Aprendiz de Jedi ed. esp. 1 Traiciones (5 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi ed. esp. 1 Traiciones
8.25Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Es que tú también eres un tipo muy sospechoso.

Estaba a punto de amanecer. Muy pronto despertarían los pilotos y Clee Rhara, y daría inicio un nuevo día. Un día en el que los pilotos de los cazas iban a salir a volar.

—Puede que su historial sea demasiado bueno —dijo Tahl—. Se me ocurre otra cosa.

Sus dedos volaron por las teclas del monitor. Qui-Gon se aproximó para mirar lo que estaba haciendo.

—¿Estás buscando en los expedientes de defunciones?

—Espera.

Qui-Gon suprimió un bostezo mientras observaba la pantalla. Por fin apareció una lista de datos. Mientras él ojeaba las entradas, una voz automática las leía para Tahl.

Era el mismo expediente que el de Tarrence Chenati. Los mismos permisos de seguridad. El mismo escáner de retina.

Pero ese Tarrence Chenati había muerto veinte años antes.

7

O
bi-Wan se despertó al amanecer. Escuchó los pasos ahogados de los estudiantes del Templo que acudían a meditación. Sabía que debía ir con ellos. La meditación calmaría su mente para el día que le esperaba. Pero no podía moverse. No quería que empezase ese día.

Las horas nocturnas parecían haberse prolongado hasta el infinito. Obi-Wan habría querido ponerse en contacto con Qui-Gon, pero no tenía nada que decirle. Sólo quería sentir la serena presencia de su Maestro a su lado. Había buscado a Bant, pero ésta le dijo que quería acostarse temprano y que no quería hablar. Justo cuando necesitaba a sus amigos, éstos desaparecían.

Obi-Wan deslizó las piernas hasta el suelo. Su intercomunicador parpadeaba al otro lado de la habitación. Se apresuró a cogerlo. Puede que Qui-Gon hubiese regresado ya y quería desayunar con él. Aún faltaban varias horas para que se celebrara la vista. Si la noche le había parecido eterna, la mañana iba a ser aún peor.

Escuchó con alegría la voz de Qui-Gon, pero enseguida se sintió decepcionado.

—Obi-Wan, sigo en Centax 2. Ha surgido algo y tengo que quedarme aquí, pero creo que volveré para la vista.

—¿Cómo que "creo"? —Obi-Wan no pudo evitar reflejar la ansiedad en su voz.

—Todo saldrá bien, padawan. Di la verdad. Es lo único que necesitas.

¡Eso
no
es
lo
único
que
necesito!
, quiso gritar Obi-Wan. Necesitaba la presencia de su Maestro. Qui-Gon percibió su inquietud.

—Tahl y yo estamos a punto de solucionar los problemas que hay aquí. Las vidas de los pilotos Jedi dependen de nosotros. Intentaré llegar a tiempo, Obi-Wan. Tengo que dejarte.

Qui-Gon parecía tener prisa. Obi-Wan le dijo adiós y colgó. Contempló las agujas de los rascacielos de Coruscant y luego observó la atmósfera superior, donde se encontraba Centax 2 rodeado de nubes. Tahl había ido hasta allí para resolver los problemas de la base. Había dejado muy claro que no quería que Qui-Gon interviniera. ¿Por qué había decidido Qui-Gon apoyar a Tahl en lugar de a su padawan?

Tahl siempre era más importante que él, pensó Obi-Wan amargamente. En Melida/Daan, ella fue la principal prioridad de Qui-Gon. Estaba tan preocupado por ella que sólo quería sacarla del planeta y ponerla a salvo, incluso a costa de abandonar a su padawan. La evacuación de Tahl tenía más importancia que una guerra civil y una causa justa.

Apoyó la acalorada frente en el frío panel. Sabía que no debía pensar así. Sabía que la culpabilidad que sentía por Bruck le quemaba por dentro.

Bant. Bant podía ayudarlo. Ella siempre sabía ver las cosas con claridad, pero sin hacerle sentir mal por pensar así.

