Al estaba muerto de risa, hasta el punto de que casi se atraganta con su
latte
grande, mientras aplaudía con entusiasmo.
Mia se levantó arrastrando la silla y tanto ella como la niña despidieron un fuerte olor a cemento frío y a humedad. Retrocedí. Me había llevado la mano a la garganta, como si sintiera unos dedos fríos sobre ella.
—Matarme no detendrá a la AFI, Mia —dije, pensando que era un momento genial para tener un
flashback
del asesino de Kisten.
Mia se quedó allí de pie, con la mesa entre nosotras, sujetando a Holly con fuerza mientras la niña no paraba de berrear. Detrás de mí, Pierce aulló al recibir un golpe y se escuchó el ruido de algo al romperse.
—Te equivocas —dijo con la mirada puesta en mí en lugar de en la pelea que se desarrollaba detrás—. Matarte acabará con todo. Remus, deja de jugar con el tipo muerto y sujétame a la bruja. Holly tiene hambre.
¡
Oh, Dios mío
! Por eso no me había tocado todavía.
En ese momento se oyó un nuevo porrazo y descubrí a Pierce estampado contra el muro entre los restos de lo que había sido una mesa. Con una sonrisa de oreja a oreja, se dirigió a mí con los brazos extendidos, dispuesto a agarrarme por el cuello. Aparté una silla de un empujón para hacer espacio y, liberándome de cualquier tipo de inhibición, me dispuse a pasar un buen rato. Cabreada como una mona, giré el tambor y, conteniendo la respiración, apreté el gatillo.
—¡No! —gritó Mia, pero la pequeña bola de plástico le golpeó de lleno en el pecho. La poción le empapó la camisa salpicándole hasta el cuello y el hombre se desplomó. Me aparté tambaleándome, dejando que cayera sobre la mesa y de ahí al suelo, cubriéndolo todo de café.
Gracias, Dios mío
. Y ahora es el turno de doña Zorra.
Justo en ese momento se oyó la campanilla de la puerta y me giré.
—¡Maldita sea! —grité al ver pasar la silueta de Mia por delante de la ventana. Ford la seguía de cerca. ¿Qué demonios estaba haciendo?
—¿Pierce? ¿Jenks?
Pierce se estaba poniendo en pie, sacudiendo la cabeza por efecto del golpe de Remus. Jenks estaba suspendido encima de él, soltando una gran cantidad de polvo para detener la hemorragia.
—¡Jenks! ¡Quédate aquí y diles que traigan agua salada! ¡Tengo que detenerla!
—¡Rachel! ¡Espera!
No podía venir conmigo. Derribé la puerta con el brazo y corrí tras ellos, descalza excepto por las medias, y con la pistola de pintura en la mano. A mi izquierda, un rápido ruido de pisadas captó mi atención y, tras coger aire, atravesé el aparcamiento cubierto de nieve. En un abrir y cerrar de ojos, había dejado atrás los coches y me encontraba sobre la acera.
El frío cemento estaba haciendo que se me adormecieran los pies, y eché a correr más deprisa. Resoplando, mi cuerpo entró en un ritmo que podría haber mantenido durante una hora. Sujetándome el vestido, que tenía una generosa abertura, me alegré de que mi estupidez al decantarme por la moda en lugar de por la funcionalidad se hubiera limitado a los zapatos. Más adelante, al percibir el escaso movimiento bajo la farola que había una manzana más adelante, entendí que habían desaparecido. ¡Dios! ¿Cómo era posible que se hubiera alejado a tanta velocidad?
En ese momento escuché el quejido de una niña pequeña, cuya extraña cadencia me indicó que se encontraba en brazos de alguien que corría. Era imposible no ganarles terreno. Por un instante, bajo la luz, distinguí claramente la figura de Ford. En ese momento, sobrepasaron la farola y desaparecieron.
