La mujer procedió a obedecer órdenes, aunque seguramente habría deseado comprar unas palomitas para escuchar aquella bronca.
Sharon apartó el brazo de un tirón y salió de la celda, dejándole con la intriga y una extraña sensación de desasosiego que hacía tiempo que no experimentaba.
Por eso la siguió.
Lion quería controlar su respiración, pero no podía.
Entre la bruma de la indignación, atisbó a comprender que alguien le estaba quitando las correas de los pies.
Las manos de Cleo que, todavía palpitaba a su alrededor, le sacaron la máscara de piel.
Cleo lo miró asombrada y sus ojos verdes se llenaron de lágrimas.
—Lion... ¿Has... Has llorado? ¿Estás llorando? No llores, por favor... —suplicó besándole las mejillas y tratándolo con dulzura.
—Bájate —la orden fue clara y concisa.
Cleo parpadeó confusa y, poco a poco, se apartó para sacarlo de su interior. Quería limpiarlo; pero Lion no se lo permitió. En cuanto el agente estuvo libre, se subió los calzoncillos, apartó a Cleo casi tirándola de la mesa camilla, y corrió tras Prince.
Lo divisó a unos cincuenta metros. Parecía que se estaba discutiendo con Sharon.
Cleo le llamaba a lo lejos, con urgencia. Pero él no podía hacerle caso ahora. Lo veía todo rojo. Habían tocado lo que más quería en el mundo. Lo habían hecho para hacerle daño, pero también le habían hecho daño a ella. Cleo no tenía por qué vivir esa experiencia si ella no lo elegía.
Y Prince había sido el tercero del trío: el puto amo vengativo y estúpido que había perdido a la mujer que amaba. Y la había perdido por gilipollas. Sharon quería lo mejor para él: no quería provocarle problemas y no se defendió, la muy tonta.
Llegó a tres metros de ellos, lo suficientemente cerca para oír cómo Sharon le pedía que no la tocara; pero Prince ya no pudo decir nada más porque sintió el hombro de Lion en los riñones y, después, el duro impacto del suelo en su pómulo.
—¡¿Qué hacéis?! —gritó Sharon asustada—. ¡Parad!
Lion sostuvo a Prince por el pecho para darle un puñetazo en toda la cara.
—¡Para, King! —pedía Sharon, espantada por la agresividad y la violencia de Lion.
—¡No a ella! ¡A ella no! —gritaba Lion, con los ojos llenos de lágrimas y sin dejar de golpear a Prince—. ¡No tenías derecho a tocarla!
Sharon se llevó las manos al rostro. Tenía que pedir ayuda o Lion mataría a Prince a golpes.
Pero, entonces, Prince le dio un rodillazo en el vientre, y Lion quedó doblado en el suelo, sin respiración. El otro amo se encaramó encima y aprovechó para golpearle.
—¡Tú empezaste! ¡Tú empezaste! ¡Me traicionaste! ¡Eras mi amigo!
—¡Yo no te traicioné! —exclamó Lion; volvió a recuperar la posición y a colocarse encima de Prince.
—¡Te follaste a mi mujer! —gritó con el rostro compungido—. ¡Os reísteis de mí!
—¡Ninguno de los dos lo hicimos!
—¡Lion! Por favor —suplicó Sharon entrelazando los dedos y rezando para que no dijera nada—. Por favor... Cállate.
—¡¿Qué tiene que callar?! —le gritó Prince—. ¿¡Que para ti no es suficiente con uno!?
Sharon apretó los dientes y negó con la cabeza.
—No sigas, Prince —le pidió la mujer sobrecogida.
—Entonces, ¡¿qué?!
—Sharon nunca se acostó conmigo. ¡Nunca se acostó con nadie!
—¡King! —gritó Sharon con todas sus fuerzas.
Lion la miró con disgusto, a caballo entre la decepción y la impotencia.
—¿Por qué le sigues protegiendo? —el agente no comprendía que Sharon no aclarase todo aquel asunto—. No se lo merece. No te merece... ¡¿Por qué no te defiendes?!
—Basta, por favor. —El hermoso rostro acongojado de la
dómina
suplicaba porque aquello fuera solo un mal sueño. Por que pudiera despertarse y seguir con sus juegos desinteresados y sin emociones.
—Dile la jodida verdad. ¡Haz que se arrodille y te lama las botas, joder! ¡Haz algo! —la apremió Lion soltando a Prince a disgusto, como si el simple hecho de tocarlo le diera asco.
—¿Qué...? —Prince no entendía nada. Se incorporó sobre los codos, y miró a uno y a otro. Confuso.
Sharon se limpió las lágrimas y las miró sorprendida. Hacía tiempo que no lloraba; y no podía creer que todavía tuviera fuerzas para ello. Prince le rompió el corazón; lo exterminó. Las cosas ya no le dolían como antes, excepto la vieja herida. La que acarreaba su alma; el alma que compartía con el amor de su vida hasta que él decidió menospreciarla. Hasta que decidió no creerla y la partió en dos.