Se dirigió hacia el dormitorio de Bant, pero ella ya no estaba. Obi-Wan la buscó en las salas de meditación y en el comedor, donde ya empezaban a congregarse los estudiantes. Ni rastro de ella. Nadie la había visto aquella mañana.

Obi-Wan decidió bajar a la Estancia de las Mil Fuentes. Puede que así consiguiese calmar sus febriles pensamientos y prepararse para el mal trago que le esperaba.

Al salir del ascensor, percibió el frescor del ambiente. Se detuvo a escuchar el tranquilo rumor de las fuentes ocultas y descendió por uno de los numerosos senderos que llevaban a la cascada.

Se tumbó en el césped de la orilla. El agua caía en torrente sobre las rocas y le acariciaba la piel, salpicándole suavemente. Contempló el verde claro de la laguna, intentando tranquilizar su mente...

Era como un sueño. Bant estaba en el fondo de la piscina. Tenía los ojos cerrados. Su piel color salmón estaba pálida, más pálida de lo que él había visto jamás.

No era un sueño. Bant estaba en peligro.

Obi-Wan se puso en pie de un salto y se lanzó a la laguna con un movimiento ágil. Los ojos de Bant se abrieron y lo vio buceando frenéticamente hacia ella. Ella negó con la cabeza ligeramente, como para indicarle que se fuera.

Obi-Wan ignoró el gesto. Él se limitó a cogerla en brazos y volvió a la superficie, y el pánico envió una onda de energía por todos sus músculos.

Él aspiró hondo al llegar a la superficie. Bant respiró algo de aire, pero negó con la cabeza violentamente.

—No, no, déjame volver...

Él la llevó hasta la orilla y la alzó. Bant se arrastró por el césped y se derrumbó. Él salió también y se sentó junto a ella, jadeando profundamente.

—¿A qué ha venido esto?

Bant estaba tumbada boca abajo.

—Estaba... intentando... averiguar cuál es mi límite... —dijo ella sin aliento.

Obi-Wan se enderezó.

—¿Que estabas qué?

—Él dijo que yo no... conocía mi límite —dijo Bant llenándose los pulmones de aire—. Si me quedaba la misma cantidad de tiempo bajo el agua, quizá me desmayaría y así sabríamos que estuve a punto de morir, tal y como yo creo.

—Un plan excelente —dijo Obi-Wan—. ¿Te importaría decirme cómo ibas a volver entonces a la superficie?

—Conecté un cronómetro para que diera una señal que alertaría a los de seguridad de que había alguien en peligro —dijo Bant, comenzando a recuperar el ritmo respiratorio normal—. No me iba a pasar nada.

—¿Y si los de seguridad no conseguían llegar a tiempo? —preguntó Obi-Wan, nervioso—. ¿Y si hubieras muerto para entonces? Te has arriesgado demasiado, Bant. ¿Cómo has podido hacerme esto?

Ella le miró atónita.

—¡Pero si lo hacía por ti!

—¿Y si hubiera pasado algo? ¿Cómo podías permitir que ya pasase por la carga de otra muerte?

Obi-Wan sabía que la mejor forma de convencer a Bant de que era un plan insensato era hacerle creer que el mayor peligro estaba en hacerle daño a él.

—No pensé en eso —dijo Bant.

Obi-Wan respiró hondo para calmar su voz.

—Gracias por intentar ayudarme, Bant, pero Qui-Gon tiene razón. No puedes hacer nada. Él tampoco. Tengo que pasar por esto yo solo. Prométeme que no volverás a hacer algo así.

Bant asintió despacio.

—Vale, lo prometo —dijo con seriedad.

—En estos momentos tenemos que demostrar toda nuestra fortaleza —dijo Obi-Wan—. Tenemos que confiar en la verdad y en la Fuerza.

—Y que la Fuerza nos acompañe —dijo Bant.

8


Q
ui-Gon tenía razón —dijo Tahl a Qui-Gon y Clee Rhara—. Tarrence Chenati tiene que contar con el respaldo de alguien poderoso del Senado.

—¿Del Senado? —preguntó Clee Rhara con ojos relucientes—. ¿Hay un senador detrás de todo esto?

—¿Por qué no? —preguntó Qui-Gon en voz baja—. No suelen ser mejores que los demás seres del universo. A veces son incluso peores.

