Read B-10279 Sobreviviente de Auschwitz Online
Authors: Enrique Benkel
Fui trasladado a otro bloque, esta vez al N0 12. En este barracón no estábamos tan apretujados como en el anterior. Esto fue debido que a medida que salían transportes de los bloques para trabajos forzados, fueron transferidos presos de otros bloques densamente superpoblados, a aquellos en los que había quedado lugar disponible. Las condiciones eran en todos lados igual. A las tres de la madrugada ya nos despertaban en el barracón. Afuera el frío del otoño se hacía sentir. Los presos se agrupaban para protegerse del azote del frío. Nos estábamos acercando al invierno. Traté de introducirme entre la masa humana. Me había llamado la atención que desde el centro del conjunto se elevaba una voz serena. Pude distinguir que se trataba de plegarias que solía escuchar en la sinagoga en otros tiempos. Resultó que era "Yom Kipur" el día del perdón.
Traté de acercarme más para ver al que oficiaba las plegarias. Era un hombre casi esquelético que conocía las oraciones de memoria a pesar de que para este día son bastante extensas. El cántico de Las oraciones a cielo descubierto en Auschwitz era de tal magnitud que conmovió a todos. De los ojos ya resecos de los que estábamos presentes, salían lágrimas, otros lloraban sin poder contenerse. Casualmente no aparecieron capos y el oficiante pudo seguir sin ser interrumpido.
En otra oportunidad, me tocó integrar un grupo para traer al barracón los tachos de sopa. Nos dirigimos hacia la cocina que se encontraba cerca del portón. Este lugar estaba siempre custodiado por un pelotón de los SS. La cocina era todo un complejo. Desde fuera se podía ver los enormes recipientes en fila con instalaciones para cocción a vapor. Era un gran edificio especialmente diseñado para eso. El complejo era atendido por los propios presos, bajo el control de los alemanes. Las latas de 50 litros de comida caliente había que llevarlas a los bloques. A cada barracón ya le era asignada la cantidad correspondiente. El tacho había que llevarlo por las asas entre dos. Los capos repartían latigazos a los que cargaban las latas, exigían moverse con ritmo acelerado. Nos costó mucho esfuerzo llegar hasta el bloque donde los hambrientos ya estaban formando largas filas.
Los días pasaban y uno tenía que aprender y acostumbrarse a esta Vida mísera. Observaba a mi alrededor y me daba cuenta que la historia había retrocedido en varios miles de años. Auschwitz tenía un aspecto igual a Egipto hace milenios, como nos relata la Biblia. Vi carros con enormes rejas tirados por hombres que me parecían esclavos auténticos. En otro sitio vi a desdichados prendidos a los tachos ya vacíos de comida que sacaban con los dedos lo último que podía haber quedado en los bordes del recipiente.
Entre un barracón y otro había un espacio libre donde se formaba para el "appel" dos veces al día. Sólo alrededor del bloque se extendía una faja de pasto. ¡Pobre del que osara sentarse sobre el verde! Prácticamente debíamos estar parados todo4 día. Auschwitz no era sólo un campo de concentración y de exterminio, era un mercado de esclavos. Los que tenían la suerte de quedar con vida, fueron convertidos en verdaderos esclavos y como tales explotados en tareas extremadamente difíciles.
Vinieron empresarios alemanes interesados en adquirir mano de obra gratuita. Frente a nuestro bloque aparecieron dos corpulentos tipos muy bien vestidos, acompañados por un militar de alto rango. Los dos de civil tenían en la solapa la insign4a nazi. Nos dieron la orden de formar, luego empezaron a elegir. Aparentemente estaban interesados en los que tenían un oficio. Cuando me tocó él turno a mí, les dije que era del ramo metalúrgico. Uno de ellos también me pregunto si sabía dibujo. Cuando le contesté que sí, me hizo anotar por el escribiente que tomaba los datos en el acto. En total fuimos elegidos un grupo de unos doscientos hombres. Me sentí afortunado, pues se me presentó la oportunidad de poder saber con vida de este gigantesco campo de exterminio que era Auschwitz. Donde nos iban a llevar., nadie lo sabía.
Algunos capos sustituyeron los ya designados por otros que eran de su preferencia. Por suerte quedé en él grupo. Todos fuimos llevados a las duchas, luego nos dieron otra ropa y por último nos llevaron al lugar donde se efectuaba Él tatuaje. En mi brazo izquierdo me tatuaron un número. Me tocó el Nº B-10279. Con una aguja impregnada en tinta azul pinchaban un poco más de medio centímetro dentro de la carne del brazo. Con gran habilidad lograron el número deseado. Quienes estaban prácticos en eso, eran prisioneros ya desde hace tiempo. Era doloroso y provocó hinchazón por varios días.
- ¿Para qué se tatuaba a los internados?
El número imborrable sustituía al nombre y al apellido. El individuo, grabado con dicho número, de hecho fue convertido en esclavo. En caso de fugarse alguno, éste facilitaría su identificación. Sólo en Auschwitz los nazis utilizaban este método degradante.
