Read B-10279 Sobreviviente de Auschwitz Online
Authors: Enrique Benkel
Pasaba el tiempo, día tras día y no se vislumbraba ningún cambio ni mejoraban las condiciones que imperaban dentro de este campo de concentración. La firma "Steyr" para quien trabajábamos donaba a los internados una vez por mes 10 cigarrillos. Estos tenían una mezcla rara de paja, pero para los presos era un regalo valioso. Los prisioneros que se encontraban desde hacía tiempo en este campo, comentaban que los cigarrillos eran repartidos entre todas las nacionalidades, excepto a los judíos. Sin embargo no nos excluyeron. Por primera vez, sin discriminación, obtuvimos el premio igual que los demás. Para algunos significaba más que el pan diario. Tuvimos más suerte que los de "Gussen 2". La “Messerschmít" excluía a los judíos.
Terminamos el turno y llegamos al campo con 10 cigarrillos. A la entrada del bloque se encontraba Iasek con una boina en la mano y todos los que entraban le regalaban un cigarrillo para evitar ser maltratados. Los nueve cigarrillos que quedaban había que cuidarlos como un tesoro. El valor era alto, por dos se podía obtener una porción de pan o una sopa. Existía un mercado negro para este tipo de intercambio. Estaba ubicado entre los bloques de los ucranianos. Había que ir acompañado y tener mucha precaución. Primero se debía exigir la porción de pan y luego entregar los cigarrillos. Se corría el riesgo de quedarse sin nada.
Al no ser fumadores, con mi compañero de cucheta, planeamos hacer lo siguiente: esperar que a Iasek se le terminaran los cigarrillos y proponerle un intercambio. Con cierto temor le propuse el trueque, por una sopa adicional. Iasek aceptó. Había que entregarle los cigarrillos y ver si cumplía. Efectivamente, se portó mejor de lo esperado. Todas las noches nos tenía guardada una sopa adicional, bien despachada. Para nosotros esto era de gran valor. Paliaba en algo el hambre, que era un martirio constante.
Los días pasaban muy lentamente, todavía hacía bastante frío. Nos tocó el horario nocturno. Doce horas de trabajo continuo. Desde las 7 de la tarde hasta las 7 de la mañana del día siguiente. La noche era insoportable. El frío, congelaba el cuerpo. Le pedí al otro compañero que atendía la máquina de al lado, para que me frotara un poco la espalda, que ya no la sentía. En forma recíproca, recurríamos a este medio, para poder sobrellevar el agobiante frío. Un masaje de vez en cuando aliviaba algo.
Durante tantas horas que había que atender la máquina, solían pasar por mi mente pensamientos de distinta índole. A pesar de que quedé convertido en un robot me di cuenta de que lo que estaba haciendo eran armas que podían ser usadas, justamente, contra quienes podían ser nuestros liberadores. Esto me agobiaba, me torturaba, resistirse significaba ser eliminado. Quedaba sólo este camino, seguir igual que los otros miles de confinados; había en esto más posibilidades de sobrevivir.
Presentíamos que el régimen hitleriano tenía los días contados y había una inquebrantable voluntad de ver la derrota del nazismo.
La noche pasó y a la mañana siguiente y en formación ingresaron todos los presos-esclavos al campo.
Bajando la escalinata, se veía la gran masa de confinados que estaban alistados para atender luego las plantas industriales. Los que habían llegado al campo, después de una larga noche, estaban deseosos de llegar a sus lechos, porque no aguantaban más. Todos se dirigieron a sus bloques y a sus cuchetas para tomar un reposo, después de la dura jornada.
A medio día Iasek ya despertaba a todos. La gente en el bloque tenía necesidad de un par de horas más de descanso. Pero este era un campo de concentración nazi. Iasek apuraba a los presos que estaban haciendo las camas y luego comenzaba a repartir la ración diaria. Consistía en una porción de pan y una sopa. A un presidiario le tocó un pedacito de carne. E5 posible, dijo otro, pues vio arrastrar sobre un carro a tres caballos muertos hacia el recinto donde se cocinaba para todo el campamento. Encontrar en la sopa un trocito de carne, era tener suerte. Después de repartir la ración, Iasek expulsaba a todos al exterior del bloque. Nos exigió que nos quitáramos las camisas para matar los piojos. Amenazaba, que por cada piojo encontrado en la revisación posterior, aplicaría tres latigazos. Los piojos anidaban principalmente en las costuras de las camisas. Estas no se lavaban nunca, ni se cambiaban. No era de extrañar que se llenaran de bichitos.
Vino la revisación y encontraron en mi camisa un piojo. Iasek, cumplió con su amenaza de castigo. Me tocaron los tres latigazos. Como ya me tenía cierta simpatía, de los tres, dos fueron leves, pero el tercero lo aplicó con toda su fuerza. Me quemó el trasero y el disfrutaba. Muy pocos se salvaron de no ser castigados. La hora para formar en la plaza principal se acercaba. De nuevo el turno de la noche aguardaba.
