—Lo habitual —dijo Gant.
—¿Cómo supieron lo de la emboscada? —preguntó Janson.
Schofield se encogió de hombros de nuevo.
—Estábamos cerca del cubo cuando se apagaron las luces en la zona de descompresión. Esperábamos que fuera alguien amigo que intentaba ocultarnos de las cámaras de seguridad. Así que echamos un vistazo desde arriba, desde las pasarelas. Cuando vimos quiénes eran, cuando los vimos rodeando esa rampa situada en medio de la habitación, supusimos que estaban esperando por el premio gordo —asintió hacia el presidente—, así que decidimos hacerles una contra.
Al otro lado de la habitación, Lumbreras se sentó junto al presidente.
—Señor presidente —dijo con deferencia.
—Hola —respondió el presidente.
—¿Cómo se encuentra, señor?
—Bueno, sigo con vida, que es un buen comienzo, considerando las circunstancias. ¿Cuál es su nombre, hijo?
—Gorman, señor. Cabo Gus Gorman, pero la mayoría aquí me llama Lumbreras.
—¿Lumbreras?
—Así es, señor. —Lumbreras vaciló—. Señor, si no le importa, me preguntaba… esto… si no es mucha molestia, si podía hacerle una pregunta.
—¿Por qué no? —dijo el presidente.
—De acuerdo. Bueno, siendo usted el presidente y todo eso, conocerá ciertas cosas, ¿no?
—Sí…
—Bien. Vale. Porque siempre he querido saber esto: ¿Es Puerto Rico un protectorado de Estados Unidos porque es donde se divisa el mayor número de ovnis al año de todo el mundo?
—¿Cómo?
—Bueno, piense en ello, ¿por qué demonios si no querríamos conservar Puerto Rico? Allí no hay nada.
—Lumbreras —dijo Schofield desde el otro lado de la habitación—. Deja al presidente tranquilo. Señor presidente, será mejor que venga y vea esto. Ya casi son las ocho en punto y César realizará su transmisión de un momento a otro.
El presidente fue junto a Schofield, no sin antes mirar con extrañeza a Lumbreras.
* * *
Cuando dieron las ocho en punto, el rostro de César Russell apareció en todas las televisiones de la base.
—Estadounidenses —dijo—, tras una hora de juego, el presidente sigue con vida. Su situación, sin embargo, no augura nada bueno.
»Su séquito personal del servicio secreto se ha visto diezmado. Se ha confirmado la muerte de ocho de sus nueve miembros. Dos unidades más del servicio secreto, equipos de avanzada de nueve miembros cada uno, estacionadas en el nivel inferior de esta instalación y en una de las salidas exteriores, también han sido eliminadas, lo que eleva el número total de bajas presidenciales a veintiséis hombres. En ninguna de esas ocasiones hemos tenido que lamentar pérdidas entre mis hombres del séptimo escuadrón.
»Dicho esto, han aparecido en escena algunos caballeros de relucientes armaduras. Un pequeño grupo de marines, miembros de la tripulación meramente decorativa del helicóptero presidencial, imponentes con sus uniformes de gala, han salido en su defen…
Justo entonces, sin previo aviso, las televisiones de toda la base se apagaron y las pantallas se tornaron negras.
En ese mismo instante, todas las luces del complejo se apagaron, sumiendo a la base Área 7 en la más completa oscuridad.
En el interior del laboratorio del nivel 4, todos alzaron a la vez la vista cuando se fue la luz.
—Oh, oh —dijo Gant mientras contemplaba el techo.
Entonces, un segundo después, las luces volvieron a la vida y las televisiones se encendieron. El rostro de César Russell seguía hablando.
—Lo que nos deja con cinco unidades del séptimo escuadrón frente a un puñado de marines de Estados Unidos. Tal es la situación del reto a las ocho en punto. Nos veremos de nuevo a las nueve horas.
Las pantallas de los televisores se volvieron negras de nuevo.
—Mentiroso —dijo Juliet Janson—. Ese hijo de puta está distorsionando la realidad. El equipo de avanzada del nivel 6 ya estaba muerto cuando llegamos. Fueron asesinados antes de que todo esto empezara.
—También ha mentido acerca de sus bajas —dijo Lumbreras—. Puto bastardo.
—Entonces, ¿qué hacemos? —le preguntó Gant a Schofield—. Nos superan en número y armamento. Además, este es su territorio.
Schofield se estaba preguntando exactamente lo mismo.
El séptimo escuadrón los tenía dominados. Jugaban con ventaja y, lo que era más importante, pensó mientras contemplaba su uniforme de gala, habían venido preparados para luchar.
—De acuerdo —dijo en voz alta—. Conoce a tu enemigo.
—¿Qué?
—Primero, los principios básicos. Tenemos que arreglar cuentas con ellos, pero antes necesitamos saber algunas cosas. Regla número uno: conoce a tu enemigo. Bien, ¿quiénes son?
Janson se encogió de hombros.
