Read Algo huele a podrido Online
Authors: Jasper Fforde
—Prometiste ocupar el puesto de Juana de Arco mientras ella asistía a un curso para mártires —añadió la señora Bigarilla, que también se había acercado.
Lo había olvidado.
—Entonces, una semana. Me iré dentro de una semana.
Todos nos quedamos en silencio. Yo reflexionando sobre mi regreso a Swindon y los demás pensando en las consecuencias de mi partida. Todos menos el emperador Zhark, que probablemente estuviese pensando en divertirse invadiendo el planeta Thraal.
—¿Estás convencida? —preguntó Bradshaw.
Asentí lentamente. Tenía otras razones para regresar al mundo real más apremiantes que la locura sin sentido de Zhark. Tenía un esposo que no existía, y un hijo que no podía pasarse toda la vida protegido dentro de los libros. Yo me había refugiado en la vieja Thursday, la que prefería las certezas en blanco y negro de vigilar la ficción que los ambiguos grises de las emociones.
—Sí, estoy decidida —dije sonriendo. Miré a Bradshaw, al emperador y a la señora Bigarilla. A pesar de sus defectos, había disfrutado trabajando con ellos. No todo había sido malo. En mi estancia en Jurisficción había visto y hecho cosas que jamás hubiera soñado. Había contemplado a los gramásitos sobrevolando las cúpulas de Xanadú. Había cabalgado a pelo unicornios por los densos bosques de Zenobia y había jugado al ajedrez con Ozymandias, rey de reyes. Había volado con Biggles en el frente occidental, cruzado alfanjes con Long John Silver y explorado el camino que no había elegido para recorrer las verdes montañas de Inglaterra. Pero a pesar de todos esos momentos de asombro y deleite, mi corazón estaba en casa, en Swindon, y pertenecía a un hombre llamado Landen Parke-Laine. Era mi esposo, el padre de mi hijo, no existía y le amaba.
«… el pistolero se desintegró en un crisantemo de texto que se dispersó por la calle principal…»
Swindon, Wessex, Inglaterra, fue el lugar donde nací y viví hasta que me marché para unirme a los detectives literarios de Londres. Regresé diez años más tarde y me casé con mi antiguo novio, Landen Parke-Laine. La Corporación Goliath le asesinó a la edad de dos años para chantajearme. Surtió efecto, los ayudé… pero no recuperé a mi esposo. Curiosamente, conservé a mi hijo, Friday; ése es uno de los aspectos extraños y paradójicos del viaje en el tiempo que mi padre comprende pero yo no. Dos años después Landen seguía muerto y, a menos que yo lo resolviese pronto, tal vez permaneciese así para siempre.
THURSDAY NEXT,
Thursday Next, una vida en OpEspec
Dos semanas más tarde, en una luminosa y despejada mañana de mediados de julio, me encontraba en la esquina de Broome Manor Lane, en Swindon, en la acera de enfrente de casa de mi madre, con un niño pequeño en una sillita, dos dodos, el príncipe de Dinamarca, un corazón inquieto y el pelo demasiado corto. El Consejo de Géneros no se había tomado demasiado bien mi renuncia. Es más, se negaron a aceptarla y a cambio me ofrecieron un permiso indefinido, con la esperanza algo ilusoria de que pudiera volver si lo de actualizar a mi esposo «no salía bien». También sugirieron que podía intentar resolver lo del ficcionauta huido Yorrick Kaine, con quien ya me había encontrado dos veces en el pasado.
Hamlet había sido añadido a última hora al plan. Cada vez más preocupado por las noticias de que en el Exterior se le podía considerar «indeciso», había solicitado permiso para comprobarlo personalmente. Era algo muy raro, ya que a los personajes ficticios rara vez les importa la opinión pública, pero si Hamlet no tuviese nada de lo que preocuparse se preocuparía de no tener nada de lo que preocuparse, y ya que se trataba de la estrella indiscutible de Shakespeare y había perdido una vez más el galardón anual al protagonista romántico más turbulento frente a Heathcliff en los premios MundoLibro de ese año, el Consejo de Géneros consideraba que debía hacer algo para calmarle. Además, Jurisficción llevaba tiempo intentando convencerle para que fuese la fuerza policial en el drama isabelino desde que sir John Falstaff se había retirado por motivos de «buena salud», y se consideraba que un viaje al Exterior podría contribuir a persuadirle.
—¡Es extraño! —comentó, mirando el sol, los árboles, las casas y el tráfico—. ¡Haría falta una rapsodia desenfrenada y turbulenta para hacer justicia a todo lo que presencio!
—Aquí fuera vas a tener que hablar en inglés.
—¡Harían falta —me explicó Hamlet, señalando con las manos una calle de Swindon bastante inocua— millones de palabras para describir correctamente todo esto!
