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Authors: Jane Yolen

Blanca Jenna (13 page)

BOOK: Blanca Jenna
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Por supuesto que Magon es quien marca las mayores diferencias numéricas, citando leyendas y cuentos populares referidos a un extraño paso del tiempo “bajo la colina”, en un reino de fantasía. Pero, así como estos lapsos son moneda corriente (cf. “El tiempo en el reino de la fantasía”, de Magon, Diario de Folklore Internacional, Vol. 365, N.° 7), tales divagaciones colaboran muy poco con nuestras investigaciones sobre las terribles y devastadoras guerras de los Valles.

Lo que es bastante cierto es el hecho de que éstas fueron guerras de sucesión y no de hombres contra mujeres, a pesar de la denominación con que han llegado hasta los tiempos modernos. En el Libro de Batallas vemos listas de ambos sexos luchando codo a codo. Ésta no fue una gran guerra sino una serie de pequeñas escaramuzas desarrolladas a lo largo de varios años, durante los cuales un rey tras otro ocupó el precario trono.

Las semillas de esta anarquía tan particular habían sido sembradas cuando los Garunianos, una sociedad patriarcal del continente, conquistaron el matriarcado formado por las devotas de Alta. Pero, a lo largo de los cuatrocientos años de conquista, la crueldad fue mermando ya que los Garunianos sólo contraían matrimonio con mujeres pertenecientes a sus reducidos clanes y casi nunca se mezclaban con las clases más bajas que conquistaban. Estos clanes comenzaron a rivalizar por el poder después de que un rey Garuniano cometiera el error de casarse en segundas nupcias con una mujer de los Valles, nombrando como legítimo heredero al hijo de ambos. El jefe de un poderoso clan del norte, un astuto guerrero llamado Kalas, logró orquestar un sangriento golpe. Como hereditariamente era jefe del ejército de los clanes (los Caballeros del Rey) y gobernador provincial, poseía una amplia base de poder. Como suele ocurrir con estos líderes respaldados por el ejército, gobernaba con mano de hierro. O, tal como se dice en el Libro de Batallas, “su mano nunca se extendía en un gesto de amistad, sino de ira”. Por supuesto que el libro fue escrito por un miembro del partido opositor, y por ello debemos leer cuidadosamente entre líneas, tal como han hecho primero Doyle y después Cowan. (En particular, ver el fascinante trabajo de Cowan: “La Controversia Kallas”, Diario de las Islas, Historia IV, 7.)

Existe una leyenda popular conocida como “El Rey Bajo la Colina”, hallada en unas treinta y tres variantes tanto en los Valles Superiores como en los Inferiores, en la cual el rey es asesinado y sus tres hijos escapan de la provincia. Uno es muerto por la espalda, otro resulta gravemente herido y el tercero, llamado “soberano-en-exilio”, vive bajo la colina con los Hombrecillos Verdes hasta que sus tropas se reúnen y vuelven a hacerlo salir. Magon se ha esforzado mucho tratando de justificar la leyenda con la historia que ha podido reconstruirse. Pero gran parte de sus verificaciones descansan sobre su propia y discutida tesis respecto a una figura histórica a la que llama La Blanca, la Anna o la Diosa Blanca, quien lucha codo a codo junto al rey. Magon mezcla generosamente folklore con historia, y como resultado obtiene una sopa que carece tanto de la sustancia proporcionada por las investigaciones fehacientes como del sabroso condimento que otorga lo popular. Por otro lado, Cowan se atiene a la historia y nos recuerda que en los libros continentales del período sólo se menciona a un hijo, no a tres, y que probablemente éste sea el bastardo de la mujer de los Valles, la segunda esposa del rey Garuniano. Además, también nos convendría recordar que el tres es un número muy poderoso y popular en el folklore.

Según Cowan, las luchas por el trono no sólo incluían a los derrocados Garunianos sino también a muchos habitantes de los Valles. Después de cuatrocientos años de incuestionable sumisión ante los invasores, las poblaciones nativas (pastores y pescadores de los Valles Superiores, artesanos y aldeanos de los Inferiores) ya habían tenido suficiente. Unos jóvenes llamados jennisarios (denominados así por un líder que había resultado muerto, según la brillante hipótesis de Cowan), comenzaron a hacer incursiones por el territorio destruyendo los pueblos y las Congregaciones que consideraban Garunianas. En el Valle del Wilhelm, aún hoy pueden verse las ruinas de una de estas correrías. Según Cowan —y no puedo menos que estar de acuerdo con ella—, no fue demolida y cubierta de pasto como las demás porque se había convertido en un santuario. Dice la leyenda que fue allí donde martirizaron a Jen y coronaron al rey.

Una de las pocas cosas en que concuerdan Cowan y Magon es en el hecho de que los jóvenes jennisarios se rindieron ante el rey Garuniano con la condición de que éste se casara con una de sus mujeres. En el Libro de Batallas, está escrito que: “Y así se ha prometido que el rey sombra contraerá matrimonio con la reina luz, llevando el día y la noche al interior del círculo, para que el pueblo mismo pueda gobernar”.

