Amor y anarquía (44 page)

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Authors: Martín Caparrós

Tags: #Novela, #Histórico

BOOK: Amor y anarquía
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María Soledad Rosas había decidido no volverse a su país con el rabo entre las piernas: se quedaría con sus compañeros, sería, definitivamente, una de ellos. Hasta entonces casi todo le había sucedido por azar o por designios ajenos; en ese momento acababa de tomar la decisión que cambiaría su vida: que la transformaría en su muerte.

3. ILUSIONES

El sábado 23 de mayo Soledad Rosas cumplió veinticuatro años. Sus compañeros le habían prometido un festejo pero llegaron al final de la tarde: se habían pasado el día en la ciudad, anticipando la visita del Papa Juan Pablo II, que llegaría el domingo para ver el Santo Sudario.

Turín estaba acorazada: las autoridades temían que los anarquistas les arruinaran el festejo y les prohibieron cualquier salida. Pero ese sábado más de quinientos squatters desfilaron por el centro de la ciudad. El cortejo estaba encabezado por el Papa Gallo –"el único papa que nunca mató a nadie, que nunca pidió ni una lira y que quiere que todos sean libres"—, que repartía a los fieles salchichas asadas, fumaba porros y abrazaba pulposas cortesanas vestidas con muy poco. Lo escoltaban los Guardias Suizos llegados desde las casas ocupadas de Ginebra, monjes mendicantes, penitentes con látigos y una escuadra de buenos ladrones. Sonaban cumbias, salsa y rock&roll: el clima era una mezcla extraña de tensión extrema y fiesta desatada —y la manifestación terminó sin grandes incidentes. "Nos vigilaba el comisario que, con su celular, estaba en estrecho contacto con Dios, para preguntarle si se puede cargar contra un Papa, los hermanos y las hermanas", describiría más tarde
Tuttosquat
. "Quizás Dios, que mira desde allá arriba, prefiere no tomar decisiones apresuradas. Y hace saber que no le gusta lo que ve, que está muy contrariado, pero que para esta gente tiene el Infierno. Sólo que en Turín el infierno ya lleva dos meses funcionando". En la marcha esa versión del infierno aparecía citada: carteles y consignas contra la muerte de Edoardo y la prisión de Silvano y Soledad. Cuando la fiesta terminó varios de los procesionantes tomaron el camino de Bene Vaggena.

—...que los cumplas feliz, que los cumplas feliz...

Allí, esa noche, comieron y bebieron a la salud de la cumpleañera y de su madre. "Ahí los chicos armaron una terrible pipa de hachís y le ofrecieron a mamá q ue la encendiera, porque era la homenajeada", dirá Gabriela Rosas. "Y mi vieja les contestó algo así como 'si estuve tantos años viviendo sin esto, no voy a empezar ahora... Déjenme vivir unos años más sin...'. Y no sé si la prendió mi hermana o quién. Era una situación muy fuerte para ella, imaginate".

Esa tarde, antes de la fiesta, los padres de Edoardo habían ido a saludar a Soledad. Le llevaron un gran ramo de flores, plantas para su huerto, unas cartas que ella le había mandado a Edoardo y ciertas convicciones:

—Paola, ¿vos qué creés que pasa con los hombres cuando se mueren?

Le preguntó Soledad a la madre de su hombre, católica ferviente, como quien busca una certeza.

—Sole, yo estoy convencida de que, más allá de que uno crea o no crea, quien hace el bien va hacia algo bello y quien hace el mal va hacia algo horrible.

"Sole me pedía como una confirmación, ya que yo creía me preguntaba cómo pensaba que podía ser el más allá", dirá Paola Massari, la madre de Edoardo. "Yo creo que las religiones dicen paraíso, infierno y demás, y por algo lo dicen; quizás no sea exactamente como creemos nosotros, pero seguramente los que quisieron el mal, los que pensaron solamente en sí mismos terminarán mal. No sé cómo, eso concierne a un dios, un buda, a quien sea que esté por encima de nosotros, pero los que quisieron el bien para los demás, incluso si lo hicieron malamente, irán hacia algo bello".

