Aprendiz de Jedi ed. esp. 1 Traiciones (3 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi ed. esp. 1 Traiciones
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—Me encantaría poder pilotar así —dijo Obi-Wan con admiración.

Cuando los dos cazas aterrizaron, Obi-Wan reconoció una figura familiar saliendo de una de las cabinas. Era Garen Muln. Se quito el casco y agitó la cabeza para soltar su espesa melena. Para sorpresa de Obi-Wan, Garen ya no llevaba el pelo corto y la coletilla de los estudiantes de último año. Vio que el otro piloto también se había dejado el pelo largo.

La mirada aguzada de Garen se fijó en las dos figuras que se acercaban a él. Al cabo de unos segundos, reconoció a Obi-Wan. Saltó del caza con un grito de alegría y corrió hacia él.

—¡Obi-Wan! ¿Por qué no me dijiste que venías? ¡Qué alegría verte! —Garen se puso serio al darse cuenta de que no había saludado a un Maestro Jedi—. Disculpe, Qui-Gon Jinn —dijo inclinando la cabeza—. Bienvenido.

Qui-Gon sonrió.

—Obi-Wan y yo decidimos venir para ver cómo os iba por la base.

—Nos va muy bien. Sólo hemos tenido unos pequeños contratiempos que Clee Rhara se ha encargado de solventar.

Qui-Gon alzó una ceja, pero no dijo nada.

—Tienes que conocerla —dijo Garen, con los ojos relucientes, a Obi-Wan—. Es maravillosa. La mejor piloto que he visto en mi vida. Ha conseguido que hagamos cosas en el aire que antes nos parecían un sueño. ¡No sabes cuánto he mejorado desde el Templo!

—Ya no pareces un Jedi —le dijo Obi-Wan, fijándose en el mono de vuelo de Garen y en su larga melena.

—Sigo siendo un Jedi, no te preocupes —dijo Garen sonriendo.

En ese momento, Clee Rhara salió de la carpa. Vestía un mono de vuelo como el de Garen y llevaba al viento la melena de color naranja. Clee Rhara era una mujer pequeña y de complexión atlética que apenas llegaba a Qui-Gon al hombro, pero cuyo cuerpo compacto era pura fibra. Vio a Qui-Gon, y en su rostro se dibujó una amplia sonrisa.

—¡Qué sorpresa! —exclamó ella al acercarse.

—Me gustaría presentarte a mi padawan, Obi-Wan Kenobi.

Obi-Wan fue examinado por un par de ojos intensos, del mismo color que la melena naranja oscuro.

—He oído hablar muy bien de ti a Garen —dijo Clee—. Bienvenido —cogió por el brazo a Obi-Wan y a Qui-Gon—. Dejad que os enseñe el equipo. Tahl está aquí. Le alegrará saber que habéis venido.

Clee les hizo de guía durante la visita, mostrándoles los cazas re-equipados, los barracones de los estudiantes, las salas de estudio, los hangares y hasta las cocinas. Qui-Gon notó cómo los estudiantes seguían a Clee con la mirada; era obvio que les inspiraba una viva lealtad.

Clee finalizó la visita en el centro técnico, donde los estudiantes experimentaban de primera mano con motores e hipermotores. Tahl estaba sentada ante un monitor, utilizando un ordenador activado por voz. Dejó de hablar en cuanto supo que habían entrado.

—A que no adivinas... —comenzó a decir Clee.

—Qui-Gon —dijo Tahl sin apenas variar el tono. Qui-Gon se sintió un poco ofendido. Tahl nunca lo había recibido con tanta frialdad.

Clee no se dio cuenta de aquel recibimiento, o al menos no dio señales de ello.

—Míranos, aquí estamos los tres, juntos otra vez —dijo alegremente.

—Sí —dijo Tahl.

Qui-Gon clavó la mirada en Clee. Hacía años que no se veían, pero su vieja amistad les permitía una confianza que jamás se debilitaría. Ella supo de inmediato que él quería hablar a solas con Tahl.

—Obi-Wan, ¿quieres ver los cazas? —preguntó Clee.

—¡Sí! —respondió Obi-Wan de inmediato.