—Tienes razón. Así es. Ésa es la magia de la tecnología libresca de ImaginoTransferencia —le dije—. Un par de docenas de palabras conjuran una imagen completa. Pero sinceramente, es el lector quien hace la mayor parte del trabajo.
—¿El lector? ¿Qué tiene que ver?
—Bien, cada interpretación de un acontecimiento, entorno o personaje es única para la persona que lo lee porque dicha persona reviste la descripción del autor con recuerdos extraídos de su propia experiencia. Todo personaje que leen es en realidad una amalgama compleja de personas que han conocido, leído o visto… mucho más real de lo que es posible crear simplemente a partir del texto de la página. Dado que las experiencias de cada lector son diferentes, cada libro es único para cada lector.
—Por tanto —respondió el danés concentrándose—, ¿dice que cuanto más complejo y aparentemente contradictorio es un personaje, mayores son las interpretaciones posibles?
—Sí. Es más, yo diría que cada vez que la misma persona lee el mismo libro, éste es diferente… ¡porque las experiencias del lector han cambiado o se encuentra en un estado mental diferente!
—Bien, eso explica por qué nadie logra interpretarme. Después de cuatrocientos años nadie puede decidir, exactamente, cuáles son mis motivaciones —dejó de hablar un momento y suspiró con tristeza—. Ni siquiera yo. Uno diría que soy religioso, verdad, con todo eso de no querer matar al tío Claudio cuando reza y demás.
—Sí.
—Yo también lo creía. Por tanto, ¿por qué empleo esa frase atea de «no existe lo bueno y lo malo, es sólo el pensamiento el que decide»? ¿A qué viene eso?
—¿Quieres decir que no lo sabes?
—De veras, estoy tan confundido como cualquiera.
Miré fijamente a Hamlet y éste se encogió de hombros. Había tenido la esperanza de que me aclarase algunas de las contradicciones de la obra, pero ya no estaba tan segura.
—Quizá —dije pensativa— por eso nos gusta. Hay un Hamlet para cada uno.
—Bien —bufó apenado el danés—, para mí es un misterio. ¿Crees que me vendría bien ir a terapia?
—No estoy segura. Mira, ya casi estamos en casa. Recuerda: para todo el mundo excepto para mi familia eres… ¿quién eres?
—El primo Eddie.
—Genial. Vamos.
La casa de mamá era una propiedad de buenas proporciones situada en el sur de la ciudad, pero sin otro encanto que el que se deriva de una larga relación. Había pasado mis primeros dieciocho años allí, y todos los aspectos de la gran casa me resultaban familiares. Desde el árbol del que me había caído, rompiéndome la clavícula, hasta el sendero del jardín donde había aprendido a montar en bicicleta. Nunca me había dado cuenta, pero la empatía con lo familiar se incrementa con la edad. La casa me resultaba más cálida que en ningún otro momento de mi vida.
Respiré hondo, levanté la maleta y crucé la carretera empujando la silla.
Pickwick
, mi dodo de compañía, me seguía acompañada de su desobediente hijo
Alan
, anadeando de mal humor.
Llamé al timbre de mamá y, al cabo de un minuto, un párroco con algo de sobrepeso, pelo castaño corto y gafas abrió la puerta.
—¿Ésa es Bodoque…? —dijo al verme, sonriendo de pronto—. ¡Por la DEG, es Bodoque!
—Hola, Joffy. Cuánto tiempo.
Joffy era mi hermano. Era pastor de la religión de la Deidad Estándar Global, y aunque habíamos tenido nuestras diferencias, ya estaban más que olvidadas. Estaba encantada de verle. Y él de verme a mí.
—¡Guau! —dijo—. ¿Qué es eso?
—Eso es Friday —le expliqué—. Tu sobrino.
—¡Guau! —respondió Joffy, soltando a Friday de la silla y levantándolo—. ¿Siempre tiene el pelo así?
—Probablemente sea un efecto secundario del desayuno.
Friday miró a Joffy un momento, se sacó los dedos de la boca, se los pasó por la cara, se los volvió a guardar y le ofreció a Joffy su oso polar,
Poley.
—Qué mono, ¿no? —dijo Joffy, subiendo y bajando a Friday y dejando que le tirase de la nariz—. Aunque un poco, bueno, pegajoso. ¿Habla?
—No mucho. Pero piensa un montón.
—Como Mycroft. ¿Qué te ha pasado en la cabeza?
—¿Te refieres al corte de pelo?
—¡Eso es! —comentó Joffy—. Creía que te habías bajado las orejas o algo parecido. Es un poco… eh… un poco exagerado, ¿no?
—Tuve que sustituir a Juana de Arco. Siempre es difícil encontrar sustitutos.
—Comprendo la razón —exclamó Joffy, mirando todavía incrédulo mi corte tazón de leche—. ¿Por qué no te rapas al cero y empiezas de nuevo?
