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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Antártida: Estación Polar (47 page)

BOOK: Antártida: Estación Polar
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De repente, Trent dijo:

—De acuerdo. ¡Tengo una! Hensleigh, Sarah T. El correo electrónico es de la USC de California, pero está redirigido a una cuenta externa: [email protected]. ¡Eso es!

Trent siguió tecleando.

—Bien —dijo un minuto después—. Genial. Tienen una cuenta de correo universal: [email protected]. Excelente. Así podremos mandar el correo a cualquiera que disponga de ordenador en la estación.

—Hágalo —dijo Cameron.

Trent escribió un mensaje y a continuación hizo un rápido corta pega. Cuando hubo terminado, prácticamente aporreó el botón de «Enviar».

Libby Gant se encontraba ante la puerta de acero incrustada en el túnel de hielo.

Tenía una rueda de presión oxidada. Gant la giró. Dio tres vueltas.

Y, de repente, Gant escuchó un fuerte ruido metálico y la puerta de acero crujió y se abrió un poco.

Gant tiró de la puerta y enfocó con la linterna al interior.

—¡Uau! —dijo.

Parecía un hangar de aviones. Era tan grande que la linterna de Gant no alcanzaba a iluminar el final del lugar. Pero veía lo suficiente.

Paredes.

Paredes construidas por hombres.

Paredes de acero con pesadas vigas de refuerzo que sostenían un elevado techo de aluminio. Enormes y amarillos brazos robóticos permanecían en silencio en la oscuridad, cubiertos de escarcha. Había luces halógenas colocadas en fila a lo largo del techo. Algunas vigas de metal yacían formando ángulos extraños en el suelo. Gant vio que los extremos de algunas de las vigas eran irregulares (se habían partido en dos). Todo estaba cubierto por una capa de hielo.

Gant vio un trozo de papel en el suelo. Lo cogió. Estaba congelado, pero pudo leer el membrete. Decía:

Entertech Ltd.

Gant recorrió de nuevo el breve túnel de hielo que llevaba a la caverna principal. Llamó a Montana y a Hensleigh.

Minutos después, Montana rodó por la fisura horizontal y se dirigió con Gant al enorme hangar subterráneo.

—¿Qué demonios ha sucedido aquí? —dijo.

Entraron en el hangar con las linternas apuntando al frente. Montana fue por la izquierda y Gant por la derecha.

Gant llegó a una estructura similar a un despacho que parecía estar cubierta de hielo. La puerta del despacho se abrió con un sonoro crujido y lenta, muy lentamente, entró en la habitación.

Había un cuerpo tendido en el suelo.

Un hombre.

Tenía los ojos cerrados y estaba desnudo. El color de su piel se había tornado azul. Parecía como si estuviera dormido.

Gant vio un escritorio al otro lado del despacho. Había algo encima. Se acercó hasta allí y vio que se trataba de una especie de libro con las tapas de cuero.

Estaba allí, solo, sobre el escritorio. No había nada más. Gant pensó que parecía como si alguien lo hubiese dejado allí deliberadamente para que fuera lo primero que viese quienquiera que entrase allí después.

Gant cogió el libro. Estaba cubierto por una capa de escarcha y las hojas estaban duras como el cartón.

Gant lo abrió.

Parecía una especie de diario.

Leyó una anotación casi al principio:

2 de junio, 1978

Las cosas marchan bien. ¡Pero hace tanto frío! ¡No puedo creer que nos hayan traído hasta aquí para construir un puto avión de ataque! Las condiciones climatológicas del exterior son terribles. Hay tormentas de nieve. Afortunadamente, el hangar está construido bajo la superficie, por lo que logramos mantenernos al margen del temporal. La triste ironía de todo esto es que necesitamos el frío. El núcleo de plutonio del sistema se mantiene durante más tiempo a menor temperatura…

Gant pasó las hojas hasta llegar a una entrada casi al final del diario.

15 de febrero, 1980

No va a venir nadie. Ahora lo sé. Bill Holden murió ayer y tuvimos que cortarle las manos a Pat Anderson porque las tenía congeladas.

Han transcurrido dos meses desde el terremoto y ya no tengo esperanzas de que vayan a rescatarnos. Alguien dijo que el viejo Niemeyer vendría en diciembre, pero no ha aparecido.

Cuando me voy a dormir por las noches, me pregunto si alguien salvo Niemeyer sabe que estamos aquí.

Gant volvió hacia atrás. Encontró lo que estaba buscando a la mitad del diario.

20 de diciembre, 1979

No sé dónde estoy. Sufrimos un terremoto ayer, el mayor puto terremoto que se haya podido ver. Fue como si la tierra se abriera y nos engullera.