Sin dejar de correr, así con fuerza la pistola de pintura, aminorando el paso para no chocarme con ellos. Al llegar a la farola me detuve y agucé el oído. Estaba oscuro en todas las direcciones. La ciudad bullía de gente celebrando el Año Nuevo, pero allí, en aquel antiguo polígono industrial, todo era oscuridad.
Entonces se escuchó el llanto de un niño y el crujido del metal frío.
Con el corazón latiéndome a toda velocidad, pregunté:
—¿Ford? —El psiquiatra no me contestó y corrí hasta el final de la calle. Una pequeña construcción de cemento rodeada por una valla de cadenas era, por lógica, la única opción. Aunque la parte de la cadena que hacía las veces de puerta estaba cerrada, sobre la nieve se veía el rastro que habían dejado al abrirla y unas huellas de pisadas manchaban un suelo, por lo demás, intacto.
Todavía más despacio, me aproximé, con los pies doloridos por el frío.
—¿Ford? —susurré, antes de acercarme al diminuto patio vallado. No era mucho mayor que un corral para perros, e imaginé que se trataba de una caseta para los transformadores de la compañía eléctrica o de alguna compañía de teléfonos.
No obstante, al ponerme de puntillas para mirar por la elevada ventana, con los dedos entumecidos por el frío, descubrí que la pequeña habitación estaba vacía. Sobre la nieve había dos grupos de huellas bien diferenciadas. Me pasé la lengua por los labios, entrar sola era una estupidez. Entonces miré hacia la cafetería. Ni rastro de la AFI, ni tampoco de la SI.
No podía esperar.
—Imbécil —dije mientras empezaba a quitarme el abrigo, temblando, para luego quitarme las medias y colgarlas en la alta valla para que las encontraran y supieran adónde había ido—. Imbécil. No eres más que una bruja imbécil —mascullé, y estremeciéndome, empujé la pesada puerta de metal y entré.
El olor a piedra húmeda me golpeó con fuerza en el rostro, y lo identifiqué con el mismo que despedían Mia y Remus aquella noche. Era evidente que habían estado allí antes, y me dirigí hacia la puerta de acero convencional que se encontraba al fondo de la estancia vacía. Habían roto la jamba desde el interior y, con la sensación de que estaba cometiendo un grave error, tiré de ella y descubrí una escalera descendente.
—Abajo —murmuré—. ¿Por qué me toca siempre bajar a algún sitio?
Empuñando la pistola, fui palpando los ásperos muros de cemento conforme descendía. El lugar estaba iluminado por una bombilla, lo que me permitió comprobar que el camino era recto y regular. El inclinado techo estaba cubierto de cables, como si los hubieran instalado después de la construcción del edificio. Mis pasos no se oían porque iba descalza, y tenía los pies adormecidos mientras caminaba por el viejo pero no desgastado pavimento. Apestaba a moho y polvo.
A lo lejos se oía el retumbar de unas voces, pero no se entendía lo que decían. Entonces escuché el grito ahogado de una mujer y a Ford gritando:
—¡Mia! Soy yo. No tienes que preocuparte. Tienes que entregarte, pero te prometo que no dejaré que te quiten a Holly.
—¡No necesito tu ayuda! —respondió Mia secamente—. Nunca debí desear el amor. ¿Cómo podéis vivir así? ¡Está muerto! ¡Esa bruja ha matado a Remus!
—¡No está muerto, Mia! —dijo Ford—. Era un hechizo narcótico.
—¿No está muerto? —preguntó Mia.
Fue un susurro cargado de dolor y, convencida de que Mia estaba a punto de derrumbarse, descendí a hurtadillas el resto de las escaleras. La luz de la bombilla de las escaleras quedó casi anulada por el destello irregular de una linterna de gran potencia. Lentamente, recorrí los últimos escalones y, con las manos en la pistola, me asomé al otro lado del pasillo.
