Asesinato en Mesopotamia (25 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Asesinato en Mesopotamia
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Di una ojeada a mi alrededor y me asaltó el pensamiento de que lo que acababa de decir monsieur Poirot era cierto. Estábamos empezando un viaje. Nos encontrábamos entonces todos reunidos, pero nos dirigíamos a distintos sitios.

Contemplé a cada uno como si en cierto aspecto los viera por primera... y por última vez. Parecerá estúpido, pero tal fue lo que sentí.

El señor Mercado se retorcía los dedos nerviosamente. Sus extraños ojos claros, de dilatadas pupilas, estaban fijos en Poirot. La señora Mercado no perdía de vista a su marido. Tenía un aspecto raro, como el de un tigre dispuesto a saltar. El doctor Leidner parecía haberse encogido. Este último golpe lo había destruido. Podía decirse que no estaba en aquella habitación. Se encontraba en un sitio muy lejano, de su exclusiva propiedad. El señor Coleman miraba fijamente al detective. Tenía la boca ligeramente abierta, y los ojos parecían salírsele de las órbitas, con una expresión medio atontada. El señor Emmott tenía la vista fija en la punta de sus zapatos y no pude verle claramente la cara. El señor Reiter parecía estar aturdido. Con los labios fruncidos, como si fuera a echarse a llorar, se parecía más que nunca a un cochinillo.

La señorita Reilly seguía mirando por la ventana. No sé en qué estaría pensando.

Luego observé al señor Carey, pero la expresión de su cara me lastimó y aparté la mirada. Allí estábamos todos. Tuve el presentimiento de que cuando monsieur Poirot acabara de hablar, todos seríamos diferentes por completo... Era una sensación extraña...

Poirot siguió hablando sosegadamente. Sus palabras eran como el agua de un río que discurre apacible... camino del mar.

—Desde el principio me di cuenta de que para comprender este caso no debían buscarse pistas o signos aparentes, sino la verdadera pista del conflicto entre personalidades y de los secretos del amor.

»Debo confesar que, aunque he conseguido hallar lo que yo considero que es la verdadera solución del caso, no tengo pruebas materiales en que apoyarme. Sé que es así, porque debe ser así. Porque de ninguna otra manera pueden ajustarse los hechos y quedar ordenados donde corresponden.

Hizo una pausa y luego prosiguió:

—Empezaré mi recorrido en el momento en que me ocupé del asunto; cuando se me expuso como un hecho consumado. Cada caso, en mi opinión, tiene un aspecto y una forma. El nuestro giraba todo él alrededor de la personalidad de la señora Leidner. Hasta que no se supiera exactamente qué clase de mujer era, no sería capaz de decir por qué fue asesinada y quién la mató.

ȃste, pues, fue mi punto de partida. Su personalidad.

»Había también otro punto interesante, bajo un aspecto psicológico. El curioso estado de tensión que existía, según me describieron, entre los de la expedición. Esto lo confirmaron varios testigos, algunos de ellos ajenos a esta casa; y yo tomé nota de ello, pues también era un punto de partida, y aunque débil, debía tenerlo presente en el curso de la investigación.

»La opinión general parecía ser que aquello era el resultado de la influencia de la señora Leidner sobre los demás componentes de la expedición; pero por razones que más tarde expondré, esto no me parecía aceptable.

»Para empezar, como dije, me concentré sólo y exclusivamente en la personalidad de la señora Leidner. Tenía varios medios para ello. Podía comprobar las reacciones que producía ella en cierto número de personas, diferenciadas grandemente entre sí, tanto en carácter como en temperamento; y además, contaba con todo lo que podía recoger yo con mi propia observación. El alcance de esto último era limitado. Pero me enteré de ciertos hechos.

»Los gustos de la señora Leidner eran sencillos y hasta austeros. No la trastornaba el lujo. Por otro lado, vi que una labor de bordado que había estado haciendo era de una belleza y finura extraordinarias. Eso daba a entender que era una mujer de gusto refinado y artístico. Por la observación de los libros que guardaba en su dormitorio formé una opinión más amplia de ella. Era inteligente y, además, según imaginé, sencillamente egoísta.

»Se me había sugerido que la señora Leidner era una mujer cuya mayor preocupación era atraer a los hombres... que era, en resumen, una coqueta. No creí que éste fuera el caso.

»En un estante de su habitación vi los siguientes libros: ¿Quiénes eran los griegos?, Introducción a la relatividad, La vida de lady Hester Stanhope, La vuelta a Matusalén, Linda Condon y La procesión de los cantarillos.

»Estaba interesada, por una parte, en temas culturales y científicos, es decir, denotaba su lado intelectual. La novela Linda Condon y en menor grado La procesión de los cantarillos parecían demostrar que la señora Leidner sentía simpatía e interés por la mujer independiente no dominada ni engañada por el hombre. También sentía interés por lady Hester Stanhope. Linda Condon es un exquisito estudio de la adoración que siente una mujer hacia su propia belleza. La procesión de los cantarillos es un ensayo sobre una individualista apasionada. La vuelta a Matusalén es una obra que simpatizaba abiertamente con la postura intelectual ante la vida, más que con la emocional. Juzgué entonces que empezaba a comprender a la señora Leidner.

