Alguien robó la luna (50 page)

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Authors: Garth Stein

Tags: #Suspense

BOOK: Alguien robó la luna
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El kushtaka centinela ya casi estaba sobre ellos.

—¿Dónde conduce?

—A la Tierra de las Almas Muertas; ése es el lugar de Bobby.

—No.

—Jenna…

—Quiero que se quede conmigo.

David miró en dirección a la caverna. El kushtaka centinela ya casi los alcanzaba.

—Jenna, viniste a rescatar a Bobby. No puedes rescatar su cuerpo, su alma, sí. Ve. Por favor.

—¿Y tú?

David no respondió. Se volvió hacia la cueva y corrió a toda velocidad hasta topar con el kushtaka que venía tras sus pasos. Lucharon. El kushtaka lo derribó y se le montó a horcajadas en el pecho; alzó su zarpa para descargarla, pero David logró sacar el cuchillo que llevaba al cinto y se lo hincó justo debajo del brazo. El kushtaka lanzó un penetrante alarido y cayó al suelo, retorciéndose de dolor. David le gritó a Jenna.

—Confía en el bosque, Jenna. Ahora, ve. ¡Corre!

Ella se volvió y, con Bobby en brazos, salió de la cueva a la carrera. Corrió por el bosque sin mirar atrás, sin pensar. No necesitaba hacerlo. Su cuerpo funcionaba con piloto automático. Corrió y corrió hasta quedar exhausta; tuvo que detenerse para recuperar el aliento. Depositó a Bobby en el suelo, junto a un árbol caído, y se sentó junto a él. Necesitaba descansar. Sabía que David mantendría a raya a sus perseguidores. Al menos por un rato. Lo suficiente como para que ella se recuperara. En su cabeza, no dejaban de surgir preguntas. ¿Por qué? ¿Dónde? Pero pugnó por sofocarlas. No era momento para preguntas. Se llevó las rodillas al pecho y contempló el apacible rostro de Bobby. ¿En qué mundo se encontraba? ¿Lograría salir de él? Parecía una especie de sueño. Una pesadilla. Pero no importaba lo que pensara. Sucedía, nada más. Eso era lo único que importaba en ese momento.

***

David corrió por el pasadizo hasta llegar a la caverna principal. Espíritus adultos salían de todos lados; parecían confundidos, indisciplinados. Emergían de agujeros en los muros y corrían, recogiendo a sus crías para ponerlas a salvo. Reinaba un ambiente de desconcierto, cosa que sorprendió a David. Había supuesto que los kushtaka serían disciplinados, cohesionados. Que se comportarían como un grupo organizado que piensa en conjunto. Pero no era así. Se parecían mucho más a los humanos de lo que David había imaginado.

Al menos, así fue hasta que llegó el chamán kushtaka. Era robusto, casi como un oso; la atención de todos se fijó en él. Se congregaron en torno a él, a la espera de orientación. Los orientó hacia David, que estaba de pie en la boca de la caverna.

Unos veinte kushtaka del tamaño de seres humanos formaron un pelotón que el chamán encabezó. Se detuvieron a un par de metros de David. El chamán dio un paso adelante.

—¿Dónde están la mujer y el niño? —preguntó. Su voz era honda y pesada. Una voz con peso. Tanto, que David sintió que lo aplastaba.

—Déjalos ir y yo me quedaré con vosotros —respondió David.

El chamán kushtaka sonrió.

—Te quedarás con nosotros de todos modos.

Entonces, ladró una orden a sus seguidores. Algunos quisieron salir de la cueva, para lo que necesitaban pasar ante David, pero éste desenvainó su cuchillo y les cerró el paso. Querían perseguir a Jenna y a Bobby y David no tenía intención de permitírselo; o, al menos, los demoraría.

Los kushtaka titubearon. Entonces, el chamán ladró otra vez, con más aspereza. Y, de pronto, los kushtaka que estaban frente a David se transformaron. Se encogieron hasta adoptar forma de nutria y pasaron junto a David a tal velocidad que le fue imposible hacer nada para detenerlos.

