Tap.
—¿Dónde estás? Dime el nivel en el que te encuentras.
Tap-tap-tap-tap.
10.53
Schofield irrumpió por la puerta de incendios del nivel 4, examinando la zona de descompresión a través de la mira de su arma.
Estaba oscuro.
Muy oscuro.
Esa sección del nivel estaba completamente desierta (la cámara de descompresión estaba vacía, al igual que las cámaras de pruebas situadas enfrente y las pasarelas superiores). La puerta corrediza horizontal del suelo (la que conducía al nivel 5, el nivel de las celdas y los presos) seguía abierta, sin embargo.
La altura del agua del nivel 5 había aumentado considerablemente durante las últimas horas. En esos momentos llegaba al suelo del nivel 4. Pequeñas olas de un negro profundo chapaleaban contra los bordes de la abertura horizontal de manera que esta parecía una pequeña piscina rectangular.
El nivel 5 estaba totalmente anegado en esos momentos.
Schofield pasó junto al acceso horizontal lleno de agua cuando de repente algo chapoteó en ella. Schofield se volvió rápidamente con el arma en posición de disparo, pero lo que quiera que hubiese sido ya no estaba allí.
Eso no era lo que necesitaba.
Complejo a oscuras. Osos por las escaleras. César y Logan en algún lugar de la base. Agua por todas partes. Por no mencionar la posible presencia de más presos.
Fue hasta la pared que dividía el nivel 4 en dos, abrió la puerta y levantó su arma.
Vio al instante a Gant, en el extremo más alejado, tras los restos del cubo de Kevin, inmovilizada sobre una extraña cruz de acero.
* * *
Schofield cruzó a la carrera la zona de observación y se puso de rodillas delante de Gant.
Cuando se colocó ante ella, soltó el P-90, le sujetó con cuidado el rostro entre sus manos y, sin pensárselo dos veces, la besó en los labios.
Al principio Gant se quedó algo sorprendida, pero al instante fue consciente de lo que estaba ocurriendo y lo besó.
Cuando se retiró, Schofield vio a los dos hombres a ambos lados de Gant.
Primero vio a Hagerty, inconsciente, también crucificado.
Entonces vio el cadáver del coronel Harper, vio su cuerpo salvajemente mutilado y su coxis al descubierto.
—Joder… —musitó.
—Rápido —dijo Gant—. No disponemos de mucho tiempo. Regresará pronto.
—¿Quién? —preguntó Schofield mientras comenzaba a quitarle la cinta americana de la garganta.
—Lucifer Leary.
—Oh, mierda… —Schofield intentó ir más rápido. Primero le quitó la cinta del cuello. Fue a soltarle las muñecas…
Cuando oyó un estruendo proveniente del interior de las paredes.
Schofield y Gant alzaron la vista, horrorizados.
—El elevador de aviones… —dijo Schofield.
—Debe de haber ido arriba —dijo Gant—. Y ahora ha regresado. Deprisa…
Schofield siguió despegando la cinta de la muñeca izquierda de Gant, pero estaba demasiado apretada. Estaba tardando demasiado tiempo…
Se volvió y vio algunos fragmentos de vidrio del cubo de Kevin, fragmentos que podía usar para cortar la cinta. Fue hasta allí y rebuscó hasta dar con el más afilado. Encontró uno justo cuando Gant gritó su nombre. Se puso de pie y se dio la vuelta…
Ante él se hallaba un hombre extremadamente alto y corpulento.
Schofield se quedó petrificado.
Allí estaba, ante Schofield, a menos de un metro de distancia, con su rostro oculto tras las sombras, completamente inmóvil. Se cernía amenazador sobre él, observándolo en silencio. Schofield no lo había oído llegar.
—¿Sabes por qué la comadreja nunca roba nada de los nidos de cocodrilos? —preguntó aquel hombre envuelto en sombras. Schofield ni siquiera vio que se le moviera la boca al hablar.
Schofield tragó saliva.
—Porque —dijo el hombre— nunca sabe cuándo va a regresar el cocodrilo.
Y entonces el gigante se colocó junto a una de las hogueras y Schofield vio el rostro más terrible y maléfico que había contemplado nunca. Aquel rostro era enorme, al igual que su propietario, y tenía un espantoso tatuaje negro que le cubría todo el lado izquierdo y que representaba cinco zarpazos de garras.
Lucifer Leary.
Era enorme. Medía al menos dos metros siete, de espaldas anchísimas y piernas como troncos de árbol. Le sacaba más de una cabeza a Schofield. Llevaba los pantalones de tela vaquera azul de los presos y una camisa de color azul cielo sin las mangas. Sus ojos, negros, no revelaban señal alguna de humanidad, tan solo contemplaban a Schofield como esferas negras y vacías.
Entonces Leary abrió la boca y sonrió de manera amenazadora, mostrando unos dientes amarillentos y apestosos.
El efecto fue cautivante, casi hipnótico.
