—En realidad —dije con cautela—, el señor Stukey les ha mantenido bajo un severo control. Pero él solamente es un hombre, no todo el Departamento. Y pienso que nosotros hemos contribuido a que su trabajo se volviese bastante ingrato. Ha habido muy poco o ningún reconocimiento al trabajo bien hecho. No ha habido ningún incentivo para limpiar la ciudad como realmente se necesita.
—¿Incentivo? ¿Reconocimiento? —Siguió mirando a Stukey con el ceño fruncido—. Él recibe un salario bastante considerable, si no recuerdo mal. ¿Por qué debería…?
—¿Acaso no lo necesitamos todos, señor? ¿No necesitamos todos algo más que simple dinero? Por esa razón, hemos tenido aquí algo peor que una falta de incentivo. No sólo no ha habido estímulo para hacer algo positivo con respecto a los delitos locales, sino que han existido todos los estímulos para permanecer de brazos cruzados. Creo que sabe de qué estoy hablando, señor. Usted es una persona muy sensible al buen nombre de Pacific city. El Departamento de Policía también lo sabe, como todos nosotros. Naturalmente, la tendencia ha sido la de ocultar estos delitos en lugar de exponerlos al público y erradicarlos.
No le gustaron mis palabras. Al señor Lovelace —y todo debe decirse— no le agradaban nada las críticas, ya fuesen directas o implícitas. Así que, después de dejar que sufriera un momento, lo saqué del apuro.
—Por supuesto, no estoy disculpando al señor Stukey. En última instancia, la culpa es en gran parte, si no totalmente, de él. Él escogió el camino más fácil, el curso que ofrecía menos resistencia. Después de todo, señor, no ha sido precisamente agradable plantearle a usted todos estos hechos. Pero pensé que era mi obligación hacerlo. No podía seguir postergándolo, teniendo en cuenta los acontecimientos que se han producido esta noche. Además, sabía que usted, señor, independientemente de sus sentimientos personales, sólo tiene respeto y admiración por el hombre que cumple con su deber.
Lovelace resopló ligeramente. Un poco de su abatimiento desapareció de sus hombros.
—Tiene razón, Brown. Y… gracias por el cumplido. Espero, naturalmente, que la situación no sea tan mala como usted cree… ¿Qué me aconseja?
—Resolver este asesinato —afirmé— sería el primer trabajo en nuestra agenda. Al menos, no deberíamos dejar ninguna piedra en su sitio hasta resolverlo. Queremos decirle al mundo que en Pacific City no nos tomamos el asesinato a la ligera.
Suspiró, dudó un momento, y luego asintió con vehemencia.
—Sí, sí. Por supuesto. Usted, señor… Stukey, ¿verdad? ¿Qué piensa hacer con respecto a este asesinato?
—¿Qué asesinato? —gruñó Lem sombríamente—. Él dice que ha sido un asesinato, no yo.
—¿Cómo es eso? ¿Señor Brown…?
—El señor Stukey es un conservador —dije—. En un par de ocasiones llegó a conclusiones equivocadas y eso le ha vuelto extremadamente prudente. Me gustaría que hubiese sido un accidente, señor, pero no dudo que estará de acuerdo conmigo en que no pudo haber sido…
Expliqué las circunstancias en que había sido encontrado el cuerpo, haciendo hincapié en la ausencia casi total de huellas dactilares. El señor Lovelace asintió gravemente, mirando con irritación a Stukey.
—Evidentemente ha sido un asesinato, una persona mentalmente perturbada… ¿No está de acuerdo, señor? ¿Insiste en su peregrina teoría…?
—No descarto ninguna posibilidad —dijo Lem apresuradamente—. Los chicos de la isla están trabajando sobre la hipótesis del asesinato. Pensé que tal vez… tal vez podría tener una pista del asesino, pero… seguiré investigando, señor Lovelace. Pondremos ese lugar patas arriba.
—Bueno, debería haber pensado en eso —exclamó Lovelace—. ¡Un accidente! ¿Qué fue lo que le llevó a pensar que…?
