En julio de 2001 muchos miles se reunieron en Génova para oponerse al encuentro de los jefes de los Estados más potentes del mundo: el Grupo de los Ocho. Los "globalifóbicos" —con perdón de ese nombre tan triste— ocuparon la ciudad y las primeras planas de los diarios; el movimiento —que ya se había fogueado en Seattle el año anterior— ganó adeptos e imitadores en todas partes. Los okupas de Turín fueron a Génova, manifestaron, se pelearon con la policía. Uno de ellos, después, me contaría que un carabinero, mientras les pegaba, invocaba a Soledad a gritos:
—¿Por qué no le piden ayuda ahora, boludos, a su amiga Sole?
Sus enemigos también la recordaban. Los músicos de Hierbamala, un grupo que canta ritmos de reggae y de salsa por los festivales del norte de Italia le hicieron una canción:
—Nosotros cantamos la muerte de María Soledad Rosas porque es una de nosotros, y el amor por ella es el amor por todos los que han pasado por ciertas historias y son, de hecho, malas hierbas, parias, o simplemente buena gente invisible. Nosotros creemos que Soledad volverá bajo otras formas, pero cantando siempre la misma canción.
Que también cantaron, en la Argentina, muy brevemente los Redonditos de Ricota. Y un grupo punk que se llama She Devils: la hicieron con el texto de la carta que Soledad escribió cuando se enteró de la muerte de su hombre:
"La rabia me domina y en este momento, es cruel.
Siempre luché contra las imposiciones y acabamos en prisión.
Aquí nada puedo decidir, todos los días me matan.
Despacio siento el dolor.
¡Asesina el Estado!
¡Protesta con rabia y con dolor!"
cantan. "Esta canción la tocamos siempre, siempre, en los conciertos", dirá Patricia Pietrafesa, letrista y cantante de She-Devils. "Es una canción muy importante para mí. Sólo la presento diciendo 'Esta es la canción de Soledad' y punto: que cada uno entienda lo que quiera, igual me parece clara y contundente". Es otra Argentina, tan diferente —tan semejante— a la que Soledad dejó en junio de 1997. En junio de 2002, dos días después de la muerte de Kosteki y Santillán en el puente Avellaneda, varios grupos organizaron un concierto
in memoriam
: She Devils cantó, en ese marco, la canción de Soledad, y Patricia dice que fue muy impresionante para todos.
Son modos de la persistencia, historias que se resignifican con el tiempo.
La última muerte de esta historia fue la más sorprendente, la más inesperada —y quizás no tenga una relación explicable con el resto. El consejero y jefe regional del partido Verde Pasquale Cavaliere era un militante conocido en la izquierda piamontesa. Su conducta durante el caso TAV fue tan correcta que ni siquiera los anarquistas, acostumbrados a la descalificación semiautomática de todo "político burgués", lo cuestionaron. Pasquale Cavaliere había conocido, a principios de los años noventa, a una argentina, Andrea Suárez, de paso por la universidad de Turín. Cavaliere llevaba quince años casado con Teresa pero tuvo una historia de amor con Andrea; en 1992, cuando ella se quedó embarazada, él —sin separarse de su mujer— reconoció a su hijo.
Matías y su madre vivían en Córdoba. Cavaliere los visitó un par de veces; otras, su hijo lo fue a ver a Turín. En julio de 1999 Cavaliere viajó a la Argentina para traer de vuelta al chico; también buscaba cierta información sobre italianos desaparecidos para contribuir al juicio contra varios represores argentinos que se preparaba en Roma.
La mañana del viernes 6 de agosto de 1999 Cavaliere estaba solo en la casa de la madre de su hijo, en el barrio Parque Atlántico de Córdoba. Andrea se había ido a trabajar, Matías a la escuela. A mediodía, cuando volvió, el chico encontró la puerta cerrada y nadie que contestara sus timbrazos. Unos vecinos llamaron a la dueña de casa. Ella abrió la puerta y entró: en la habitación del chico, el cuerpo de Pasquale Cavaliere colgaba de una sábana atada a una cama de dos pisos. El mecanismo era espantosamente familiar.
