Aprendiz de Jedi ed. esp. 1 Traiciones (2 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi ed. esp. 1 Traiciones
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Qui-Gon sabía que era un proyecto polémico. El Consejo accedió finalmente a la operación, pero sólo a la fase experimental. Se había elegido para participar en él a algunos de los mejores estudiantes del Templo, como Garen Muln, amigo de Obi-Wan. Había miembros del Consejo que opinaban que los Jedi deberían ser transportados en naves consulares o en cargueros, o solicitar pequeñas naves para vuelos más cortos. Pensaban que la existencia de pilotos Jedi acabaría generando una flota propia, una operación tan compleja que los distraería de su labor de mantener la paz en la galaxia.

—A Clee Rhara conoces —dijo Yoda—. Carismática es. Entre los jóvenes pilotos seguidores tiene. Muchos su periodo padawan retrasan. El Consejo esto permite, pero voces en contra hay.

Qui-Gon asintió. Clee Rhara y él habían sido compañeros de estudios. Era una mujer de gran inteligencia y voluntad de hierro, que ya en su época atraía muchos seguidores.

—¿Qué misión tiene Tahl? —preguntó Qui-Gon con curiosidad.

—Un grave problema tenemos —dijo Yoda—. Hasta ahora, para los pilotos Jedi el Senado cazas donaba. Desfasados o dañados están. Clee Rhara su propio taller de reparaciones tiene. El sistema bien ha funcionado, pero últimamente fallos mecánicos ha habido. Uno bastante grave. Un aerotaxi de Coruscant a punto de ser atropellado estuvo, y en su interior, un importante senador se hallaba.

—¿Clee Rhara cree que se trata de sabotaje?

Yoda asintió.

—Tahl fue a investigarlo. En el Senado miembros que con los Jedi no simpatizan hay. Insisten en que de ellos nos aprovechamos. Averiguar la fuente de estos rumores no podemos. Preocupado el Consejo está. Clee Rhara debe hacer funcionar el programa, o abandonarlo deberemos.

—Entiendo —dijo Qui-Gon—. Si Tahl consigue demostrar que las naves han sido saboteadas, el programa podrá continuar.

—Quizá —Yoda se enderezó y comenzó a avanzar hacia el turboascensor—. Algunos miembros del Senado bajo vigilancia nos tienen. Quizá con la esperanza de que fracasemos. Y también la muerte de Bruck investigan. Y olvidar no debemos que Vox Chun a las órdenes de alguien estaba, y para destruirnos conspiró.

—Xánatos —dijo Qui-Gon. Su primer padawan, ya muerto. Pero la maldad que había sembrado continuaba propagándose.

3

Q
ui-Gon decidió que lo más cortés era recibir en la plataforma a Vox Chun. Obi-Wan estaba de acuerdo con su Maestro, pero deseó poder posponer un poco más el encuentro con el padre de Bruck.

—Aquí llega —dijo Qui-Gon señalando una nave plateada que se dirigía hacia ellos. Admiró el elegante diseño del transporte—. ¿Cómo puede alguien que acaba de salir de la cárcel permitirse una nave como ésta? Puede que Vox siga teniendo amistades influyentes.

Obi-Wan estaba demasiado nervioso para responder. Momentos después, la nave se detenía y la rampa descendía mientras la puerta de salida empezaba a abrirse. Una figura apareció en lo alto. Obi-Wan se quedó sin aliento. Era Bruck.

Dio un paso atrás y Qui-Gon le puso una mano en el brazo.

—No —le dijo su Maestro en voz baja—. No es él, Obi-Wan. Ese chico sólo se le parece.

Aquel chico tenía un mechón canoso, como Bruck, e iba vestido con una sencilla túnica al estilo Jedi. Cuando descendió, Obi-Wan volvió a respirar. Se dio cuenta de que los rasgos del chico estaban menos marcados y que debía de ser unos años más joven que Obi-Wan.

—Un hermano —murmuró Qui-Gon—. Quieren ponernos nerviosos. Por eso ha salido él primero.