- La letra B ¿que significaba?
- Los primeros cien mil fueron tatuados sin letra alguna. Los cien mil siguientes fueron marcados con la letra A y así sucesivamente. Solo fueron tatuados los que pertenecieron a la jurisdicción de Auschwitz. Después de la pequeña tortura nos fue impartida la orden de formar. De nuevo efectuaron controles y conteos, y tras una larga espera fuimos conducidos hacia el portón de salida. Afuera estaban ya preparados dos grandes camiones abiertos. Nos ubicaron sentados muy apretados en el piso de los vehículos. Detrás del camión donde me toco estar, había una cabina a la que subió un vigilante armado con un fusil. El alemán un SS de unos 60 o más años, nos hizo una observación antes de emprender el viaje: que nadie osara levantarse de su lugar, porque él abriría fuego de inmediato Delante de los camiones y también detrás, iban vehículos con guardias armados. Después de recibir la orden de partir, arrancaron.
A medida que avanzábamos, pude ver de nuevo la interminable cantidad de recintos alambrados y vacíos. Todavía estaban en vías de ser terminados para traer grandes masas humanas de otras nacionalidades, con el fin de aniquilar o de esclavizar. En Auschwitz-Birkenau ya habían sido devorados varios millones de seres humanos. Parecía que no había posibilidad de salir con vida. Pero después de estar casi dos meses en este gran campo de exterminio, renació en mi una esperanza, cuando vi que nos estábamos alejando hasta perder de vista a Auschwitz.
Seguíamos viajando y podíamos apreciar el hermoso paisaje campestre, la belleza de los verdes campos, las plantaciones y los bosques. Se veían animales pastando y a agricultores ocupados en sus tareas cotidianas. Todo a simple vista parecía normal. Pero nosotros estábamos en el piso del camión, aprisionados unos contra otros, vigilados y hambrientos. El alemán que nos custodiaba sacó de su bolso un trozo de pan. Con su cuchillo recortó la cáscara y la tiró donde estábamos sentados nosotros. La cáscara fue devorada por los hambrientos. La parte blanda se la comió el SS con sus pocos dientes.
Habían pasado varias horas y todavía seguíamos viajando. Se creó un problema serio, pues los presos no se podían contener más. Nos ingeniamos para orinar en un zapato y el contenido se tiraba por la baranda, ya que el alemán nos había amenazado con abrir fuego contra los que se pararan. El viaje se hizo insoportable, los pies se acalambraban o se adormecían. Cuando comenzó a anochecer, entramos en una zona de Alta Silesia donde había grandes establecimientos industriales. La atmósfera era densa de humo y vapor. Cuando llegamos al destino ya era de noche Bajo el enfoque de reflectores nos hicieron descender, siempre bajo la estricta vigilancia de los SS. Después de largas horas de viaje, sentimos no gran alivio al poder enderezar el cuerpo. Todos fuimos conducidos a un edificio. Era una construcción de dos pisos. Los de la SS ocuparon la planta baja y a nosotros nos destinaron a la planta alta. El edificio era nuevo. En el interior se extendía un largo pasillo o corredor y una cantidad de piezas. En ellas había cuchetas dobles con colchones de paja, frazadas y con un horno metálico a carbón. En la habitación se podía alojar 18 "Heftlingen" presos. Habíamos elegido con otro muchacho -amigo, la cucheta superior; -por ser jóvenes trepábamos con facilidad. Todos quedaron impresionados, ninguno se lo había podido imaginar que íbamos a tener un ambiente con cuchetas y frazadas. Realmente fue una sorpresa para nosotros encontrar todo ordenado y limpio. Estábamos ansiosos de meternos en las cuchetas después del largo e incómodo viaje y tener la satisfacción de estar en una cama después del cansador trajín. Fui despertado por los que dormían debajo de nosotros. Estaban furiosos, pues caía sobre ellos líquido. Desperté a Henejl que compartía la cucheta y efectivamente era él el culpable del hecho. Los compañeros de abajo despertaron a todos y se armó un gran griterío. Cuando se calmaron cambié de cucheta; no la quise compartir más con Henejl.
Al día siguiente todos estábamos deseando saber a qué lugar nos habían traído, como nos iban a tratar y qué tipo de trabajo nos iba a tocar. Después de formar para el conteo, fuimos conducidos hacia un depósito de herramientas de trabajo, a cada uno le tocó una pala y un pico. Un grupo fue designado para levantar él cerco, otro para construir un baño colectivo. Después de reconocer el terreno, se logró averiguar por medio de un SS accesible, que nos encontrábamos en la Alta Silesia, unos doce kilómetros de una pequeña ciudad: Rybnik. Era una localidad fronteriza polacoalemana de antes de la guerra.
La intención de los alemanes consistía primero en cercar el campo con postes y alambrados de púas. Segundo, levantar más construcciones para dar cabida a varios miles de nuevos presos.