Me encontraba en el hangar, trabajando en el avión, cuando ocurrió. Primero el suelo comenzó a temblar y de repente una enorme pared de hielo surgió del suelo y partió en dos el hangar. Y entonces caímos. Sin cesar. Trozos enormes de hielo (cada uno del tamaño de un edificio) golpearon ambos lados del hangar mientras éramos succionados por la tierra. Vi cómo dejaban unas marcas terribles en el techo del hangar.
¡Bum! ¡Bum! ¡Bum
! El terremoto debe de haber formado un inmenso agujero bajo la estación y hemos caído a él.

Seguimos bajando. Más y más. Golpeándonos conforme seguimos cayendo. Uno de los brazos robóticos se ha caído encima de Doug Myers y lo ha aplastado…

Gant estaba estupefacta.

Ese «hangar» había sido una estación polar.

Una estación polar que había sido creada en el mayor de los secretos para construir un avión (un avión que empleaba plutonio, recordó Gant). Pero, al parecer, aquella estación se encontraba en un principio en la superficie (o, más bien, justo bajo la superficie; al igual que la estación polar Wilkes) hasta que los había alcanzado un terremoto y la tierra se los había tragado.

Gant leyó la última hoja del diario.

17 de marzo, 1980

Soy el único que sigue con vida. Todos mis compañeros están muertos. Han pasado casi tres meses desde el terremoto y sé que no va a venir nadie. Tengo la mano izquierda congelada y gangrenada. Ya no siento los pies.

No puedo continuar. Voy a desnudarme y a tumbarme en el hielo. Solo debería llevarme unos minutos. Si alguien lee esto en el futuro, quiero que sepan que mi nombre era Simon Wayne Daniels. Era experto en electrónica de aviación para Entertech Ltd. Mi mujer, Lily, vive en Palmdale, aunque no sé si estará allí cuando lea esto. Por favor, les ruego que la busquen y le digan que la amaba y que siento mucho no haberle podido decir adónde iba.

Hace mucho frío.

Gant miró el cuerpo desnudo que yacía en el suelo.

Simon Wayne Daniels.

Gant sintió una punzada de dolor por él. Había muerto solo. Enterrado vivo en aquella tumba gélida y fría.

Y, de repente, la voz de
Santa
Cruz hizo acto de presencia por el intercomunicador de su casco, interrumpiendo sus pensamientos:

—¡Montana! ¡Zorro! ¡Salgan de ahí! ¡Salgan de ahí ya! ¡Buzos enemigos! ¡Repito! ¡Los buzos enemigos están a punto de salir al interior de la caverna!

El equipo de buzos de las
SAS
ascendió por el túnel de hielo submarino con la ayuda de trineos marinos. Eran ocho en total y, gracias a los trineos marinos de hélices dobles, avanzaron a gran rapidez por las aguas. Todos iban vestidos de negro.

—Base. Aquí equipo de buzos, ¿me recibe? —dijo el buzo al frente de la expedición por el intercomunicador de su casco.

—Equipo de buzos, aquí base —dijo la voz de Barnaby por su intercomunicador—. Informen.

—Base. Son las 19.56 horas. Tiempo de buceo desde que abandonamos la campana de inmersión: cincuenta y cuatro minutos. Vemos la superficie. Nos estamos acercando a la caverna.

—Equipo de buzos, tengan cuidado. Según nuestras informaciones, hay cuatro agentes hostiles en el interior de la caverna esperándolos. Repito, hay cuatro agentes hostiles en el interior de la caverna esperándolos. Tomen las medidas oportunas.

—Recibido, base. Así se hará. Equipo de buzos, corto.

Gant y Montana salieron corriendo a la caverna principal.

Llegaron hasta donde se encontraba
Santa
Cruz, junto a los MP-5 montados sobre trípodes. Señaló a la charca.

A través del agua cristalina podía verse cómo ascendían varias sombras negras.

Los tres marines tomaron posiciones tras varias rocas, MP-5 en ristre. Montana le dijo a Sarah Hensleigh que se agachara y permaneciera detrás de él.

—No se impacienten —dijo la voz de Montana por los intercomunicadores de sus cascos—. Esperen a que salgan a la superficie. No sirve de nada disparar al agua.

—Entendido —dijo Gant cuando vio a la primera sombra ascender a velocidad constante hacia la superficie.

Un buzo. Con un trineo marino.

Se fue acercando más y más hasta que, justo cuando se encontraba bajo la superficie, se detuvo.

Qué estaba haciendo…

Y, de repente, la mano del buzo salió del agua y Gant vio inmediatamente el objeto que portaba.

—¡Carga de nitrógeno! —gritó Gant—. ¡Cúbranse!

El buzo tiró la carga de nitrógeno y esta rebotó contra el duro suelo de hielo de la caverna. Gant y los demás marines se guarecieron tras las rocas.

La carga de nitrógeno estalló.

El nitrógeno líquido superenfriado salpicó todo lo que tenía a la vista. Las rocas tras las que se escondían los marines, las paredes de la caverna. Incluso llegó a alcanzar a la enorme nave negra situada en medio de la gigantesca cueva.

Había sido una estrategia de distracción perfecta.

