Alera (24 page)

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Authors: Cayla Kluver

BOOK: Alera
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Al día siguiente me desperté temprano y poco a poco me di cuenta de que alguien me había colocado en una postura más cómoda en la silla y me había tapado con una manta. Me sentí desorientada, pero, de repente, un débil gemido de London hizo que todo apareciera con gran nitidez. Todavía tenía los ojos cerrados, pero había fruncido el ceño. Le tomé la temperatura y me alegré al darme cuenta de que tenía la frente más fría que el día anterior. Destari estaba a mi lado y yo llamé a London en voz baja, intentando hacerle recuperar la conciencia. Al poco rato, él movió los labios con gran dificultad y me miró con ojos soñolientos. Me sonrió ligeramente al ver mi expresión de preocupación, pero incluso ese pequeño gesto me pareció que era un gran esfuerzo para él.

—¿Cómo te encuentras? —pregunté innecesariamente, pues me había animado al notar que la fiebre le había bajado.

Sin pensarlo, London quiso encogerse de hombros, pero se detuvo con una mueca de dolor.

—London... —dije, impotente y apartándole el cabello del rostro, como si pudiera hacer desaparecer el dolor.

—Tómatelo con calma —le dijo Destari con cierta ironía—. Hoy no tienes que ir a ninguna parte.

London asintió con la cabeza casi imperceptiblemente y volvió a mirarme. A pesar de las condiciones en que se encontraba, recobró parte de su ingenio mordaz:

—Alera, deberíais ir a descansar un poco. Tenéis un aspecto horrible.

Solté una carcajada, agradecida de poder romperla insoportable y sombría tensión que se había instalado en la habitación.

—¿Yo tengo un aspecto horrible? —pregunté, meneando la cabeza. Me di cuenta de que tenía el vestido manchado de sangre de cuando Steldor me cogió por la cintura—. Eso es grave, viniendo de ti.

Él rio levemente, pero una segunda punzada de dolor lo interrumpió. Al ver la ansiedad con que lo miraba, intentó tranquilizarme:

—Voy a ponerme bien, Alera. —Miró a su compañero y añadió—: Destari es un cirujano sorprendentemente hábil.

—Pareció que perdía la visión un momento, pero luego se obligó a terminar—: Deberíais iros. Volved mañana. Lo más probable es que me pase el día durmiendo.

London cerró los ojos lentamente, pero yo me quedé donde estaba, pues no deseaba dejarlo solo. Cannan entró en la habitación al cabo de un rato para comprobar el estado del herido, y se alejó un poco con Destari para hablar con él un momento. Luego se dirigió a mí:

—Alera, voy a decirle a Bhadran que busque a alguien para que cuide a London. Así vos podréis marcharos y descansar. Si surge algún problema, me aseguraré de que os lo notifiquen.

Asentí con la cabeza y le di las gracias. Cuando Cannan se marchó, permanecí al lado de la cama hasta que llegó la persona que iba a cuidarlo. Destari, que había sido reasignado como mi guardaespaldas, salió conmigo de la habitación y regresamos a mis aposentos. Una vez allí, el guardaespaldas se quedó en la sala y yo me fui a mi habitación, me puse el camisón y me metí en la cama, agotada. No me desperté hasta el final de la tarde, cuando me levanté para ir a reunirme con mi familia en el comedor.

No había comido con mis padres desde el rapto de Miranna, pues no había querido ver la silla de mi hermana vacía. Mis padres entraron en la sala pocos minutos después que yo. El pelo de mi padre se había vuelto más gris. Mi madre, por el contrario, parecía haber adoptado una actitud de mayor dignidad frente al dolor. Cuando los sirvientes nos hubieron puesto las bandejas de comida en la mesa, entre nosotros se hizo un profundo silencio. A pesar de que todos deseábamos comportarnos con cierta normalidad, ninguno parecía tener la energía suficiente para mantener una simple conversación agradable. Mientras comíamos, el único ruido de la sala era el de los cubiertos contra los platos, repetitivo y monótono, y supe que ese sonido retumbaría en los oídos hasta mucho después de que la cena hubiera terminado. Cuando acabamos, mi padre anunció que se retiraba a sus aposentos y salió de la habitación a paso más lento de lo habitual.

—Me alegro de que hayas bajado a cenar con nosotros, querida —dijo mi madre con expresión sincera mientras se disponía a seguir a su marido. Me sonrió ligeramente y añadió—: He oído que London está mejorando.

—Sí, así es, y cuanto más fuerte está, mayor es la esperanza de rescatar a Miranna.

Quería, de alguna forma, calmar su angustia y su tristeza, pero al final fue ella quien apaciguó las mías.

—No hemos abandonado la esperanza, solamente hemos perdido un tiempo de su compañía. Me alegro mucho de que estés con nosotros... No quiero también perder tiempo de tu compañía.

Me dio un cálido abrazo y luego me dejó sola con mis pensamientos. Regresé a mis aposentos sintiéndome de mejor humor después de haber descansado y de saber que London se iba recuperando. Gatito me recibió con gran alegría y pasé lo que quedaba de la noche con mi peluda mascota y un libro uno de los sillones de delante de la chimenea.