Pasquale sí dejó una carta: "Querídisimos, los pesos a veces se vuelven insostenibles y yo, casi sin darme cuenta, he acumulado mucho sobre los hombros. Nuestra generación ha esperado demasiado, y demasiado pesado ha sido hacerse cargo de esto. Hemos mezclado los afectos y la política y, a menudo, muchos de nosotros no conseguimos ya desenredar esta galleta de sentimientos y amores irresueltos".
La explicación no explicaba gran cosa. Pasquale Cavaliere tenía cuarenta y un años y nadie sabe bien por qué murió. Sus amigos y compañeros siguen exigiendo alguna claridad. "Pasquale era 'la' voz libre del Piamonte. Sus denuncias, documentadas y precisas, acabaron con asesores corruptos y apuntaron a los misterios de nuestra región: lobbies de constructores, mafias, servicios secretos, TAV. Y también los desaparecidos: gracias a su acopio de datos en la Argentina varios militares argentinos fueron condenados en diciembre de 2000 a penas que van hasta los 24 años de cárcel, una actividad que podría haber 'incomodado' a mucha gente... Pasquale conservaba secretos embarazosos que con su muerte se perdieron para siempre. Por eso creemos que lo asesinaron: tal vez los carniceros argentinos de la dictadura que exterminó a 30.000 personas; tal vez Los Cuatro, notorios y riquísimos ladrones piamonteses que estaban bajo su mira; tal vez algún patrón del Valle de Susa para liberarse de un enemigo incómodo y peligroso".
"Al final todo aquello fue un episodio muy menor", me dijo, todavía en la comunidad del Piamonte donde cumplía su cuarto año de arresto, Silvano Pelissero. En el patio yacían sus esculturas, hechas de trozos de metal recuperado, llenas de aristas y de puntas, turbadoras. "Si dos personas no hubieran muerto habrían sido sólo tres arrestos por pequeños atentados. En Italia hay cantidad de personas asesinadas y nunca se sabe quién las mató. Y seguramente las ha matado una alianza entre mafia, servicios secretos, fascistas, políticos. Hay tantos episodios así y nadie los sigue, nadie los aclara".
El 21 de julio de 1998, diez días después de la muerte de Soledad, la nueva jueza, Francesca Cristillin, concedió a Silvano Pelissero el arresto domiciliario en una comunidad del grupo Abele en San Ponso Canavese, a 35 kilómetros de Turín. Varios políticos, entre ellos el consejero verde Pasquale Cavaliere, habían pedido por él. La tarifa estaba clara: por cada muerte, un permiso de arresto domicilario.
Su juicio se abrió en abril de 1999, tras un episodio menor: en Turín y en Navidad, anarquistas secuestraron en una iglesia una estatua del Niño Jesús y pidieron, a modo de rescate, la liberación de Pelissero.
Hubo unas quince sesiones y las pruebas eran muy escasas: una impresora y un taladro encontrados en la casa de los padres de Edoardo —que podían ser, sin certeza absoluta, los mismos robados en la Municipalidad de Caprie—, un par de bengalas de origen dudoso y legalidad discutida, unos videos nocturnos donde no se puede reconocer a nadie y las declaraciones de algunos policías y agentes secretos sobre la posibilidad de que Silvano hubiera tirado de su coche en movimiento un paquete de volantes firmados Lobos Grises —pero sólo la posibilidad: nadie declaró que lo hubiera visto hacerlo.
El 13 de diciembre el fiscal Tatangelo leyó su acusación. Primero se ocupó del único delito aparentemente demostrado: el incendio de Caprie y sus "pruebas graníticas" sólo probarían, en el mejor de los casos, que el acusado y sus dos compañeros muertos habrían tenido en sus manos objetos robados en la Municipalidad —pero no su participación en el hurto e incendio.