—Sólo trataba de examinar todas las posibilidades, señor Lovelace. —Stukey casi gemía—. Como ya he dicho, no descarto ninguna posibilidad.
Lovelace resopló con irritación y me miró. Yo dije que tenía absoluta confianza en la habilidad del señor Stukey para manejar el caso.
—No estoy seguro de que necesite o quiera sugerencias de mi parte, pero…
—¡Naturalmente que sí! ¿Por qué no?
—Bien —continué—, me parece que ambas cosas están relacionadas, es decir, la resolución del asesinato y la limpieza de la ciudad. Creo que todo delincuente conocido o sospechoso, cada persona que no tiene una razón justificada para estar en la ciudad, debería ser detenida e interrogada. Es probable que el asesino se encuentre entre ellas. Si no fuese así…, bueno, al menos habremos hecho todo lo que estaba en nuestras manos. De todos modos, tan pronto como los sospechosos sean eliminados, deberá ordenárseles que abandonen la ciudad y no vuelvan.
—Excelente —dijo Lovelace con firmeza—. ¿Está claro para usted, Jefe?
Lem Stukey vaciló, pero sólo durante una fracción de segundo.
El señor Lovelace podía ser un estúpido, pero en Pacific City no se le decía que no cuando él pedía un sí.
—Perfectamente —dijo—. Clint y yo nos entendemos de maravilla.
El señor Lovelace se puso de pie. Volvió a estrecharme la mano, luego enfiló hacia la puerta rodeándome el hombro con su brazo.
—Yo… —hizo una pausa—. Yo… se me ha ocurrido que nos hemos mostrado un poco desconsiderados aquí, esta noche. Usted ha perdido a su… —ella, después de todo, era su esposa— y bajo unas circunstancias ciertamente trágicas. Y sin embargo hemos permitido que usted… nos hemos dirigido a usted para…
—Soy un hombre del Courier —dije— simplemente he tratado de actuar como sé que usted lo hubiera hecho.
—Yo… bueno… temo que usted me atribuye un mérito excesivo. En su caso, yo… ¿Se siente completamente bien? Estaba pensando que… bueno…, el shock, ya sabe. Me gustaría poder enviarle a mi médico personal si…
—Gracias, señor —respondí—, pero creo que lo peor ya ha pasado. Ahora se trata fundamentalmente de rezar, de consultar el espíritu, de elevarse por encima de la tragedia personal, intentando llevar una vida nueva y más satisfactoria.
—Bien…
—Hacia adelante y hacia arriba —dije—. Ésa es la respuesta, señor. Mi cabeza en las nubes, mis pies firmes en la tierra.
Le ayudé a entrar en el coche y cerré la puerta. Dave me cogió del brazo y me apartó unos metros.
—No sabes cuánto lo siento, Brownie. Sé todo… lo que sentías por ella.
—¿Por una mujer que no era mi esposa? —dije—. ¿Un error de juventud? ¿Una prostituta? ¿Una…?
—¡Brownie!
—¿Sí, coronel?
—¿Hay algo que yo…? ¿Quieres que me quede esta noche para hacerte compañía?
—¿Por qué no? —dije—. Podríamos hablar de los viejos tiempos, la alegre época del ejército cuando…
Me soltó el brazo, casi como arrojándolo lejos de él. Luego logró contenerse y volvió a intentarlo.
—Hiciste un buen trabajo con Stukey, compañero. Lo que has hecho… Ellen se hubiera sentido orgullosa de ti.
—Lo dudo —bromeé—. Tendré que preguntárselo la próxima vez que la vea.
—¡Cogeremos al tipo que lo hizo, Brownie! Presionaremos a Stuke hasta que…
—Sí —dije—, le cogeremos. Alguien le cogerá.
—Bueno… ¿Estás bien? ¿No quieres que te envíe un médico?
—Envíame un cirujano —dije—. Me siento agobiado y se me caen los cojones.