»Después estudié las reacciones de los que formaban el círculo de relaciones más próximas a ella, y a mi juicio se completó.

»Me convencí, por lo que deduje de los relatos del doctor Reilly y los demás, de que la señora Leidner era una de esas mujeres dotadas por la naturaleza, no sólo de belleza, sino de una especie de hechizo fatal que a veces acompaña a la hermosura, pero que puede, desde luego, existir sin ella. Tales mujeres, por lo general, dejan tras de sí una estela de hechos violentos. Llevan consigo el desastre; en ocasiones para los demás, y a veces para ellas mismas.

»Estaba seguro de que la señora Leidner era una mujer que ante todo sentía una profunda adoración por ella misma y que disfrutaba grandemente ejerciendo su autoridad. Dondequiera que estuviese, debía ser ella el centro del universo. Y todos los que la rodeaban, hombres o mujeres, tenían que sentir su influencia. Esto resultaba fácil con algunos. La enfermera Leatheran, por ejemplo, que es una mujer de generosa disposición, con imaginación romántica, fue capturada al instante, y sintió de buen grado una gran inclinación hacia ella. Pero existía otro método con el que la señora Leidner ejercía su influencia: el miedo. Cuando la conquista era demasiado fácil daba gusto a su naturaleza de una manera más cruel; aunque debo insistir en que no era lo que pudiéramos llamar una crueldad deliberada. Era tan natural e inconsciente como la conducta de un gato con un ratón. Al volver en sí de estos extravíos, era exactamente amable y muchas veces se salía de sus costumbres para realizar acciones caritativas.

»Después, desde luego, el problema más importante y apremiante que debía resolver era el de los anónimos. ¿Quién los había escrito y por qué? Me pregunté entonces: "¿Pudo escribirlos la señora Leidner?".

»Para contestar a esta pregunta era necesario volver atrás un gran trecho; volver, en resumen, a la fecha del primer matrimonio de la señora Leidner. Aquí es donde, en realidad, empezamos nuestro viaje. El viaje de la vida de la señora Leidner.

»En primer lugar debemos convencernos de que la Louise Leidner de aquellos años era, en esencia, la misma Louise Leidner de ahora.

»Entonces era joven y bella, con esa belleza etérea que afecta al espíritu y los sentidos de un hombre, mucho más que cualquier belleza material. Era ya, además, una egoísta.

»Tales mujeres, como es natural, repudian toda idea de matrimonio. Pueden sentirse atraídas por los hombres, pero prefieren pertenecerse a sí mismas. Son las verdaderas "Altivas e Ingratas Señoras" de las leyendas. Pero a pesar de ello, la señora Leidner se casó; y creo que, por ello, podemos presuponer que su marido debió ser un hombre de cierta fuerza moral.

»Luego salieron a la luz sus actividades subversivas y ella obró en la forma que contó la enfermera Leatheran. Informó al Gobierno de lo que ocurría.

»Opino que en su forma de obrar hubo un significado psicológico. Le contó a la enfermera que era entonces una muchacha llena de fervor patriótico y que este sentimiento fue la causa de su acción. Pero es cosa sabida que la tendencia de todos es engañarse respecto a los motivos de las propias acciones. De una forma instintiva elegimos el motivo más altisonante. La señora Leidner pudo creer que era el patriotismo lo que la inspiró, pero estoy convencido de que aquello fue la forma de expresar un oculto deseo de desembarazarse de su marido. Odiaba ser dominada... no le gustaba la idea de pertenecer a otro; en resumen, no le apetecía desempeñar un segundo papel. Se escudó en el patriotismo para ganar su libertad.

»Pero en el fondo de su conciencia había un torturante sentimiento de culpabilidad, que debía jugar un importante papel en su destino futuro.

»Y llegamos ahora a la cuestión de los anónimos. La señora Leidner era muy atractiva a los ojos de los hombres. En varias ocasiones ella se sintió también atraída por ellos, aunque en cada caso jugó su parte uno de los anónimos y el asunto no pasó adelante.

»¿Quién escribió aquellas cartas? ¿Frederick Bosner, su hermano William o la propia señora Leidner? Cualquiera hubiese podido ser.

»Para cada una de esas teorías existe una buena explicación. Me parece evidente que la señora Leidner era una de esas mujeres que pueden inspirar devociones ardientes en los hombres; una devoción que puede acabar en obsesión. No estimo disparatado creer en un Frederick Bosner para quien Louise, su esposa, importaba más que nada en el mundo. Ella le traicionó una vez y él no se atrevía a acercársele abiertamente, si bien estaba dispuesto a que no fuera de nadie más. Prefería verla muerta a que perteneciera a otro hombre.