Schofield miró a Gant, al P-90 que había dejado en el suelo junto a ella. Entonces, en lo que creyó que había sido un movimiento rápido, sacó las dos pistolas de las fundas de los muslos.
Las pistolas apenas llegaron a salir de sus fundas. Leary se había anticipado a su acción.
Rápido como una serpiente de cascabel, se abalanzó sobre Schofield y cerró sus puños alrededor de las manos de este, inmovilizándole las muñecas.
Y entonces el gigante comenzó a apretar.
Schofield nunca había sentido un dolor tan intenso en toda su vida. Se desplomó de rodillas con la mandíbula apretada. Notó que sus manos dejaban de recibir sangre. Era como si los dedos le fueran a estallar.
Soltó las pistolas, que cayeron al suelo. Leary las apartó de una patada.
Entonces, ya sin pistolas, cogió a Schofield por la garganta, levantándolo del suelo, y lo arrojó al estrado donde se hallaba el cubo de Kevin.
Schofield rodó por el suelo antes de darse contra una parte del cubo que aún seguía en pie y precipitarse al extremo más alejado del estrado.
Lucifer fue tras él. Los fragmentos del cubo crujieron bajo sus pisadas.
Schofield gimió e intentó ponerse en pie. No tenía que haberse molestado. En cuestión de segundos, Leary ya estaba allí.
Levantó a Schofield del suelo, agarrándolo por el uniforme de combate, y lo golpeó con fuerza en el rostro.
Gant solo podía observar impotente (con las manos atadas y el P-90 de Schofield a escasos centímetros de ella) cómo Lucifer golpeaba a Schofield.
La pelea solo era en una dirección.
Lucifer lo golpeó y Schofield cayó al suelo.
Lucifer dio un paso adelante y Schofield intentó ponerse en pie.
Y entonces Lucifer lanzó a Schofield por la entrada que dividía el nivel 4. Schofield rodó por el suelo del área de descompresión.
Lucifer fue tras él.
Otra patada y Schofield rodó (sangrando y boqueando) hasta el borde de la entrada horizontal del suelo, llena hasta los topes de agua.
Y entonces, de la nada, una cabeza de reptil salió del agua y se abalanzó sobre la cabeza de Schofield.
Schofield giró con rapidez, evitando las fauces del reptil justo cuando estas se cerraron a menos de tres centímetros de su cara.
¡Joder!
Era un dragón de Komodo. El lagarto de mayor tamaño del mundo, un conocido depredador de hombres. El presidente había dicho que guardaban algunos allí, junto con los osos Kodiak, en las jaulas del nivel 5, para el proyecto del sinovirus.
Los cierres eléctricos de las jaulas, al parecer, tampoco habían sobrevivido al corte de electricidad.
Cuando Lucifer vio el dragón de Komodo en el agua, una leve sonrisa recorrió su atroz rostro.
Cogió a Schofield, lo levantó del suelo y lo sostuvo por encima de la entrada horizontal infestada de reptiles.
Mientras pendía sobre el agua, pataleando e intentando zafarse de los puños de Lucifer, Schofield vio los cuerpos de al menos dos dragones en el agua.
Entonces, sin pensárselo demasiado, Lucifer soltó a Schofield.
Schofield cayó al agua un instante antes de que Lucifer pulsara un botón en el suelo junto a la puerta que hizo que esta se cerrara como las puertas de los garajes.
En cuestión de segundos la puerta se cerró.
Cerrada. Sellada.
Lucifer rompió a reír cuando oyó los puños de Schofield golpear la parte inferior de la puerta corredera y el golpeteo de las aguas: el sonido de los dragones disponiéndose a atacar a aquel estúpido marine.
Lucifer sonrió.
A continuación regresó al otro extremo del nivel 4, donde le aguardaba el placer de mutilar a aquella hermosa soldado.
* * *
Libby Gant soltó un grito ahogado de horror cuando Lucifer Leary regresó solo al área de observación del nivel 4.
No.
Lucifer no puede…
No…
El gigantesco asesino en serie recorrió con paso seguro la sala con la cabeza agachada y los ojos fijos en Gant.
Se puso de rodillas delante de ella y acercó su rostro. Su aliento era hediondo, apestaba a carne humana.
Le acarició el pelo.
—Es una lástima —dijo— que tu caballero de reluciente armadura no fuera el valiente guerrero que creía ser. Así que ahora que estamos solos los dos… podremos conocernos mejor.
—Lo dudo —dijo una voz a sus espaldas.
Leary se volvió.
Y allí, en la puerta del área de descompresión, con todo el cuerpo chorreando, estaba Shane Schofield.
—Tendrás que librarte de mí—dijo con tono grave—, antes de ponerle un dedo encima.
Lucifer gritó, cogió el P-90 de Schofield y disparó.
Schofield se metió detrás de la puerta, fuera de su campo de visión, y la pared divisoria quedó reducida a escombros por la ráfaga de disparos.
En cuestión de segundos, sin embargo, el subfusil se quedó sin munición. Lucifer lo tiró al suelo y se dirigió al área de descompresión.