El reverberante espacio era enorme, con una altura de al menos cuatro metros y medio y preciosos techos abovedados. Mia estaba de pie en el centro, con una linterna con forma de farolillo en la mano. Ford, por su parte, se encontraba delante de ella, de espaldas a mí. Creo que era capaz de sentir mis emociones, pero no se dio la vuelta.
Detrás de Mia había un túnel que se extendía en dos direcciones. Se parecía a los túneles del metro, pero sin vías ni raíles. No había ni electricidad, ni bancos, ni grafitos. Tan solo muros vacíos y restos de basura que olían a polvo.
Iluminado por la luz de la linterna que se reflejaba en las paredes, el rostro de Mia se mostraba orgulloso y decidido mientras intentaba, en vano, calmar a la niña, hasta que ella misma acabó de mal humor. No tenía la linterna cuando estábamos en la cafetería. Debía de haber estado en la pequeña habitación de arriba, y de pronto caí en la cuenta de que así era como Remus y Mia habían ido de acá para allá, moviéndose bajo la ciudad para escapar de la AFI y la SI. Ni siquiera conocía la existencia de los túneles, pero lo más probable era que Mia hubiera sido testigo de su construcción.
La banshee dirigió la mirada hacia mí y, descubierta por mis emociones, di un paso adelante.
—Remus está bien, Mia. Tienes que entregarte.
—No —dijo, con un tono orgulloso y desafiante que me dio a entender que no pensaba rendirse—. Nunca. Esta es mi ciudad.
Yo sacudí la cabeza.
—Las cosas han cambiado —dije avanzando lentamente hacia ellos. Hacía un frío glacial allí abajo, y sentí un escalofrío, acercándome aún más. Ya casi me encontraba a distancia suficiente para dispararle con mi pistola de pintura—. Si no te entregas, la AFI al completo se te echará encima. Sé que parecen estúpidos, pero no lo son. Sin una muestra de buena voluntad, la señora Walker se quedará con Holly. —Al ver que Mia levantaba la barbilla, hice una pausa—. Mia, te juro que haré todo lo que esté en mi mano para evitar que la Walker se la lleve, pero tienes que ayudarme.
Mia negó con la cabeza y retrocedió. La luz que tenía en la mano chocó violentamente contra los fríos muros y Holly rompió a llorar.
—Remus tenía razón. Voy a volver a mis antiguos métodos. Me han mantenido con vida durante cientos de años. Entregadme a Remus y déjanos en paz a mí y a mi hija o habrá más muertes. Estáis advertidos.
Dándonos la espalda, Mia echó a andar hacia la entrada del negro túnel. Yo alcé la pistola y Ford se colocó delante de mí.
—¡Mia! —exclamó mientras yo intentaba rodearlo, buscando un lugar desde el que poder disparar con precisión—. ¡Piensa en tu futuro!
—¿En mi futuro? —Sus palabras sonaron como un ladrido frío y autoritario, y se detuvo al borde del desnivel de casi un metro de altura—. ¡Sois vosotros los que sois todavía unos niños! ¡Todos vosotros! Yo presencié el nacimiento de esta ciudad, cuando era solo un lodazal lleno de cerdos que vagaban inocentemente. La ayudé a crecer, deshaciéndome de aquellos que la hubieran mantenido ignorante y pequeña. Esta es mi ciudad. Yo la construí. ¿Cómo te atreves a sugerir que debo obedecer vuestras leyes y vuestras normas y aleccionarme sobre el futuro? ¡No pienso huir! Dile al capitán Edden que, si la AFI me sigue, su hijo no acabará en un hospital, sino en un ataúd. —Y, sujetando a la niña sobre su cadera, añadió—: Vosotros no sois nada. Solo un montón de animales a los que sacrificar y succionar hasta la extenuación. Sigo viviendo entre cerdos.
Le estaba apuntando con la pistola, pero teniendo en cuenta su pesado abrigo, habría tenido que darle en la cara para conseguir mi objetivo.
