Adolphus asintió, tan familiarizado a esas alturas con mi modo de hacer como para saber que no soltaría prenda. Wren y yo salimos de El Conde y echamos a andar en dirección a poniente.
Cuando por fin entró Grenwald, yo llevaba veinte minutos sentado a oscuras, recostado en la silla de las visitas, con los pies sobre el manchado escritorio de roble que dominaba la estancia. Me preocupaba que pudiera haberse saltado cualquiera que fuese la rutina diaria que debía llevarlo allí y que yo me quedase esperando en su oficina como un gilipollas. Pero valió la pena ver su reacción cuando abrió la puerta, su arrogancia transformada en cosa de medio segundo en una expresión de horror.
Una década había contribuido a encumbrar la posición de mi antiguo superior, aunque no había servido de gran cosa para mejorarle el carácter, o modificar el aspecto de roedor que le confería la mandíbula. La casaca que llevaba era cara pero no le sentaba bien, y su cuerpo, que en tiempos fue firme, podía considerarse gordo en relación con lo que exigía la mediana edad. Rasqué una cerilla en el roble y la acerqué al cigarrillo.
—Hola, coronel. ¿Qué me cuentas?
Cerró la puerta. En realidad, dio un fuerte portazo, confiando en ocultar aquella entrevista a los miembros de su plana mayor.
—¿Cómo coño has entrado?
Sacudí la cerilla con dos dedos e imité el movimiento con la cabeza.
—Coronel, coronel... te confieso que tus palabras me hieren. Que un amigo tan querido se dirija a mí de ese modo... —Chasqué la lengua con desaprobación—. ¿Es así como dos viejos camaradas recuerdan la época que pasaron juntos, unidos por los lazos tendidos por nuestra noble cruzada?
—No, no, claro que no —dijo—. Tan sólo me ha sorprendido verte. Lo siento. —Ésa era una de las cosas graciosas de Grenwald, que en seguida se le veía el plumero.
—Agua pasada no mueve molino —repliqué.
Colgó el sombrero y la casaca de una percha que había junto a la puerta, haciendo tiempo, intentando pensar qué me habría llevado allí, y qué tenía que hacer para que me largara.
—¿Whisky? —preguntó mientras se movía hacia un mueble bar que había en un rincón, donde se sirvió un buen vaso.
—Intento no atiborrarme de licor antes del mediodía, parte de mi nueva vida de aspirante a abstemio. Pero adelante, por mí puedes acabar inconsciente.
Y se puso a ello, inclinando hacia atrás el vaso con un rápido movimiento de muñeca, antes de servirse unos cuantos dedos más y pasar junto a mí para ocupar su silla tras el escritorio.
—Después de la última vez, pensé que ya no volveríamos a hablar —dijo, tragando con dificultad.
—¿De veras?
—Me pareció oírte decir que estábamos en paz.
—¿Eso hice?
—Lo cual no implica, por supuesto, que no me alegre verte.
Rechacé aquella muestra de cortesía con un gesto teatral.
—¿A qué viene todo esto?
—Quizá me ha traído aquí la intención de saludar a mi antiguo comandante —dije—. ¿Nunca te apetece rememorar los viejos tiempos con tus hermanos de armas?
—Pues claro que sí, por supuesto —respondió, deseoso de seguirme la corriente en todo lo que le planteara.
—Entonces, ¿cómo es que nunca me devuelves las visitas? ¿Has ascendido tanto como para olvidarte de tu antiguo subordinado?
Farfulló algo a medio camino de la disculpa y la excusa antes de guardar silencio de nuevo.
Permití que ese silencio mediase incómodo entre nosotros durante unos quince segundos, mordiéndome la lengua para no reír.
—Pero ya que te has ofrecido tan amablemente, resulta que sí hay algo en lo que podrías ayudarme, aunque dudo si pedírtelo, dado que has hecho ya tanto por mí hasta la fecha.
—Tonterías —dijo fríamente.
—¿Recuerdas aquella operación que hicimos a las afueras de Donknacht el día antes del armisticio?
—Vagamente.
—Sí, estoy seguro de que no fue más que una mera anécdota para alguien situado en lo alto de la cadena de mando.Tratando con asuntos logísticos y estratégicos, es normal que uno se olvide de las simples escaramuzas que constituyen los recuerdos de la infantería.
No respondió.
—Necesito averiguar el nombre de todos los hechiceros involucrados en ese proyecto, de todos los que tomaron parte en él, así como de cualquier persona que los adiestrara. El Ministerio de la Guerra habrá conservado un registro.
—De algo así no habrá conservado ningún registro —replicó inmediatamente y sin pensarlo—. Fue algo que se mantuvo al margen.
—O sea, que conservan registro de lo sucedido.
Se apresuró a soltar una excusa para evitar ser manipulado.
—No estoy seguro de que pueda acceder a esa documentación. No creo que la guarden en la biblioteca, junto al resto de la documentación relativa a la guerra. Si está en alguna parte, será bajo llave, en la sección de acceso restringido.