Después Tatangelo explicó que Soledad Rosas y Edoardo Massari no eran Lobos Grises ni tenían nada que ver en los atentados del Valle de Susa. Tras la cárcel, la campaña de prensa, las muertes, ahora la fiscalía se desdecía de sus acusaciones. El único Lobo Gris —dijo el fiscal— era Pelissero: las pruebas eran aquellos volantes que supuestamente tiró a la carretera y una linterna parecida a la que usaron los que pusieron un explosivo en la cabina de control de la autopista en Giaglione. Además Silvano —dijo el fiscal— estaba tratando de formar un grupo de apoyo con los otros dos y, por lo tanto, tenía derecho al cargo de "asociación subversiva". Tras años de investigaciones, la fiscalía no consiguió que la organización de los Lobos Grises tuviera más que un supuesto integrante: otro fracaso de la revolución.
Para completar sus cargos, el fiscal acusó a Pelissero de un par de robos en depósitos municipales y de la falsificación del impuesto de su auto: con esos pequeños delitos le podía aumentar la pena. Pero le faltaba un detalle: para que hubiera asociación subversiva tenía que demostrar que la acción del acusado ponía en peligro la seguridad del Estado. El fiscal reconoció que esos actos no tenían la fuerza suficiente para amenazar el enorme poder de control de las instituciones. Pero que, precisamente por la pequeñez de sus acciones y a causa del descontento general, podían generar cierto consenso: ése era el peligro verdadero.
El doctor Marcello Tatangelo pidió siete años de reclusión para el reo Silvano Pelissero. El 31 de enero de 2000 el tribunal lo condenó a seis años y diez meses de prisión. El 21 de noviembre de 2001 la Corte de Casación de Roma determinó que el cargo de asociación subversiva no tenía fundamento y que, por lo tanto, la sentencia de Pelissero debía ser revisada. Justo un año más tarde, el 21 de noviembre de 2002, la Corte de Apelación de Turín pronunció la sentencia definitiva: como no había asociación subversiva, su pena se reducía a tres años y diez meses de cárcel —que ya había cumplido con creces. Silvano Pelissero quedó por fin en libertad. Sus compañeros publicaron un comunicado: "El montaje político y la campaña mediática destinados a criminalizar el movimiento han caído en pedazos. Los famosos y peligrosísimos Lobos Grises se han revelado como lo que son: sueños del aparato represivo". La policía, la justicia y los medios de comunicación todavía no pidieron perdón por su invención y sus efectos.
"No sé quiénes serán los artífices de este montaje", escribió Silvano Pelissero. "Es realmente difícil suponer que todo el trabajo haya sido hecho por la Ros y la Digos. Son muchas las influyentes realidades económicas interesadas en el TAV. Muchos los millones a disposición. En cuanto a quién cometió realmente los atentados prefiero no decir nada. Ya se han dicho demasiadas palabras. Se puede pensar que haya sido un hecho insurreccional o producto de los servicios desviados o una guerra mafiosa por los contratos. La única realidad son los tres muertos: no me olvido de Enrico De Simone. La única realidad es mi reclusión. La única realidad es el TAV, que sigue atravesando Europa con la más preciosa de todas las mercaderías: el tiempo. Tiempo y años robados a nosotros para regalárselos a otros".
Y los muertos le siguen pesando. Ahora, años después, Silvano sigue sin creer que Soledad se haya matado.
—Yo no esperaba que se matara, pero además su historia me parece inquietante, porque ese lugar era muy fácilmente accesible, aislado, silencioso.
Me dijo, todavía en su arresto domiciliario de San Ponso: la radio estaba a todo volumen por si había micrófonos ocultos —Silvano estaba seguro de que había— y, cada tanto, los carabineros venían a recordarnos quién daba las órdenes; desde un rincón de la cocina un barbudo ex drogón nos miraba y eructaba y repetía sin parar 'qué bonita es la muerte, qué bonita es la muerte'.