Desde hacía tiempo me estaba llamando la atención un bloque que se encontraba no lejos de la plaza principal. Era un edificio de material de una planta. Por las ventanas del bloque siempre estaban asomadas muchachas jóvenes. Estas chicas miraban para la plaza donde nosotros formábamos. Tenía curiosidad de saber quién era esta gente del sexo femenino, y para qué las tenían allí, y lo pregunté a los que se encontraban desde hacía tiempo en este campo. En concreto, se trataba de muchachas polacas capturadas y prostituidas. Eran mujeres jóvenes y atractivas. Fueron confinadas a ese bloque. Cada una tenía su cuarto con ventana. Parecían bien alimentadas. Siempre estaban encerradas allí. Los SS desde los guardias hasta los capos alemanes presos recibían como premio un pase del comandante del campo para estar con ellas. Siempre las vi asomadas por las ventanas enrejadas.
También me llamó la atención que entre los guardias había numerosos SS que sólo se diferenciaban por los galones negros. Pude saber que eran ucranianos que colaboraban con los nazis. Eran tal vez más severos que los propios alemanes. Cuando se produjo la invasión de Alemania contra la Unión Soviética, centenares de miles de soldados rusos y ucranianos fueron hechos prisioneros. Los alemanes, reclutaron entre ellos voluntarios para colaborar y les fueron ofrecidos puestos internos. Resultaron ser muy efectivos. Miles de ucranianos fueron puestos como guardias de cárceles y campos de concentración. Los nazis confiaban en ellos que se identificaban por los galones negros.
El turno de la noche era una calamidad, un verdadero martirio. El frío penetraba hasta los huesos. ¡Qué aguante tiene el ser humano!
Hasta que llegué a Gussen, creía que sólo mi pueblo tenía la resistencia y la paciencia para soportar este trato inhumano, de los nazis alemanes. Pero en este campo mezclado con tantas nacionalidades tuve que reconocer que todos, indistintamente, tenían la misma voluntad inquebrantable de luchar para sobrevivir. Los confinados, asimilaban los sufrimientos, hasta ser devorados por una enfermedad. Caer enfermo, significaba morir. Una de las enfermedades que acechaban, era la diarrea. Por no haber medios para curarla, sobrevino la disentería. Lo que provocaba diarrea, era la mala alimentación. La pésima calidad de la ración diaria. Me llamó la atención que casi todos los días en cierto lugar de los baños colectivos, estaba tendido un cadáver en el suelo. Si alguno de los presos que había contraído la diarrea no había podido llegar a tiempo al baño y ensuciaba el piso del bloque, una vez descubierto por Iasek se transformaba en su próxima víctima. Iasek, con dos ayudantes ucranianos arrastraban al que era descubierto, al baño. Allí había un barril con agua. Lo sumergían dentro del barril hasta ahogarlo. Me atreví a preguntarle a Iasek por qué lo hacía y él me contestó con furia:
¿Quieres que nos contagie a todos nosotros?
Un muchacho amigo procedente de Rumania contrajo esta enfermedad y estaba preocupado. Hablaba conmigo y me decía que no sabía qué hacer. Si lo descubría Iasek, ya sabía lo que le esperaba. Optó por ir al hospital, pero allí no lo atendieron lo dejaron en el piso de un patio abierto. Ya no toleraba alimento alguno. Era de aspecto delicado y me apenaba verlo desmejorarse por la enfermedad. Luego no lo volví a ver más.
Lo que hacía más estrago entre los prisioneros, era el hambre. El menú diario consistía en una medida estricta, apenas para sostener la vida. Los internados que habían llegado a Gussen desde hacía cierto tiempo se veían muy esqueléticos. Si hubiese venido algún representante del exterior de la Cruz Roja o de alguna otra institución, se hubiese quedado horrorizado del aspecto que tenían los prisioneros de este campo.
Cada tanto traían gente a Gussen de otros campos de concentración para llenar las vacantes. Horrorizaba ver en el recinto donde se encontraba el crematorio cada vez mas cadáveres esparcidos o apilados. Para enfrentar este cruel trato inhumano, había que tener una voluntad inquebrantable para resistirlo. La mayoría demostró tener esa resistencia, pero muchos quedaron por el camino, porque no daban más las fuerzas.
Los alemanes no aliviaban para nada las condiciones y mantenían el severo rigor de continuo. Los días pasaban. Por fin nos iban a cambiar del turno de la noche. Nos pareció que la pesadilla acababa. En esa época nos encontrábamos en el mes de marzo de 1945.