—No creo que eso suponga un obstáculo para el subsecretario del ejército.
—Han cambiado el protocolo —insistió—. No es como en los viejos tiempos. No puedo entrar en los archivos y salir con los documentos bajo el brazo.
—Será tan fácil como sea. O tan difícil. Pero sea como sea, lo harás.
—No puedo... garantizarte nada.
—En esta vida no hay garantías que valgan —repliqué—. Pero lo intentarás, ¿verdad, coronel? Pondrás todo, todo, tu empeño.
Apuró el resto del vaso y lo dejó en la mesa, luego acercó su cara de comadreja a la mía. El licor hacía efecto, inundándolo de un coraje que nunca habría alcanzado estando sobrio.
—Haré lo que pueda —dijo con un tono de voz que no me llenó precisamente de confianza en el resultado del encargo—. Y después quedaremos en paz. No habrá más visitas sorpresa. Habremos terminado.
—Qué gracioso. Lo mismo dijiste la última vez que vine. —Apagué el cigarrillo en el escritorio, y después me levanté estirando el brazo para recuperar la casaca—. Nos veremos, coronel.
Cerré la puerta a mi espalda. Aquel tipo no se merecía mis respetos.
Su secretaria, la misma belleza estúpida que se había dejado engañar con una trola acerca de la guerra para dejarme entrar en la oficina de Grenwald, me sonrió con amabilidad.
—¿Ha podido el coronel ayudarte con tu problema con la pensión?
—No será fácil, pero me echará una mano.Ya conoces al coronel, nada es tan importante para él como sus hombres. ¿Alguna vez te ha hablado de cuando me llevó cinco kilómetros a través de las líneas enemigas, después de encajar un virote en el muslo? Esa noche me salvó la vida.
—¿De veras? —preguntó con los ojos muy abiertos.
—No, claro que no. Nada de eso es cierto —respondí, dejándola más ofuscada de lo habitual cuando salí por la puerta.
Cuando abandoné la oficina de Grenwald, el muchacho se situó a mi lado sin decir una palabra. La reunión había sido una pérdida de tiempo. Grenwald era un gusano y no podía confiar en él para obtener algo tan importante sin tener en cuenta las consecuencias que se derivarían de ello. Eso suponía que tenía que pasar al plan B, y en cuanto al plan B, existía un motivo por el que no le había dado prioridad.
Y se debía a que el plan B implicaba a Crispin, el único contacto que conservaba en un puesto lo bastante elevado, por no mencionar la dudosa posibilidad de que quisiera aceptar mi petición. Tras nuestro último encuentro, la idea de pedirle ayuda me parecía algo nauseabunda, pero el orgullo ocupa una segunda posición detrás de la supervivencia, así que me tragué el mío y eché a caminar hacia donde Adolphus me dijo que había sido hallado el cadáver de la niña.
Me sacó del ensimismamiento una voz que al cabo reconocí perteneciente a Wren. Creo que fue la primera vez que lo oí hablar sin que yo me dirigiera a él previamente.
—¿Qué sucedió cuando te llevaron a Black House?
Durante una cuarta parte de la manzana pensé en cómo responder a esa pregunta.
—Que me enrolé de nuevo al servicio de la Corona.
—¿Por qué?
—Apelaron a mi patriotismo. Haría cualquier cosa por la reina y la patria.
Encajó esta información muy serio antes de soltar una respuesta.
—A mí no me importa nada la reina.
—La honestidad es una virtud sobrevalorada.Y todos amamos a la reina.
Wren asintió mientras cruzábamos el canal. La escena del crimen era un hervidero de actividad a una docena de metros al oeste.
La zona estaba atestada de agentes de la ley, y en contraste con su habitual inclinación por la incompetencia, parecían tomarse en serio lo sucedido. Crispin se hallaba en mitad del caos, junto al cadáver de la niña, tomando notas y dando órdenes. Cruzamos la mirada, pero él volvió a atender sus obligaciones sin dar ninguna muestra de haber reparado en mí. A lo lejos, vi a Guiscard sondear a los testigos en un cruce, y también mariposeaban por ahí algunos de los muchachos que se ensañaron conmigo la última vez, más cómodos ejerciendo la violencia que recabando pruebas para investigarla.
—Quédate aquí.
Wren se sentó en la barandilla.Yo me adentré en el caos, agachándome para evitar el cordón policial y aproximarme a mi viejo compañero.
—Hola, agente.
Me respondió sin levantar la vista de la libreta encuadernada en cuero negro.
—¿Qué haces aquí?
—¿Aún no te has enterado de la última? Te echaba tanto de menos que fui a ver al Viejo para rogarle que me devolviera mi antiguo puesto.
—Sí, ya lo sabía. Crowley me envió un mensajero hará cosa de una hora. Supuse que aprovecharías el tiempo que te procurasen las mentiras de mierda que habías contado a operaciones especiales para salir de la ciudad como alma que lleva el diablo.
—Nunca tuviste fe en mí.