Soledad la miraba y asentía. Se acordaba de otra charla semejante, un par de años atrás, en Buenos Aires, con su amiga Sole Vieja, y se dejó llenar por un alivio que se parecía bastante a la esperanza.

"Estoy muy preocupado por Soledad y también entendí que me necesita mucho, ahora y después", les había escrito, el 11 de mayo, Silvano Pelissero a sus compañeros del Asilo. "Nunca había pensado en esta eventualidad. Pero hace algunos días entendí que es así. Había hecho para mí otros proyectos que ahora estoy cambiando, teniendo en cuenta a Sole. Quizás me esté equivocando e interpreto mal las palabras y las situaciones. Si es así, díganmelo"

Hay, en esta historia llena de desvíos, un afluente extraño, un riacho casi inexplorable: en algún momento, Silvano y Soledad empezaron a tener una comunicación más que fluida: las cartas los acercaron mucho más que lo que habían podido suponer. Pero no he podido ver esas cartas, si es que existen todavía: sólo quedan, de ese riacho, referencias más o menos mediadas.

El 19 de mayo Silvano les escribió a Ita y Giorgia, compañeras del Asilo, sobre su vida en la cárcel; se quejaba de la falta de interlocutores: "Aquí se habla mucho, incluso demasiado de política. Entre nosotros prisioneros políticos se habla casi siempre de cuestiones técnicas, afinidad, conceptos, teorías, ideologías, compromisos, disociaciones, recorridos, cárceles especiales, Europa unida, grabaciones, antagonismo, insurrección, revolución, reacción, rebelión, desorden, caos, confusión, orden mundial, etc., etc. Con los comunes se habla poco o nada: abogados, buchones, tribunales, jueces, años hechos y por hacer —pasado olvidado y futuro que no está. Tres o cuatro horas cada día se discute de esto.

"Sobre el resto hablo solo. O hablo con ustedes por carta. Siempre que lleguen enteras y en tiempo útil. Sólo con Ita, Giorgia y Sole hablo de cosas mías, íntimas y reservadas. En el fondo no conozco bien a ninguna de las tres. Tampoco sé por qué empecé a dialogar con ustedes. Quizás porque la cana te obliga a pensar. La distancia y la situación dramática a veces derriban ciertas inhibiciones que estaban ahí hace sólo tres o cuatro meses. Pasaron tantas cosas y todas tan rápido. Con Edo tenía buena confianza. Hablábamos a menudo de ustedes, compañeras. De Ita se hablaba menos porque estabas y estás ya comprometida. Y la vida de pareja es un compromiso. Hablábamos de eso en el coche, cuando íbamos y veníamos, para pasar el tiempo. Pero en la realidad de todos los días yo no pensaba mucho en eso. No veía ninguna compañera 'practicable'. Era y soy muy exigente, quizás demasiado. Con Dennis hablaba de vos, Giorgia, y te consideraba 'capaz como compañera'. Los veía bien, como ya te lo dije. Pero en nuestras charlas no íbamos mucho más allá. Había cosas para hacer y además no conocía bien a Dennis. Quién sabe cómo habría seguido la historia de ustedes. Cuando yo estaba en México tardé ocho meses en entender por qué no me llegaban cartas de mi novia. ¡No llegaban porque ella no las mandaba! ¡Linda historia! ¡Cuando me fui me dijo que me amaba tanto! ¡Qué chistes le hace la naturaleza al hombre! Pero quién sabe cómo serán realmente las cosas...