Vox Chun bajó lentamente por la rampa, tras el chico. El manto púrpura oscuro ondeaba y se enredaba en sus botas. El último pasajero iba un paso o dos por detrás, y Obi-Wan lo miró con curiosidad. Vox Chun no dijo que vendría acompañado, y los Jedi supusieron que vendría solo. Aquel hombre era más bajo que Obi-Wan y tenía aproximadamente la edad de Qui-Gon, o quizás era algo mayor. Era imposible saberlo. Tenía un rostro liso, sin arrugas, y el pelo oscuro y corto. Llevaba una chaqueta negra y unos pantalones sencillos.

Qui-Gon asintió a modo de saludo.

—Bienvenidos al Templo Jedi. Soy Qui-Gon Jinn, y éste es mi padawan, Obi-Wan Kenobi.

Los ojos de Vox Chun eran del mismo azul gélido que los de Bruck. Recorrieron a Obi-Wan como si fueran formando una capa de hielo sobre una superficie de agua. Luego devolvió a Qui-Gon el saludo.

—Soy Vox Chun, y éste es mi hijo, Kad Chun. Éste es un amigo de la familia, Sano Sauro. Ha venido para ofrecernos su apoyo emocional.

Obi-Wan miró a Sano Sauro. Su mirada opaca y sus gestos inexpresivos y severos no dejaban ver ni un ápice de sus sentimientos. Obi-Wan no podía imaginarse a nadie acudiendo a él para algo relacionado con el apoyo emocional.

—Por aquí —dijo Qui-Gon señalando la pasarela que llevaba al Templo—. Hemos preparado un refrigerio, por si les apetece...

—He venido a saber algo, no a comer —dijo Vox Chun con brusquedad.

—Bien. Hemos preparado la sala de conferencias...

—Llevadme al sitio donde asesinaron a mi hijo.

Qui-Gon se sintió incómodo ante las palabras elegidas por Vox Chun para articular la frase, pero respondió con amabilidad.

—Podrá ver dónde murió su hijo.

Obi-Wan iba detrás de Kad. Desde donde estaba, la complexión recia del chico le recordó a Bruck. Éste había sido un matón que se dedicó a atormentar a Obi-Wan durante su época de estudiante. Obi-Wan se convirtió en su obsesión por algún motivo. No tenía buenos recuerdos de él.

Pero Bruck consiguió hacerse con un grupo de amigos en el Templo. Inspiraba lealtad. Bruck tenía una cara que Obi-Wan no había conseguido ver, y eso era lo que atormentaba a Obi-Wan: que quizás el chico tenía un lado bueno.

No hablaron en el turboascensor ni durante el recorrido por los pasillos hacia la Estancia de las Mil Fuentes. Normalmente, los visitantes se quedaban extasiados ante la tranquilidad de aquel enorme espacio lleno de fragante vegetación y arroyuelos ocultos. El aire era fresco y limpio. Kad se detuvo un momento, pero Vox le empujó para que siguiera. La expresión severa de Sano Sauro no se modificó.

—Comencemos —dijo Vox Chun de repente—. ¿Cómo murió exactamente mi hijo?

—El Templo sufría los ataques de un individuo desconocido explicó Qui-Gon—. Averiguamos que su hijo estaba involucrado en el asunto...

—No me interesa su historia Jedi —le interrumpió Vox Chun de repente—. Quiero saber los hechos —se giró hacia Obi-Wan—. ¿Dónde te enfrentaste a él? ¿Quién sacó antes el sable láser?

—Le seguí hasta aquí desde la Cámara del Consejo —dijo Obi-Wan—. Ya teníamos los sables láser desenfundados.

—¿Me estás diciendo que tu sable láser apareció en tu mano por arte de magia? ¿Que no lo sacaste para atacar o defenderte? preguntó Vox Chun con sarcasmo.

—Lo saqué cuando Xánatos y Bruck salieron por la rejilla de ventilación, cerca de la Cámara del Consejo —dijo Obi-Wan.

—¿Tenía Bruck el sable láser desenfundado?

—No —respondió Obi-Wan—. Estaba escondido en el conducto, esperando para robar...

