Blasfemia (23 page)

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Authors: Douglas Preston

Tags: #Techno-thriller, ciencia ficción, Intriga

BOOK: Blasfemia
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—Tengo un plan.

El anuncio fue recibido en silencio. Una bolsa de savia de un tronco causó un sobresalto general al reventar.

—Mañana a mediodía nos prepararemos para otra prueba —añadió Hazelius—, al cien por cien de potencia. Y ahora viene lo importante: seguiremos con la prueba hasta haber localizado el origen de la bomba lógica.

Ken Dolby sacó un pañuelo y se limpió la cara.

—Gregory, casi has destrozado mi máquina, y no puedo permitir que se repita.

Hazelius inclinó la cabeza.

—Ken, te debo disculpas. Ya sé que a veces me excedo. Estaba enfadado y frustrado. Por un momento he enloquecido. Perdóname.

Tendió la mano.

Al cabo de un momento, Dolby la cogió.

—¿Amigos?

—Sí, claro —dijo Dolby—, pero eso no impide que no vaya a permitir más pruebas al cien por cien hasta que hayamos arreglado el problema del hacker.

—¿Y cómo propones arreglar el problema si no hacemos pruebas al cien por cien?

—Quizá haya llegado el momento de reconocer nuestro fracaso e informar a Washington. Que lo resuelvan ellos. Siguió un largo silencio, hasta que Hazelius preguntó:

—¿Alguna otra opinión?

Melissa Corcoran se volvió hacia Dolby.

—Ken, si a estas alturas reconociéramos nuestro fracaso man-daríamos al garete nuestras carreras. No sé vosotros, pero para mí esto ha sido la oportunidad de mi vida, y no estoy dispuesta a renunciar. ¿Alguna otra reflexión? —preguntó Hazelius. Rae Chen se levantó; era tan bajita que apenas sobresalía de los que estaban sentados, pero al ponerse de pie pareció más imponente. —Yo tengo una opinión. Sus ojos negros recorrieron la mesa.

—Yo crecí en la trastienda de un restaurante chino de Culver City, California. Mi madre se mató a trabajar para enviarme a la universidad y pagarme el doctorado. Está orgullosa de que su hija haya triunfado en este país. Ahora estoy aquí, y todo el mundo nos observa. —Empezó a fallarle la voz—. Preferiría morir a rendirme, Es lo que quería decir. Preferiría morir. Se sentó bruscamente. Wardlaw rompió el incómodo silencio.

—Yo sé cómo funcionan las cosas en el Departamento de Energía. Si informamos ahora, nos acusarán de encubrimiento y podrían pedir responsabilidades penales.

—¿Penales? —se escandalizó Innes, al fondo de la sala—. ¡Tony, por favor, no digas sandeces!

—Lo digo en serio.

—Eso es puro alarmismo.

—La palidez de Innes contradecía su tono despectivo. Lanzó miradas a todos los demás—. Y aunque fuera verdad, yo solo soy el psicólogo del grupo. No tengo nada que ver con la decisión de retener información.

—Ya, pero tampoco has informado —dijo Wardlaw, con una mirada penetrante—. No te engañes. Te juzgarán igual que al resto.

En el silencio se oyó el canto de unos pájaros.

—¿Alguien está de acuerdo con Ken? —acabó preguntando Hazelius—. ¿Con que tiremos la toalla e informemos del problema a Washington?

Nadie lo estaba.

Dolby miró a su alrededor.

—¡Pensad un poco en el riesgo! —exclamó—. ¡Podríamos estropear el
Isabella
! ¡No debemos ponerla en marcha y dejarla funcionando a ciegas!

—Tienes razón, Ken —aceptó Hazelius—. Pero mi plan tiene este factor en cuenta. ¿Quieres escucharlo?

—Escuchar no significa que esté de acuerdo —dijo Dolby.

—Bien. Ya sabes que lo que controla las instalaciones del proyecto
Isabella
son tres servidores IBM p5 595 de última generación. Los configuraste tú mismo, Ken. Gestionan las telecomunicaciones, el correo electrónico, el LAN y diversos elementos más. Es un derroche informático. Tienen suficiente potencia para controlar todo el Pentágono. Lo que propongo es reconfigurarlos como sistema de backup del
Isabella
. —Se volvió hacia Rae Chen—. ¿Es posible?

—Creo que sí. —Chen miró a Edelstein—. ¿A ti qué te pare Alan?

Edelstein asintió despacio.

—¿Y cómo piensas hacerlo? —preguntó Dolby.

—El mayor problema es el cortafuegos —dijo Chen—. Tendríamos que desactivar todos los vínculos con el exterior, incluidas las telecomunicaciones. Se apagarían todas las líneas fijas y móviles. Lo siguiente sería conectar los servidores entre sí y enchufarlos directamente al
Isabella
. Puede hacerse.

—¿No habría ninguna comunicación con el exterior?

—Ninguna, mientras el
Isabella
esté en marcha. El cortafuegos es inalterable. Si el software que hace funcionar al
Isabella
detecta algún vínculo con el exterior, se apagará por seguridad. Por eso tenemos que cortar todas las comunicaciones.