—Este es Hamlet —dije, presentándole antes de que empezase a sentirse incómodo—, pero estamos aquí de incógnito, así que estoy diciendo que es mi primo Eddie.
—Joffy —dijo Joffy—, hermano de Thursday.
—Hamlet —dijo Hamlet—, príncipe de Dinamarca.
—¿Danés? —dijo Joffy sorprendido—. Yo no lo iría contando por ahí si fuese tú.
—¿Por qué?
—¡Cariño! —dijo mi madre apareciendo detrás de Joffy—. ¡Has vuelto! ¡Por todos los… qué pelo!
—Es cosa de Juana de Arco —explicó Joffy—, está de moda. A las pasarelas les encantan los mártires, ya sabes… ¿Recuerdas el
look
de Edith Cavel/Tolpuddle en el número de
Femole
del mes pasado?
—Vuelve a decir tonterías, ¿verdad?
—Sí —dijimos mamá y yo al unísono.
—Hola, mamá —dije, abrazándola—, ¿recuerdas a tu nieto?
Lo tomó en brazos y comentó lo mucho que había crecido. Era de lo más improbable que hubiese encogido pero sonreí igualmente. Intentaba visitar el mundo real tan a menudo como podía, pero llevaba seis meses sin lograrlo.
Cuando casi se hubo desmayado hiperventilando de tanto exclamar «oooh» y «aaah» y Friday había dejado de mirarla dubitativamente, nos invitó a pasar.
—Tú te quedas aquí —le dije a
Pickwick
—, y no dejes que
Alan
se porte mal.
Era demasiado tarde.
Alan
, a pesar de su pequeño tamaño, ya había aterrorizado a
Mordecai
y a los otros dodos para que le obedeciesen. Todos temblaban de miedo bajo las hortensias.
—¿Vas a quedarte mucho tiempo? —preguntó mi madre—. Tu cuarto está como lo dejaste.
Se refería a como lo dejé cuando tenía diecinueve años, pero consideré que sería descortés decirlo. Le expliqué que me gustaría quedarme hasta al menos haber conseguido un apartamento, le presenté a Hamlet y le pregunté si él también se podía quedar durante unos días.
—¡Claro que sí! Lady Hamilton ocupa el dormitorio de invitados y el encantador señor Bismarck está en el ático, así que puede usar el trastero.
Mi madre tomó la mano de Hamlet y le saludó de corazón.
—¿Cómo está usted, señor Hamlet? ¿De dónde ha dicho que es príncipe?
—De Dinamarca.
—¡Ah! Nada de visitas a partir de las siete y el desayuno se acaba a las nueve en punto. Espero que los invitados se hagan la cama y, si tiene colada, puede dejarla en el cesto de mimbre del descansillo. Encantada de conocerle. Soy la señora Next, la madre de Thursday.
—Yo tengo madre —respondió Hamlet con tristeza mientras se inclinaba para besar la mano de mi madre—. Comparte la cama de mi tío.
—En ese caso, deberían comprar otra —respondió mi madre, tan práctica como siempre—. Dicen que en IKEA hay muy buenas ofertas. Yo no compro allí, porque no me gusta eso de tener que montarlo… es decir, ¿qué sentido tiene pagar por algo que debes fabricar tú? Pero a los hombres les gusta precisamente por esa razón. ¿Le apetece Battenberg?
—¿Wittenberg?
—No, no. Battenberg.
—¿Sobre el río Eder? —preguntó Hamlet, confundido por el salto conversacional de mi madre de los muebles que montas tú mismo al pastel.
—No, tonto, sobre una blonda… cubierto de mazapán.
Hamlet se inclinó hacia mí.
—Tengo la impresión de que es posible que tu madre esté loca… y yo sé de eso.
—Acabarás acostumbrándote a su forma de hablar —dije, dándole una palmada en el brazo.
Recorrimos el pasillo hasta llegar al salón, donde, tras lograr separar los dedos de Friday de los abalorios de mamá, conseguimos sentarnos.
—¡Cuéntame las novedades! —exclamó mi madre mientras yo recorría el salón con la mirada, intentando descubrir todos los peligros potenciales para un niño de dos años.
—¿Por dónde empiezo? —pregunté, retirando un jarrón de flores que había sobre la tele antes de que Friday tuviese la oportunidad de echárselo por encima—. He tenido que hacer un montón de cosas antes de venir. Hace dos días estaba en Camelot intentando resolver algunos problemas matrimoniales y el día anterior… cariño, eso no se toca… negociaba un problema de compensación laboral con el sindicato de orcos.
—¡Cielo! —respondió mi madre—. Debes estar muriéndote por una taza de té.
—Por favor. Puede que MundoLibro sea el mejor lugar para encontrar caracterizaciones o narrativa explosiva, pero allí no se puede conseguir una taza de té decente ni por todo el bourbon de Hemingway.