—Historias de Jedi —interrumpió Vox. haciendo un gesto de desprecio con la mano—. No responden a mi pregunta. ¿Sacó él el sable láser al ver el tuyo?

—Sí —dijo Obi-Wan—. Nos enfrentamos en combate, y Xánatos le ordenó que fuera a asegurarse de que Bant había muerto. Él echó a correr y yo le seguí.

—¿Le atacaste por la espalda?

—No, él se giró y vino a por mí. Luchamos. Acabamos cerca de la fuente.

—Enséñame la fuente.

Obi-Wan le guió por los serpenteantes senderos hasta la estruendosa cascada y la profunda laguna verdosa.

—La cascada no funcionaba en ese momento porque se habían apagado todos los sistemas del Templo —le explicó—, pero había agua en la laguna. Vi a Bant encadenada al fondo. Tenía los ojos cerrados. Estaba viva, pero le quedaba poco tiempo. Bruck y yo luchamos y acabamos subidos a esas rocas —dijo Obi-Wan, señalando la elevación rocosa—. Cuando llegamos arriba del todo, me di cuenta de que faltaban unos segundos para que se reactivaran todos los sistemas acuáticos del Templo. Se habían apagado por un virus que Xánatos introdujo en el sistema. Conduje a Bruck hasta la cuenca de la cascada. Pensé que cuando el agua volviera a caer, apagaría el sable láser de Bruck. Así se quedaría desarmado y yo podría ir a liberar a Bant.

—¿Y dejar plantado a tu contrincante? —inquinó Vox Chun—. Eso no parece muy propio de un guerrero Jedi.

—Al contrario —intervino Qui-Gon—. Nosotros evitamos la muerte a toda costa. Nuestro primer objetivo es desarmar a nuestro oponente.

Vox Chun se encogió de hombros, como si Qui-Gon acabara de articular palabras vacías.

—Es obvio que el plan no funcionó —dijo a Obi-Wan en tono neutro.

—Sí funcionó; su sable láser se apagó —replicó Obi-Wan—. El agua le llegaba a las rodillas. Avanzó a duras penas hasta conseguir plantarse cerca de la orilla, donde están esas piedras. Empezó a tirármelas. Cada vez le costaba más trabajo cogerlas, y se acercó demasiado al borde de la cascada, donde las rocas son más resbaladizas. —Obi-Wan se detuvo. Tenía la boca seca—. La corriente le arrastró. Perdió el equilibrio. Yo le tendí la mano..., pero fue demasiado tarde. Se cayó y se dio en la cabeza. Yo bajé corriendo y comprobé sus constantes vitales, pero ya estaba muerto. Murió al instante, seguro. No... no sufrió.

—Así que ésa es tu versión —dijo Vox Chun.

—Es la verdad —respondió Obi-Wan con serenidad.

—Nos vamos ya —Vox se giró para marcharse. Kad y Sano Sauro le seguían de cerca. Entonces, Sano Sauro se giró y fijó su mirada oscura e inexpresiva en Obi-Wan.

—En tu opinión, ¿crees que Bruck Chun tenía intención de matar a Bant? —preguntó en voz baja.

—Xánatos se lo ordenó —respondió Obi-Wan.

—Eso no responde a mi pregunta. ¿Crees que Bruck quería matar a Bant?

—Creo que sí.

—¿Lo crees o lo sabes?

—Lo... creo.

—¿Y tú qué sabes? ¿Acaso le viste emprendiendo alguna acción para matar a Bant?

—¡No tenía que hacer nada, ella estaba encadenada al fondo del lago!

—No resulta tan raro ver a un mon calamari bajo el agua.

—Estaba quedándose sin oxígeno.

—¿Cómo lo sabes? ¿O eso también es algo que crees?

—Lo sé. Me lo dijo después, cuando la salvé.

Sauro asintió pensativo.

—¿Y cómo puedes saber que Bruck no se habría lanzado a salvarla de haber pasado más tiempo?

Obi-Wan lo miró fijamente. ¿Cómo iba a saber la respuesta a semejante pregunta? Claro que no creía que Bruck tuviera intenciones de salvar a Bant. Pero eso era lo que él creía. No lo sabía.