—¿Ken?

Dolby tamborileó nerviosamente los dedos sobre la mesa. Hazelius miró a sus colegas.

—¿Algo más? —Su mirada se posó en Kate Mercer, que estaba sentada al fondo, sin participar en el debate—. ¿Kate? ¿Alguna propuesta?

Silencio.

—Kate, ¿te encuentras bien? Su voz apenas se oía.

—Lo ha sabido.

Hubo otro silencio, hasta que Corcoran dijo con energía:

—Bueno, tampoco será indestructible. Está claro que nos enfrentamos con un programa como Eliza. ¿Os acordáis de Eliza?

—¿Aquel programa en lenguaje Fortran de los años ochenta e te hablaba como un psicoanalista? —preguntó Cecchini.

—Exacto —contestó Corcoran—. Era un programa muy sencillo, que convertía todo lo que le decías en otra pregunta. Si tú escribías: «Mi madre me odia», Eliza respondía: «¿Por qué dices tu madre te odia?». Un programa sencillo, pero que daba mude sí.

—Esto no tenía nada que ver con Eliza —dijo Kate—. Sabía que estaba pensando yo.

—En realidad es bastante elemental —dijo Melissa, mirándola con cierta superioridad—. El hacker que creó esta bomba lógica sabe que somos científicos, un grupo de cerebrines, ¿verdad? Sabe que no pensamos como la gente normal. Por eso cuando tú dijiste: «Estoy pensando en un número del uno al diez», el hacker ya tenía previsto que alguien le hiciera una pregunta así. También sabía que tú no pensarías necesariamente en un número entero, o racional. Dio por supuesto que pensarías en todos los números entre el uno y el diez. ¿Y cuál es el número más interesante entre uno y diez? O
pi
o
e
. Pero el más misterioso de los dos es
e
.

Miró a su alrededor con los ojos brillantes.

—¿Y qué me dices del siguiente acierto?

—Aplica el mismo razonamiento. ¿Cuál es el número más raro, con diferencia, entre cero y uno? Es muy fácil: el número de probabilidad de parada de Chaitin, Omega. ¿Verdad, Alan?

Alan Edelstein inclinó la cabeza.

Melissa miró a Kate con una sonrisa radiante.

—¿Lo ves?

—Tonterías.

—Ah, pero ¿de verdad creías que estábamos hablando con Dios?

—No seas estúpida —dijo Kate, irritada—. Lo único que digo es que lo sabía.

—No pretendo ponerme en plan místico —intervino Rae Chen—, pero he localizado el origen del output justo en el centro de CCero. No procedía en absoluto de ningún detector, ni de nin-guna parte del hardware. Salía de aquella nube tan rara de datos que había dentro del roto en el espacio-tiempo de CCero.

—Rae —dijo Hazelius—, sabes que eso no puede ser cierto.

—Estoy contando lo que he visto. La nube de datos disparaba un código binario directamente a los detectores, y encima había un exceso de energía; salía más de CCero de la que se introducía. Aquí están los cálculos.

Empujó una carpeta hacia Hazelius.

—Imposible. No puede ser.

—Si no me crees haz tú los cálculos.

Chen levantó las palmas de las manos.

—Por eso tenemos que hacerlo otra vez —dijo Hazelius— pero sin presión y sin prisas. Debemos realizar otra prueba que dé a Rae todo el tiempo que necesite para localizar el origen de la bomba lógica.

El siguiente en tomar la palabra fue Edelstein.

—Yo no he podido despegarme de la Consola Tres durante toda la conversación. ¿La ha transcrito alguien? Me gustaría leer lo que ha salido del malware.

—¿Qué más da? —dijo Hazelius.

Edelstein se encogió de hombros.

—Simple curiosidad.

Hazelius miró a su alrededor. —¿Alguien la tiene?

—Debería estar aquí —dijo Chen—. Ha salido impresa con el volcado.

Buscó entre unos papeles y sacó una hoja. Hazelius la cogió.

—Léela en voz alta —pidió St. Vincent—; yo también me la he perdido casi toda.

—Y yo —dijo Thibodeaux.

Los demás estuvieron de acuerdo.

Hazelius carraspeó y empezó a leer en un tono neutro.

Saludos.

Igualmente.

Me alegro de hablar contigo.

Yo también me alegro. ¿Quién eres?

A falta de una palabra mejor, Dios.

Hizo una pausa.

—Cuando pille al hijo de puta que metió esta bomba lógica en el sistema, le cortaré los huevos. Thibodeaux se rió nerviosamente.

—¿Cómo sabes que no es una mujer? —preguntó Corcoran.

Al cabo de un momento, Hazelius siguió leyendo.

Si de verdad eres Dios, demuéstralo.

No tenemos mucho tiempo para demostraciones.

Estoy pensando en un número del uno al diez. ¿Cuál es?

Estás pensando en el número trascendental e.

Ahora estoy pensando en un número entre cero y uno.

La constante de Chaitin: Omega. Si eres Dios, ¿cuál es el sentido de la vida?

Desconozco su sentido último.

