Área 7 (51 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Área 7
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El resultado fue inmediato.

En aterradora cámara lenta, acentuada por las luces rojas estroboscópicas, la caja (con Schofield y Logan sobre ella) se soltó de los raíles del techo, los dos combatientes cayeron de espaldas…

Y los tres (Schofield, Logan y la propia caja) se precipitaron juntos al abismo de ciento veinte metros del hueco del elevador.

* * *

Schofield cayó.

A gran velocidad.

Al principio vio el hangar iluminado de rojo sucederse ante sus ojos, pero la imagen fue rápidamente reemplazada por el borde del hueco del elevador, que también desapareció velozmente cuando Schofield cayó por el hueco propiamente dicho. Entonces lo único que vio después fue cómo las paredes de hormigón se sucedían cual borrosas masas grises y alzó la vista y vio el borde del hueco del elevador empequeñeciéndose a gran velocidad por encima de él.

Vio que Logan caía junto a él con un gesto de terror absoluto en el rostro, como si no pudiera creerse que Schofield hubiera podido hacer eso.

Acababa de lanzar a los dos a aquel abismo, ¡caja incluida!

Schofield, sin embargo, solo esperaba que Gant lo hubiera oído.

Y mientras caía, rodeado de aquellas luces rojas, sacó el Maghook, activó el imán, seleccionó la carga positiva y alzó la vista en busca de su única esperanza.

Gant lo había oído.

En esos momentos estaba tumbada boca abajo junto al borde del hueco, apuntando con su Maghook (con carga negativa) hacia abajo.

—Espantapájaros —dijo por el micro de su radio—. Dispara tú primero.

Mientras caía por el hueco del elevador, Schofield disparó su Maghook de carga positiva.

El Maghook ascendió como una bala, perfectamente vertical, mientras su cable serpenteaba detrás.

Kurt Logan, que seguía cayendo junto a Schofield, vio lo que estaba haciendo y gritó:

—¡No…!

—Vamos, Zorro —susurró Schofield—. No me dejes morir.

Libby Gant entrecerró los ojos mientras mantenía la mirada fija en el cañón del Maghook.

A pesar de todas las distracciones a su alrededor (las luces roj as parpadeantes, las sirenas, el zumbido de la voz electrónica…) apuntó al Maghook volador de Schofield: un punto de reluciente metal que ascendía por la oscuridad del hueco del ascensor en su dirección.

—Nada es imposible —susurró para sí misma.

Entonces, con la cabeza fría como el hielo, apretó el gatillo de su Maghook.

La bulbosa cabeza magnética del Maghook salió disparada del lanzador y descendió a toda prisa por el hueco, dejando su propia estela de cable tras de sí.

El Maghook de Schofield subió como un bólido por el hueco del elevador. El Maghook de Gant descendió por él. Schofield seguía cayendo, junto a Logan y la caja. Gant soltó más cable del Maghook. —Vamos, pequeño, vamos.

Puesto que tenían cargas contrarias, solo tenían que pasar cerca del otro para…

¡Clung!

Los dos Maghook se encontraron en el aire cual misiles impactando contra sí mismos en el cielo.

El puente Harbour de Sídney.

Las potentes cargas magnéticas los mantuvieron fuertemente unidos y Gant asentó su lanzador en una caja que había en el suelo.

Dos Maghook equivalen a más de noventa metros de cable.

Y noventa metros equivalen a una sacudida terrible.

Cuando vio que el gancho magnético de Gant conectaba con el suyo, Schofield, que seguía cayendo a gran velocidad, se pasó el lanzador por los hombros y se lo ató a la cintura. A continuación se agarró al cable, a la espera de una inminente sacudida.

Iba a ser de lo más doloroso.

Y lo fue.

Con un terrible tirón, los cables de los dos Maghook se tensaron y Schofield rebotó en el aire, saliendo despedido hacia arriba al igual que los paracaidistas cuando abren sus paracaídas. Mientras, bajo él, Kurt Logan y la caja de madera siguieron cayendo hasta golpearse contra la plataforma de aviones.

La caja estalló en miles de pedazos al golpearse contra ella.

Logan corrió una suerte similar.

Sin parar de gritar, se golpeó con fuerza contra los restos del AWACS que seguían desperdigados por la plataforma elevadora. La cabeza se le separó de los hombros cuando un trozo de ala colocado hacia arriba le atravesó la garganta. El resto de su cuerpo estalló como un tomate al impactar contra la plataforma.

Respecto a Schofield, tras la sacudida ascendente de los cables del Maghook, se precipitó hacia una de las paredes. Se golpeó contra ella con fuerza y rebotó hasta quedar colgando a escasos veinticinco metros por encima de la plataforma elevadora. Respiraba con dificultad y le dolían terriblemente los hombros y los brazos, pero estaba vivo.