—Vamos, Garen y yo te enseñaremos la flota —dijo Clee, avanzando hacia la puerta—. Volveremos para la cena. Allí nos veremos, Qui-Gon.

Qui-Gon esperó a que se marcharan. No se acercó a Tahl.

—Estás enfadada conmigo por haber venido.

Ella se apartó para que él no pudiera ver la expresión de su precioso rostro. A veces lo hacía para que él no tuviera ventaja.

—Crees que necesito ayuda, que no podré ocuparme sola de esta misión.

Qui-Gon estuvo a punto de insistir en que esa afirmación era ridícula, pero no lo hizo. No necesitaba ver la cara de Tahl para saber que se sentía vulnerable. El mero hecho de tener que escoger un padawan la había obligado a enfrentarse a algo muy doloroso para ella, algo que le hacía dudar de sí misma. Y él conocía muy bien esa sensación, por distintas razones.

—No —dijo él—. He venido porque Obi-Wan lo pasó muy mal en la reunión con Vox Chun. Me preocupa mi padawan. Y sabía que le encantaría visitar la base. Y si además podemos ser de utilidad, puede que eso lo distraiga aún más.

—Ya —dijo Tahl en tono irónico—. ¿Y ésa es la única razón por la que has venido?

—Me enteré de que decidiste no adoptar un padawan...

—Y pensaste que igual necesitaba charlar para desahogarme —Tahl giró la cabeza hacia él de repente. Qui-Gon vio la amargura en el rostro de ella—. Me vas a contar lo reticente que te sentías tú ante la perspectiva de tomar un padawan, lo mucho que te costó, lo valioso que ha resultado ser al final, y que me tengo que dar cuenta de que tengo mucho que enseñar a un padawan aunque sea ciega. ¿Te crees que no sé lo que me vas a decir? Déjalo, de verdad. Cualquier conversación sobre padawan o sobre Bant está de más. Lo digo en serio, Qui-Gon.

—De acuerdo —dijo él lentamente—. Pero ¿nos permitirás ayudarte en la investigación? Sólo como favor hacia Obi-Wan y hacia mí.

—Pero piensa que sólo lo hago por Obi-Wan.

—Me vale —él se acercó y acercó una silla—. ¿Qué has conseguido averiguar hasta ahora?

—Mis contactos en el Senado me han comunicado que se rumorea que la propia Clee Rhara saboteó los cazas —dijo Tahl, pasándose una mano cansada por los ojos.

—¿Y por qué iba a hacer eso? —preguntó Qui-Gon asombrado.

—Para demostrar al Senado que el proyecto necesita fondos y naves más modernas —dijo Tahl.

La explosión de indignación de Clee resonó de repente en las paredes metálicas de la carpa.

—¡Pero qué sarta de mentiras! —avanzó hacia ellos dando zancadas y con las manos en las caderas—. ¡Yo jamas pondría en peligro la vida de mis pilotos!

—Creía que estabas enseñando los cazas a Obi-Wan —dijo Qui-Gon.

—He vuelto para asegurarme de que no os estabais matando —dijo Clee—. Recuerdo bien vuestras peleas en el Templo.

—Ahora somos Caballeros Jedi —dijo Qui-Gon—. Ya no tenemos peleas.

Tahl sonrió.

—Ahora discutimos y siempre gano yo.

Clee se dejó caer en una silla.

—Pues me alegro de veros a los dos aquí. Estoy en un buen lío. Si no averiguo enseguida quién me está saboteando la flota, seguro que el Consejo cancela todo el programa. ¡No puedo permitir que pase eso!

—Háblame de la seguridad —dijo Qui-Gon.

—Las naves se re-equipan en un campo cercano, y todos los trabajadores pasan por los controles de seguridad del Senado. Tras el primer incidente, restringí a dos el número de encargados de las naves Jedi. Las cosas van más despacio, pero es más seguro. Los dos han superado los requisitos más exigentes de seguridad del Senado. Supuse que así iría todo bien. Pero después ocurrió otro incidente.

—Así que ha tenido que ser uno de esos dos trabajadores —dijo Qui-Gon.

—O alguien que ha encontrado la forma de colarse en una zona restringida —dijo Tahl.