Al día siguiente, London había mejorado considerable-mente. Hablaba con voz más fuerte y respiraba con mayor facilidad. Todavía necesitaba dormir mucho, así que decidí no alargar mi visita. Mientras Destari y yo hablábamos con él, Bhadran llegó para comprobar en qué condiciones se encontraba su paciente. Probablemente había esperado encontrarse con un cadáver, pues admitió con sorpresa que el soldado es-taba experimentando una mejoría y que parecía que la infección había disminuido mucho después de extirparle las puntas de flecha. Cuando, al cabo de unos minutos, el médico se hubo marchado, Destari y yo hicimos lo mismo, y dejamos a London en manos de su cuidador.

A la tarde siguiente encontré a London parcialmente sentado, con la espalda apoyada en las almohadas y un trozo de pergamino en las manos y la colcha cubierta de trocitos de carboncillo. El médico no estaba en la habitación, lo cual significaba que Bhadran lo había visitado por la mañana y que estaba seguro de que el estado del paciente era bueno. Destari montó guardia en el pasillo, pues quería darme un poco de tiempo para estar a solas con mi antiguo guardaespaldas.

—¿Cómo te encuentras? —le pregunté mientras me sentaba al lado de la cama, curiosa por lo que estaba haciendo.

Cuando era pequeña, él me había hecho muchos dibujos, casi todos de animales, pero desde entonces no lo había vuelto a ver dibujar.

—Tenéis que pensar en otra pregunta —me dijo, con un tono de burla que me alegré de oír—. Me lo preguntáis cada vez que entráis por esa puerta.

—Parece una pregunta natural, dadas las circunstancias. Pero a juzgar por tu humor, creo que te encuentras mucho mejor.

—Sí, pero por desgracia, a medida que mi salud mejora, también aumenta el aburrimiento. Me temo que nunca he sabido estar sin hacer nada. —Incapaz de resistirse a tomarle el pelo a su capitán, continuó—: Por supuesto, Cannan y el médico se están mostrando muy poco razonables e insisten en que me quede en la cama.

—Parece que te entretienes con algo —dije, señalando los pergaminos y sin hacer caso de su comentario acerca de Bhadran y del capitán—. ¿Has dibujado mucho?

—Unas cuantas cosas. Lo único bueno de todo esto es que es el brazo derecho el que tengo mal. —¿ Puedo verlos?

—Si lo deseáis —repuso en un tono de ligero cansancio.

Cogí el montón de pergaminos y empecé a mirarlos. Cuando tenía seis años no había podido apreciar el talento que había detrás de los dibujos con los que él me divertía, y ahora me sorprendí al verlos. A pesar de que solamente eran unos bocetos, los paisajes y los edificios tenían un impresionante detalle y eran de un gran realismo. Observé uno de ellos con mayor detenimiento: era el de una gran ciudad vista desde considerable altura.

—¿Es Hytanica?

Lo dije pensando que era una pregunta innecesaria, pero su respuesta me dejó perpleja.

—Es Cokyria.

Asentí con la cabeza sin saber qué decir. Supuse que todo el tiempo que había pasado en las montañas últimamente había hecho que tuviera las tierras enemigas muy vivas en la memoria.

—Casi todos los dibujos son de Cokyria —dijo, distraído, mientras descansaba la cabeza en la almohada.

Después de mirar los dibujos, volví a dejar los pergaminos en su sitio, y estaba a punto de comentar el don que tenía para el dibujo cuando otro pergamino, apartado de los demás, encima de la mesita de noche, me llamó la atención.

—¿Qué es? —pregunté, cogiéndolo antes de que London dijera nada.

Una vez lo tuve entre las manos, cualquier protesta que él hubiera tenido intención de expresar habría sido inútil. Pero noté que me miraba fijamente. Era el dibujo de una mujer muy hermosa, quizá de unos veinte años, y sus rasgos me resultaban vagamente familiares.

—London, es precioso —dije honestamente—. ¿Quién es?

—Alguien a quien conocí —respondió con un tono deliberadamente despreocupado y evasivo.

Lo miré un momento y recordé una conversación que había mantenido con Destari un año atrás. En ella me contó que London había estado prometido con una mujer de noble cuna antes de ser prisionero de los cokyrianos. Se le había dado por muerto, y los padres de ella la obligaron a casarse con otro hombre. La mujer del dibujo, de cuya identidad yo estaba casi segura, tenía que ser su antigua prometida. ¿De qué otra mujer hubiera podido hacer él un retrato con un parecido tan perfecto?

London interrumpió mis pensamientos con una breve carcajada.

—Vaya. Vos no sois la única mujer de mi vida, Alera.

—Ya lo sé —repuse, un tanto a la defensiva—. Es que, por la forma en que está dibujado, parece bastante evidente que estabas enamorado de ella.