Dio media vuelta y se alejó.
Regresé a casa. Lem Stukey se había instalado en el sofá y estaba bebiendo un trago de la botella.
—Bien chico. —Ya no parecía derrotado. Al contrario, parecía satisfecho, y yo sabía por qué—. Parece que tendremos que encontrar un asesino, ¿verdad?
—No necesariamente —dije—. Nosotros, o mejor dicho, tú tendrás que buscar uno. Tendrás que darte una vuelta por donde está toda esa gentuza y descartarlos como sospechosos, expulsándoles de Pacific City.
—Por nada, ¿eh? Echo a patadas a todos esos indeseables de la ciudad y no obtengo nada a cambio. Eso no me parece razonable, Brownie. Me gustaría que me acompañaras… diablos, ¿acaso no voy siempre acompañado de un amigo? Pero tú tienes que…
—Yo no tengo que hacer nada —dije—. He estado contigo demasiado tiempo, Lem. Ahora no quiero saber nada más.
—Pero ¿por qué? ¿Estás enfadado por lo de esta noche? Jesús, compañero, no puedes culparme por…
—No te culpo. No estoy enfadado —dije—. Al menos, no como te imaginas. Algo muy malo ha sucedido; y debe ser compensado. Es la explicación más aproximada a lo que quiero decir.
—¿Y qué papel juego yo en todo esto? ¿Qué gano yo?
—Nada más que lo que te mereces. Para decirlo brevemente, no consigas un asesino que no lo es. No busques a un pobre diablo, deficiente mental, y le arranques una confesión. No resultaría, Lem, aun cuando yo te permitiera hacerlo. Sabemos que el asesino es alguien muy inteligente. Serías el hazmerreír de toda la ciudad si trataras de cargarle el mochuelo a uno de tus cabezas de turco.
—¿Sí? —Sus ojos brillaron de ira—. Entonces imagina que le cargo el mochuelo a un tipo listo. A alguien como tú.
—Hazlo —afirmé—, y volveremos a discutir el asunto otra vez.
Se puso de pie, aplastando el sombrero contra su cabeza. Se acercó lentamente y yo crucé las piernas, colocando un pie en línea con su entrepierna. Deseé que intentase algo, pero estaba seguro de que no lo haría.
No lo hizo.
—Mira, Brownie. ¿No ves lo que me estás haciendo, compañero? No se trata solamente de no conseguir el reconocimiento de la gente… de darme con la cabeza contra la pared y perder todo ese dinero fácil y no conseguir ningún reconocimiento por no haber resuelto el asesinato. Eso ya es bastante malo, pero no se trata solamente de eso.
—No —dije—, no se trata solamente de eso.
—Lo entiendes, ¿verdad? Si no atrapo al asesino…
—Si no atrapas al asesino…, o, digamos, hasta que atrapes al asesino, tendrás que seguir buscándole. No podrás dejar que las cosas vuelvan a ser como antes. Sí, lo entiendo, Lem, y ahora tú también lo entiendes, creo que será mejor que te largues.
Se marchó, entre maldiciones. Esperé hasta oír cómo el coche se alejaba y luego me quedé unos minutos en la entrada.
Hacía una hora que había dejado de llover, y ahora la luna y algunas estrellas brillaban en el cielo. El aire era limpio y fragante. Respiré profundamente varias veces. Me volví para echar un vistazo al reloj de la cocina. Apenas unos minutos después de la una, pero parecía que habían pasado años desde que.
Sí, apenas unos minutos después de la una…
Cerré la puerta con llave. Fui al dormitorio y encendí la luz. Luego apagué las luces de la sala. Cuando regresaba al dormitorio me dejé caer en el sofá y rompí a llorar.