—Mia —dijo Ford poniendo su mejor voz de psicólogo—. No soy tan anciano como tú, pero he vivido mucho más dolor y felicidad de los que tú puedas asimilar. No hagas esto. Merece la pena enfrentarse a un juicio por amor. Es lo que te define. Nada puede manchar tu amor por Holly. Porque tú la amas. Está claro como el agua. ¿No merece esa pureza un poco de dolor? ¡No te arriesgues a perderlo por una cuestión de orgullo!
Detrás de mí, en la escalera, se escuchó el débil sonido de unas pisadas. Sentí una descarga de adrenalina, pero no podía apartar la vista de Mia. Habría dado cualquier cosa por tener conmigo a Edden o a Glenn. Mia desvió la mirada y su rostro se volvió aún más decidido cuando escuché la presencia de una sola persona, y no las diez que esperaba.
—¡Maldita sea, Morgan! ¡Eres peor que mi madre! —se burló una voz masculina—. Apareces siempre en el momento menos oportuno y el lugar equivocado fastidiándomelo todo.
Me volví en redondo. No pude evitarlo.
—¡Tom! —exclamé, retrocediendo, sin saber a quién apuntar con la pistola—. ¡Lárgate de aquí! ¡Mia me pertenece!
La banshee frunció el ceño. Dejando caer mis medias al suelo, Tom se puso a la altura de Ford, alzando la mano vendada hacia mí a modo de advertencia, y apuntando a Mia con la varita, con el aspecto de un actor mediocre en una película fantástica. Su expresión era demasiado condescendiente para conseguir salir de allí con vida.
—Puedes quedártela —dijo—. Solo me interesa la niña.
El rostro de Mia se puso blanco, y mi boca se entreabrió de golpe cuando comprendí lo que había estado pasando. No estaba intentando capturar a Mia para entregársela a las autoridades. Trabajaba para la Walker. Era un jodido secuestrador de niños. Cuando me lo había encontrado en la escena de un crimen, no se debía a que me estuviera espiando; era yo la que se entrometía en sus asuntos.
Con las mejillas encendidas, giré la pistola para apuntar hacia él.
Maldito baboso. Y ahora, ¿cómo va a encontrarme la AFI
?
—¿Qué crees que estás haciendo? —pregunté, a pesar de que resultaba de lo más obvio—. No puedes tocar a Holly, y te puedo asegurar que Mia no va a ayudarte.
—A diferencia de ti, Morgan, a mí no me importa añadir una pequeña mancha a mi alma —dijo con voz siniestra, frunciendo el ceño para darme a entender que lo que quiera que hubiera en su varita, no era legal, por no hablar de que debía de ser tan desagradable que a él mismo le producía cierto rechazo.
»La señora Harbor va a subir esas escaleras y entregarle la niña a quien yo diga. —En ese momento le dedicó una desagradable sonrisa a la furiosa banshee, que tenía uno de sus tacones junto al borde del profundo escalón.
—Y tú saldrás de aquí con los bolsillos bien llenos, ¿verdad? —dije, retrocediendo para poder apuntar mejor hacia él—. Los hechizos de sometimiento son muy desagradables, Tom. ¿Le arrancaste tú mismo la lengua a la cabra o le pagaste a alguien para que lo hiciera?
Tom apretó la mandíbula, pero no se movió.
—¿Qué decides, Mia? —dijo—. ¿Vas a subir las escaleras voluntariamente o bajo los efectos del hechizo?
—¡Maldito brujo bastardo! —le increpó, con la cabeza algo inclinada hacia delante para poder verlo por debajo de su pelo. Era la mirada de una depredadora, con los ojos negros y los músculos tensos. Bajó a la niña de sus brazos y retrocedí, apartándome de su camino. Ford, por su parte, hizo lo mismo—. No la conseguirás —dijo Mia, dejando también la linterna en el suelo. Con las manos libres, avanzó lentamente—. Esta niña me ha costado sangre, sudor y lágrimas.