Clee se echó hacia delante y se apretó las manos con frustración.

—No puedo estrechar más el cerco de seguridad. Los controles del Senado son increíblemente minuciosos.

—Hay otra posibilidad —dijo Qui-Gon—. Que haya alguien del Senado detrás de esto, y que uno de los trabajadores, o los dos, tengan una falsa identidad.

—Eso no lo había pensado —dijo Tahl—. Pero podría explicar los rumores que corren por el Senado. El traidor podría ser el responsable de ambas cosas. Alguien que quiere hacer fracasar este proyecto.

—Pero, ¿por qué? —preguntó Clee—. ¿Quién podría oponerse a que una pandilla de estudiantes del Templo aprendan a pilotar cazas?

—Alguien que teme que los Jedi tengan más poder —musitó Qui-Gon—. El programa es todavía muy reciente, pero puede ser potencialmente dañino para estas personas.

El intercomunicador de Qui-Gon pitó, y él se excusó para ausentarse a responder, alejándose unos pasos. Era Yoda.

—Malas noticias tengo —dijo Yoda sin más preámbulos—. El Senado una subcomisión de investigación ha decidido crear para la muerte de Bruck investigar. Vox Chun con un poderoso aliado allí cuenta. Que Sano Sauro es un abogado hemos descubierto. Se rumorea que ansioso por destacar está. Volver de inmediato debes, Qui-Gon. Tres testigos habrá: Bant, Obi-Wan y tú. Este proceso doloroso para tu padawan será, me temo.

Qui-Gon se sintió hundido.

—Sí —dijo en voz baja—. Yo también lo temo.

5

L
a comisión de investigación del Senado no perdió el tiempo. Al día siguiente llamaron a los Jedi a su sala privada de interrogatorios.

Obi-Wan se sintió fatal aquella mañana, mientras se vestía. Apenas pudo digerir el desayuno. Se sintió casi aliviado cuando llegó el momento de reunirse con Qui-Gon y dirigirse hacia el Senado.

—Habrá quince senadores presentes —explicó Qui-Gon a Bant y Obi-Wan mientras avanzaban por los pasillos de color lavanda del Senado. Los corredores estaban llenos de senadores dándose aires de importancia, con asistentes, consortes y androides pisándoles los talones.

—A mí me llamarán primero —explicó Qui-Gon—. Luego a Bant. Obi-Wan será el último. Sano Sauro intentará tergiversar todo lo que digas, así que asegúrate de que la verdad brille en cada una de tus frases. Los Jedi han optado por no tener representación legal. Tenemos la verdad de nuestro lado. Recuérdalo.

Obi-Wan asintió. La sabia mirada de Qui-Gon era tranquilizadora. Los muros de la sala de interrogatorios eran de transpariacero, y Obi-Wan pudo ver que los senadores ya estaban sentados en la gran mesa del interior. Estaba situada sobre una plataforma. Vox Chun, Kad Chun y Sano Sauro ya habían ocupado su puesto frente a ellos. Una mesa vacía aguardaba a los Jedi.

—El senador Pi T'Egal es el director de la comisión —dijo Qui-Gon en voz baja, señalando al senador sentado en el centro de la mesa—. Eso es bueno. Es amigo de los Jedi.

Las puertas de transpariacero se abrieron. Qui-Gon, Obi-Wan y Bant se inclinaron levemente ante los senadores. Luego ocuparon sus puestos en la mesa vacía.

—Si estamos todos, podemos empezar —dijo Pi T'Egal. Pulsó un botón y las paredes de transpariacero se volvieron opacas. Obi-Wan sabía que aquello iba a ocurrir, pero de repente se sintió atrapado.

Encuentra tu centro de calma.
Se esforzó por respirar mientras Pi T'Egal consultaba su datapad y pulsaba unos cuantos botones. Los dedos de Bant apretaron suavemente el antebrazo de Obi-Wan para tranquilizarlo.

Por fin, Pi T'Egal levantó la mirada.