»Por otra parte, si la señora Leidner sentía una profunda aversión a ligarse con el lazo del matrimonio, parece posible que hubiera elegido aquella manera de excusar toda postura difícil. Era una cazadora a quien no le interesaba lo más mínimo la caza una vez abatida. Como ansiaba mezclar el drama con su vida, inventó uno a su entera satisfacción. Un marido resucitado que prohibía todo posible enlace matrimonial. Aquello satisfacía sus más profundos instintos. Hacía que apareciera ante todo como una figura romántica; como una heroína de tragedia. Y le permitía además presentar una poderosa excusa para no volver a casarse.

»Tal estado de cosas continuó durante cierto número de años. Cada vez que asomaba el matrimonio, recibía una carta amenazadora.

»Pero ahora nos encontramos con un punto de verdadero interés. Salió a escena el doctor Leidner, mas entonces no llegó ninguna carta. Nada se interpuso entre ella y el matrimonio. Nada; hasta que después de casada, recibió uno de los anónimos.

»Y en seguida nos preguntamos... ¿por qué?

»Consideremos por turno cada una de las teorías.

»Si la señora Leidner escribió ella misma las cartas, el problema se explica fácilmente. Quería casarse con el doctor Leidner, y con él se casó. Pero en tal supuesto, ¿por qué se escribió ella misma una carta después de la boda? ¿Era tanto el deseo de dramatizar su vida? ¿Y por qué solamente dos cartas? Después de aquello no recibió ninguna hasta hace año y medio.

»Centrémonos ahora sobre la otra teoría; la de que las cartas las escribió su primer marido, Frederick Bosner, o el hermano de éste. ¿Por qué se recibió la carta amenazadora después del matrimonio? Parece probable que Frederick no quisiera que ella se casara con Leidner. ¿Por qué, entonces, no impidió la boda? Lo había conseguido en ocasiones anteriores. ¿Y por qué, habiendo esperado a que el matrimonio se consumara, reanudó sus amenazas?

»La respuesta, poco satisfactoria, es que no tuvo ocasión de interponer más pronto su protesta. Tal vez estuvo en la cárcel, o en el extranjero.

»Luego, debemos considerar el intento de asfixia por el gas. No parece posible que lo ocasionara un agente externo. Las personas más indicadas para planearlo eran el propio doctor Leidner, o su mujer. Aparentemente, no existía razón alguna de que fuera él quien hiciera tal cosa y, por lo tanto, llegamos a la conclusión de que fue la señora Leidner la que concibió y llevó a cabo la idea.

»Por qué? ¿Más drama?

»Después de aquello, el matrimonio viajó por el extranjero y durante dieciocho meses llevaron una vida feliz y pacífica, sin que ninguna amenaza le perturbara. Lo atribuyeron a que habían sabido borrar sus huellas, pero dicha explicación es absurda por completo. Irse al extranjero en la actualidad no tiene objeto alguno en ese sentido. Y en el caso de los Leidner menos todavía. Él era el director de una expedición organizada por un museo. Indagando en dicho museo, Frederick Bosner podía haber obtenido en un momento su dirección exacta... Y aun dando por sentado que se viera acosado por las circunstancias, nada le impedía perseguir a la pareja con sus cartas amenazadoras. Creo que un hombre obsesionado como él, hubiera hecho eso.

»Pero en lugar de ello nada se supo de Frederick hasta hace cerca de dos años, cuando volvieron a recibirse los anónimos.

»¿Por qué volvieron a recibirse?

»Es una pregunta difícil, aunque puede contestarse sencillamente diciendo que la señora Leidner se aburría y necesitaba más drama. Pero yo no estaba satisfecho completamente con tal explicación. Esta particular clase de drama me parecía un poco demasiado vulgar para que coincidiera con su personalidad, tan refinada.

»La única cosa que cabía hacer era mantener un amplio criterio sobre la cuestión.

»Existían tres posibilidades bien definidas. Primera, que las cartas hubieran sido escritas por la propia señora Leidner; segunda, que su autor fuera Frederick Bosner, o el joven William Bosner, y tercera, que hubieran sido escritas al principio, bien por la señora Leidner o bien por su primer marido, pero ahora se trataba de falsificaciones. Es decir, que el autor fuera una tercera persona que estuviera enterada de la existencia de las primitivas cartas.

»Ahora voy a considerar directamente el ambiente que rodeaba a la señora Leidner.

»Examinaré primero las oportunidades que cada componente de la expedición había tenido de cometer el asesinato.

»A simple vista, cualquiera pudo llevarlo a cabo, con la excepción de tres personas, por lo que se refiere a oportunidades.

»El doctor Leidner, según irrefutables testimonios, no bajó en ningún momento de la azotea. El señor Carey estuvo en las excavaciones y el señor Coleman fue a Hassanieh.

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