—El séptimo escuadrón. La unidad terrestre de élite de la Fuerza Aérea. Los mejores del país. Bien adiestrados, bien armados…
—Y bien de esteroides —añadió Gant.
—Más que esteroides —dijo otra voz.
Todos se volvieron.
Era el científico, Herbert Franklin.
—¿Quién es usted? —preguntó Schofield.
El hombre se revolvió nervioso en el asiento.
—Mi nombre es Herbie Franklin. Hasta esta mañana, era un inmunólogo que trabajaba en el proyecto Fortuna. Pero me encerraron justo antes de que todos ustedes llegaran.
Schofield le preguntó:
—¿Qué ha querido decir con «más que esteroides»?
—Bueno, lo que he querido decir es que los hombres del séptimo escuadrón de esta base han sido… mejorados…, por decirlo de alguna manera.
—¿Mejorados?
—Potenciados. Potenciados para lograr un mayor rendimiento. ¿No se han preguntado nunca por qué el séptimo escuadrón puntúa tan alto en las competiciones entre las distintas fuerzas armadas? ¿No se han preguntado nunca por qué pueden seguir luchando mientras todos los demás están al borde del agotamiento?
—Sí…
Franklin siguió hablando con rapidez:
—Esteroides anabólicos para mejorar la musculatura y la forma física. Inyecciones de eritropoyetina artificial para incrementar la oxigenación de la sangre.
—¿Eritropoyetina artificial? —preguntó Gant.
—EPO —dijo Herbie—. Es una hormona que estimula la producción de eritrocitos por parte de la médula ósea, incrementando así el suministro de oxígeno en el flujo sanguíneo. Los atletas de resistencia, fundamentalmente los ciclistas, llevan años usándolo.
»Los hombres del séptimo escuadrón son más fuertes que ustedes y pueden aguantar así todo el día —dijo Herbie—. Qué demonios, pero si ya lo eran cuando llegaron. Pero desde entonces han tenido a su disposición la última tecnología farmacológica para combatir con más fiereza, mejor y durante más tiempo que el resto.
—Vale, vale —dijo Schofield—. Me parece que ya nos hemos hecho una idea.
Schofield estaba pensando, sin embargo, en aquel crío llamado Kevin, que vivía a quince metros de allí, en el interior de un cubo de vidrio.
—Entonces, ¿eso es lo que hacen aquí? ¿Para eso es esta base? ¿Para mejorar a la élite militar?
—No… —dijo Herbie mientras miraba con recelo al presidente—. La mejora y potenciamiento de los soldados del séptimo escuadrón es solo una tarea secundaria, puesto que ellos son los encargados de la seguridad de la base.
—Entonces, ¿qué demonios es este lugar?
Una vez más, Herbie miró al presidente. Entonces cogió aire antes de responder…
Pero fue otra voz, sin embargo, la que habló.
—Esta base alberga la vacuna más importante jamás desarrollada en toda la historia de Estados Unidos —dijo.
Schofield se volvió.
Era el presidente.
Schofield lo observó. El presidente seguía llevando su traje gris marengo y la corbata. Con su cabello levemente canoso peinado hacia atrás y su rostro cubierto de arrugas (tan conocido para cualquier persona de cualquier lugar del mundo), parecía un hombre de negocios de mediana edad; bueno, más bien un hombre de negocios que había estado sudando de lo lindo durante la última hora.
—¿Una vacuna? —dijo Schofield.
—Sí. Una vacuna contra el último virus genético de China. Un virus que solo afecta a la gente caucasiana, a aquellas regiones de su ADN implicadas en la pigmentación. Un agente conocido como el sinovirus.
—¿Y el origen de esa vacuna? —dijo Schofield.
—Es un ser humano genéticamente modificado.
—¿Un qué?
—Una persona, capitán Schofield. Una persona que, desde su fase embrionaria, ha sido creada y modificada para ser inmune al sinovirus y cuya sangre puede utilizarse para la producción de anticuerpos para el resto de la población estadounidense. Una vacuna humana. El primer ser humano creado genéticamente, capitán. Un niño llamado Kevin.
* * *
Schofield entrecerró los ojos.
Eso explicaba muchas cosas: las elevadas medidas de seguridad del complejo, la visita presidencial… y que un niño viviera dentro de un cubo. Pero también había algo de lo que acababa de decir el presidente que le había llamado la atención: el presidente conocía su nombre.
—¿Han creado a un niño para usarlo como vacuna? —dijo Schofield—. Con todos los respetos, señor, pero ¿eso no le preocupa?
El presidente hizo una mueca.
—Mi trabajo no es blanco o negro, capitán. Es gris, de una cantidad de grises infinita. Y, en este mundo de color gris, tengo que tomar decisiones, a menudo decisiones difíciles. Sí, Kevin existía tiempo antes de que yo llegara a la presidencia, pero una vez fui conocedor del tema, tuve que realizar la llamada para autorizar la continuación del proyecto. Y la hice. Puede que no me gustara, pero cuando se trata de un agente como el sinovirus, es necesario tomar decisiones como esas.
Se produjo un breve silencio.