—El Senado tiene sus propios espías —dijo Tahl—. Se los conoce como los sin-nombre. Se les crea una nueva identidad, con documentos y permisos acreditativos. Cuando el sin-nombre muere, la identidad se retira —señaló los documentos de Tarrence Chenati—. Es este tipo de identidad. ¿Qué pasaría si alguien tuviera acceso a esas identidades retiradas y pudiera robar una para el saboteador?

—Eso encaja —dijo Qui-Gon—. ¿Quién podría acceder a ellas?

Tahl frunció el ceño.

—Es difícil de averiguar. Podría ser cualquier senador importante con los contactos adecuados y los sobornos pertinentes. Seguir su rastro roza lo imposible.

—Si Chenati no es más que un saboteador a sueldo, no sentirá mucha lealtad por él —supuso Qui-Gon—. Si lo arrestamos podría acabar contándonos lo que queremos saber.

—El turno de Chenati comienza dentro de quince minutos —dijo Clee Rhara—. No quiero que se acerque a esas naves.

—Déjanos manejar la situación a nosotros —le aconsejó Qui-Gon—. Ve con los alumnos. No dejes que nadie se acerque al hangar. E intenta mantener apartado a Haly Dura también.

Clee Rhara asintió. Salió dando zancadas hacia los barracones de los estudiantes. Tahl y Qui-Gon se giraron para marcharse a su vez, pero se encendió una luz en el panel de control del sistema de seguridad.

—Es Chenati. Ha llegado antes de tiempo —dijo Qui-Gon, tenso.

Qui-Gon y Tahl se dirigieron rápidamente hacia el hangar sin que mediara otra palabra. Las enormes puertas de duracero ya estaban abiertas, y los cazas, alineados en su interior.

—Está a la izquierda, a quince metros, trabajando en el lado derecho del caza —dijo Qui-Gon a Tahl.

—Vamos a rodearlo —sugirió la Jedi—. Pero despacio, que no queremos matarlo del susto.

Qui-Gon y Tahl se acercaron a Chenati, que los vio y los saludó alegremente. Se agachó para coger algo de la caja de herramientas.

Algo alertó a Qui-Gon antes de que Chenati volviera a levantarse. Se mostraba demasiado amistoso.

—Lo sabe —dijo Qui-Gon.

Cuando Chenati reapareció, lo hizo con una pistola láser. Qui-Gon y Tahl consiguieron separarse a tiempo y los disparos les pasaron rozando. El sable láser de Qui-Gon se activó al momento, y el Jedi saltó para interceptar el disparo que iba hacia Tahl.

—¡Deja de protegerme! —gritó ella.

¿Cómo podía hacer lo que ella le pedía? La percepción de Tahl era extraordinariamente aguda, pero ni siquiera ella podía rechazar un disparo láser sin verlo. Tahl comenzó a avanzar en un errático movimiento de zigzag hacia Chenati, que retrocedió sin dejar de disparar a buen ritmo. Qui-Gon también avanzó, manteniéndose en todo momento entre Tahl y los disparos. Sabía que ella intentaba captar el susurro de los ropajes, el movimiento del aire para saber desde dónde apuntaba Chenati. Pero había demasiado ruido a su alrededor.

De repente, Chenati entró en la cabina del caza. La carlinga comenzó a cerrarse.

Tahl escuchó el ruido y empezó a correr. El caza empezó a moverse, directamente hacia ella.

—¡Tahl! ¡Delante de ti! —gritó Qui-Gon. Se precipitó en su dirección, pero Tahl ya había convocado a la Fuerza y dio un gran salto hacia la izquierda, poniéndose a salvo de la trayectoria del caza.

La distracción se cobró un precio en Qui-Gon, que no consiguió alcanzar a Chenati y sólo pudo ver cómo despegaba el caza.

Tahl desactivó el sable láser y se lo metió enfadada en el cinturón.

—Si no insistieras tanto en protegerme, igual podrías haberle cogido —dijo en tono enfadado y amargo—. Puede que las cosas fueran distintas si yo no necesitara "protección".

—Tahl...