Porque, tan pronto como hubo explosionado la carga de nitrógeno, el primer soldado de las
SAS
ya estaba saliendo del agua con su arma empuñada y el dedo en el gatillo.

La campana de inmersión estaba ya casi en la superficie. Proseguía con su lento ascenso.

«Un comandante enfadado, que actúa bajo la influencia de la ira o la frustración, solo logrará que maten a su unidad.»

Las palabras de Trevor Barnaby resonaron en la cabeza de Shane Schofield. Este las ignoró por completo.

Después de haber visto cómo Barnaby había convertido a
Libro
Riley en alimento para orcas, su ira se había tornado intensa. Quería matar a Barnaby. Quería sacarle el corazón y dárselo a…

Schofield soltó el cable que llevaba enrollado a la cintura y se quitó los dos pesados trajes de buceo de la década de los sesenta. A continuación cogió el MP-5 y le metió un cargador nuevo. Si no mataba a Barnaby, estaba dispuesto a matar a cuantos pudiera.

Mientras preparaba su arma, Schofield vio un maletín Samsonite en uno de los estantes de la campana de inmersión. Lo abrió. Vio una serie de cargas de nitrógeno azules dispuestas en fila sobre un interior acolchado, cual huevos en una huevera.

Las
SAS
deben de habérselas dejado cuando bajaron a la cueva
, pensó Schofield mientras cogía una de ellas y se la guardaba en el bolsillo.

Schofield miró al exterior. Parecía que las orcas habían desaparecido por el momento. Durante un instante, Schofield se preguntó adónde habrían ido.

—¿Qué está haciendo? —dijo Renshaw.

—Ya lo verá —respondió Schofield mientras salía al tanque circular situado en la base de la campana de inmersión.

—¿Va a salir ahí fuera? —dijo Renshaw con total incredulidad—. ¿Va a dejarme aquí?

—Estará bien. —Schofield le pasó su Desert Eagle—. Si vienen a por usted, use esto.

Renshaw cogió la pistola. Schofield ni siquiera se percató. Tan solo se dio la vuelta y, sin volver a mirar a Renshaw, salió de la plataforma de metal de la campana de inmersión y cayó al agua.

El agua estaba helada, pero a Schofield no le importó.

Se agarró a la campana de inmersión y trepó por uno de sus tubos exteriores hasta auparse al techo esférico.

Ya casi estaban en la estación.

Tan pronto como llegaran, pensó Schofield, tan pronto como salieran a la superficie, iba a obsequiarles con la más devastadora ráfaga de disparos que las
SAS
hubiesen visto jamás, si bien su primer y más destacado objetivo sería Trevor J. Barnaby.

La campana de inmersión siguió ascendiendo por las aguas. Se estaba acercando a la superficie.

De un momento a otro
, pensó Schofield mientras agarraba el MP-5.

De un momento

La campana de inmersión salió a la superficie con un sonoro
plaf
.

Y allí, en la parte superior de esta, agarrado al cable del cabrestante, chorreando de agua, estaba el teniente Shane Schofield con su MP-5 en ristre.

Pero Schofield no disparó.

Palideció.

Todo el nivel E estaba flanqueado por al menos veinte soldados de las
SAS
. Formaban un círculo alrededor del tanque, alrededor de la campana de inmersión.

Y todos apuntaban con sus armas a Shane Schofield.

Barnaby salió sonriente del túnel sur. Schofield se volvió y lo vio y, cuando lo hizo, se maldijo a sí mismo, maldijo su ira, maldijo su impulsividad, pues fue consciente de que, en ese momento, movido por la ira que había sentido por la muerte de
Libro
, había cometido el mayor error de su vida.

Shane Schofield tiró el MP-5 a la cubierta. Este resonó al chocar contra la plataforma de metal. Los soldados de las
SAS
agarraron con un enorme gancho la campana de inmersión y tiraron de ella hacia la cubierta.

La mente de Schofield estaba funcionando de nuevo, y con una claridad cristalina. En el momento en que había salido a la superficie y había visto a los soldados de las
SAS
apuntándole con sus armas, sus sentidos habían vuelto por sus fueros.

Rogó por que Renshaw estuviera bien escondido en el interior de la campana de inmersión.

Schofield saltó de la campana de inmersión y aterrizó con un sonoro ruido metálico en el nivel E. Dejó escapar un disimulado suspiro cuando los soldados de las
SAS
soltaron la campana de inmersión y esta volvió a flotar en el centro del tanque. No habían visto a Renshaw.

Dos soldados de las
SAS
agarraron a continuación con rudeza a Schofield, le pusieron los brazos en la espalda y lo esposaron. Otro soldado de las
SAS
cacheó a Schofield a conciencia y sacó la carga de nitrógeno de su bolsillo. También le quitó el Maghook.

Trevor Barnaby se acercó.

—Espantapájaros. Por fin. Me alegro de verlo de nuevo.

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