Pues menudo Dios, si no sabes el sentido de la vida.

Si lo supiera, la vida no tendría sentido.

¿Cómo que no?

Si el final del universo estuviera presente en sus inicios, si no estuviéramos más que en pleno despliegue deterrninista de una serie de condiciones iniciales, el universo sería un ejercicio fútil.

Explícate.

¿Qué sentido tiene viajar si ya estás en tu destino? ¿De qué sirve hacer una pregunta si ya sabes la respuesta? Por eso el futuro está, y tiene que estar, profundamente oculto, incluso para Dios. De lo contrario la existencia no tendría sentido.

Eso es un argumento metafísico, no físico.

El argumento físico es que ninguna parte del universo puede calcular las cosas más deprisa que el propio universo. El universo está «prediciendo el futuro» todo lo deprisa que puede.

¿Qué es el universo? ¿Quiénes somos? ¿Qué hacemos aquí?

El universo es un cálculo enorme e irreductible que se encamina a un estado que no conozco ni puedo conocer. El sentido de la existencia es llegar a ese estado final, pero dicho es-tado es para mí un misterio; como debe ser, ya que ¿cuál sería el sentido de todo, si yo conociese la respuesta?

¿A qué te refieres con cálculo? ¿Qué pasa, acaso estamos todos dentro de un ordenador?

Por cálculo me refiero a pensar. Toda la existencia, todo lo que ocurre (una hoja que cae, una ola en la playa, la caída de una estrella) no es nada más que yo pensando.

¿Qué estás pensando?

Hazelius bajó el papel.

—Esto es lo que está transcrito.

—Francamente insólito —murmuró Edelstein.

—A mí me suena a memeces new age —dijo Innes—. «Nada más que yo pensando.» Los sentimientos son pueriles. Es justo lo que esperarías de un hacker socialmente inadaptado.

—¿Tú crees? —dijo Edelstein.

—Por supuesto. —Entonces, permíteme decir que este malware ha superado la prueba de Turing, al menos de momento.

—¿La prueba deTuring? Edelstein le miró sorprendido.

—Seguro que la conoces.

—Pido perdón por ser un simple psicólogo.

—El artículo fundamental sobre la prueba de Turing salió publicado en la revista de psicología
Mind
.

Innes adoptó su mejor expresión de profesionalidad.

—Alan, quizá deberías plantearte por qué tienes tanta necesidad de afirmarte.

—Turing —prosiguió Edelstein— es uno de los grandes genios del siglo XX. En los años treinta concibió la idea del ordenador, Durante la Segunda Guerra Mundial descifró el código Enigma de los alemanes. Después de la guerra fue horriblemente maltratado por su condición de homosexual, por lo que se suicidó comiendo una manzana envenenada. Innes frunció el entrecejo.

—Un caso grave de inestabilidad.

—¿Quieres decir que los homosexuales son inestables?

—No, no, claro que no —se apresuró a aclarar Innes—. Me refería a la manera de suicidarse. —Turing salvó a Inglaterra de los nazis; sin él, los británicos habrían perdido, e Inglaterra se lo agradeció con una persecución despiadada. En esas circunstancias, no me parece que el suicidio sea… ilógico. En cuanto a su método, era limpio, eficaz y de un elocuente simbolismo.

Innes se sonrojó.

—Alan, te agradeceríamos que fueras al grano. Edelstein prosiguió sin alterarse:

—La prueba de Turing pretendía responder a la pregunta de si las máquinas pueden pensar. Su propuesta fue la siguiente: un árbitro humano entabla una conversación escrita con dos entidades que no ve, una de ellas humana y la otra una máquina. Si al cabo de una larga conversación el árbitro no puede distinguir entre la persona y la máquina, se concluye que la máquina es «inteligente». La prueba de Turing se convirtió en la definición estándar de la inteligencia artificial.

—Muy interesante —dijo Innes—, pero ¿qué tiene que ver con nuestro problema?

—Dado que no hemos obtenido nada próximo a la inteligencia artificial, ni siquiera con los superordenadores más potentes, me parece asombroso que un simple malware, supuestamente compuesto por unos pocos miles de líneas de programación, pueda superar la prueba de Turing. Y encima tratándose de una cuestión tan abstracta como Dios y el sentido de la vida. —Señaló la transcripción—. Por eso no tiene nada de pueril, en absoluto.

Se cruzó de brazos, mirando a su alrededor.

—Y por eso es necesario otra prueba —dijo Hazelius—. Tenemos que dejar que siga hablando, para que Rae pueda localizar su origen.

Todos se hundieron en los sillones, sin decir nada.

—¿Y bien? —preguntó Hazelius—. Yo he hecho una propuesta, y la hemos discutido. Vamos a votar. Mañana nos dedicaremos a buscar la bomba lógica todo el tiempo que haga falta, ¿o no?

La sala se llenó de muestras reticentes de aquiescencia, en gestos y sonidos.

—Mañana es el día de la manifestación —dijo Ford.

—Ya no podemos retrasarlo más —dijo Hazelius. Miró todas las caras incisivamente—. Bueno, ¿qué? ¡Levantad las manos!

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