—¿Para cuándo?
—El anochecer.
—Bien.
—Puedes mostrar tu agradecimiento con un gran pedazo de un metal raro y caro —dijo Wayne.
—Sobre la mesa —dijo Waxillium, doblando el papel y guardándoselo en el bolsillo del chaleco.
Wayne se acercó a mirar el aparato emplazado sobre el escritorio.
—No estoy seguro de querer tocar nada de esto, socio. Le tengo aprecio a todos mis dedos.
—No va a explotar, Wayne —dijo Waxillium secamente.
—Eso dijiste cuando…
—Solo sucedió una vez.
—¿Sabes lo molesto que es volver a hacerte crecer los dedos, Wax?
—Si está a la par de tus quejas, debe ser molestísimo.
—Solo estoy diciendo… —Wayne escrutó el escritorio hasta que encontró el frasquito con virutas de bendaleo. Lo cogió y retrocedió con cautela—. Que las cosas de aspecto más inocente tienen tendencia a explotar a tu alrededor. Hay que ser cuidadoso —sacudió el frasco—. No es mucho.
—No te hagas el malcriado —replicó Waxillium—. Es bastante más de lo que podría haberte conseguido con tan poco tiempo de aviso si hubiéramos estado en los Áridos. Quítate el sombrero. Vamos a esa fundición que mencionan tus notas.
—Podemos usar mi carruaje, si queréis —dijo Marasi.
Tillaume entró en ese momento, llevando una cesta en una mano y una bandeja con té en la otra. Depositó la cesta junto a la puerta, luego colocó la bandeja sobre la mesa y empezó a servir té.
Waxillium miró a Marasi.
—¿Quieres venir? Creí que habías dicho que querías dejar los disparos para hombres como yo.
—Has dicho que no estarían allí —replicó ella—. Así que en realidad no hay ningún peligro.
—Todavía querrán capturarte —advirtió Wayne—. Intentaron secuestrarte en la cena. Será peligroso para ti.
—Y probablemente os dispararán a vosotros sin pestañear —respondió ella—. ¿Cómo será menos peligroso para vosotros?
—Supongo que no lo será —admitió Wayne.
Tillaume se acercó, trayéndole a Waxillium una taza de té en una bandejita. Wayne la cogió con una sonrisa, aunque Tillaume intentó apartar la bandeja.
—Qué conveniente —dijo Wayne, sujetando la taza—. Wax, ¿por qué no me trajiste a uno de esos tipos a Erosión?
El mayordomo lo miró con mala cara, luego corrió a la mesa para preparar otra taza.
Waxillium estudió a Marasi. Había algo que estaba pasando por alto, algo importante. Algo en lo que Wayne había dicho…
—¿Por qué te cogieron? —le preguntó a Marasi—. Había mejores objetivos en la fiesta. Mujeres más cercanas a los linajes que querían.
—Dijiste que podía haber sido un señuelo para despistarnos —observó Wayne, echando un poco de bendaleo en su taza y luego apurándolo todo de un solo sorbo.
—Sí —dijo Waxillium, mirándola a los ojos y viendo en ellos un destello de algo. Ella se dio la vuelta—. Pero si ese fuera el caso, habrían querido llevarse a alguien que no fuera cercana al mismo linaje, no a alguien que fuera una prima cercana.
Frunció los labios, y entonces comprendió.
—Ah. Eres ilegítima, entonces. Hermanastra de Steris, por parte de Lord Harms, supongo.
Ella se ruborizó.
—Sí.
Wayne silbó.
—Maravilloso espectáculo, Wax. Normalmente espero a la segunda cita para llamar a alguien bastardo —miró a Marasi—. A la tercera si es bonita.
—Yo… —Waxillium sintió un súbito arrebato de vergüenza—. Naturalmente. Yo no pretendía…
—No importa —dijo ella en voz baja.