Sauro esperó, pero al ver que Obi-Wan no decía nada, sonrió por primera vez. Obi-Wan se estremeció ante aquella visión.

Se giró hacia Vox Chun.

—Estoy listo.

—Falta una cosa —dijo Qui-Gon—. Los Jedi quieren ofrecerle este presente como símbolo de nuestro dolor. Bruck era de los nuestros y lamentamos su muerte.

Sacó el sable láser de Bruck de un bolsillo de la túnica. Le habían quitado los cristales, pero la empuñadura seguía teniendo las marcas que le hizo Bruck en su momento. Qui-Gon se lo ofreció a Vox Chun con una inclinación de cabeza.

Vox Chun se lo metió en el bolsillo sin mirarlo siquiera. Luego se volvió y se marchó sin decir adiós. Kad Chun y Sano Sauro le siguieron.

Con una sola mirada, Qui-Gon dijo a Obi-Wan que él se encargaba de acompañarlos a la salida y que no hacía falta que viniera.

En cuanto desaparecieron, Obi-Wan se desplomó sobre la suave hierba de la orilla. Se sintió vacío y mareado, como si acabara de sufrir un acceso de fiebre.

Había dicho la verdad y no le habían creído. Intentó consolarse con el hecho de que, al menos, todo había acabado.

Pero en su interior algo le decía que aquello no había hecho más que empezar.

4

Q
ui-Gon contempló la aerodinámica nave de Vox Chun elevándose en el aire. La reunión no había salido bien. De hecho, no podía haber salido peor.

Y había visto en el rostro de Obi-Wan que la presencia de Vox y de Kad Chun sólo había empeorado su sentimiento de culpa. Una culpa que debía desaparecer para ser sustituida por la pena.

Había hablado con el chico, pero no había conseguido llegar a él. Sólo la vida podía enseñarle. El tiempo. La experiencia. Cosas que no podían transmitirse como un consejo.

Pero sí podía hacer algo por su padawan. Podía distraerle.

***

Obi-Wan había regresado a su cuarto. Estaba tumbado en el catre, mirando al techo.

Qui-Gon se apoyó contra el dintel.

—¿Te gustaría ir de excursión a Centax 2?

Obi-Wan se incorporó. Su expresión de angustia desapareció.

—¿En serio? ¡Así veré a Garen! ¡Y los cazas!

—Sí, pensé que te gustaría. Tahl está allí investigando un problema. Quizá le venga bien nuestra ayuda.

Obi-Wan asintió enérgicamente. Haría cualquier cosa por Tahl.

—¿Cuándo nos vamos?

—Ahora mismo, si quieres —dijo Qui-Gon—. Coge lo que necesites. Podemos ir en aerotaxi.

Obi-Wan cogió su equipo de supervivencia y ambos se dirigieron a la plataforma de aterrizaje. Allí subieron al aerotaxi. No se lardaba mucho en llegar a las capas superiores de la atmósfera donde se encontraba Centax 2. El satélite era una luna pequeña y azulada sin vegetación ni agua. Sus profundos valles y cordilleras habían sido allanados para dejar sitio a las enormes plataformas de aterrizaje y a los distintos edificios y hangares de soporte técnico.

Las plataformas de aterrizaje bullían de actividad, y el aerotaxi se puso en la cola para poder tomar tierra. Por fin consiguieron permiso para hacerlo, salieron del vehículo y Qui-Gon le condujo por una pasarela móvil cubierta que conectaba con otras plataformas de aterrizaje. Salieron por la última puerta, antes de que la pasarela diera la vuelta y volviese en la misma dirección. Avanzaron con dificultad por una avenida azotada por el viento, hasta llegar a una pequeña zona de aterrizaje privada situada a cierta distancia. Obi-Wan vio cinco cazas alineados junto a una carpa de mantenimiento.

Al acercarse, vio dos cazas más sobrevolando la zona, como dos vetas plateadas en el cielo. No dejó de mirarlos mientras se lanzaban en picado y con gran estruendo hacia la superficie, para luego enderezar su trayectoria. Volaron el uno junto al otro en formación de espejo, y luego se separaron.

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