Área 7 (14 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Área 7
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Un segundo después, el misil impactó en la pared de hormigón situada encima del Humvee, atravesando un compartimento dispuesto a tres metros de altura del suelo del hangar.

El misil estalló y fragmentos de hormigón de la pared y del compartimento empezaron a volar por todas partes. El impacto del misil arrancó la puerta de acero del compartimento de sus bisagras y esta comenzó a rebotar por el suelo del hangar, hecha un completo amasijo de hierros. Enormes pedazos de hormigón cayeron sobre el Humvee que había disparado el misil.

Lo que quiera que fuera aquel compartimento, ya no lo sería más, pensó Schofield.

Pero todavía había otro misil volando por el hangar, fuera de control.

Ese segundo misil voló alrededor de la sección trasera del AWACS, que seguía en movimiento, y giró bruscamente en el aire antes de volver sobre sus pasos e impactar en la pared norte del hangar, justo al lado de las puertas del ascensor de personal.

La pared estalló en miles de pedazos.

A la lluvia de fragmentos de hormigón, sin embargo, le siguió una imagen de lo más peculiar.

Un impactante géiser de agua (sí, agua) salió disparado del agujero de la pared con tremenda fuerza.

Schofield frunció el ceño.

—Pero ¿qué demonios…?

Una tremenda explosión sacudió las paredes del hueco del ascensor de personal.

Libro II, que en esos momentos estaba colgado del cableado junto a su grupo cerca de las puertas exteriores del nivel 3 (las puertas del nivel 2 estaban cerradas, así que habían descendido a la siguiente planta) alzó la vista al oír la explosión.

Lo que vio fue tan aterrador como inesperado.

Una sección entera de la pared de hormigón situada junto a la puerta del nivel 1, a dieciocho metros por encima de ellos, explotó, rociando el hueco del ascensor de trozos de hormigón.

Y entonces, justo después del hormigón, llegó el agua.

El agua cayó sobre Libro II y el resto como si los estuvieran rociando con una manguera contra incendios.

Torrentes y torrentes de agua caían en cascada por el estrecho hueco del ascensor desde el agujero abierto en la pared del nivel 1, golpeando con fuerza sus cuerpos.

Lo único que podían hacer era agarrarse con fuerza a los cables.

Pero tan pronto como sintió el peso de la cascada, Libro II supo lo que iba a ocurrir: el agua caía con demasiada fuerza.

Iban a caerse.

—Aviso a todas las unidades. Rotura de los depósitos de agua en el nivel 1. Repito: rotura de los depósitos de agua en el nivel 1…

—El agua de los depósitos está entrando por el hueco del ascensor de personal.

—Inicien contramedidas para cierre hermético —dijo con total tranquilidad César Russell—. Sellen el hueco del ascensor. Dejemos que se inunde.

—Sí, señor.

Sex Machine fue el primero en caer.

El agua caía con tanta fuerza que se soltó del cable de contrapeso y cayó.

Cayó con rapidez (si bien a Libro II le pareció que lo hacía a una angustiosa cámara lenta: sus ojos y boca estaban abiertos de par en par y sus gritos enmudecidos por el estruendo de la cascada) antes de desaparecer en la total oscuridad del hueco del ascensor.

—¡Maldición! —dijo Libro II.

Y entonces hizo lo único que se le ocurrió.

—¡Sargento! ¡No! —gritó Calvin, pero ya era demasiado tarde.

Libro II aflojó su agarre del cable y descendió cual bala tras Sex Machine, perdiéndose en la oscuridad.

Libro II cayó a la oscuridad.

Se deslizó por el cable de contrapeso durante largo tiempo, a gran velocidad, sintiendo que el calor del cable le abrasaba las manos a pesar de los guantes blancos de su uniforme de gala.

Entonces, de repente, con un chapoteo, se sumergió en agua, en el agua acumulada en la base del hueco de la escalera.

Tal como había esperado.

El hueco del ascensor de personal debía de medir un metro cuadrado y, si todas las puertas de salida estaban selladas (y dada la enorme cantidad de agua que estaba saliendo del boquete de la pared del nivel 1), supuso que esta no tardaría mucho tiempo en acumularse en la base y alcanzar cierta profundidad.

Sex Machine estaba flotando a su lado, tosiendo agua y luchando por coger aire. Pero estaba vivo.

—¿Todo bien? —gritó Libro II.

—Sí.

Calvin y Elvis llegaron a la base del hueco del ascensor instantes después, deslizándose por los cables de contrapeso. La cascada resonaba a su alrededor, rociándolos de agua.

—Muy bien, Capitán Fantástico —le dijo Elvis a Calvin—, nuestro hueco del ascensor se está llenando de agua. ¿Qué sugiere que hagamos ahora?

Calvin vaciló.

