Authors: Cayla Kluver
—No está consciente. —Me puse en pie, me acerqué a ella y le puse una mano en el brazo—. No se ha despertado en todo este tiempo. Necesita a alguien, Tanda. Quizá sea vuestra presencia lo que precisa.
Ella me miró, insegura y triste, pero su expresión también mostraba amor hacia London, incluso después de tantos años. Asintió con la cabeza y se sentó en la silla que yo había dejado libre. Salí al pasillo.
Tras quedarse con ella, London, por fin, abrió los ojos.
Narian ya era capaz de ponerse en pie, y Nantilam lo designó el vínculo oficial entre Cokyria y su nueva provincia de Hytanica. Eso significaba que él se quedaría en Hytanica indefinidamente, y que tendría que realizar algún viaje ocasional a la tierra donde había crecido. Era un puesto adecuado para él, pues Narian tenía vínculos de lealtad son ambos reinos. No obstante, sabía que albergaba alguna reserva al respecto, principalmente porque no había tenido la oportunidad de conocer mi opinión sobre aquella situación. Hubiera resultado extraño que me consultara, pues la Alta Sacerdotisa todavía no había partido hacia Cokyria, y ella no conocía la historia que ambos compartíamos.
No pude evitar darme cuenta de que Narian casi no estaba en palacio. Había decidido alojarse al lado del edificio que había utilizado Marcail, el maestro de armas, otro de los oficiales que habían muerto a manos del Gran Señor. Por supuesto, era posible que sus obligaciones le dieran pocos motivos para estar en palacio, pero lo más probable era que creyera que su presencia en ese momento no sería bien recibida.
Los trabajos de reparación y reconstrucción de la ciudad habían empezado, y me alegraba tener a Cannan a mi lado. Puesto que mis sentimientos y pensamientos eran un torbellino, y dado mi absoluto desconocimiento acerca de cómo dirigir una provincia, de no haber sido así mi aportación hubiera sido un fracaso absoluto. Me gustaba dejar que él asumiera gran parte del trabajo, aunque sabía que, poco a poco, iría dejando que yo tomase las decisiones, a medida que aprendiera a ser una líder.
Hacia final de ese mes, Narian tomó el mando de las tropas cokyrianas, lo cual despejaba el camino para la inminente partida de la Alta Sacerdotisa. Harian ya había empezado a despedir a parte de los soldados, y al final su número se vería reducido al que antes había tenido nuestra guardia de la ciudad y el ejército permanente. Cada soldado que se marchaba suponía un peso menos en mi ánimo, al igual que le sucedía al capitán. Cannan, aunque apoyaba la retirada de los soldados, encontraba difícil trabajar al lado de Narian. Yo dudaba de que algún día pudiera ver al comandante cokyriano sin recordar al hermano menor a quien tanto había querido y cuya vida, según creía el capitán, Narian debería haber salvado.
London también se había recuperado, pero necesitaba estar al aire libre y recuperarse físicamente, así que Halias había ocupado el puesto de mi guardaespaldas. A pesar de que había recobrado su ingenio habitual, así como su energía, todavía tenía que recorrer un largo trecho para recuperar la estabilidad emocional. A veces lo veía con lady Tanda, sin duda, ella era la persona que más lo estaba ayudando en ese momento.
A principios de abril llegaron, por fin, las primeras buenas noticias de verdad: Miranna y Temerson se habían prometido. Mi padre había dado su permiso para que su hija de diecisiete años se casara con ese joven que había cumplido los dieciocho hacía poco tiempo y que, por tanto, iba a heredar las posesiones y el título de su padre.
Resultaba reconfortante ver el cambio que eso supuso para Miranna. Ahora que tenía algo en lo que concentrarse, parecía que volvía a ser ella misma, a pesar de que había sufrido demasiado para volver a ser la ingenua niña de rizos dorados de antes. Su carácter era algo más retraído, y las pocas ocasiones en que parecía ser la misma niña de antes era cuando miraba a Temerson a los ojos o lo cogía de la mano. Por otro lado, las tareas para planificar la boda nos habían dado la oportunidad, a mi madre, a Miranna y a mí, de restablecer nuestro vínculo. Mi vida estaba tan ocupada que se me hacía difícil ver a los amigos, e incluso estar con mi familia era cada vez más complicado, así que pude disfrutar de ese tiempo que pasamos juntas.
La Lata Sacerdotisa regresó a Cokyria dos semanas antes de la boda de Miranna. Justo antes de su partida, ella se había reunido con Narian y conmigo en el palacio para hablar de la situación en que quedaba la provincia. Por su actitud, me di cuenta de que sospechaba que la relación entre Narian y yo era algo más que amistad. Y por la actitud de Narian, supe que no quería que ella conociera los detalles. Durante la charla que mantuvimos, Nantilam me informó de cuál era mi nuevo título: gran preboste Alera. También estableció que el palacio sería conocido como el Bastión y, finalmente, decidió que London volvería a ser mi guardaespaldas y que Narian lo nombraría como tal en el momento que considerara oportuno después de la celebración de la boda de mi hermana. Tuve la impresión de que creía que esa decisión ofrecería a London la oportunidad de disfrutar del descanso que necesitaba; por otro lado, también me dio la sensación de que no le parecía oportuno dejar que London se las arreglara solo. En cualquier caso, esa situación la dejaba bajo la supervisión de Narian.
Miranna y Temerson se casaron una bonita tarde de mayo, después de mi decimonoveno cumpleaños. El tiempo todavía era fresco, y la celebración se llevó a cabo en el jardín de palacio, que había sido restaurado tanto como había sido posible, aunque no mostraba el esplendor de antaño. A pesar de ello, el mero hecho de encontrarme de nuevo en mi precioso santuario me animó mucho, al igual que sucedió con todos los que asistieron a la boda.