Sin embargo, gran parte del Libro de Batallas sigue siendo poco claro. Por ejemplo, hay muy poco que pueda decirse de la evocación final:

Ved dónde ha ido la reina,

Dónde florecen sus pasos,

Pues conducen a la colina,

Conducen debajo de la colina,

Donde aguarda su llamada,

Donde aguarda a su rey,

Donde aguarda a sus luminosas compañeras.

Ni Doyle ni Cowan pueden ofrecer ninguna solución fácil para este acertijo final. Y sin duda debemos rechazar la ridícula propuesta de Magon según la cual la poesía significa exactamente lo que dice: que cierta reina (presumiblemente proveniente de los Valles) permanece ni viva ni muerta debajo de la colina, aguardando la llamada para participar en una batalla que aún no se ha iniciado.

EL RELATO:

—Mi padre —contó el rey-en-exilio— era un hombre bondadoso y gentil. Pero también era un hombre directo, propenso a decir lo que tenía en mente. Esto es buena costumbre para un granjero, pero no para un rey. Tenía poco talento para el solapado ejercicio de la política y no comprendía las componendas. Iba donde lo conducía su corazón.

El rostro de Pike se suavizó ante el recuerdo.

—Su esposa... —lo instó el hombre con la cicatriz en el ojo.

Alguien atizó el fuego en el hogar.

—Su primera esposa, mi madre, murió al darme luz. Había tenido problemas en el parto de mi hermano mayor, Jorum, y los doctores le advirtieron que no debía tener más hijos. Pero los reinos necesitan herederos. Uno no es número suficiente. Por ello fui concebido en ese territorio en ruinas y la maté al dejarla.

Pike hablaba con frialdad. Evidentemente, había contado su historia muchas veces y esto la había drenado de toda emoción.

—Yo maté a mi madre de la misma manera —comentó Jenna en voz baja. Después de vacilar un momento agregó—: A mi primera madre.

El hombre que se encontraba más cerca de ella comenzó a murmurar, dando vueltas y vueltas a esa información, y otro repitió en voz alta:

—Su primera madre.

Gorum pareció no escuchar y continuó con la vista fija en el fuego. Entonces sufrió un fuerte estremecimiento y siguió con su relato:

—La comadrona era una encantadora mujer de los Valles, pequeña y morena. Entonaba canciones de cuna con una voz parecida a la de una tórtola algo alocada. Me cuidó durante todo ese primer año en que mi padre no podía pensar en los bebés sin ponerse furioso.

—Mi segunda madre fue una comadrona —estalló Jenna—. Murió teniéndome en sus brazos.

Algunos de los hombres asintieron con la cabeza, como reconociendo algo que aún no había sido dicho, pero Gorum simplemente miró a Jenna durante unos momentos para luego regresar al fuego y a su relato.

—El día en que abandoné sus brazos para dar mis primeros pasos hacia mi padre, él me perdonó. Tal como ella me había enseñado con tanto esmero, lo llamé papá; y él comenzó a llorar, llamándome su buen hijo. Al final de ese año se casó con ella más por gratitud que por amor. Su verdadero amor se hallaba enterrado en la tumba de mi madre. Y cuando tres años después ella dio a luz a un saludable bebé conservando todas sus fuerzas, mi padre anunció el matrimonio y proclamó a la criatura como un heredero.

—¿Ese fue Carum? —preguntó Jenna.

Gorum le sonrió, la primera sonrisa generosa que ella obtuviera de él.

—Ése fue Carum. Era pequeño como su madre por lo cual, a diferencia del resto de nosotros, aprendió el arte de las componendas.

—¡Eh, no es tan pequeño! —exclamó un hombre bajo y delgado entre la multitud—. Me saca una cabeza. Eso no es ser pequeño.

—Es posible que sea pequeño —añadió otro—, pero no en vano lo llaman Longbow.

Los hombres rieron ante sus palabras. Incluso Sandor y Marek esbozaron una sonrisa.

Jenna se ruborizó, aunque no estaba segura de cuál era el motivo. Catrona, que se hallaba sentada a su lado, posó una mano sobre la de ella.

—No les prestes atención. Tendrás que acostumbrarte a ello. Cuando los hombres se reúnen siempre hablan con vulgaridad. No significa nada — susurró.

—Significa menos que nada para mí —respondió Jenna—, ya que no sé lo que quieren decir.

—Entones, ¿por qué te has ruborizado como una doncella virginal en un baile de la corte? —preguntó Catrona.

Jenna se miró las manos e hizo girar el anillo de la sacerdotisa en su dedo meñique.

—No estoy segura. ¡Ni siquiera sé lo que es un baile de la corte!

El rey-en-exilio se rió junto con sus hombres y luego bebió un largo sorbo de vino.

—El matrimonio fue el error que Kalas había estado esperando. Un error que podía utilizar directamente en contra del rey. Sólo fue una excusa, por supuesto. De no haber sido eso hubiese encontrado otra cosa. Comenzó a esparcir rumores y éstos iniciaron pequeñas rebeliones: riñas en las tabernas, piedras contra los portales del rey. Lo que Kalas prometía era la pureza de los clanes contra la mezcla de sangre con gente de los Valles. ¡Pureza! ¡Cómo si durante cuatrocientos años no hubiésemos estado procreando bebés a lo largo de los Valles! Eso ha ocurrido desde los primeros días en que nuestros antepasados pusieron un pie en estas islas.