—No vale la pena. Ya he dejado de luchar —susurró el ama, dándose media vuelta.
—¡No puedes abandonar así! —protestó Lion.
—Pues lo he hecho. Tenéis que dejar de pelear. Y Lion...
—¿Qué?
—No ha sido Prince quien ha hecho el trío contigo y tu pareja. He sido yo. —Le miró por encima del hombro, con una expresión de disculpa, pero también de confidencia. Ella había visto los verdaderos sentimientos de Lion por Cleo; y no iba a permitir que Prince le rompiera el corazón. Entendía el sentimiento de posesividad hacia una persona y el no querer compartirla porque ella había sentido lo mismo por su ex pareja—. Tu corazón de amo sigue entero y a salvo —sonrió con un leve toque de pundonor. Se alejó del camino de arena en el que había surgido aquel duelo de caballeros inesperado—. Ahora, solo hace falta que la reclames; porque esa chica no tiene ni idea de lo que sientes por ella. Y no es justo. Ni para ti. Ni para Nala.
Lion se levantó del suelo estupefacto, pero también agradecido. Que hubiera sido Sharon, cambiaba las cosas radicalmente para él. No había sido otro hombre en el cuerpo de Cleo, sino un juguete controlado por una
dómina
. Definitivamente no era lo mismo.
Pero el
shock
, la angustia y la presión sufrida, seguía ahí. La tensión de saber que estaba en el interior de la mujer que amaba, al tiempo que otro también disfrutaba de ella a la vez, le había hecho llorar de rabia como un puto adolescente.
No se lo iba a perdonar a ninguno de los dos. No por ahora.
Prince se levantó con lentitud, limpiándose la arena del cuerpo y la sangre del labio partido. Se recogió el pelo largo y negro en un moño bajo y, con la cabeza cabizbaja, se fue por donde se había ido Sharon.
—Déjala en paz, Prince —pidió Lion con un tono que no aceptaba réplica.
—¿A quién?
—A las dos. Deja a mi mujer; y deja tranquila de una vez a la tuya. Suficiente le has hecho ya.
Prince apretó los puños y tensó los hombros.
«¿Suficiente?», pensó el amo de las tinieblas. ¿Suficiente él? ¡Si le habían jodido por todos lados! Y ahora parecía que era él quien se había equivocado. No... No podía ser. ¿Qué estaba pasando en ese torneo?
Cuando los dos amos se fueron, Lion se secó con el dorso de la mano el labio superior, que también sangraba. Prince golpeaba duro.
Se dio la vuelta para ir a buscar a Cleo y sacarla de ahí. Pero Cleo estaba tras él, con la mano sobre los labios y los ojos llenos de lágrimas. Impactada por lo que había escuchado allí. Vestida por completo, como si un momento atrás no hubiese estado haciendo un trío sobre la mesa camilla de dominación.
Lion levantó la barbilla. ¿Qué había oído?
—Lion... ¿qué quería decir con...?
—Ni una palabra más. No quiero oír ni una palabra más. Vámonos. —Lion se acercó a ella como un vendaval, entrelazó sus dedos con los suyos más grandes, y se dispuso a salir de la isla. Para él, la jornada ya había finalizado.
Capítulo 14
«Ser mujer y estar en el DS es como llegar a ser la reina del baile cuando eres una cría».
La
suite
del Westin Saint John no era tan cálida si Lion no estaba ahí con ella. Nada más llegar, él se había metido en la ducha. Cleo pensó que le invitaría a compartirla con él; pero el agente quería privacidad.
Después, le había tocado el turno a ella. Y Lion había aprovechado para irse. Así, sin más.
Durante el trayecto, Lion había permanecido completamente en silencio, con el rostro demudado e impertérrito. Lloroso.
Y ella tampoco había sabido qué decir. El trío los había arrasado como llamas a ambos, como a una maldita campiña verde donde no pudiera salvarse ni una brizna de hierba ante el fuego abrasador.
Les había dejado sin palabras. Demasiadas sorpresas: pensar que era Prince quien la poseía y, después, saber que era Sharon quien lo hacía; escuchar los gemidos de Lion, quejumbrosos, y notar la tensión de su cuerpo debajo de ella. Tensión por hacer justamente lo que no quería hacer; la pelea entre los tres amos y las declaraciones... Todo junto había sido demasiado explosivo.
El torneo estaba acabando con ellos. Los estaba reduciendo a una estado de nervios continuo y de emociones descarnadas.
¿Lo mejor? Que ya estaban clasificados y que mañana prepararían a los equipos para que siguieran los movimientos de los Villanos durante la final. Descubrirían quiénes eran y, con la colaboración de Markus y Leslie, destaparían el pastel de las sumisas y la trata de blancas. El equipo base ya debería tener localizado a Keon, el cabecilla que facilitaba el
popper
. Así que, más o menos, ya habían atado cabos sueltos y la resolución del caso empezaba a tomar forma.
Pero los sentimientos de Lion y Cleo se habían visto perjudicados, expuestos y pisoteados.