—¡Qui-Gon! ¡Tahl! —Clee se aproximó corriendo—. He visto a Chenati despegando —Clee contempló el cielo, que ya estaba vacío.

—Había que matarlo o dejarlo marchar —dijo Qui-Gon.

—No pasa nada —dijo Clee—. Al menos sabemos que los cazas ya no corren peligro.

—Tienes que comprobar éstos de aquí —dijo Tahl—. Ha estado aquí unos minutos.

—Así lo haré. Gracias, mis buenos amigos —dijo Clee Rhara en tono cariñoso a Qui-Gon y Tahl. Era una mujer de naturaleza alegre, que siempre buscaba el lado bueno de las cosas—. Podemos seguir con el programa.

—Pero seguís sin saber quién es el enemigo —le dijo Tahl.

—Sí, y la verdad es que es algo que me preocupa —dijo Clee—, pero me alegra volver a tener la base bajo control. Todas estas intrigas eran bastante agotadoras.

—Sí, la desconfianza consume energías que es preferible emplear en otras cosas —comentó Tahl.

—¡Señora Tahl! —la cantarina voz de DosJota, el androide personal de navegación de Tahl, resonó en el hangar—. ¡Esta mañana salió sin mí! Mire cuántos obstáculos hay en este lugar. Tiene un cortador láser justo al lado del pie izquierdo.

Tahl cerró los ojos en gesto de desesperación. Normalmente, las tonterías de DosJota divertían a Qui-Gon, pero éste se dio cuenta de que esta vez ella estaba a punto de perder la calma. Ya había tenido suficiente sobreprotección para aquel día.

—Tahl está bien, DosJota —respondió él rápidamente.

—Hola, Qui-Gon Jinn —dijo el androide—. No te he visto desde que me reprogramaron. Menos mal que me dejaron las células de memoria intactas.

Qui-Gon se detuvo un instante. Por un momento, examinó cuidadosamente a sus amigos y al androide parlanchín. Había algo de lo que no se daba cuenta. ¿Qué había dicho DosJota para hacerle ser consciente de aquello?

Al principio, Tahl y Clee hablaron de desconfianza. Luego, DosJota mencionó lo de su reprogramación...

Xánatos había colocado un dispositivo de vigilancia en DosJota. No habían sabido que el androide transmitía sus conversaciones al enemigo. Sabían que había un espía en el Templo, y Obi-Wan sugirió que Tahl podría ser la culpable. Pero Qui-Gon nunca dejó de confiar en ella, aunque esa posibilidad tenía sentido.

Xánatos nunca pudo confiar en nadie. Por eso fracasó.

¿Por qué, entonces, confió en Bruck?

Qui-Gon recordó el tacto de la empuñadura del sable láser de Bruck, la desgastada factura del tallado, la pequeña muesca del mango. En aquel momento, recordó lo tierna que le pareció la imagen del chico tallando su arma durante horas.

En ese momento, las piezas encajaron en su lugar y supo cómo inclinar la balanza en favor de Obi-Wan.

Odiaba tener que dejar a Tahl estando así las cosas entre ellos, pero su padawan le necesitaba.

9

O
bi-Wan creía estar preparado para aquello. Había recordado tantas veces lo sucedido con Bruck que estaba seguro de que podría relatarlo sin problemas. Hasta tenía la esperanza de que Vox y Kad Chun se ablandarían al oírlo, que se darían cuenta de que la dolorosa verdad era que Bruck había escogido el camino del Lado Oscuro.

Pero no fue así.

Desde el momento en que se sentó frente a los senadores e intentó contar su historia, Sano Sauro lo acosó con preguntas, malinterpretó sus palabras, le hizo repetir las cosas y, si Obi-Wan realizaba el mínimo cambio, el abogado se abalanzaba sobre él.

Other books

Gregory Curtis by Disarmed: The Story of the Venus De Milo
365 Days by Ronald J. Glasser
Hydroplane: Fictions by Susan Steinberg
The Stranger by Albert Camus
No Weddings by Bastion, Kat, Bastion, Stone
Riding to Washington by Gwenyth Swain
Cars 2 by Irene Trimble
Exile by Kevin Emerson