“Yo he criado caballos y hay algo que sé muy bien: si la raza no se renueva, se debilita la estirpe. Los huesos tienden a quebrarse y la sangre se aclara. La gente de los Valles fortalece a los clanes. Mi tío, Lord Kalas, terminará por descubrirlo.

—¡Por el rey! —gritaron dos de los hombres en forma espontánea, alzando sus tazones.

—¡Por el reino! —replicó Gorum, levantando el suyo.

—¡Por los Valles! —brindó Jenna mientras se ponía de pie. Bajo el sol de la tarde, su cabello blanco parecía rodeado por un halo de luz, electrizado por el viento misterioso.

Los demás hombres se levantaron de un salto.

—¡Por los Valles! —gritaron. Sus voces retumbaron de forma extraña contra las paredes rotas y las piedras rajadas—. Los Valles.

Levantaron sus tazones y bebieron el resto del vino en medio de un resonante silencio.

Y en medio de éste comenzó a insinuarse un sonido, unos golpes bajos e insistentes.

—¡Caballos! —gritó Catrona.

Rápidamente, echó mano a la espada, pero Piet fue más veloz.

—Son nuestros —le aclaró, al tiempo que posaba una mano sobre la de ella.

—¿Cómo puedes saberlo? —preguntó Jenna mientras se acercaba a él.

—Nuestros guardias nos hubiesen dado aviso.

—¡Los guardias! —se burló Jenna—. No os dieron aviso de nuestra llegada.

—No lo necesitábamos: dos jóvenes guerreras y una sacerdotisa, junto con tres muchachos desarmados.

—¿Y si matan a los guardias? Eso ha ocurrido en una de las Congregaciones... —Jenna vaciló, recordando a las jóvenes degolladas en Nill—. En ese caso, nadie daría aviso.

—Tú no conoces a los caballos, niña. Los ojos de un hombre pueden engañarse, pero el olfato de un caballo jamás. —Se apoyó un dedo en la nariz—. Sus animales han sido alimentados con avena y los nuestros con pasto. Un caballo puede oler la diferencia. ¡Pero mira! —Señaló a los animales que pastaban tranquilamente al otro lado de los muros—. Parecen contentos.

—¡Oh!

A Jenna no se le ocurrió ninguna otra respuesta. Piet sonrió y le dio una palmada en la espalda.

—Como podrías conocer a los caballos si has pasado la vida encerrada en una Congregación. En cambio yo... fui educado por un hombre rudo, llamado Parke. Con frecuencia sentía el peso de su mano, pero me enseñó muchas cosas que me han mantenido con vida a lo largo de todos estos años.

Hablaba en forma brusca y jovial, pero cuando hubo terminado lo que tenía que decir, se volvió y abandonó la cocina sin que su mano se alejase jamás de la espada.

Como si su movimiento hubiese sido una señal, el resto de los hombres fueron rápidamente a lo que parecían lugares prefijados, y siete de ellos se colocaron alrededor del rey-en-exilio.

Jenna habló rápidamente con sus muchachos.

—Ved cómo esos siete custodian al rey. Haced lo mismo con Petra.

—Yo no necesito custodios —protestó Petra.

—¡Hacedlo! —ordenó Jenna.

Los muchachos obedecieron, Jareth con el cuchillo en la mano. Jenna regresó junto a Catrona.

—No me habías contado lo de Piet —susurró Jenna.

—No me lo habías preguntado.

—No sabía cuál era la pregunta.

—Entones no merecías ninguna respuesta.

Jenna asintió con la cabeza. Catrona había sido su maestra, su guardiana, su hermana, y una de las muchas madres que había tenido en la Congregación Selden. Pero de pronto comprendía que sabía muy poco, que no sabía nada, sobre ella. Y era cierto que nunca había preguntado.

—Y tú ¿por qué nunca me has dicho nada sobre este Longbow que te llama Blanca Jenna y te ha amado durante cinco años? —preguntó Catrona.

—No me lo has preguntado. Además... no hay nada que decir.

—¡Por ahora! —se rió Catrona. Luego, su voz adoptó un extraño tono de seriedad—. ¿Alguna vez Amalda tuvo ocasión de explicarte lo que ocurre entre un hombre y una mujer? ¿O lo ha hecho Madre Alta cuando te preparaba para tu misión? Aunque... —Emitió un sonido explosivo que se suponía debía ser una risa pero que sonaba demasiado amarga para serlo—. Aunque supongo que ésa no sabe nada al respecto. Sólo se quiere a sí misma... y a su hermana sombra. Tal vez debería hablarte de ello... —Miró a Jenna que se ruborizó.

—Ya sé lo que necesito saber.

Catrona asintió con la cabeza.

—Sí, supongo que sí. Y el resto podrás aprenderlo. Pero recuerda el dicho, dulce Jenna “la experiencia no suele ser un maestro bondadoso”.

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