No así Libro II. Señaló un par de puertas exteriores situadas encima de ellos.

—Simple. ¡Las abrimos!

—Me cago en la puta… —dijo Lumbreras mientras miraba a través de la parte trasera de la cabina principal del AWACS.

Un géiser de agua a alta presión estaba saliendo del agujero que se había abierto junto al ascensor de personal, arrojando una alfombra de agua sobre el suelo de hormigón del hangar.

—¿Qué coño es esto?

—Otro día de caos y destrucción con Espantapájaros —dijo Madre.

—Chicos —dijo Gant mientras miraba por la ventanilla de la salida de emergencia—. ¿Qué les ha pasado a los tipos que estaban en las alas?

Madre y Lumbreras se volvieron para mirar las alas del avión.

Allí no había nadie.

Los soldados del séptimo escuadrón que habían estado sobre las alas habían desaparecido.

Fue entonces cuando oyeron el sonido amortiguado de pisadas en el techo.

* * *

El AWACS proseguía con su circuito arrasador por el hangar, salvo que en esos momentos se abría paso a través de una capa de agua de dos centímetros y medio de profundidad.

Casi había completado el círculo, de manera tal que en ese momento apuntaba a la sección vacía del hangar que daba a la entrada abierta del hueco del elevador de aviones.

Schofield pisó los pedales de mando para intentar controlar el avión de vigilancia.

Vio la entrada que daba al hueco del elevador de aviones, justo delante de él. En ese momento, una cortina de agua cayó cual catarata del Niágara y desapareció por el hueco del elevador.

La plataforma elevadora hidráulica era sin duda la mejor opción para salir de aquel entuerto, pero la última vez que la había visto se hallaba detenida en uno de los niveles inferiores…

Y entonces, más repentinamente de lo que Schofield hubiera podido anticipar, el techo de la cabina explotó en una lluvia de chispas.

No había sido el techo exactamente, sino una de las escotillas dispuestas en el techo de la cabina de mando, una de las escotillas que se abrían cuando el asiento eyectable del piloto se activaba.

Tan pronto como la escotilla había reventado, una auténtica ráfaga de disparos había penetrado por ella, impactando en el tablero de control y haciendo pedazos los indicadores y cuadrantes.

A semejante torrente de balas le siguió una segunda ráfaga de disparos que atravesó el asiento vacío del piloto (el asiento de la izquierda, donde Madre había estado sentada), reduciéndolo a jirones.

Schofield vio lo que iba a suceder a continuación, así que se tiró del asiento y rodó por el suelo.

Instantes después, dos botas de combate aterrizaron con un golpe sordo sobre el asiento del piloto, botas que pertenecían a un soldado del séptimo escuadrón de temible aspecto.

El soldado, con la máscara antigás puesta, se volvió rápidamente con su P-90 apoyado firmemente contra su hombro, buscando cualquier posible enemigo en la parte posterior de la cabina de mando. A continuación se giró de nuevo hacia delante, y hacia abajo donde, para su total sorpresa, vio a Schofield acurrucado en el suelo.

Schofield, desarmado e indefenso, vio que el soldado comenzaba a apretar el gatillo con su dedo enguantado.

Y Schofield soltó una patada.

No a las piernas del hombre, sino a la palanca situada junto al asiento, la palanca de eyección.

La patada de Schofield dio en el blanco.

La palanca se movió hacia un lado.

Y, con un sonoro estallido, el asiento de eyección del piloto salió disparado por el agujero del techo de la cabina, ¡llevándose al soldado del séptimo escuadrón con él!

Pitón Willis observó completamente atónito cómo uno de sus hombres salía disparado a gran velocidad de la cabina de mando del AWACS, sobrepasando a sus compañeros, igual de estupefactos, ¡sobre un asiento eyectable!

El hombre voló por los aires cual bólido antes de impactar violentamente contra el techo de hormigón del hangar.

El horrible ruido del cuello del soldado al partirse resonó por todo el hangar subterráneo. Su cuerpo se golpeó con tal fuerza que el sonido pudo discernirse incluso por encima del rugido de los motores del AWACS. Murió al instante, pues la fuerza de más de ciento treinta kilos del asiento eyectable le partió la columna contra el techo como si de una ramita se tratara.

Mientras tanto, Schofield había sacado su Beretta y, deslizándose boca arriba por el suelo, tras los asientos de pilotos, comenzó a disparar al techo de la cabina para evitar que nadie más intentara acceder por ahí.

En cuestión de segundos, la pistola se quedó sin munición. Se puso de pie y miró por el parabrisas delantero…

¡Y vio que el avión iba de cabeza al hueco del elevador de aviones!

—La cosa mejora por momentos —dijo.

Intentó pensar en alguna solución.

El avión iba derecho al hueco del elevador.

Los soldados del séptimo escuadrón estaban desplegados por todo el techo (por todo el hangar, más bien).

