cuando me hablas?
Está claro y ambos lo saben: porque no le está contando la verdad. Es algo que viene en cualquier manual sobre el lenguaje de gestos.
Y ahora, ¿qué hace? Su plan no está dando resultado. No se ha tragado la excusa que le ha puesto. ¿Tiene que decirle que es por él? ¿Porque le quiere y necesita alejarse de su lado para no sufrir más?
—Lo siento. Es que…
—Venga, Pandora. A mí puedes contármelo, somos amigos.
Se da por vencida y lo mira. Aunque intenta apartar sus ojos rápidamente de él. Tarde. Su preciosa sonrisa la conquista una vez más. Pero no puede revelarle la verdad. Necesita algo que sea creíble, algo que se ajuste un poco más a lo que le pasa. Una verdad a medias.
—Es por un chico —termina reconociendo.
—¿Un chico?
—Sí. Un chico que viene mucho al Manhattan.
Aquello coge desprevenido a Álex, que no esperaba una respuesta de ese tipo. Intenta hacer memoria de clientes jóvenes habituales. Hay un par de ellos o tres que vienen mucho. ¿Miki? ¿Rafael? Otro que no sabe cómo se llama…
—¿Y qué pasa con ese chico? ¿Te has enamorado de él?
—Sí. Y sé que no tengo nada que hacer para que él se enamore de mí. Lo paso fatal cada vez que lo veo. Lo conozco desde que comencé a venir por aquí más a menudo. Lo veía algunas veces y me empezó a gustar. Pero ahora…, me he enamorado como una tonta de él.
—¿Y por qué no le preguntas si quiere salir contigo?
—No, no. Seguro que me diría que no quiere —añade poniéndose muy colorada—. Tiene novia, además.
Entonces es Rafael, que viene a veces acompañado de una chica al bibliocafé. El escritor se acaricia la barbilla pensativo. Así que, por un chico, ella no quiere seguir trabajando en el Manhattan. Eso tiene algo más de sentido. ¡Pero no le parece bien!
—¿Y vas a renunciar a algo con lo que disfrutas tanto por un tío?
—Es que… cada vez que viene, me trata tan bien…, hablo con él… y yo lo paso fatal. Si me voy, ya no le veré más y no sufriré tanto. Es muy duro saber que estás al lado de una persona y nunca vas a poder llegar a tener nada con ella.
—Sé lo que es sufrir de amor, pero…
—Lloro y todo después cuando llego a mi casa, porque sé que nunca podré estar con él.
—Vaya… Ya veo que te ha dado muy fuerte por ese chico… No tenía ni idea.
—Sí. Lo quiero mucho.
Silencio. A Pandora no le gusta mentirle de esa forma. Aunque, en realidad, tampoco está faltando a la verdad. Deja el trabajo por un chico que tiene novia y del que está enormemente enamorada. Solo que ese chico es él.
—Panda, no quiero que te vayas. Y no te vas a ir.
—¿Qué?
—Que no te dejo que te marches del Manhattan.
—¿Por qué? —pregunta la chica nerviosa.
—Pues porque no vas a renunciar a algo que te hace tan feliz por una persona. Tienes que seguir tu camino. Si cada vez que encuentras algo que te gusta lo abandonas por alguien, nunca harás nada. Y siempre dependerás de otros.
—Es que…
—Panda, eres una gran chica —dice sonriendo y mirándola a los ojos—. Seguro que encontrarás a un buen chico que se enamorará de ti y tú de él. No tengo ninguna duda. Puede que no sea ese o puede que le encuentres aquí en el Manhattan. ¡Quién sabe! Pero no debes renunciar a las oportunidades y a las cosas con las que disfrutas en la vida porque luego no hay marcha atrás y puedes arrepentirte. Además, eres muy joven para dejarlo todo por amor.
«Eres muy joven para dejarlo todo por amor».
Esa frase, que él mismo acaba de decir, se le repite inmediatamente en su mente. Le trae de nuevo las sensaciones con las que se bajó del avión, las que tuvo después de saber que Paula lo iba a dejar todo por él. Estaba feliz, pero al mismo tiempo se sentía culpable por ser la causa por la que ella iba a abandonar Londres y tirar la beca que con tanto esfuerzo había logrado.
Ha sido tremendamente egoísta.
¡No! ¡Ella es muy joven para dejarlo todo por amor!
—¿Te encuentras bien?
—¿Cómo?
—Te has quedado un momento como si acabaras de recordar que te has dejado el fuego de la cocina encendido.
Álex sonríe. Aquella chica, sin duda, es especial. Y sin que Pandora lo espere, se inclina sobre ella y le da un gran abrazo.
La joven se ve sorprendida por aquel gesto de cariño de Alejandro, su escritor favorito, su amor platónico. Su amigo y jefe. Desde que lo conoció, soñó con algo parecido. La tristeza desaparece y la alegría y su devoción hacia él se acumulan a raudales en un solo sentimiento, tan grande como necesario. No quiere separarse. Cierra los ojos y se aprieta fuerte contra él.
—No quiero que te vayas, Panda. Aguanta hasta después de Navidades. Y si sigues teniendo ese sentimiento de angustia cuando lo ves…, ya hablamos entonces y decidimos. ¿Te parece?
—Pero…
—Hazlo por mí.
¿Cómo puede negarse? ¡Alejandro le está pidiendo que haga algo por él! No va a dejar de quererlo. Lo sabe. Sabe que sufrirá si continúa trabajando en aquel lugar que tanto quiere. Pero ¿puede renunciar a su cariño y su amistad tan cercana? Está claro que no.
—Vale. Me quedo hasta enero. Intentaré estar lo mejor posible cuando esté con él y disfrutar de lo que me da.
—Muy bien. Gracias, Panda.
Y, cuando se separan, los dos se encuentran con la sonrisa del otro. La chica estaría así toda la vida. Y él se siente muy bien con ella. Entre ambos hay algo especial, difícil de explicar, aunque el amor solo exista en una de las dos partes.