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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Adicción (33 page)

BOOK: Adicción
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—Quería encontrar a mi hermana —dijo débilmente Balthazar. Tenía la espalda encorvada como si estuviera sintiendo dolor—. Creía que usted lo entendería, o como mínimo ella.

—Los cazadores de la Cruz Negra… son terribles. —Charity comenzó a columpiar las piernas bajo la silla como una niña divirtiéndose—. Violentos y crueles.

—Los dos han mentido y han abusado de la hospitalidad de este internado. Han infringido todas nuestras reglas y han cometido errores absurdos para los cuales ni siquiera se nos había ocurrido hacer una regla contra ellos. No puedo consentirlo.

—Bien. Expúlseme. —Me levanté. ¿Qué era lo peor que podía hacer la señora Bethany? ¿Echarme de Medianoche? Yo no necesitaba ninguna escuela para aprender a ser un vampiro cuando ya no tenía intención de serlo—. Si quiere que firme algo para mis padres, lo haré. Si ni siquiera quiere darme la oportunidad de recoger mis cosas, también me va bien. Me da igual.

—Crueles —repitió Charity—. Aunque, por supuesto, los cazadores de la Cruz Negra creen que hacen lo correcto. Igual que usted, señora Bethany.

La señora Bethany se giró en redondo, aún más furiosa que antes. Yo no le caía simpática, pero odiaba a Charity.

—¿Cómo se atreve a compararme con esas alimañas?

—Todo el mundo caza. —Charity se puso en pie, más alta que todos salvo su hermano, y ya no me pareció una niña—. Yo cazo humanos. La Cruz Negra caza vampiros. Usted caza fantasmas. Los fantasmas cazan a Bianca. Y Bianca me ha estado cazando a mí. Es una cadena perfecta, y usted forma parte de ella.

«¿Cómo ha sabido Charity lo de los fantasmas? Yo tardé meses en descubrirlo. ¿Se lo ha contado alguien? ¿Qué es lo que sabe?».

Charity se acercó a la señora Bethany, y la miró desde lo alto.

—Creo que todo el mundo debería seguir cazando. Mi hermano y su novia utilizaron a la Cruz Negra para cazarme, por lo que opino que yo debería hacerles lo mismo a ellos.

—¿Cree que me está utilizando? —espetó la señora Bethany.

—No. Estoy utilizando a la Cruz Negra.

Balthazar se puso de pie. En ese momento, había recuperado parte de su fuerza y determinación habituales.

—Charity, ¿de qué estás hablando? Dímelo.

Su voz resonó en la habitación, haciéndome temblar. Pero más afectó a Charity, porque se volvió hacia él, de nuevo infantil y obediente. La voz se le quebró al decir:

—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué?

—El hambre me había vuelto loco. Llevaban días torturándonos… Tú estabas ahí… ¿sabes?

—No tenías que hacer lo que ellos querían. No tenías que matarme.

Se me heló el cuerpo entero. ¿Era Balthazar quien había transformado a Charity en vampiro? No podía ser cierto. No podía serlo. Pero…

—Castígame luego —dijo Balthazar. Las sombras le surcaron la cara de arrugas y le ocultaron los ojos—. Háblame de la Cruz Negra.

—Odio este sitio. Sabes que siempre lo he odiado, y la odio a ella —dijo Charity, mirando ferozmente a la señora Bethany, que parecía a punto de abalanzarse sobre cualquiera de nosotros, si no sobre todos a la vez—. Detesto que finja que sabe mejor que nadie qué significa ser un vampiro cuando no tiene ni idea. Ella no mata humanos. No comprende que eso es precisamente lo que hacemos.

Balthazar negó con la cabeza.

—No digas eso.

Charity no dejó en ningún momento de mirar malévolamente a la señora Bethany.

—Nos destruiría a todos, si pudiera. Finge proteger a los vampiros, pero será nuestro fin si se sale con la suya.

—Dichosa cría. —La señora Bethany estaba tan enfadada con Charity que se había olvidado de Balthazar y de mí. Me pregunté si se darían cuenta si salía corriendo de allí—. Nunca ha aprendido.

—He aprendido más de lo que cree. —Charity se miró el delicado reloj de pulsera que llevaba—. Es medianoche.