Gant, Madre, Lumbreras y él estaban encerrados en el avión.

¿Cuál era la solución?

Muy sencillo.

Salir del hangar.

Pero no hay forma alguna de salir. Estamos atrapados en el avión y, si salimos, estamos muertos.

A menos, claro está, que salgamos del hangar mientras sigamos a bordo del avión…

Oh, sí…

Y, así, Schofield se sentó de nuevo en el asiento del copiloto y volvió a tomar el control del avión. A pesar de los disparos, los controles todavía funcionaban.

Schofield hizo que el Boeing 707 ganara velocidad y siguió manteniéndolo recto para que apuntara directamente a la enorme entrada de acero que conducía al hueco del elevador.

—Pero ¿qué demonios está haciendo…? —dijo Pitón.

El enorme AWACS estaba cogiendo velocidad y avanzaba por el hangar en dirección a la entrada abierta al hueco del elevador.

Los soldados que estaban en el techo del avión sintieron que este ganaba impulso y velocidad.

Miraron hacia delante, vieron hacia dónde se dirigía y los ojos casi se les salen de las órbitas.

—No puede ser cierto —musitó Pitón mientras contemplaba cómo sus hombres saltaban del techo del avión en movimiento conforme este se precipitaba hacia la entrada del hangar.

En la cabina de mando del avión, Schofield estaba abrochándose el cinturón. Mientras lo hacía, pulsó el interruptor del intercomunicador:

—Damas y caballeros, al habla su capitán. Tomen asiento y abróchense los cinturones, porque estamos a punto de despegar.

En la cabina principal, Gant y los dos marines se giraron para mirar hacia delante.

Desde la cabina principal del avión podía contemplarse la cabina de mando y, a través del parabrisas de esta, vieron el hueco del elevador acercándose rápidamente.

—¿Está pensando en lo que creo que está pensando? —le preguntó Gant a Madre.

Madre esperó antes de responder.

—Sí.

Saltaron a los asientos más cercanos y corrieron a abrocharse a toda prisa los cinturones de seguridad.

El Boeing 707, desprovisto de la sección de cola, resonó por el hangar subterráneo mientras el suelo de hormigón mojado se sucedía a gran velocidad, en dirección al hueco del elevador.

Y entonces, antes siquiera de que nadie pudiera esperar que se detuviera, el avión salió disparado del hangar, se inclinó sobre el borde y cayó al hueco del elevador, desapareciendo del campo de visión.

* * *

El avión cayó de morro por el hueco del elevador a gran rapidez. Parecía un enloquecido caza kamikaze.

Cayó y cayó y cayó hasta estrellarse con gran estruendo en la plataforma elevadora hidráulica estacionada en el nivel 4, a casi cincuenta y cinco metros.

El morro del avión se combó al instante al impactar contra la plataforma. Los fragmentos del avión comenzaron a volar por todas partes, como la metralla. Dos de los reactores salieron disparados al chocar contra la plataforma.

El avión, sin embargo, pareció sostenerse sobre su morro durante casi una eternidad. Y entonces, con un chirrido metálico, cayó, como una secuoya californiana, aterrizando con un estruendoso golpe sobre su ala izquierda (que se partió al instante), antes de que el resto del avión se golpeara contra la plataforma con un estruendoso bum.

En el interior del avión, el mundo se inclinó cuarenta y cinco grados a la izquierda.

Madre, Gant y Lumbreras estaban sentados en sus asientos, sujetos por los cinturones, pero colgando del lado izquierdo. Estaban empezando a soltarse los cinturones cuando Schofield llegó corriendo de la cabina de pilotaje.

—Vamos —dijo mientras ayudaba a Madre con su cinturón—. Pronto estarán aquí.

—¿Adónde vamos? —preguntó Gant mientras caía de su asiento y se ponía en pie.

Schofield frunció el ceño.

—Tenemos que encontrar al presidente.

—Dios santo, ha lanzado el avión al hueco del elevador…

—Unidades Charlie y Eco, inicien persecución…

—El presidente se encuentra en el nivel 5. Se dirige a la zona de confinamiento. Unidad Delta, permiso para acceder a las dependencias de animales…

—Recibido, líder de la unidad Bravo. Sí, están en el agua, en la base del hueco del ascensor de personal. Buena idea…

—¿Qué está haciendo Boa? —preguntó César Russell. El capitán Bruno Boa McConnell estaba al frente de la unidad Bravo. Era una de las Cinco Serpientes.

—Está en la parte superior del ascensor de personal, señor. Van a bajar el ascensor. Quieren ahogar a esos bastardos. Y, si intentan subir por los cables laterales, los abatirán a tiros.

Libro II y los demás flotaban inmóviles en las aguas cada vez más profundas acumuladas en la base del hueco del ascensor del personal.

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