"Después de todo lo que pasó me siento muy cerca de Sole. Sole ha soportado dolores y sufrimientos que van mucho más allá de su capacidad de soportar. En las pocas cartas que me llegan cada tanto me habla de las torturas incluso físicas que sufría en Le Valette. Como las continuas perquisiciones corporales internas que le hacían (hasta dos veces por día: cuando iba y cuando volvía de ver al abogado). Como las entradas en su celda con el fin de encontrar gillettes o vidrios para autolesionarse. Como las veces que la despertaban de noche para ver si todavía estaba viva... ¡Cuánto ha sufrido esta muchacha! Su única culpa es haber amado a Baleno y vivir en una casa donde yo también vivía. Le mando por lo menos 3 o 4 cartas por semana. Algunas noches hasta sueño con ella. Pensando en ella, y por lo tanto en Edo, me lleno de tristeza. Si pienso que para Sole las cosas todavía no se terminaron me apeno más. Pueden pasar tres años antes de que termine el proceso. No sé cómo será Sole dentro de tres años. Creo que en el pasado amé mucho a mis novias. No lo merecían. Sole merecería ser amada tanto de ahora en más y tener largos momentos de felicidad. Yo creo que no soy capaz. Me parece que el amor del que disponía se terminó. Que lo agoté".

Y una semana después, en una carta a Ita, Silvano volvía sobre la cuestión: "Me escribo mucho con Sole, que me parece una persona interesante y piola. Mucho más que lo que pensaba. Es cierto que no la conocía nada bien. Nunca entenderé cómo Edo tuvo la fuerza y el coraje de abandonarla. Terminada esta historia seguramente habrían tenido una bella historia juntos. Porque estaban hechos realmente el uno para el otro. Ya antes del arresto yo había entendido que estaban bien juntos. Pero tenían que irse de Turín o por lo menos de la Casa de Collegno. Quién sabe cómo viven los ocupantes nuevos. Me gustaría que me escribieran. Si sueñan cosas particulares por las noches. Si están de acuerdo entre ellos. Si pasan cosas raras. (...)

"Para mí el amor es una cosa seria. Como la revolución. En la revolución si te equivocás te dan perpetua o te morís. El amor para mí es una cosa serísima. No es fantasía. Quizás sea locura. Seguramente es una tentativa de superar los límites. Debería ser eterno. No debería ser efímero. Para ser eterno debería seguir una lógica precisa. No te la explico porque es un poco largo y difícil y no es importante. Absolutamente no quiero que sea un juego, nunca. Es como asaltar un banco. No tenés que hacerlo nunca por juego o por broma. Nunca me acerqué a una muchacha o mujer que no conozco bien y nunca pienso en relaciones temporales".

Por eso, en este caso, se lo había tomado muy en serio: "hace algunos días entendí que es así. Había hecho para mí otros proyectos que ahora estoy cambiando, teniendo en cuenta a Sole. Quizás me esté equivocando e interpreto mal las palabras y las situaciones. Si es así, díganmelo". Nadie podría. Soledad, aparentemente, estaba empezando a considerar la posibilidad de una nueva relación —aunque nunca sabremos cómo había imaginado esa alianza: sus cartas a Silvano se perdieron y no habló de la cuestión con casi nadie.

Sólo, quizás, con Josefina Magnasco, su amiga del colegio, hacia fines de junio: "La llamé por teléfono y esa vez le dije 'ya me imagino que estarás rompiendo corazones por allá'. Era un tema delicado preguntarle eso, con todo lo que le había pasado. Pero teníamos mucha confianza y por la relación que teníamos siempre lo que era difícil de hablar se hablaba primero. Con ella no existía ofenderse. Era a los bifes. Y ella me dijo 'es increíble, es como si estuvieras acá, cómo podés saberlo'. Me dijo 'cómo podés saberlo' y yo le dije 'no, te pregunto'. Yo para hincharla, sé que es una situación jodida. Entonces me dijo 'está saliendo un nuevo sol para mí', una cosa así. Como que estaba empezando a salir con un chico que le gustaba, y que estaba todo bien". Salir no era la palabra más precisa en este caso.

4. LA CASI MUERTE

—Vos, si seguís así, vas a terminar como el inútil de tu novio.