Libro II habló:
—¿Qué hay de los presos del nivel inferior?
—¿Y los animales? ¿Para qué se usan? —dijo Juliet.
Schofield frunció el ceño. No había visto el nivel 5, así que no sabía nada de animales ni de presos.
Herbie Franklin respondió:
—Los animales se usan para ambos proyectos, para la vacuna y para los soldados del séptimo escuadrón. Los osos Kodiak se utilizan por sus toxinas sanguíneas. Todos los osos presentan unos niveles muy elevados de oxígeno en sangre cuando están hibernando. La investigación para mejorar y potenciar la sangre del séptimo escuadrón proviene de ellos.
—¿Y qué hay de las otras j aulas, las que estaban llenas de agua? —preguntó Janson—. ¿Qué hay en ellas?
Herbie esperó un instante antes de hablar.
—Una rara especie de varánidos conocidos como dragones de Komodo. El lagarto de mayor tamaño del mundo, de unos dos a tres metros, tan grande como un cocodrilo. Tenemos seis.
—¿Y para qué se usan? —preguntó Schofield.
—Los dragones de Komodo son la especie de reptiles más antigua sobre la faz de la tierra, y solo se encuentran en algunas islas de Indonesia. Son grandes nadadores: se sabe que son capaces de nadar de isla a isla, pero también son igual de rápidos por tierra; pueden incluso dar caza sin problemas a un hombre, cosa que hacen con cierta regularidad. Su sistema antibiótico interno, sin embargo, es extraordinariamente resistente. Son inmunes a las enfermedades. Sus nódulos linfáticos producen un suero antibacteriano altamente concentrado que durante miles de años los ha protegido frente a ellas.
El presidente dijo:
—Los subproductos creados con la sangre de los dragones de Komodo han sido reconfigurados para ajustarse a la estructura de la sangre humana y así conformar la base del sistema inmunológico de Kevin. A continuación hemos cosechado el plasma sanguíneo genéticamente creado de Kevin para producir un suero que, introducido en el suministro de agua estadounidense, una solución en suero hidratado, inmunice a la población contra el sinovirus.
—¿Manipulan el suministro de agua? —dijo Schofield.
—Oh, ya se ha hecho antes —dijo Herbie—. En 1989, contra la toxina botulínica y en 1990, contra el ántrax. Aunque los estadounidenses no lo saben, sus organismos son resistentes a las principales armas biológicas del mundo.
—¿Qué hay de los presos? —preguntó Libro II—. ¿Para qué son?
Herbie miró al presidente, que asintió en silencio.
El científico se encogió de hombros.
—Los presos son otra historia completamente distinta. No están aquí para proporcionarnos productos o sueros con su sangre. El papel que desempeñan aquí es sencillo. Son cobayas para la vacuna.
—Dios santo —murmuró Gant cuando vio la lista de los nombres de los prisioneros.
Después de que Herbie les contara la función de los prisioneros encerrados en el nivel 5, había sacado de uno de los ordenadores del laboratorio una lista con sus nombres.
Había cuarenta y dos en total, todos ellos reclusos condenados a cadena perpetua o a muerte que, de algún modo, habían logrado escapar de la silla eléctrica.
—Lo mejor de cada casa —dijo Herbie mientras señalaba con la cabeza hacia la lista de nombres.
Schofield había oído muchos de esos nombres.
Sylvester McLean, el asesino de niños de Atlanta. Ronald Noonan, el panadero de Houston reconvertido en francotirador. Lucifer Leary, el asesino en serie de Phoenix. Seth Grimshaw, el conocido líder de la Liga negra, una organización terrorista ultraviolenta que afirmaba que el Gobierno estadounidense estaba preparando al país para una toma de poder por parte de las Naciones Unidas.
—¿Seth Grimshaw? —dijo Gant al ver el nombre. Se volvió hacia Juliet Janson—. ¿Ese no fue el que…?
—Sí —respondió Juliet mientras miraba con nerviosismo al presidente, en el extremo más alejado del laboratorio—. A principios de febrero. Justo después de la investidura. Un 18-84 en toda regla.
Gant dijo:
—Dios mío, espero que las celdas sean resistentes.
—Muy bien. Genial —dijo Schofield para traer a todos de regreso al presente—. Lo que nos lleva de nuevo al aquí y al ahora. Estamos encerrados aquí dentro. Quieren matar al presidente. Y, debido al radiotransmisor que lleva en el pecho, si muere, catorce de las principales ciudades estadounidenses saltarán por los aires.
—Y todo delante de los ciudadanos estadounidenses —dijo Janson.
—No necesariamente —dijo el presidente—, porque César no conoce la Directiva LBJ.
—¿Qué es la Directiva LBJ? —preguntó Schofield.
—Se trata de una característica del sistema de transmisiones de emergencia, pero solamente conocida por el presidente y el vicepresidente. Consiste fundamentalmente en una válvula de seguridad, implantada por Lyndon Johnson en 1967 para evitar que el sistema de transmisiones de emergencia se utilizara antes de tiempo.