Read Agentes del caos I: La prueba del héroe Online
Authors: James Luceno
Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción
Seguía saboreando los recuerdos de sus primeros momentos en el asiento del piloto, impresionado por la potencia de sus motores sublumínicos y la respuesta de su hipervelocidad digna de una nave militar. Era una nave veloz, de acuerdo, pero necesitaba músculos y potencia. Así comenzó un proceso de ajuste y actualización que continuó durante veinte años. Para Han, el
Halcón
era una tarea constante, una obra de arte que jamás estaba completa.
Durante todos esos años, la había protegido con su vida, preocupándose por ella como si fuera su propio hijo, echándola de menos como si fuera su amante. Como aquella vez en que Egome Fass y J’uoch escaparon con el
Halcón
en Dellalt. O cuando se quedó colgando de la torre de mando del destructor estelar
Vengador
. O en aquella ocasiónenla que Lando y Nien Nunb la pilotaron contra la segunda Estrella de la Muerte.
Cuando Mara programó su
Fuego de Jade
para que chocara contra una fortaleza en Nirauan, años atrás, Han fue incapaz de comprender aquella decisión.
Mientras rodeaba la nave, Han iba identificando las señales de algunas de las modificaciones, tanto las hechas por él como por otros. En el antro de Shug Ninx, de la sección corelliana de Nar Shaddaa, Han y Chewie habían instalado una antena receptora militar, un cañón láser cuádruple ventral y cañones de misiles entre las mandíbulas delanteras. En la popa del brazo de cubierta de estribor, Shug había macrofundido al casco una pequeña lámina de recubrimiento del destructor estelar
Liquidador
.
Gracias a un grupo de mecánicos clandestinos que operaban en el Sector Operativo, el
Halcón
fue una de las primeras naves en lucir escudos de defensa aumentados, compensadores de aceleración a prueba de sobrecargas, toberas extragrandes y un conjunto de sensores último modelo. En aquella época, la nave tuvo el honor de saltarse la Lista de Infractores de Rendimiento de la Autoridad del Sector Corporativo en más aspectos que cualquier otra nave de su categoría.
Cuando el
Halcón
estuvo en Kashyyyk, durante la crisis yevethana, Jowdrrl había arreglado cuatro paneles transductores ópticos transparentes para mejorar la visibilidad a proa y a popa. El primo de Chewie también había diseñado los controladores de armamento de autoseguimiento de la cabina para las torretas.
Recientemente, cuando las hostilidades con las facciones del Remanente Imperial empezaron a remitir, no por culpa de Han, el
Halcón
se fue convirtiendo en una nave más amable, más amistosa. Un chequeo de rutina a cargo de un bienintencionado, aunque algo torpe, jefe de astillero de Coruscant había provocado algo parecido a una restauración. Los cables habían sido etiquetados y ordenados, los mecanismos revisados, y las piezas eléctricas equilibradas y protegidas. Se añadió un potenciador Sienar Systems a la matriz de dirección, un generador Mark 7 a la red de rayos tractores y un modulador Serie 401 a la hipervelocidad. Las lentes de los sensores habían sido sustituidas, las palancas abrillantadas, los asideros forrados de nuevo… Han estuvo a punto de enloquecer.
Le gustaba que la nave luciera todos los desconchones y arañazos que la habían conformado, tal y como él tendría cicatrices de no ser por los tratamientos de bacta y la sintocarne. A veces se preguntaba qué pinta tendría si se hubiera dejado todas las cicatrices, como la que tenía en la barbilla, resultado de un corte de navaja recibido en otro momento de su vida.
Pero los últimos daños sufridos por el
Halcón
habían tenido lugar apenas seis meses antes, cuando murió Chewie. Lo que ahora le faltaba, y que probablemente lo mantendría varado por un tiempo indeterminado, era algo que no podría arreglar ninguna modificación.
Abrumado por la pena repentina que le embargaba, Han se quedó inmóvil bajo el anillo hexagonal de estribor, perdido en el tiempo. El
Halcón
estaba tan cargado de recuerdos, era una crónica tan clara de sus aventuras y desventuras con Chewie, que apenas podía contemplarlo, y mucho menos subirse a él. Pero al cabo de un momento introdujo un código de autorización en un mando a distancia, y la rampa de la nave descendió, como retándolo a entrar.
Cuando lo hizo se sintió como si estuviera aprendiendo a caminar de nuevo.
La rampa llevaba directamente al pasillo circular de la nave. Han se detuvo en la intersección y pasó la mano por la pared inmaculada y acolchada del pasillo. En los últimos cinco años, el
Halcón
se había convertido en una nave bastante bonita. El revestimiento del suelo había sido renovado, las luces interiores mejoradas, y siempre había algo de comer en la despensa y algo que olía bien en el aire. Una nave que en su momento había servido para esconder montones de especias o de gente, albergaba ahora en sus compartimentos revestidos para el contrabando, justo frente al pasillo de la escalera, el equipaje de la familia cuando salían de viaje o las piezas de arte indígena que Leia adquiría para la casa familiar en Coruscant.