De pronto el cuaderno cayó al suelo y Crispin me aferró de las solapas de la casaca. Me sorprendió que perdiera el temple alguien que, por lo general, era tan dueño de sí.
—No me importa el pacto al que hayas llegado con el Viejo. Éste es mi caso, y no pienso permitir que tus odios se conviertan en un lastre.
Levanté ambas manos para apartar las suyas.
—Por hoy los agentes de la ley ya me han manipulado lo suficiente. Y por gratificante que sea creer que la Corona acaba de descubrir que existe población al sur del río Andel, durante nuestro último caso tu ayuda demostró estar lejos de poder considerarse útil. Que yo sepa, tu trabajo consiste principalmente en acercarte a los cadáveres y fingirte aturdido.
Una vez lo hube dicho me pareció injusto, pero al menos aflojó un poco.
—¿Qué es lo que quieres de mí? —preguntó.
—Para empezar, ¿por qué no sigues adelante e inspeccionas el lugar?
—Hay poco que inspeccionar. Un vendedor de pescado encontró el cadáver cuando se dirigía al muelle. Informó del hallazgo a la guardia, que a su vez nos informó a nosotros. A juzgar por el estado del cuerpo, la niña fue asesinada anoche, y a primera hora de esta mañana se deshicieron de ella dejándola aquí.
Me acuclillé junto a la niña y retiré la manta que la cubría. Era muy joven, más que la primera. Extendido sobre su piel, su cabello me pareció muy oscuro.
—¿Abusaron de... ella?
—El cadáver está limpio, no como el anterior. La única herida es la que le causó la muerte, un corte recto en la garganta.
Cubrí el cuerpo con la manta y me levanté.
—¿Qué ha dicho el adivino?
—Adivina. Nada, aún. Quiere disponer de un rato para trabajar con el cuerpo.
—Me gustaría hablar con él.
Lo meditó con cara de haber masticado algo amargo, pero su permiso era una mera formalidad y ambos lo sabíamos. El Viejo me quería en el caso, y los deseos del Viejo son ley.
—Guiscard tiene pensado pasar por la Caja a última hora de la tarde. Supongo que podrías acompañarlo.
—Eso por un lado —dije—. Por otro, necesito que te hagas con una lista de todos los hechiceros que tomaron parte en Donknacht en la operación Acceso, justo antes de finalizar la guerra.Te costará encontrar sus nombres, pero podrás hacerlo. —Negué con la cabeza—. El ejército es incapaz de deshacerse del papeleo.
Se me quedó mirando antes de agachar la vista.
—Eso es documentación militar. Como agente de la Corona no tengo acceso a ellos.
—Puede que no directamente. Pero dispones de diez años de contactos y el peso de la sangre azul que fluye por tus venas. No pretenderás decirme que no se te ocurre un modo.
Cuando levantó la vista sus ojos eran de cristal.
—¿Qué haces aquí?
—¿A qué te refieres?
—¿Qué haces aquí? ¿Qué haces en esta escena del crimen, en este preciso instante, intentando encontrar al asesino de esta niña? —La ira dio paso al cansancio—. No eres agente, no ejerces ninguna autoridad legal. ¿Qué es lo que pretendes?
—¿Crees que soy un voluntario? El Viejo se disponía a sangrarme, y ésta fue mi única salida.
—Corre. Abandona la parte baja de la ciudad. Si el Viejo te atemoriza, corre, corre y no vuelvas la vista atrás. Me aseguraré de que no se tomen represalias con los tuyos. Tú... desaparece.
Jugué con un guijarro con la punta de la bota.
—¿Qué? ¿No se te ocurre nada ingenioso que decir? ¿No rechistas?
—¿Qué pretendes?
—¿Te has propuesto demostrar que eres mucho más listo que el resto de nosotros? ¿Tienes un plan que no alcanzo a comprender? Sal de aquí.Tú no eres agente. Que yo sepa, no podrías estar más lejos de serlo. Por si acaso has olvidado lo sucedido estos últimos cinco años, permíteme que te lo resuma: eres un drogadicto, un traficante que extorsiona a padres y madres, capaz de acabar con cualquiera que se interponga en tu camino. Te has convertido en todo aquello que odiabas, y no necesito que te entrometas en mi investigación.
—Fui el mejor detective que ha tenido el servicio, y aún estaría dándote mil vueltas si no llego a cabrear de aquella manera a los mandos.
—No conviertas tu fracaso en elección personal. Puede que todo el mundo se trague tus mentiras, pero yo sé por qué no eres agente, y no se debe a que no estuvieras dispuesto a atenerte a las normas.
Pensé en lo divertido que sería volver a arrugarle ese inmaculado uniforme gris.
—No te preocupes, no lo he olvidado. Recuerdo cómo me juzgaste, junto a todos los demás, cuando borraron mi nombre del registro y rompieron mi ojo.
—Nada de eso. Te advertí que no te enrolaras en operaciones especiales, y también te advertí que no te liaras con aquella mujer.