El nuevo turno de trabajo diurno comenzó con dificultades. Justo a mediodía, una sirena potente resonó. Aviones aliados comenzaron a incursionar en esta área. Los alemanes temían que el complejo industrial podía ser el objetivo para un bombardeo. A los presos que se encontraban trabajando en las plantas, se les obligó a abandonarlas de inmediato. Había que buscar refugio y correr hacia los cerros, que se encontraban a una distancia aproximada de un kilómetro. Miles de prisioneros corrían hacia esas elevaciones. Los SS tenían sus métodos para hacer correr a la masa humana. Mantenían un plantel de perros ovejeros y dobermans. Azuzaban a los canes y éstos hacían estragos con sus colmillos. Había que tener mucho cuidado y suerte de no ser mordido por estos perros adiestrados. Otros SS estaban ubicados a lo largo del camino y con látigos castigaban a los presos. Había que guarecerse dentro de las aberturas excavadas en la roca. En la boca de la entrada también llovían latigazos. Había por lo menos entre diez y doce bocas de entrada. Eran enormes túneles excavados dentro de la roca dura. Estos túneles de apreciable profundidad interconectados entre sí, estaban casi terminados. Los alemanes tenían la intención de trasladar toda la planta industrial para resguardarla contra posibles ataques aéreos. En un sector ya habían comenzado a instalar una cadena de máquinas de varias filas. Estas aberturas, a la vez sirvieron para resguardar a los esclavos de mano de obra barata que todavía les eran útiles. Había que permanecer dentro de las excavaciones varias horas hasta escuchar de nuevo el sonido prolongado de la sirena en señal de que había pasado el peligro. Estar en el interior del túnel un tiempo prolongado, era una calamidad. El piso estaba siempre mojado, pues por las paredes agrietadas se filtraba constantemente agua. No había donde sentarse. La humedad interna y el frío eran insoportables. Pero el hecho de que la aviación aliada comenzaba a hacerse presente en esa área, fue un aliciente importante para todos los prisioneros. Las incomodidades que había que soportar, ya no pesaban tanto. La presencia de la fuerza aérea aliada se repetía a diario. Todos los días a la misma llora. El trabajo quedaba interrumpido y había que correr a buscar refugio. Nunca cayó bomba alguna. Pero por precaución, los alemanes prefirieron en caso de bombardeo, tener a esta gran masa humana concentrada dentro de los túneles.
Daba la casualidad que justo cuando se estaba repartiendo la sopa a mediodía en la misma planta, sonó la sirena entrecortada y los de la fila que todavía no habían consumido, se quedaron sin alimento. Este cucharón de sopa era elemental. Se vivía atemorizado porque justo cuando se repartía, podía resonar la sirena y adiós a la porción de sopa, había que dejar todo y emprender la corrida. En varias oportunidades de imprevisto vi pasar en vuelo rasante aviones ingleses sin que sonara nada. Sólo se escuchaba el tableteo de las ametralladoras de los vigilantes del campo que disparaban contra estos aparatos.
De nuevo me hallaba en el refugio antiaéreo y la permanencia se prolongó por más tiempo que otras oportunidades. Encontré una piedra para sentarme, aunque bastante incómoda, pero era mejor que estar parado.
A cierta distancia se encontraban algunos polacos que vociferaban entre ellos y uno del grupo tuvo expresiones antijudías que me resultaron chocantes. En aquellas circunstancias, pensaba yo, que el antagonismo religioso o de otra índole debería de haber sido ya superado, porque también el pueblo polaco había sido bastante golpeado por los nazis.
A medida que transcurría el tiempo sucedían novedades que llamaban la atención. Nos enteramos que los alemanes presos en ese campo por distintas causas podrían enrolarse como voluntarios. El llamado era para movilizar a los que eran aptos para ayudar a la causa de la Alemania nazi. Se presentaron unos cien convictos alemanes los cuales fueron uniformados y ejercitados en las afueras del campo. Todos los días salían acompañados por los SS. Los adiestraban en el manejo de armas. Volvían caminando en formación entonando cánticos militares. La necesidad de movilizar a los alemanes convictos era una clara señal para nosotros, que la guerra no era favorable a la Alemania de Hitler. Este primer contingente improvisado fue enviado de emergencia al frente, para ayudar a contener el avance de los ejércitos aliados. Después de partir eJ primer grupo, fue formado enseguida el segundo. El primero se componía de alemanes convictos por divergencias políticas del régimen nazi. El segundo grupo de alemanes, eran elementos peligrosos, matones o asesinos. Necesitaban movilizar más y más gente; a esa altura todos les venían bien, los llevaban con la promesa de que si Alemania lograba la victoria, quedarían amnistiados. A los del segundo grupo los uniformaron con distinta vestimenta; era de color beige. Más adelante en un comunicado pidieron voluntarios de otras nacionalidades excepto judíos. Se presentaron pocos. Un italiano que trabajaba en mi sector, fue visto como candidato para el registro. Cuando volvió a la planta recibió
una paliza. El italiano todo golpeado por otros presos, vino hacia mí a excusarse explicándome que su verdadera intención era buscar una ocasión para evadirse de este tenebroso campo de concentración. Eran muy pocos los voluntarios que se habían presentado y el plan quedó descartado por los alemanes.
El tiempo transcurría y nuevamente me encontraba en el trabajo nocturno. Doce horas largas, ininterrumpidas, parado al lado de una máquina, colocando y sacando las piezas torneadas. Conste que tenía a mi favor la juventud y el temple, pero no obstante comencé a sentir el desgaste. Esto fue a consecuencia de las perturbaciones intestinales.