Han pasó ante el pasillo que conducía al balancín de la cabina del artillero y se adentró en la nave. Un año antes, cuando se le pasó por la cabeza dejar el
Halcón
en el desguace, empezó a quitarle muchos de los añadidos que tenía. Después de todo, el YT-1300 era un clásico casi tan valioso como pieza de coleccionista como un 327 tipo J nubio. Y pese a todos los ruidos extraños, los temblores y los humos, seguía estando en buen estado. Por no mencionar su considerable interés histórico.
Una de las primeras cosas que había quitado fueron los lanzamisiles laterales, que siempre habían interferido con el manejo de las mandíbulas de carga. Pero eso, claro, fue antes de que los yuuzhan vong se presentaran ante la galaxia, salidos de ninguna parte y como una nueva y terrible amenaza. Quién sabe cuántos más habrían muerto en el Borde Exterior, además de Chewie, si hubiera quitado los láseres cuádruples.
Han bajó a la estancia delantera principal y se desplomó en el asiento giratorio de la consola de control. Una flamante moqueta nueva recubría tanto el pulido suelo de la cubierta como las rejillas de babor, otro elemento para la comodidad de los viajes familiares. Fue desde allí donde contempló a Luke practicando técnicas de sable láser contra un flotador punzante. Se giró para mirar el panel holográfico de dejarik, en el que Chewie se había pasado innumerables horas, y alrededor del cual, tan sólo unos años antes, Leia, el almirante Pellaeon y el difunto Elegos A’Kla se habían sentado a hablar de paz.
Han se pasó la mano por la cara, como intentando borrar los recuerdos que acudían con claridad a su mente. Después se puso en pie, cruzó el umbral y entró en el compartimento de circuitos y mantenimiento. Allí fue donde Leia y él compartieron su primer beso, y donde fueron bruscamente interrumpidos por C-3PO, anunciando que había localizado el ensamblaje del flujo de potencia inversa o quién sabe qué.
De eso hace un millón de años
, se dijo Han a sí mismo.
Siguió caminando hacia popa y salió del compartimento al pasillo de babor, frente a la sala en la cual Luke se recuperó tras perder la mano, gracias al sable láser de su padre.
El pasillo iba por debajo de los conductos de ventilación del núcleo de energía que llegaban a la estancia principal de popa, que había sufrido más alteraciones que cualquier otra parte de la nave. Reducida en tamaño para acomodar el motor de hipervelocidad, la sala había sido dividida en varias secciones. Un aspirante a tratante de esclavos llamado Zlarb había tenido un amargo final en aquella parte de la nave.
La ubicación de las naves de escape no había cambiado desde los días del Sector Corporativo, pero las vainas originales en forma de cápsula, introducidas como rejillas, habían sido sustituidas por otras, esféricas y equipadas con elegantes escotillas irisadas.
Entró en el pasillo de estribor de popa y avanzó, pasando por la sala que él había utilizado como camarote en tantas ocasiones, y dentro de la cual estuvo a punto de tener un encuentro fatal con Gallandro, en aquella época el pistolero más rápido de la galaxia.
Y ahora estaba muerto, como otros muchos de los días gloriosos.
Han abrió los brazos ante una escotilla y entró en la galería. Riendo para sus adentros, se recordó preparando budín en conchas de cora y lengua de aric a las finas hierbas para Leia, cuando escaparon a Dathomir en el periodo de su loco cortejo.
Unos pasos más lo llevaron de vuelta a la puerta de carga, pero, en vez de salir, siguió hasta la cabina y entró reacio en ella. Se metió entre los dos asientos traseros, se apoyó con ambos brazos en el panel y miró por el ventanal en forma de abanico a las estanterías de recambios que Chewie y él habían levantado junto a la pared del hangar, hacía tan sólo un año.
Acabó sentándose en el gigantesco asiento del copiloto, donde permaneció un largo rato, con los ojos cerrados y la mente en blanco.
Un mes antes le había parecido que Chewie seguía tan vivo que casi podía oír el sonido de sus alaridos enfadados o sus alegres carcajadas reverberando en el hangar de atraque. Sentado en el asiento del piloto, Han podía mirar a su derecha y ver siempre allí a Chewie, mirándolo con una ceja levantada, los brazos cruzados o las patas apoyadas en la nuca.
Chewie no era el único alienígena con que el que había volado. También lo hizo con el togoriano Muuurgh en los años de Ylesia, pero el wookiee había sido su único verdadero compañero y no podía imaginarse pilotando el
Halcón
con nadie más. Por tanto, podía poner la nave en naftalina, como había hecho con su pistola láser BlasTech, o donarla al Museo de la Guerra de la Alianza de Coruscant, cosa que sus responsables llevaban pidiéndole desde hacía quince años.
Él también debería estar en un museo, se dijo a sí mismo. Pertenecía al pasado, como el
Halcón
, y ya no le resultaba útil a nadie.