* * *

Los dos Maghook subieron a Schofield en poco tiempo.

—Atención. Seis minutos para la autodestrucción de la instalación.

Eran las 11.09 cuando Gant lo ayudó a subir por el borde del enorme foso.

—Creía que habías dicho que el puente Harbour era imposible —dijo sin más.

—Créeme, ha sido una forma de lo más agradable de demostrar que estaba equivocado —dijo Schofield.

Gant sonrió.

—Sí, bueno, solo lo hice porque quería otra…

Fue interrumpida por una estruendosa ráfaga de disparos que cortó el aire a su alrededor.

Una bala impactó cerca del pie derecho de Gant, haciéndole añicos el tobillo, mientras que otras dos atravesaron el hombro izquierdo de Schofield. Algunas de las balas le pasaron tan cerca de la cara que Schofield sintió sus estelas de aire rozándole la nariz.

Los dos marines cayeron al suelo, presas del dolor, mientras César Russell salía del edificio interno sin dejar de disparar y con ojos enloquecidos.

Schofield, herido pero con más movilidad que Gant, la empujó tras los restos de la barricada de la unidad Bravo.

A continuación cogió la Beretta de Gant y echó a correr en el otro sentido, atravesando aquel lugar en rojo y negro, hacia los restos del Nighthawk Dos, hacia el ascensor de personal, intentando así desviar los disparos de la trayectoria de Gant.

El enorme Super Stallion del Cuerpo de Marines seguía estacionado delante de las puertas del ascensor de personal, maltrecho y golpeado, con la sección de la cabina completamente reventada.

Las ráfagas de disparos de César levantaban el suelo tras sus talones, pero eran disparos al azar y, con las luces parpadeantes, César no logró acertar.

Schofield llegó hasta el Super Stallion y se arrojó a la cabina reventada, justo cuando las paredes del helicóptero quedaron cosidas a balazos.

—¡Vamos, héroe! —gritó César—. ¿Qué es lo que ocurre? ¿No puede dispararme? ¿De qué tiene miedo? ¡Vamos! ¡Encuentre un arma y contraataque!

Eso, sin embargo, era lo único que Schofield no podía hacer. Si mataba a César, acabaría con las principales ciudades del norte de Estados Unidos.

¡Maldita sea!
, pensó.

Era la peor situación posible.

Le estaba disparando un hombre al que no podía disparar.

—¡Zorro! —gritó por el micro de su muñeca—. ¿Estás bien?

Oyó un gemido reprimido por el auricular.

—Sí…

Schofield gritó:

—¡Tenemos que cogerlo y sacarlo de aquí! ¿Alguna idea?

La respuesta de Gant quedó ahogada por la voz electrónica del complejo.

—Atención. Cinco minutos para la autodestrucción de la instalación…

A través de una de las puertas del helicóptero, Schofield vio que César se acercaba desde un lateral mientras seguía acribillando al helicóptero a tiros.

—¿Le gusta esto, héroe? —gritó el general de la Fuerza Aérea—. ¿Le gusta?

En el interior de la cabina reventada, todo se movía por los disparos de César. Schofield apretó los dientes y agarró su pistola. Las dos heridas de bala del hombro le dolían horrores, pero la adrenalina le ayudaba a continuar.

A través de la resquebrajada puerta de vidrio del Super Stallion, Schofield vio a César (fuera de sí, enfurecido) disparando cual vaquero al helicóptero, rodeándolo, acercándose hacia la cabina descubierta.

César estaría allí en cuatro segundos.

Entonces la voz de Gant irrumpió por su auricular.

—¡Espantapájaros! Prepárate para disparar. Puede que haya otra manera…

—¡Pero no puedo disparar! —gritó Schofield.

—¡Dame un segundo!

Junto al hueco del elevador, Gant estaba de cuclillas sobre el objeto que había estado buscando: la caja negra que había cogido del AWACS del nivel 2 noventa minutos antes; la caja negra que había lanzado disimuladamente del minielevador cuando el presidente y ella habían llegado al hangar principal.

Bajo las luces parpadeantes del complejo, sacó una unidad roja con una pequeña antena negra del bolsillo del muslo de su traje de protección química y biológica.

Era la unidad de activación/desactivación de Russell con los dos interruptores señalados con un «1» y un «2».

Gant supo entonces por qué había dos interruptores en la unidad.

Esa unidad no solo activaba y desactivaba el radiotransmisor del corazón del presidente, también activaba y desactivaba el transmisor del corazón de César.

César estaba ya casi junto a la cabina reventada y descubierta del helicóptero con el P-90 en posición de disparo.

En cuestión de segundos, podría disparar sin problema? a Schofield.

—Ya estoy aquí… —rió.

Schofield estaba tumbado en el suelo del interior del Super Stallion, inmóvil, mirando a través de la sección delantera descubierta.

Atrapado.

—Zorro… —dijo por su micro.