Soledad no pudo creer que había oído lo que había oído y se quedó fría, sin palabras.

—Sí, a vos te digo. Vas a terminar como ese maricón, colgada de una soga.

El carabinero la miraba con odio, como diciendo dale, reaccioná, hacé cualquier cosa así te rompo la cara de un tortazo. O digo que te escapaste y te cago de un tiro. El carabinero tenía una pequeña cicatriz entre los ojos y los ojos cargados de un odio que no debía saber dónde poner. Eran las seis de una mañana destemplada, Soledad tiritaba en camiseta y estuvo a punto de contestar pero se dijo que no, que esa no era la forma. Muchas veces los policías encargados de cuidarla eran amables, llegaban hasta la barrera como quien se disculpa, le ponían caras de perdoná pero nos mandan; otros, en cambio, le mostraban que era un placer joderla.

—O no, porque no tenés huevos, pelotuda.

Soledad se preguntó qué le habría hecho para que la insultara así; enseguida se dijo que qué bueno, que si ese policía la odiaba tanto era porque ella y los suyos eran un peligro para el orden que él representaba y sonrió: lo estaban consiguiendo. Cuando entró en la casa decidió que ya era muy tarde para volver a la cama y puso agua para hacerse un té. Sobre la mesa de la cocina tenía el libro que Silvano le había mandado la semana anterior:

"Cuando llega la orden de partir, el guerrero mira a todos los amigos que se ha hecho en el camino. A algunos les ha enseñado a escuchar las campanas de un templo sumergido, a otros ha contado historias alrededor del fuego. Su corazón se entristece pero sabe que su espada está consagrada y debe obedecer las órdenes de Aquel a quien ofreció su lucha. Entonces el guerrero de la luz agradece a sus compañeros de jornada, respira hondo y sigue adelante, cargado con los recuerdos de una jornada inolvidable", leyó Soledad en voz alta y cerró el
Manual del Guerrero de la Luz
de Paulo Coelho.

Hay libros en los que cada quien puede leer lo que quiera. Soledad pensó que el Guerrero tenía razón: quizás lo mejor fuera irse. Aprovechar cualquier distracción de los policías —había veces que la abandonaban, que no aparecían por un par de días — y escaparse. Quizás podría conseguir alguien que la escondiera o que la ayudara a pasar a Francia a través de las montañas; quizás no llegara a ninguna parte y tampoco le importaba: pensó que la fuga en sí misma, el hecho de romper las reglas que ellos le imponían ya alcanzaba. Tenía que pensarlo mejor, pero podía ser una buena manera de salir de este estancamiento que la tenía cada vez más agobiada.

La partida de su madre la alivió; también le trajo un leve desamparo. Se acordó de esa mañana, la semana anterior, que amaneció con fiebre, engripada, mocosa, y ella le trajo un té de yuyos con miel y Soledad aceptó esos mimos, que la cuidara como cuando era su nena. Pero al rato ya se sintió de nuevo atosigada y se volvió a poner en guardia: su madre no se daba cuenta de que ella ya no era aquella nena.

Soledad sabía que Marta Rosas sólo trataba de ayudar y también sabía que de algún modo había sido injusta con ella, pero el alivio de su partida era real. Marta se había ido tres días antes; se había despedido con llantos y recomendaciones y Soledad, a último momento, fue a cortarle un jazmín de esa planta que cuidaba más que ninguna porque se la había regalado Edoardo.

—Solita, no lo cortes, acordate de lo que vos siempre decís: si querés ser feliz un instante cortá una flor, si querés ser feliz toda tu vida cuidá un jardín.

—No me digas qué hacer. Yo te lo quiero dar, mamá. Yo sé que es tu planta favorita.

Y se lo dio y su madre lo guardó para siempre y se besaron con más llantos y Marta se subió al coche de Luca y recién esa noche, cuando se fue a acostar, Soledad tuvo la sensación de que algo le faltaba y le sobraba algo.

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