Respiró hondo. La vida era como una partida de sabacc; las cartas podían cambiar de forma aleatoria, y lo que se creía una mano ganadora podía acabar haciendo que lo perdieras todo.
Metió instintivamente la mano debajo de la consola de control, buscando la petaca metálica de zumo de jet destilado al vacío que Chewie y él guardaban ahí a menudo, pero ya no estaba… Quizás alguno de los niños la había cambiado de sitio, o se la había quedado algún mecánico deshonesto.
Su pequeña decepción se convirtió de pronto en amarga rabia, y golpeó la consola con el puño hasta que la mano se le quedó insensibilizada. Entonces bajó la cabeza, la apoyó sobre los brazos y dejó que fluyeran sus lágrimas.
—Ah, Chewie —dijo en voz alta.
Han iba camino del centro de transporte de Puertoeste cuando una voz detrás de él gritó:
—
¡Slick
!
Han miró por encima del hombro sin aminorar el paso, se detuvo de repente y se giró, esbozando una amplia sonrisa.
—Un nombre que hace mucho tiempo que no oía —dijo al humano fornido y de cabello canoso que corría para alcanzarlo.
El hombre cogió la mano que Han le ofrecía y le dio un fuerte abrazo, palmeándole la espalda. Cuando se separaron, Han seguía sonriendo.
—¿Cuánto tiempo hace, Roa…?, ¿treinta años?
—No sé decir exactamente cuándo, pero sí dónde. En la terminal de salidas del espaciopuerto de Roonadan, en el Sector Corporativo. Una encantadora chica morenita y tú esperabais a Ammuud a bordo del
Dama de Mindor
, creo.
—Fiolla de Lorrd —dijo Han, como atrapando un nombre que flotaba en el aire. Señaló a Roa con la barbilla—. Tú llevabas un traje blanco de ejecutivo con una especie de faja multicolor…
—Y tú, mi joven amigo, tenías un aspecto especialmente terrible —los ojos azules de Roa brillaban—. Me dijiste que ya no estabas en el negocio, que tenías una agencia de recuperación. Han Solo y Asociados, ¿no era así? Lo siguiente que oí fue que habías ganado la batalla de Yavin tú solito.
—Eso no es cierto —dijo Han—. Tuve ayuda.
Roa se frotó la bien rasurada barbilla.
—Veamos, después supe que hiciste que te congelaran en carbonita… para la posteridad, supuse entonces.
Han entrecerró los ojos.
—La verdad es que pensaba comercializar moldes de mí mismo. Roa se rió, y luego le ofreció una mirada de reprobación cariñosa. —Te dije que no te acercaras a los hutt.
—Tendrías que haber advertido a Jabba que no se acercara a mí.
Han contempló con admiración el traje askajiano de Roa, los botines de cromofunda, y los anillos que relucían en los regordetes dedos rosados. Roa ya era un pez gordo del contrabando cuando el difunto Mako Spince se lo presentó en Nar Shaddaa. Honrado, simpático y generoso sin límites, Roa había iniciado a más de un joven rebelde en el negocio, incluido Han, al que se llevó en su primera incursión a Kessel. Han incluso trabajó para él por un tiempo. Y acompañó a Chewie, Lando, Salla Zend y unos cuantos más de los de la pandilla de Nar Shaddaa, a la boda de Roa, tras la cual el viejo se retiró del contrabando, ante la insistencia de su esposa.
—¿Sigues en el negocio de importación y exportación?
—Lo vendí todo… hace casi diez años.
Han le contempló con atención.
—Roa, no pareces haber envejecido ni un solo día desde Roonadan.
—Tú tampoco —dijo Roa de forma casi convincente.
Han sonrió, desganado, y se señaló los dientes.
—Implantes.
Se tocó la nariz.
—Rota y reparada tantas veces que no creo que quede tejido original. Además, tengo toda la cara hecha un desastre. Este ojo está más alto que el otro.
—¿Y tú crees que yo parezco joven por naturaleza? —preguntó Roa con un ademán exagerado.
—Lo sabía, eres un clon, ¿a que sí?
Roa se rió.
—Casi mejor que eso: terapia de rejuvenecimiento, y un poco de myostim diario —mostró su noble perfil—. Ordené a los cosmédicos que me dejaran en la edad justa para parecer distinguido.
—Y lo pareces, vieja comadreja.
—Además, casi todos los tratamientos fueron idea de Lwyll.
Han tenía la imagen de la elegante esposa de Roa, con su voz melosa y su melena rubia.
—¿Qué tal está?
Roa sonrió débilmente.
—Murió hace unos meses.
Han apretó los labios.
—Lo siento mucho, Roa.
Roa no respondió enseguida.
—Y yo lamenté mucho lo de Chewbacca, Han. Incluso intenté obtener autorización para ir al funeral de Kashyyyk, pero ya sabes cómo son los wookiees para dar permiso a los humanos.