Fui designado para servir de ayudante a un polaco de la zona. El polaco no preso era albañil contratado, y mi tarea era arrimarle ladrillos y preparar mezcla. Había muchos de ellos para estas obras. Era difícil entenderlos, pues hablaban un polaco fronterizo. El trato de ellos hacia nosotros era indiferente. El comandante de este nuevo campo de concentración era un militar alemán de alto rango, probablemente un coronel de la SS.
A mediodía llegó una cocina militar ambulante, tirada por un caballo. Había que formar fila. Previamente se repartieron recipientes nuevos y cucharas. A cada uno le tocó un litro de sopa caliente. El comandante alemán supervisaba para que todo marchara correctamente. Aunque recibí una fuerte bofetada de él que casi me arrancó la cabeza, no le guardé rencor. En relación a otros SS era menos cruel. Con su uniforme impecable, el comandante era un militar nato. Siempre se le veía con guantes de cuero y no se separaba de su fusta. Solía observar el estado de las prendas de vestir de los "Heftlingen". A los que tenían vestimenta rota o descosida, los mandaba inmediatamente al depósito a cambiarse. Hablaba un alemán muy claro. A los que veía haraganeando les gritaba de lejos esta frase: Pass auf Mensch, wenn ich dran komme.
-¡Ten cuidado hombre que enseguida estaré allí!
A los militares que se les designaba ser jefe de un campo de concentración, tenían que ser allegados de Himmler o de otro jerarca nazi, pues eran elegidos los de suma confianza.
El trabajo de obra resultó muy duro para mí. Era un muchacho frágil para esas tareas. Después de doce horas diarias de dura labor, sentía dolores en todo el cuerpo. Pasaron varios 4ías y fui elegido con otros jóvenes para tareas de limpieza. Los cuartos donde dormían los presos había que mantenerlos bien limpios. Las camas tenían que estar impecables. Los pisos había que lavarlos a diario, tanto los de las piezas como los pasillos. Había que mantener encendidas las estufas. Estábamos bien abastecidos de carbón, pues en esta zona se encontraban yacimientos carboníferos. Aunque estábamos todavía en otoño, el frío ya se hacia sentir. En el aspecto laboral m4oré notablemente. Con los otros muchachos me llevaba bien, eran como de la fainilla. En realidad tratábamos de no hacer nada. Nos agrupábamos alrededor de una de las estufas y basta nos dimos en algún momento el lujo de contar chistes o ridiculizar a los nazis. Pero siempre con precaución uno del grupo tenía que estar atento, por si de imprevisto aparecía algún capo o un SS. Si se acercaba alguno de éstos ya teníamos preparados baldes de agua. Si era necesario los vertíamos en los pisos para aparentar que se trabajaba en forma febril.
¿Qué pasaba si alguien se enfermaba?
Atención sanitaria no había. Una vez por semana venía desde la central Auschwitz, una ambulancia que era una camioneta de la Cruz Roja que se llevaba a los enfermos y a los muertos. Todas las semanas había bajas. Los enfermos no tenían salvación, se los podía considerar muertos. Un compañero que dormía en la misma pieza y con el que habíamos trabado amistad, enfermó de pulmonía y se encontraba en un estado muy grave. El comandante del campo se enteró y vino a ver al enfermo. Le preguntó si podía bajar para el "appel", conteo. El enfermo no se lo aseguró. Si no estaba en condiciones de bajar de la cucheta, se lo llevaría la ambulancia que había llegado ese día. Cuando se fue el alto oficial nazi, llamé a Henejl para que me ayudara a llevar al enfermo. El hombre apenas se podía tener en pie. Se apoyaba sobre nuestros hombros. Nos ubicamos entre el grupo que ya estaba formado. Cuando empezó el conteo por un SS, rogué al enfermo para que hiciera el esfuerzo de quedarse erguido un instante Apenas terminó, tuvimos que agarrai4o, porque no podía sostenerse más tiempo. La ambulancia se fue y el compañero de pieza se salvó. Pasaron algunos días y el que había contraído pulmonía sanó completamente. (Apenas terminada la guerra, tuve oportunidad de ver a esta persona y recordamos juntos aquél episodio).
Pasaron algunas semanas desde mi llegada a ese campo de trabajo La principal tarea del primer contingente de presos era terminar el otro bloque contiguo. La obra creció con ritmo acelerado. Los materiales necesarios se traían de la estación ferroviaria cercana. Bajo la vigilancia de los SS, salían grupos de prisioneros que tenían la tarea de descargar de los vagones: ladrillos, arena, cemento, hierro y otros elementos.
En un descuido de los vigilantes, un prisionero logró
evadirse. El grupo volvió al campo con uno menos. La desesperación de los alemanes y principalmente del comandante nazi era enorme. Un comando SS salió en su búsqueda, pero sin resultado. Si lo hubiesen encontrado lo habrían colgado en la plaza en presencia de todos. El caso fue notificado ala central de Auschwitz. Al día siguiente llegó una vasta comisión investigadora. A quien le costó el puesto fue al jefe del campo. El comandante nazi quedó destituido.