Se hizo un brevísimo silencio. Me sonrojé ante mi propio atrevimiento. Justo cuando iba a disculparme, él sonrió y meneó la cabeza.

—Es sólo un boceto.

—Claro —me apresuré a asentir, pero todavía quedaba otra manera de confirmar mis sospechas—. ¿Me lo puedo quedar?

Al ver su mirada de recelo, sentí que tenía que darle una explicación.

—Ya nunca dibujas nada para mí, y éste es muy bonito.

—Bueno, si de verdad lo queréis... —accedió, encogiéndose de hombros como si no le importara, aunque no resultó muy convincente.

Charlamos durante un rato más y luego invité a Destari a que se uniera a nosotros, pues sabía que él también querría comprobar con sus propios ojos cómo estaba London. Cuando llegó la hora de comer, me despedí de London deseándole que pasara un buen día.

—Lo mejor de la jornada acaba de terminar —me contestó.

Volví a comer con mis padres, pero esta vez tenía otro motivo para hacerlo: sabía que mi madre podría responder a mis preguntas con respecto a London, preguntas que nacían de una mezcla de curiosidad y necesidad de distracción. Entré en el comedor, me senté en mi silla y puse el dibujo en el regazo. Al terminar de comer, mis padres se levantaron pie y mi madre accedió a quedarse un poco más cuando se lo pedí.

—Me gustaría preguntarte una cosa, madre. Sus ojos azules, tan parecidos a los de Miranna, me mira-ron, acogedores pero sin el brillo habitual. Asintió con la cabeza y volvió a sentarse. Le puse el dibujo delante, encima de la mesa, y ella lo cogió y lo observó.

—¿Conoces a esta mujer? —pregunté, como si yo no tuviera ni idea de quién podía ser.

Ella observó el pergamino con detenimiento y con el ceño fruncido, concentrada.

—Creo que es lady Tanda, cuando era joven —murmuró. Eso confirmaba mis sospechas. Lady Tanda y mi madre eran muy buenas amigas; si alguien podía confirmarlo, sin duda era ella.

—¿De dónde lo has sacado? —preguntó mientras me devolvía el dibujo.

—Lo ha hecho London, y me lo ha dado —confesé.

—¿London ha dibujado esto? —preguntó, pero su tono de voz delataba algo más que sorpresa: incredulidad.

Asentí con la cabeza y la miré en silencio, pidiéndole que me contara algo más, pero ella pareció decidir que no era el momento de decir nada.

—Tiene buena memoria —se limitó a decir, como si el notable parecido de Tanda de joven fuera la única cosa que la hubiera sorprendido.

—Pero ¿por qué habrá dibujado a lady Tanda? Mi madre miró hacia la puerta, y con ese gesto consiguió tanto mostrar su incomodidad como hacer que mi pregunta pareciera superflua.

—Siempre es difícil saber qué le pasa por la cabeza a London —dijo, dando el asunto por terminado.

Pero yo había conseguido la respuesta que buscaba.

A la mañana siguiente, cuando volví a visitar a London, lo encontré en compañía de Cannan y de Bhadran. Destari fue a reunirse inmediatamente con los dos hombres, y yo me quedé un tanto apartada para permitir que terminaran la conversación.

—Ahora mismo es sólo un cosquilleo —estaba diciendo London—. Pero creo que pronto podré mover los dedos.

—¡Eso es imposible! —exclamó el experimentado médico—. Tenías el omóplato destrozado..., ¡está herida debería acompañarte el resto de tu vida!

—Pues parece que lo estoy haciendo bastante bien —comentó London con su habitual ironía, que iba recobrando al mismo tiempo que la salud.

—¿Bastante? —exclamó el médico con una carcajada—. Desde luego. Deberías estar muerto..., varias veces, de hecho.

Se hizo un momentáneo silencio durante el cual todos recordamos las dos veces anteriores en que London había demostrado su extraña habilidad para esquivar a la muerte. La primera fue cuando, diecisiete años antes, escapó de Cokyria y superó la horrible enfermedad que sufría; la segunda, cuando un dardo envenenado lo hirió durante la Navidad anterior. Por no hablar del hecho de que había pasado casi una semana en las colinas con tres flechas profundamente clavadas en el pecho y consiguió permanecer vivo hasta que Destari y Galen lo encontraron.

—He tenido suerte —se limitó a decir London.

Bhadran meneó la cabeza, me saludó con un gesto y salio al pasillo. Cuando me acerqué a él, London me miró con expresión de desconcierto.

—¿Dónde está Miranna? ¿O es que mi estado es tan horrible que le prohibís que me venga a ver?

La pregunta de London me dejó sin respiración. Cannan y Destari se miraron, y yo me di cuenta de que le habían querido ocultar la desaparición de Miranna hasta estar seguros de su recuperación. No me sentí capaz de mirar a London a los ojos, pues no sabía si debía ser yo quien respondiera, y no estaba segura de ser capaz de mantener la compostura si lo hacía. El ambiente se hizo más tenso. London repitió la pregunta sin dirigirla a nadie en especial.

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