—Mierda —farfulló David al verlos. Eran demasiado veloces para él. David ya no podía hacer nada. ¿Cómo podía evitar que el grupo entero fuese en persecución de Jenna? Sin duda, no lo lograría interponiéndose en su camino, armado de un cuchillo. Tenía que hacer algo más drástico; realizar un verdadero sacrificio. Y eso hizo. Lanzando un alarido y enarbolando el cuchillo, David se lanzó sobre el chamán kushtaka.

Se dio cuenta enseguida de que había sido una idea ridícula; el chamán lo apartó y derribó sin esfuerzo aparente. La fuerza bruta no era el modo de lidiar con esas criaturas. La fuerza bruta estaba del lado de ellas. David se levantó y miró a los kushtaka que lo rodeaban. Sin duda, lo esperaba otro pasadizo-prisión. Más oscuro y húmedo y, claro, más profundo. Probablemente lo confinaran allí hasta que su mente se desquiciara y su voluntad se quebrantara. Entonces, comenzaría la conversión. Se pasaría toda la eternidad comiendo pescado crudo. No era una perspectiva muy seductora. Entonces, David recordó cómo había eludido a los kushtaka hacía apenas un momento. No siendo nadie. Desapareciendo de sus radares. Tal vez todavía le quedara una oportunidad. David se incorporó de un salto y movió su cuchillo en círculo, obligando a los que lo rodeaban a dar un paso atrás. Si querían apoderarse de él, primero tendrían que atraparlo.

David se abrió paso entre los kushtaka y corrió hacia el interior de la cueva. Se le ocurrió una idea. Su bolsa de chamán, fuente de su poder y su energía, atraería la atención de los kushtaka. Era inevitable. Contenía nada menos que una lengua de kushtaka. Aunque no pudieran encontrarlo a él, no dejarían de encontrar la bolsa. Si se la quitaba, quizá la siguieran. David sabía que si lo hacía, perdería sus poderes. Ya no sería un chamán, sino una persona común. Pero, en tanto que persona común, le sería posible reducir casi a cero la energía que irradiaba. Era posible que la bolsa distrajese a los kushtaka.

Sin dejar de correr a toda velocidad, David se arrancó la bolsita del cuello. La mantuvo en la mano durante un instante, procurando infundirle energía. Concentrándose, le insufló su poder. Entonces, cuando llegó a la poza que viera antes, la tiró tan lejos como le fue posible y se zambulló.

El agua era fría, glacial. David nadó bajo la superficie hasta alcanzar el extremo opuesto de la poza; allí, el agua era muy profunda. Un reborde rocoso corría por debajo de la superficie. David se apoyó en él y se mantuvo bajo el agua. Cuando ya no pudo contener más la respiración, tomó la linterna que llevaba al cinto y le destornilló la lente, por un extremo, la tapa del compartimiento de baterías por el otro, y vació el tubo. Ahora, la linterna era un respirador. Se puso un extremo del tubo en la boca e hizo que el otro asomara a la superficie. Respiró.

Procuró neutralizar todo pensamiento mientras aguardaba. ¿Lo encontrarían? Desde bajo el agua no podía ver ni oír nada. No tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo. Sólo podía esperar.

En la caverna reinaba la confusión. Los kushtaka se afanaban en vano, buscando a su presa. El chamán kushtaka estaba furioso, y se enfureció aún más cuando uno de sus seguidores le trajo la bolsa de David. El chamán sabía que David sólo podía estar en la caverna; había que encontrarlo, nada más.

David no tenía noción de cuánto tiempo había transcurrido. Tampoco de cuánto tiempo más podría sobrevivir en el agua helada. Era cuestión de meditar y controlarse. Pensó que tenía su gracia que uno de los rituales que practican los chamanes fuera bañarse cada mañana en agua de deshielo. Decían que era para fortalecer el carácter. Pero ¿sería ése el verdadero motivo? ¿O lo harían porque bien podía ocurrir que uno se viese obligado a esconderse de los kushtaka en un torrente helado?