—Era el mes de julio, así que hacía mucho calor y todas las ventanas estaban abiertas. Y todos habían tomado bastante, o sea que podrían no haber oído nada, y estaban abajo, con la música fuerte. Y la casa tan aislada, sin luz, en medio del campo de maíz. Si la querían matar podían entrar por la ventana y operar tranquilos por un rato.
—Pero estaba la nota, el libro abierto...
—Eso del libro abierto no significa gran cosa, podía estar ahí cuando entraron los asesinos, abierto o no, y lo pusieron ahí sobre la mesa de luz, o ya estaba ahí, o vaya a saber. A mí me dijo Luchino que en esta nota ella decía sí, estoy cansada, no puedo más, algo general, pero nada realmente definido hablando de suicidio. Y además sabés que falsificar la caligrafía de una persona es facilísimo. Agarrás una carta de esa persona, sacás las palabras que te sirven, las calcás y las ponés en el orden que se te da la gana.
—Pero cualquier perito puede reconocer diferencias, formas de trazar y de apoyar las líneas.
—Sí, pero ¿qué decía la nota al final?
—Quémenla, se supone.
—Quémenla, así que ningún perito llegaría a verla nunca.
—Supongamos, pero ¿qué interés podían tener en hacerlo? A los fiscales les servía más llevar a tres acusados ante los tribunales que uno solo.
—Sí, Laudi y Tatangelo sí, pero las órdenes no vinieron de ellos. Vos sabés que en Italia, como en Argentina o en tantos otros lugares, pasan cosas que escapan al control de los aparatos del Estado, incluso si los llevan a cabo miembros de esos aparatos.
—¿Y te parece que Soledad, tal como estaba, podía ser vista como peligrosa para ellos?
—Seguramente estaba triste. Pero también sabía que aun así no estaba sola, porque estaban los compañeros de afuera y porque yo le escribía, le había hecho mil promesas, yo no tenía una novia, podría perfectamente haberme ocupado de ella... la relación entre nosotros estaba creciendo incluso desde el punto de vista sentimental, hacíamos incluso muchas muchas afirmaciones íntimas, teníamos una comunicación muy personal, que iba más allá de una amistad. Y también sabía que ella tenía un rol, y era eso lo que asustaba a los canas, a toda esa gente: que esta persona no estaba deprimida, hundida en el llanto, pobre de mí, qué hago, mi vida se acabó. No, ella seguía diciendo en sus cartas que quería combatir a la autoridad y que estudiaba los medios para poder hacerlo de la forma más eficaz. Les daba miedo. No decía que estaba sola, que su vida estaba terminada, no; decía yo tengo que encontrar otro hombre con quien llevar adelante la batalla que he empezado. Con esta gente sólo se puede hacer la guerra.
—¿Y qué rol podía haber tenido?
—Eso te lo dejo imaginar a vos. Ella siempre hablaba de montoneros, eta, sandinistas, farc. No hablaba de misericordia, flores, pajaritos, qué lindo vivir libres en medio de la naturaleza. No, me preguntaba cómo se podía hacer para ir a Colombia a aprender. Y seguía diciendo cosas del estilo 'vos no tenés que abandonarme porque yo te tengo confianza, sé que vos me entendés...'. Por eso no la dejaban salir de la cárcel: porque tal como era su vida habría encontrado alguna manera de seguir combatiendo. Por eso no querían excarcelarla. Y entendías que era una persona combativa, que la muerte de Edo la había golpeado pero también la había exaltado, la había vuelto más peligrosa. Por eso les resultaba muy conveniente sacarla del medio... muy conveniente. Ella no hablaba de niños y animales, no hablaba de mantras y reencarnaciones, decía que tenía que ponerse en forma, tenía que aprender a tirarse desde cualquier techo, aprender cantidad de cosas porque... porque hay una guerra, porque ya no podrá haber paz, ninguna paz. Una así les daba miedo, no podían pensar en dejarla libre. Por eso tenían interés en matarla y, al mismo tiempo, ver qué pasaba con su muerte, si había una escalada o todo quedaba tal como fue. Eso es lo que yo creo.