Tenía sentido. Marasi y Lord Harms se habían incomodado cuando Steris mencionó a las amantes. Y luego estaba aquella cláusula específica en el contrato; Steris estaba acostumbrada a las infidelidades de los lores. Eso también explicaba por qué Harms pagaba la educación y el alojamiento de la «prima» de Steris.
—Lady Marasi —dijo Waxillium, cogiéndole la mano—. Tal vez mis años en los Áridos me han afectado más de lo que suponía. Hubo una época en que habría pensado mis palabras antes de pronunciarlas. Te pido perdón.
—Soy lo que soy, Lord Waxillium —dijo ella—. Y me siento cómoda con ello.
—De todas formas, ha sido rudo por mi parte.
—No tienes que disculparte.
—Hum —dijo Wayne, pensativo—. El té está envenenado.
Con eso, se desplomó en el suelo.
Marasi soltó un grito y acudió inmediatamente a su lado. Waxillium se dio media vuelta para mirar a Tillaume justo cuando el mayordomo se volvía de sus supuestos preparativos y lo apuntaba con una pistola.
No había tiempo para pensar. Waxillium quemó acero (lo mantenía en su interior cuando pensaba que podía estar en peligro) y empujó el tercer botón de su chaleco. Siempre llevaba uno de acero, para usarlo para restaurar sus reservas de metal o como arma.
El botón salió despedido del chaleco, cruzó la habitación y golpeó a Tillaume en el pecho justo cuando apretaba el gatillo. El disparo salió desviado. Ni la bala ni la pistola fueron registrados como metal por los sentidos alománticos de Waxillium. Aluminio, entonces.
Tillaume se tambaleó y soltó la pistola, apoyándose en la estantería mientras intentaba huir. Dejó una línea de sangre en el suelo antes de desplomarse en la puerta.
Waxillium se arrodilló junto a Wayne. Marasi había dado un respingo al oír el disparo, y miraba al jadeante mayordomo.
—¿Wayne? —dijo Waxillium, alzando la cabeza de su amigo.
Wayne abrió los ojos.
—Veneno. Odio el veneno. Peor que perder un dedo, te lo aseguro.
—¡Lord Waxillium! —dijo Marasi, alarmada.
—Wayne se pondrá bien —respondió Waxillium, relajándose—. Mientras pueda hablar y tenga reservas feruquimistas, puede librarse casi de cualquier cosa.
—No estoy hablando de él. ¡El mayordomo!
Waxillium alzó sobresaltado la cabeza y advirtió que el moribundo Tillaume estaba toqueteando la cesta que había traído: el hombre metió una mano ensangrentada dentro y tiraba de algo.
—¡Wayne! —gritó Waxillium—. Burbuja. ¡Ahora!
Tillaume se echó hacia atrás. La cesta estalló en una bola de fuego.
Y entonces se detuvo.
—Ah, demonios —dijo Wayne, girándose en el suelo para ver la explosión en progreso—. Te advertí. Dije que siempre hay cosas explotando a tu alrededor.
—Me niego a aceptar la responsabilidad por esto.
—Es tu mayordomo —dijo Wayne, tosiendo y poniéndose de rodillas—. ¡Blarek! Y el té ni siquiera estaba bueno.
—¡Se hace más grande! —dijo Marasi, alarmada, señalando la explosión.
La andanada de fuego había vaporizado la cesta antes de que Wayne emplazara su burbuja. La onda expansiva se extendía lentamente hacia fuera, quemando la alfombra, destruyendo el marco de la puerta y las estanterías. El mayordomo ya había sido cubierto por ella.
—Maldición —dijo Wayne—. Es grande.
—Probablemente pretendía que pareciera un accidente con mi equipo de metalurgia —dijo Waxillium—. Quemaría nuestros cuerpos y cubriría el asesinato.
—¿Nos dirigimos a las ventanas, entonces?
—Va a ser difícil correr más que la andanada —respondió Waxillium, pensativo.