Se dio cuenta de que sus pensamientos habían divagado cuando vio a un kushtaka de pie en la orilla, justo donde se encontraba él. El ser no lo había visto, pero estaba claro que había llegado allí atraído por los pensamientos de David. El kushtaka, en pie al alcance de su mano, no miraba hacia abajo. Miró en torno a sí y siguió su camino.

David se relajó aliviado. Se había salvado por poco. Entonces, de repente, el kushtaka reapareció. Esta vez, miró hacia el agua, precisamente al punto donde David se ocultaba. Pero no lo vio. Observaba la superficie del agua. Algo le había llamado la atención. ¿Qué? La linterna. Por supuesto. Miraba el extremo del tubo que sobresalía del agua. Mierda. Bueno, ya era demasiado tarde para meterlo bajo la superficie. David no tenía más remedio que plegarse a lo que aconteciera.

El kushtaka se inclinó hacia el tubo. David no sabía qué hacer. Si el ser tocaba el tubo metálico, se quemaría y chillaría, alertando a los demás. En el preciso instante en que el kushtaka se disponía a coger la linterna, David emergió y, tomándolo del cuello, lo sumergió en la poza. Sin darle tiempo a luchar, lo apuñaló; la hoja del cuchillo se enterró en el pecho del kushtaka, perforándole el corazón y matándolo de forma instantánea.

¿Ahora qué? La linterna había ido a parar al fondo de la poza. David sacó la cabeza del agua y miró en torno a sí. ¿Habría hecho mucho ruido? ¿Alguien había oído el chapoteo? Al parecer no. Nadie corría hacia allí. Miró hacia la boca de la caverna. El chamán kushtaka aún estaba allí. Y las huestes de kushtaka todavía pululaban por la cueva, buscando a David. Tenía que salir de inmediato, mientras aún tuviese el elemento sorpresa a su favor. Y sólo había un modo de hacerlo.

Depositó al kushtaka muerto en la orilla. Era grande. Del tamaño justo, tal vez. Sólo lo sabría cuando hubiese terminado con lo que tenía que hacer. David se dedicó a desollar al kushtaka.

No le llevó mucho tiempo. La piel se despegaba de la carne con facilidad. Había mucha sangre, pero ¿quién podía verla en la oscuridad? En pocos minutos, la piel del kushtaka quedó separada de su cuerpo.

David dejó que el cadáver de la criatura se deslizara al agua, donde no tardó en sumergirse y desaparecer. Ya no tenía su cuero graso e impermeable para mantenerse a flote. David se quitó botas y tejanos y se envolvió a toda prisa en el cuero ensangrentado, cubriéndose brazos y cabeza tan bien como pudo. Enseguida, encorvado, comenzó a andar en dirección a la entrada de la caverna.

David mantuvo la mente en blanco; además, la suerte lo acompañó. En ese preciso momento, un grupo de kushtaka se dirigía a la salida, y se metió entre ellos sin llamar la atención. El grupo pasó frente al chamán, que le dedicó una rápida mirada al conjunto, sin molestarse en estudiar a cada uno de los que lo componían. De modo que no vio que entre los últimos en salir iba David, envuelto en un pellejo de kushtaka. Y así fue como, tras pasar por el pasadizo de salida, David emergió al mundo.

Una vez fuera, David se separó de los otros y se dirigió a la playa. Atardecía y la oscuridad caía sobre el bosque. David se dejó puesto el cuero, pero ya no como disfraz, sino como abrigo. La piel de kushtaka era la única prenda que le quedaba.

Mientras avanzaba por la orilla, el chamán pensaba en su casa. Quería estar a salvo en el interior, sentado frente al suave calor del fuego, mientras la noche caía. Quería comida caliente, café, dormirse arrullado por la música crepitante de la leña al arder. Estimulado por tales pensamientos, que ya no necesitaba reprimir, apretó el paso hasta emprender un trote por la playa. Se dijo que, aunque quizá hubiese perdido sus poderes de chamán, al menos seguía siendo humano.