La puerta horizontal estaba en esos momentos abierta y el agua chapaleaba contra los bordes. Las siluetas de los dragones de Komodo seguían siendo visibles bajo la superficie rizada del agua.
Pero no habían matado a Schofield.
Y entonces Lucifer lo vio, cerca de la cámara de descompresión, a la derecha de la entrada horizontal del suelo.
Fue hacia él y le lanzó una poderosa derecha.
Schofield se agachó y esquivó el golpe. En esos momentos estaba más calmado. No tan desprevenido. Le había cogido la medida a Lucifer.
Lucifer se volvió y lo golpeó de nuevo. Erró otra vez. Schofield castigó su error con un fuerte golpe al rostro de Lucifer.
¡Crac!
Le partió la nariz.
Lucifer parecía más sorprendido que herido. Se tocó la sangre que manaba de su nariz como si fuera una sustancia extraña, como si nunca antes nadie le hubiera hecho daño.
Y entonces Schofield lo golpeó de nuevo, un golpe potente y, por primera vez, el gigantesco Leary se tambaleó levemente.
Lo golpeó de nuevo, con más fuerza esa vez, y Lucifer dio un tambaleante paso hacia atrás.
Otro golpe, otro paso hacia atrás.
Otro golpe, el golpe más violento que Schofield jamás había propinado, y el pie más retrasado de Lucifer tocó el borde del tanque de agua. Se volvió un poco justo cuando Schofield le golpeó en la nariz y perdió el equilibrio y cayó hacia atrás…
A las aguas infestadas de dragones de Komodo.
Lucifer cayó al agua. Cuando la superficie del agua se calmó, los dragones de Komodo fueron a por él, apiñándose sobre su cuerpo, convirtiéndolo en una masa de piel de reptil, garras y colas. En medio de todo aquello, Lucifer pataleaba y gritaba de agonía.
Entonces, de repente, las aguas se tornaron de un terrible color rojo y las piernas de Lucifer dejaron de moverse. Los dragones siguieron comiéndose su cuerpo.
Schofield se estremeció al contemplar semejante escena, pero si alguien merecía una muerte tan horrible, ese era sin duda Lucifer Leary.
A continuación, Schofield pulsó el botón que cerraba la puerta del suelo para ocultar tan terrible imagen y corrió hacia Gant.
10.59
Gant quedó libre en menos de un minuto. Se colocó junto a Schofield mientras este liberaba a un Hagerty con los ojos empañados.
Gant dijo:
—¿Sabes? Este cumpleaños ha sido una mierda.
Asintió hacia el área de descompresión.
—¿Qué ha ocurrido allí? Pensé que Leary había…
—Lo hizo —dijo Schofield—. El muy cabrón me arrojó al agua, que estaba llena de dragones de Komodo.
—¿Cómo lograste salir de allí?
Schofield sacó el Maghook.
—Al parecer los reptiles son extraordinariamente sensibles a las descargas magnéticas. Lo he aprendido esta mañana. Me lo dijo ese niño, Kevin. Así que activé el Maghook y no se me acercaron. A continuación abrí de nuevo la puerta del suelo y vine por ti. Desafortunadamente, Leary no tenía ningún gancho magnético cuando cayó al agua.
—Bueno —dijo Gant—. Muy bueno. Entonces, ¿dónde están el presidente y Kevin?
—Están a salvo. Se encuentran fuera del complejo.
—Y entonces, ¿por qué has vuelto a entrar?
Schofield miró su reloj.
Eran las once en punto.
—Por dos motivos. El primero, porque en exactamente cinco minutos el mecanismo de autodestrucción de esta instalación se activará. Diez minutos después, todo este sitio se esfumará, y no podemos permitir que eso ocurra mientras César Russell siga dentro. Así que o evitamos que estalle o, si no podemos lograrlo, sacamos a César Russell antes de que estalle él.
—Un segundo —dijo Gant—. ¿Tenemos que salvar a César?
—Al parecer, nuestro anfitrión decidió colocarse un transmisor como el del presidente en su propio corazón. Así que, si él muere, el país también morirá.
—Hijo de puta… —dijo Gant—. ¿Y cuál era el segundo motivo?
Schofield se ruborizó un poco.
—Quería encontrarte.
El rostro de Gant se iluminó, pero dijo con total naturalidad:
—Bueno, podemos hablar de eso después.
—Creo que es una buena idea —dijo Schofield mientras soltaba a Hagerty, que comenzaba a salir de su estupor—. ¿Qué te parece en otra cita?
Gant sonrió.
—Me parece perfecto.
* * *
11.01
Schofield y Gant se valieron del minielevador extraíble para subir por el hueco del elevador de aviones, provistos tan solo de las pistolas de Schofield: Gant con la M9 y Schofield con la Desert Eagle.
Schofield había enviado a Hagerty al nivel 6 para que escapara por el conducto de la salida de emergencia. Cuando Hagerty vio el cuerpo mutilado del coronel Harper, no discutió. Estaba más que feliz de salir del Área 7 tan rápido como le fuera posible.