—Podrías conseguirlo. Solo tienes que empujar con fuerza.
—¿Contra qué, Wayne? No veo ningún buen anclaje en esa dirección. Además, si nos lanzó hacia atrás tan rápido, salir por la ventana nos va a hacer pedazos.
—Caballeros —dijo Marasi, con voz frenética—, se está haciendo más grande.
—Wayne no puede detener el tiempo —dijo Waxillium—. Solo frenarlo mucho. Y no puede mover la burbuja cuando la ha emplazado.
—Mira —dijo Wayne—. Cárgate la pared. Empuja contra los clavos de los marcos de la ventana y abre el lado del edificio. Así podrás lanzarnos en esa dirección sin que nos topemos con nada.
—¿Te escuchas alguna vez cuando dices estas cosas? —preguntó Waxillium, las manos en las caderas, mientras miraba a su amigo—. Es ladrillo y piedra. Si empujo demasiado fuerte, me lanzaré hacia la explosión.
—¡Se está acercando! —exclamó Marasi.
—Entonces hazte más pesado —dijo Wayne.
—¿Tan pesado para no poder moverme cuanto toda una pared (una pared muy bien construida y enormemente pesada) se desgaje del edificio?
—Claro.
—El suelo no podría soportarlo —dijo Waxillium—. Se quebraría y…
Se calló.
Los dos bajaron la mirada.
Poniéndose en movimiento, Waxillium agarró a Marasi, que gritó sorprendida. Rodó de espaldas, sujetándola con fuerza encima de él.
La explosión cubría ahora la mayor parte de su campo de visión, tras haber consumido una gran parte de la habitación. Se acercaba cada vez más, hinchándose, brillando con una furiosa luz amarilla, como un pastel burbujeante que se expande en un horno enorme.
—¿Qué vamos a…? —dijo Marasi.
—¡Agárrate!
Waxillium amplificó su peso.
La feruquimia no funcionaba como la alomancia. Las dos categorías de poder a menudo se unían, pero en muchos aspectos eran opuestas. En la alomancia, el poder procedía del metal, y había un límite a lo que podías hacer a la vez. Wayne no podía comprimir el tiempo más allá de cierta cantidad; Waxillium solo podía empujar un trozo de metal.
La feruquimia funcionaba como una especie de canibalismo, donde consumías parte de ti mismo para utilizarlo más tarde. Te hacías pesar la mitad durante diez días, y podías convertirte una vez y media más pesado durante una cantidad igual de tiempo. O podías hacerte el doble de pesado durante la mitad de ese tiempo. O cuatro veces tan pesado durante la cuarta parte del tiempo.
O enormemente pesado durante unos breves instantes.
Waxillium absorbió para sí el peso que había almacenado en sus mentes de metal durante los días que había pasado con tres cuartas partes de su peso. Se hizo tan pesado como una roca, y luego tan pesado como un edificio, luego aún más pesado. Todo su peso se concentró en una pequeña sección del suelo.
La madera crujió, luego reventó, explotando hacia abajo. Waxillium salió de la burbuja de velocidad de Wayne y pasó a tiempo real, sacudido por el cambio. Los siguiente momentos fueron un borrón. Oyó el terrible sonido de la explosión arriba, que golpeó con una oleada de fuerza. Soltó su mente de metal y empujó contra los clavos del suelo que tenían debajo, tratando de frenar la caída.
No tuvo tiempo de hacerlo bien. Marasi y él chocaron contra el suelo del piso de abajo, y algo pesado les cayó encima, dejando a Waxillium sin aliento. Hubo un brillo cegador y un estallido de calor.
Entonces terminó.
Waxillium yació en el suelo aturdido, los oídos zumbando. Gimió y entonces se dio cuenta de que Marasi estaba aferrada a él, temblando. La mantuvo abrazada un momento, parpadeando. ¿Seguían en peligro? ¿Qué les había caído encima?