***

Jenna miró a Bobby, que yacía en el suelo, envuelto en la camisa de David. Su piel era la de un animal. Una delgada capa de fino vello le cubría el rostro. Jenna entreabrió la camisa y vio que su pecho era igualmente peludo. Después, vio que los brazos también lo eran. Se estremeció. Recordó su estancia en los túneles, en compañía de esos seres. Esos feos animales. Le habían dicho que pronto le gustaría ser como ellos. Que le parecerían hermosos, y que vería feos a los humanos. Eso creían ellos. Jenna miró en torno a sí, preguntándose qué rumbo tomar; vio algo. No un sendero.

No una señal. Algo mucho más inquietante. Una persona. Había alguien. Una silueta oscura que la observaba y que se ocultó detrás de un árbol al notar que Jenna la había visto. Jenna se quedó completamente inmóvil y escuchó. Movimiento. Sonidos. Estaban ahí. Habían regresado.

Mierda. Había fracasado. Se había detenido sólo por un instante. Pero fue un instante demasiado prolongado. Había perdido la ventaja, y ahora percibía movimientos por todas partes. ¿Qué podía hacer? Dios, le entraban ganas de darse por vencida. De entregarse a las autoridades kushtaka y pedir clemencia.

Pero no podía rendirse sin hacer un intento. Tenía que hacer un esfuerzo. Por Bobby. Debía recurrir a sus últimas energías. En su mente, volvió a oír las palabras de David. Confía en el bosque. Despeja la mente y confía en el bosque. Se apresuró a ponerse de pie y tomó en brazos a Bobby; se lo apoyó en la cadera. Respiró hondo y expulsó todo pensamiento de su mente. Entonces, emprendió una repentina carrera, abriéndose paso por el bosque en dirección contraria al lugar donde viera la figura. Con Bobby en brazos, corrió tan deprisa como le fue posible. Oía a sus perseguidores. Los veía por todos lados. En las copas de los árboles, detrás de las matas; pero no se detuvo. Ya había logrado escapar de ellos una vez; podía volver a hacerlo. No tenía ni idea de dónde estaba, pero tenía fe en David. Debía tenerla. No le quedaba otra opción. Vería el sendero, se dijo. El sendero se le revelaría.

Pero nada se le revelaba. Cuanto más corría, más denso se hacía el bosque. Abrirse paso entre el ramaje con Bobby en brazos se volvía cada vez más difícil. Estaba cansada, agotada, pero debía seguir adelante. Tenía que encontrar el camino, llevar a Bobby al lugar del que David le hablara.

De modo que corrió y corrió, aunque el bosque ya era impenetrable. Las ramas le azotaban brazos y piernas. No veía por dónde iba y el bosque estaba cada vez más oscuro. No sabía si los kushtaka aún venían tras ellos, pues sólo podía oír sus propios jadeos. Se detuvo para orientarse. Para encontrar la salida. Todavía oía movimientos en el bosque. Pero no se aproximaban. ¿Por qué no la atacaban? Los oía, sí, entonces, ¿qué evitaba que fueran a por ella?

Depositó a Bobby al pie de un árbol. En torno a ellos, troncos caídos y gruesas ramas cerraban el paso. Era como estar en una caja hecha de árboles. No había salida.

Entonces, oyó.

Ladridos.

Escuchó con atención; sí, un perro. Oía el ladrido de un perro en la distancia. Quizá fuese la señal que esperaba. Cerró los ojos y procuró hacer lo que le aconsejara David. Despejar la mente. Confiar en el bosque. Confiar en sí misma.

Abrió los ojos y miró a su alrededor. Frente a ella, distinguió lo que parecía ser una abertura en el sotobosque. Allí, la floresta parecía volverse apenas un poco menos espesa. Quizá ésa fuese la salida.

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