Por nada, en realidad; supongo que podría decirse que por nada en especial. Ciertamente no por un problema. ¿Cómo se puede llorar por un problema? ¿O por una respuesta… si es que había una respuesta? Lloraba porque… sólo porque, así como lloran los niños, así como ella acostumbraba a llorar…
Porque las cosas eran de una determinada manera, tal como eran…
Después de un rato, me levanté y fui a la cocina. Partí cuatro huevos dentro de un vaso, llené el vaso con whisky y me tragué la mezcla. Permanecí muy quieto durante un momento, tragando rápidamente, permitiendo que se asentara. Cuando estuve seguro de que los huevos ya habían tocado fondo, bebí otro trago y encendí un cigarrillo.
Había pasado otro momento muy largo, al menos diez años. Pero el reloj decía las dos menos veinte. Volví a llenar el vaso con whisky y me puse a limpiar la cocina.
No era mucho lo que había que hacer, considerando que el hollín es prácticamente imposible de erradicar y mis comidas en casa se reducen fundamentalmente a huevos, leche y café. Pero hice lo poco que había que hacer: fregar la pileta, quitar la suciedad del escurridero de los platos y de la cocina, barrer el suelo, etc. Tiré las cáscaras de los huevos al cubo de la basura y llevé todo al incinerador. Demoré un par de minutos después de dejar caer la basura, contemplando las vías. Suelo quedarme en ese lugar por la noche, en la barranca que domina los raíles, mirando los trenes que pasan, preguntándome si no sería mejor que…
Pero el último tren nocturno había pasado hacía casi dos horas. El último era el tren mixto, una mezcla de tren de carga y de pasajeros que salía de Pacific City a las once y media y llegaba a Los Ángeles seis horas más tarde. No pasaría otro hasta las siete y cuarenta y cinco.
Regresé a la casa y puse el cubo de la basura en su lugar. Llené mi vaso nuevamente y continué mi trabajo en la sala de estar.
La limpié: las dos y cuarto.
Limpié el dormitorio: dos y treinta y cinco.
Me esforcé por limpiar el cuarto de baño (esa parte de la casa que había convertido en un cuarto de baño): dos y cuarenta y tres.
Había colocado una gran cacerola con agua sobre dos quemadores de la cocina. Cuando estuvo hirviendo, la llevé al cuarto de baño, me subí a la vieja banqueta de hierro y, extendiendo el brazo hacia arriba y hacia afuera, dejé caer el agua en un recipiente de veinticinco litros que estaba colocado en un estante cerca del cielorraso.
Me desnudé y me coloqué debajo del recipiente. Tiré de una cuerda y el agua cayó a través de un agujero que le había hecho en el fondo.
Me vestí y salí del cuarto de baño.
Acabé mi tarea a las tres y siete. Y nunca había estado más despierto en toda mi vida.
Obviamente, había llegado el momento de tomar medidas inflexibles. Las tomé… dos vasos llenos, uno detrás de otro.
Entonces me fui a dormir. O, debería decir, perdí el conocimiento. No lo recobré hasta pasadas las siete, cuando el teléfono comenzó a sonar.
Me senté en la cama y lo miré. Murmuré qué diablos y basta ya, por el amor de Dios, pero el teléfono siguió sonando. Me restregué los ojos y busqué la botella de whisky. Estaba vacía, de modo que fui a la cocina y abrí otra. Regresé a la sala de estar y me senté en el suelo, delante del teléfono. Bebí un par de tragos, encendí un cigarrillo y cogí el auricular.
Grité ¡Hola!, con todas mis fuerzas.
Se oyó un ruido en el otro extremo de la línea, y luego a alguien que respiraba pesadamente. Ese alguien era Dave Randall.
—Brownie… ¡Hola, hola, Brownie!
—No grite de ese modo —dije—. Me lastima los oídos, coronel.
—Detesto tener que molestarte, Clint, pero… ¿puedes venir un rato?
—¿Ir? ¿Quiere decir a trabajar?
—No lo hagas si no te sientes con fuerzas, pero estoy escaso de personal. Tengo a tres personas trabajando en el Departamento de Policía —nuestro amigo Stukey se ha tomado en serio la limpieza de la ciudad— y con Tom Judge enfermo…