«Wayne», pensó. Se obligó a moverse, rodó y dejó a Marasi a un lado, El suelo bajo ellos había quedado reducido a astillas, los clavos aplastados hasta convertirse en pequeños discos. Parte del empujón hacia abajo debía de haberlo hecho mientras aún tenía el peso aumentado.
Estaban cubiertos de astillas de madera y polvo de escayola. El techo era un caos, con secciones de madera ardiendo y trozos de ceniza y escombros cayendo. No quedaba nada del agujero que había abierto: la andanada lo había consumido junto con el suelo a su alrededor.
Con un gemido, apartó a Wayne. Su amigo había caído sobre ellos y había bloqueado el grueso de la explosión. Su sobretodo había quedado hecho jirones, y tenía la espalda expuesta, ennegrecida y quemada, con sangre en los costados.
Marasi se llevó una mano a la boca. Todavía estaba temblando, el pelo marrón oscuro revuelto, los ojos muy abiertos.
«No —pensó Waxillium, sin saber si darle la vuelta a su amigo o no—. Por favor, no.» Wayne había usado una porción de su salud para recuperarse del veneno. Y anoche había dicho que solo le quedaba suficiente para una herida de bala…
Ansioso, palpó el cuello de Wayne. Había un leve pulso. Waxillium cerró los ojos y dejó escapar un profundo suspiro. Mientras observaba, las heridas de la espalda de Wayne empezaron a cerrarse. Era un proceso lento. Un hacedor de sangre que usara la curación feruquimista estaba limitado por la velocidad a la que quería que actuara el poder: recuperarse rápidamente requería un gasto de salud mucho más grande. Si a Wayne no le quedaba mucha, tendría que trabajar a ritmo más lento.
Waxillium lo dejó tranquilo. Wayne estaría sufriendo un gran dolor, pero no había nada que pudiera hacer. En cambio, cogió a Marasi por el brazo. Ella estaba temblando todavía.
—Tranquila —dijo Waxillium, y su voz le sonó extraña y apagada por el efecto de la explosión en sus oídos—. Wayne se está curando. ¿Estás herida?
—Yo… —ella parecía aturdida—. Dos de cada tres damnificados por un gran trauma son incapaces de identificar correctamente sus propias heridas como resultado de la tensión o de los mecanismos naturales del cuerpo para enfrentarse al dolor.
—Dime si te duele algo de esto —dijo Waxillium, palpándole los tobillos, las piernas, los brazos en busca de roturas. Con cuidado sondeó sus costados por si había costillas rotas, aunque fue difícil por la gruesa tela de su vestido.
Ella se recuperó lentamente de su estupor, lo miró y lo atrajo hacia sí, enterrando la cabeza contra su pecho. Él vaciló, luego la rodeó con los brazos hasta que la respiración de Marasi se fue haciendo más regular mientras intentaba controlar sus emociones.
Tras ellos, Wayne empezó a toser. Se agitó, luego gimió y se quedó quieto, dejando que la curación continuara. Habían caído en un dormitorio vacío. El edificio estaba ardiendo, pero no demasiado. Probablemente pronto vendrían los alguaciles.
«No ha venido nadie corriendo —pensó Waxillium—. Los otros miembros del personal. ¿Están bien?»
¿O eran parte del complot? Su mente estaba todavía intentando comprenderlo. Tillaume (un hombre que, por lo que sabía, había servido fielmente a su tío durante décadas) había intentado matarlo. Tres veces.
Marasi se retiró.
—Creo… creo que ya estoy bien. Gracias.
Él asintió, sacó un pañuelo y se lo entregó. Luego se arrodilló junto a Wayne. La espalda de su amigo estaba recubierta de sangre y piel quemada, pero se había desprendido en forma de postillas y nueva piel se formaba debajo.
—¿Es grave? —preguntó Wayne, los ojos todavía cerrados.
—Te recuperarás.
—Me refiero al sobretodo.