Mis padres acompañaron a Miranna al altar, y yo fui la dama de honor. Lady Tanda y uno de los tíos de Temerson acompañaron al novio, y su hermano menor fue el padrino. La ceremonia fue sencilla pero hermosa y nos ayudó a confirmar que la vida continuaba.
Después de cenar en el comedor del Rey, en el segundo piso, los recién casados y sus invitados se dirigieron a la sala de baile para continuar la fiesta, que duraría hasta bien entrada la madrugada. La velada era muy entretenida, el vino corría libremente y los bailes resultaban más que alegres. Esta era la primera celebración desde el asedio cokyriano, y aunque muchas personas no habían reconstruido sus vida, todo el mundo sentía una gran esperanza después de que supieran que teníamos la oportunidad de hacerlo. Mientras recorría la sala de baile, vi a Galen y a Tiersia dando vueltas en la pista de baile; a mis padres conversar con el barón Koranis y la baronesa Alantonya, los padres de Narian, con los cuales este intentaba crear algún tipo de relación; a Cannan y a Faramay con la esposa de Baelixçc, Lania, y con sus hijas mayores; y a un grupo de amigas mías, entre las cuales se encontraban Reveina y Kalem, ambas viudas a causa de la guerra, y a las hermanas gemelas de Galen: Niani y Nadeja. Aunque pudiera ser extraño, me pregunté si London no se había acercado porque no se sentía seguro de si encajaría en la familia de Temerson y quería evitarle cualquier incomodidad a lady Tanda.
En una acción refleja, miré a mi alrededor en busca de Steldor. Esperaba encontrarlo solo, pero debería haber sabido que lo encontraría rodeado de jóvenes. Se había corrido la voz de que nuestro matrimonio se había anulado y él volvía a ser el joven más codiciado del país. Antes, Steldor hubiera estado flirteando de forma incorregible, pero en esos momentos me sorprendí al ver que me estaba mirando. Sonrió y meneó la cabeza, y yo solté una carcajada, a pesar de que nadie podría haber sabido qué me parecía tan divertido. En muchos sentidos, la vida estaba regresando a un agradable estado de normalidad. Pero, de todos modos, continuaba sintiendo que faltaba algo.
Al cabo de un rato noté el ambiente de la sala cargado, y las puertas abiertas del balcón ofrecían la invitación de disfrutar de una agradable brisa. Crucé la sala de baile y salí a la penumbra del exterior. Inmediatamente me di cuenta de que no estaba sola; pero esta vez no me sobresalté. Narian estaba ante la barandilla, apoyado de espaldas en ella y con las manos sobre la oscura madera, a ambos lados de su cuerpo. Sus cautivadores ojos azules se clavaron en mí.
—Buenas noches, lord Narian —dije educadamente, pero con el corazón acelerado al llegar a su lado y mientras miraba a la ciudad.
—Buenas noche, gran preboste Alera —contestó él con una sonrisa e inclinando la cabeza en señal de respeto.
Narian se giró ante mí mientras apoyaba el antebrazo en la barandilla.
—¿Evitando a la gente de nuevo? —preguntó, recordando las palabras que nos dijimos durante nuestra primera conversación, en ese mismo balcón.
—Tal vez —respondí con una sonrisa, complacida de que él recordara esa noche con tanta claridad como yo—. ¿Y tú?
—No podía rechazar la invitación de tu hermana—respondió en tono alegre, aunque sus ojos parecían desprender fuego—. Fue muy generoso por su parte. Pero no creo que la gente de Hytanica esté preparada para acogerme. La verdad es que no puedo esperar tal cosa.
—No puedo hablar por los demás —dije en tono casual, aunque el corazón me latía ferozmente—, sólo puedo hacerlo por mí misma.
Narian volvió a sonreír levemente y desvió la mirada hacia los destellos de las luces de la ciudad.
—Me han dicho que tu matrimonio se ha anulado —afirmó en tono sereno.
—Steldor no era el hombre con quien ansiaba casarme —murmuré, deseando que comprendiera que mi corazón lo había anhelado a él a pesar de todo lo que había sucedido.
Narian no se movió, sino que continuó con la mirada fija en la oscuridad, impenetrable. Al final, suspiró profundamente y me miró a los ojos.
—Ya no soy el mismo hombre.
—Y yo ya no soy la misma mujer.
—¿Y eso en qué situación nos deja?
Puse mi mano encima de la suya y entrelacé mis dedos con los suyos. Sabía que él no se atrevería a establecer ese contacto.
—Quizá nos deje en situación de empezar de nuevo —respondí en voz baja, luchando contra el temblor de mi voz.
—Me gustaría, Alera —dijo él, sin soltarme la mano. Pero su mirada continuaba expresando tristeza y arrepentimiento. Luego se enderezó, como si se dispusiera a marcharse. Al ver mi expresión confusa, me dijo—: Deberías darte tiempo para averiguar qué es lo que quieres. Yo estaré aquí, por si decides venir a buscarme.
—Hace mucho tiempo que sé lo que quiero —le aseguré casi sin respiración.
Él me acarició la mejilla con ternura; levanté la vista hacia sus profundos ojos azules, y en ellos encontré el amor que había sabido que sentía. No necesitaba más invitación. Me acerqué a él, me cobijé en sus brazos, contra su pecho musculoso, y me dejé invadir por el olor de su piel, de pino y cedro. Él me abrazó con fuerza. Luego, cogiéndome de la barbilla, me hizo levantar el rostro y me dio un suave beso. Una gran calidez por primera vez des de hacía muchos meses y confirmé lo que hacía tiempo que sospechaba: en sus brazos, me sentía en casa.