—Lo que quiera que vayas a hacer, hazlo pronto, por favor.

Gant estaba sudando, rodeada por todas aquellas luces rojas. El tobillo le dolía muchísimo, pero tenía que concentrarse.

—Atención. Cuatro minutos para la autodestrucción de la instalación.

En la pantalla LCD de la caja negra apareció de nuevo el patrón de picos que le era ya tan familiar. A continuación, Gant se volvió hacia la unidad de activación/desactivación.

La única duda era cuál de los interruptores de la unidad controlaba el transmisor del presidente y cuál el de César.

Pero Gant lo tenía claro.

César sin duda se habría adjudicado el número 1.

Entonces, en sincronización con la pantalla de picos de la caja negra, y entre la señal de búsqueda y retorno, le dio al interruptor marcado con el «1», desactivando así la señal de microondas de César.

Tan pronto como hizo eso, activó la señal de microondas de la caja negra para así imitar la señal de César. Si lo había hecho correctamente, el satélite en órbita sobre ellos no podría saber que se trataba de una nueva señal de retorno.

Una pequeña luz verde estroboscópica comenzó a parpadear en la parte superior de la caja negra.

Gant pulsó el micro de su muñeca.

—¡Espantapájaros! ¡Ya me he encargado de la señal de radio! ¡Cárgate a ese hijo de puta!

Tan pronto como Gant hubo hablado, César apareció en el campo de visión de Schofield.

El general de la Fuerza Aérea sonrió al ver que Schofield, en el suelo de la cabina del destrozado Super Stallion, alzaba su pistola para defenderse.

César levantó un dedo y lo movió de un lado a otro.

—Oh, no, no, no, capitán. No puede hacer eso. Recuerde, no se puede disparar al tío César.

—¿No? —dijo Schofield.

—No.

—Oh —suspiró Schofield.

Y entonces ¡blam!, rápido como un destello, Schofield alzó la pistola y disparó a César en el torso.

El pecho de César se cubrió de sangre.

¡Blam! ¡Blam! ¡Blam!

César retrocedió con cada disparo, tambaleándose hacia atrás, con los ojos atónitos y gesto de estupefacción. Soltó el P-90 y cayó de manera poco ceremoniosa al suelo, de culo.

Schofield se puso de pie, salió del helicóptero y pasó por encima de César, alejando el P-90 de sus garras con una patada.

César seguía con vida, pero no le quedaba mucha.

Tenía sangre en la comisura de la boca. Parecía un ser patético, indefenso, una sombra de lo que había sido.

Schofield lo miró.

—¿Cómo… cómo…? —balbuceó entre la sangre que le llenaba la boca—. ¡No… no puede matarme!

—A decir verdad, sí puedo —dijo Schofield—. Pero creo que eso lo dejaré para usted.

A continuación echó a correr para reunirse junto a Gant y salir pitando del Área 7.

* * *

—Atención. Tres minutos para la autodestrucción de la instalación.

Schofield llevó a Gant en brazos hasta el minielevador extraíble. El disparo de César le había roto el tobillo, así que no podía andar.

Pero eso no impidió que ayudara.

Mientras Schofield la llevaba, Gant portaba en su regazo la caja negra más importante del mundo.

Su objetivo en esos momentos (más que salvar sus propias vidas) era sacar aquella grabadora de datos de vuelo del Área 7 antes de que fuera destruida por la explosión nuclear. Si la señal se perdía, todo por lo que habían luchado habría sido en vano.

—Vale, chico listo —dijo Gant—. ¿Cómo vamos a salir de esta granada nuclear de siete plantas?

Schofield pulsó el panel del suelo del minielevador y este comenzó a descender por el hueco. Miró el reloj.

11.12.30

11.12.31

—Bueno, no podemos salir por la puerta superior —dijo—. César cambió el código y mi contacto en Inteligencia tardó diez minutos en descodificar los códigos de cierre. Y no tenemos muchas posibilidades de llegar al conducto de la salida de emergencia a tiempo. A Libro y a mí nos llevó un minuto bajarlo. Así que no nos imagino a los dos subiendo por él en menos de diez. Y, para entonces, el conducto será ya historia.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer?

—Hay una manera —dijo Schofield—. Si llegamos a tiempo.

11.12.49

11.12.50

Schofield detuvo el minielevador en el hangar del nivel 2 y, todavía con Gant en brazos, lo atravesó a la carrera en dirección a la entrada al hueco de la escalera situada al otro extremo.

—Atención. Dos minutos para la autodestrucción de la instalación.

Llegaron a la escalera.

11.13.20

Schofield bajó los escalones de tres en tres con Gant en brazos.

Pasaron el nivel 3, el de las dependencias y habitaciones del personal. 11.13.32

El nivel 4, la planta de las pesadillas.

11.13.41

Nivel 5, la planta anegada.

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