Por eso, Lion no había querido mirarla a los ojos desde que llegaron al hotel. Por ese motivo, se había duchado y se había ido: porque no soportaba estar en la misma habitación que ella.
Y la verdad era que ella no sabía cómo hablar con él después del suceso en la mazmorra y de lo sucedido con Prince y Sharon.
¿Cómo debía hablar? ¿Qué le debía preguntar? ¿Sharon había dicho la verdad? ¿Qué sentía Lion por ella en realidad? Porque aquella mañana le había quedado claro que Lion no sentía nada; no el amor ciego que ella le profesaba.
Pero la Reina de las Arañas le había echado en cara justo lo contrario; al menos, el tono en que lo había escupido todo daba a entender que el agente Romano sí que podía tener sentimientos por ella. Algo más... No sabía el qué...
Pero algo más.
Y, después, estaba la respuesta convincente e inflexible que le había dado al príncipe de las tinieblas: «Deja a mi mujer. Y deja tranquila de una vez a la tuya».
Dios... ¿Hablaba de ella como su mujer? Cleo hundió el rostro entre sus rodillas. Estaba en la terraza, inmersa en el jacuzzi de madera. Quería sentirse limpia por fuera y por dentro.
Y quería luchar por Lion. Necesitaba que él le hablara y que le hiciera entender todo lo que no comprendía.
Sobre él. Sobre ella. Sobre los dos.
Un hombre no lloraba si no se veían envueltos su amor propio y su corazón de por medio.
Y Lion había llorado como un niño pequeño. Lo había hecho durante el trío, e incluso después. Aquello quería decir algo. Y estaba dispuesta a arrinconarlo de una vez por todas.
Lo haría cuando él regresara de dónde fuese que estaba.
Necesitaba centrarse. Necesitaba hablar con alguien que no estuviera emocionalmente involucrado con él. En el maldito torneo lo estaba con Cleo, lo estaba con Sharon y con Prince, con Leslie y con Nick y, también, con la muerte de su mejor amigo, Clint. No lo soportaba más.
Cleo quería destruirle; no encontraba otra razón para comprender la valentía y la impetuosidad de esa mujer a la hora de desafiarlo y de hacer lo que él le prohibía. Y, aun así, aunque lo hería, aunque le estaba provocando una úlcera estomacal, la admiraba por ello.
Cleo sería Cleo, siempre. Nunca se dejaría pisotear por nadie. Y él necesitaba a alguien así a su lado. Cuando la metieron en el caso no sabía cómo iba a encajar Cleo su superioridad y su mando. Lion sabía lo duro y lo inflexible que él podría llegar a ser.
Pero él sabía que Cleo veía las diferencias. En la cama sabía ser sumisa y, a la vez, provocadora; fuera de ella, no aceptaba ni una orden, la condenada. Señal de que no extendía su sumisión a ese ámbito; y eso le agradaba. Porque estaba enamorado de Cleo, con sus cosas buenas y sus cosas no tan buenas. La quería por cómo era, por cómo peleaba y por lo poco que camuflaba sus sentimientos; al contrario que él. Aquella mañana le había dicho que lo quería, así, sin más. Y Lion había sido el hombre más feliz y el más asustado del mundo al escucharlo. Él, que había intentado controlar sus emociones y el loco latido de su corazón; él, que creía llevarlo todo a rajatabla. Él había sido derrotado por dos palabras: «te quiero». ¿Y qué más daba ya si estaba en el torneo o no? ¿Qué importaba si era o no era un buen momento para ellos?
Lo único que tenía que dejarle claro a Cleo era que, si lo quería, debía empezar a respetar sus decisiones. Ella sabría lo que le hería a él; y él le exigiría a ella que le dijera qué le hería a cambio; porque no pensaba lastimarla, porque no quería que esa chica pasara alguna vez por el maldito tormento que él había vivido en esa mazmorra de la plantación de azúcar. Annaberg sería recordado por siempre como su infierno particular.
Estaba en Bay Cruz. Miró a su alrededor, vigilando que nadie viera lo que iba a hacer, y se adentró en una de las dos furgonetas surferas amarillas Volkswagen en la que estaba todo el equipo estación trabajando, disfrazados y caracterizados como surfistas.
Cuando él entró se hizo el silencio. La estación base observaba todo lo que grababa la cámara de Cleo y, por lo que transmitía la expresión de sus rostros, habían presenciado lo vivido en la mazmorra. Agradeció que los tres agentes no levantaran la mirada de los ordenadores, excepto Jimmy, que se dirigió a él y le dio la mano.
—Agente Romano. —Jimmy lo miró de frente, con sus rastas rubias y su barba recortada.
—¿Qué tenemos? —prefería ir directo al grano.
—Hemos seguido el rastro de Keon; y lo tenemos controlado. Ayer noche, después de que hiciera la entrega en la Plancha del Mar, dejó el quad en el complejo residencial de Calabash Boom. Tenemos a un par de agentes siguiendo sus movimientos y controlándolo. Se encuentra en un edificio de dos plantas con cuatro vecinos.