—Esto no es un juicio —dijo—. Sólo es una vista. Vox y Kad Chun han pedido una descripción completa de la muerte de Bruck Chun en el Templo. Los senadores hemos accedido a decidir si la muerte fue un accidente o si Obi-Wan Kenobi tiene algún tipo de responsabilidad en ella. Si nuestro veredicto es que fue deliberada o que es responsabilidad de Obi-Wan Kenobi, Vox y Kad Chun podrán llevar el tema a los tribunales de Coruscant. ¿Lo ha entendido todo el mundo?

Todos asintieron.

Pi T'Egal se dirigió a Vox Chun.

—¿Comprende que si juzgamos que no existe responsabilidad de terceros en la muerte de su hijo, no podrá seguir adelante con esta cuestión?

—Sí —dijo Vox Chun.

—Entonces comencemos. El primer testigo será el caballero Jedi Qui-Gon Jinn.

Qui-Gon se levantó y se acercó a una silla de la plataforma, ubicada de tal forma que todos los senadores pudieran verlo con claridad.

—Por favor, infórmenos de todos los acontecimientos que condujeron a la muerte de Bruck Chun.

Qui-Gon empezó a hablar con calma, haciendo un breve resumen de todos los problemas sufridos por el Templo y explicando que había un intruso en él.

—Descubrimos que Bruck Chun estaba implicado en los hurtos menores —dijo—. El chico desapareció, y nos enteramos de que alguien más poderoso había traspasado la seguridad. Supusimos que Bruck Chun había colado a este individuo en el Templo.

—Pero no lo sabían con seguridad —interrumpió Sano Sauro.

—No —dijo Qui-Gon, mirando con frialdad al abogado—. Por eso he utilizado la palabra "supusimos".

—Por favor, prosiga, Qui-Gon Jinn —dijo Pi T'Egal.

Qui-Gon detalló todos los ejemplos de sabotaje, incluido el ataque a Yoda y el sabotaje de un turboascensor horizontal que dejó atrapados a doce niños pequeños y su cuidador. Luego explicó cómo descubrieron que se enfrentaban al que fue su padawan, Xánatos, que por aquel entonces presidía una corporación minera gigantesca, Offworld. Sorprendieron a Xánatos y a Bruck en la puerta de la Cámara del Consejo Jedi, cuando salían de un conducto de ventilación.

—Yo desarmé a Bruck —dijo Qui-Gon lentamente—. Xánatos cogió al chico y le puso el sable láser en el cuello.

Sano Sauro se enderezó en la silla.

—¿Xánatos amenazó al chico? ¿Bruck era su prisionero, y no su cómplice?

—No —dijo Qui-Gon—. Xánatos no era leal a nadie. Estaba dispuesto a poner en peligro la vida de Bruck con tal de obtener algo de ventaja.

—Ésa es su opinión —dijo Sano Sauro con una sonrisa burlona.

—Sí. Basándome en mis numerosos encuentros con Xánatos llegué a saber cómo reaccionaba cuando estaba bajo presión —respondió Qui-Gon—. Conseguimos que soltase a Bruck, y éste recuperó su sable láser. Xánatos le dijo que fuera a asegurarse de que Bant había muerto.

Pi T'Egal se echó hacia delante.

—¿Dijo esas palabras?

—"Asegúrate de que esté muerta" —citó Qui-Gon—. Esas palabras exactamente.

—¿Ordenó usted a Obi-Wan que matara a Bruck? —preguntó Sano Sauro.

Qui-Gon se agarró con fuerza a la silla por un instante, la única señal de que la insolencia de Sano Sauro le había afectado.

—No. Los Jedi no ordenan la muerte de nadie. Lo que le dije fue que siguiera a Bruck para que no pudiera matar a Bant. Eso es exactamente lo que hizo. Yo lamento la pérdida de una vida, pero estoy orgulloso de las acciones de mi padawan —Qui-Gon miró con cariño a Obi-Wan.

—¿Orgulloso? —Sano Sauro se puso en pie—. ¿Orgulloso de que un joven estudiante Jedi haya muerto?

—Orgulloso de que Obi-Wan hiciera todo lo posible por salvarlo, incluso después de que Bruck Chun hiciera todo lo posible por matarlo a él —dijo Qui-Gon con voz firme—. Orgulloso de que mostrara compasión y piedad incluso ante la ira del otro. Así es como se comporta un Jedi.

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