—La Cruz Negra —repitió Balthazar—. ¿Qué has querido decir con utilizar a la Cruz Negra?

—Nunca se meten con Medianoche porque creen que aquí todos los vampiros son buenos y obedientes —dijo Charity. Tenía razón; Lucas me lo había dicho—. Pero últimamente han empezado a ponerlo en duda. Resulta que, en las dos últimas semanas, han encontrado tantos cuerpos en los bosques colindantes que están seguros de que algo terrible ha estado pasando. Algo que ellos deben detener.

Abajo oí una especie de gritos.

A Charity se le iluminó la cara con una sonrisa de pura felicidad. Nunca hasta entonces la había visto así de feliz.

—Ha llegado la hora.

—Charity, será mejor que hables —dijo Balthazar.

Ahora se oía más claro y más fuerte que estaban gritando en la escalera. Horrorizados, todos nos volvimos hacia la puerta.

—Tuve que dejarme capturar para hacerlo —dijo Charity—. Podrían haberme matado, pero, finalmente, conseguí convencer a ese hombre de las cicatrices.

Eduardo. El padrastro de Lucas. El cruz negra más fanático que había.

—¿De qué lo convenciste? —pregunté.

Charity alzó triunfalmente la cabeza.

—De que los vampiros de Medianoche aniquilarían a los alumnos humanos esta noche. Así que la Cruz Negra ha venido a aniquilaros a vosotros.

Capítulo veintidós

L
a señora Bethany abrió la puerta. El volumen de los gritos se duplicó instantáneamente y a mí se me pusieron los pelos de punta.

—Balthazar, ven conmigo. —Charity alargó una mano—. Podemos irnos de aquí. Puedes dejar de fingir que eres algo que no eres. Podemos estar juntos si tú dejas de fingir.

—Vete. —Balthazar se apartó de ella—. Tengo que hacer lo que pueda aquí.

Charity se quedó unos instantes más con la mano abierta, y por un instante fue ella la que estuvo desesperada por recuperar a su hermano; ahora era él quien no la necesitaba.

—¡Te has equivocado de bando! —gritó. Balthazar siguió negándose a ceder; Charity se estremeció y me pareció que lloraba. Se dirigió a la ventana con paso vacilante, la abrió y susurró—: Estaba segura de que vendrías.

Balthazar corrió al pasillo, ignorándola. Charity se arrojó por la ventana y yo contuve el aliento, hasta reparar en lo absurdo de mi reacción. Charity era la que corría menos peligro de todos. Aunque estábamos a muchos pisos de altura, una larga caída no podía lastimar a un inmortal.

—¿Cómo sacamos a todo el mundo de aquí? —pregunté.

—Hasta nosotros tenemos que cumplir la normativa gubernamental. —La señora Bethany corrió al pasillo para activar algo tan rutinario que se me había pasado totalmente desapercibido: una alarma de incendios normal y corriente. De inmediato empezó a sonar una sirena, ensordecedoramente alta al reverberar en la piedra. Hice una mueca y me tapé los oídos.

—¡Ve a los dormitorios de las chicas! —me gritó Balthazar en mitad de aquel estruendo. Estaba al final del pasillo, casi fuera de mi vista—. ¡Yo voy a ayudar a los chicos!

Por su parte, la señora Bethany ya estaba bajando las escaleras como una flecha. Aunque no iba armada, por nada del mundo habría querido ser el primer cazador de la Cruz Negra con quien se topara.

Pero ¿y si el cazador era Lucas?

Corrí tras ella, pero tardé más en llegar abajo. Los desiguales peldaños me hicieron tropezar, y estaba temblando violentamente. «Todos corren peligro. Todos. Lucas. Balthazar. Mamá. Papá. Raquel. Ranulf. Dana. Vic». Lo que sentía iba más allá del miedo. Era una necesidad básica y perentoria de sobrevivir y salvar vidas, de luchar y salir huyendo, pero ¿contra quién debía luchar?

Alguien gritó y luego oí un crujido de huesos seguido de un golpetazo. Corrí abajo y vi a un hombre ovillado en el suelo, con una estaca todavía en la mano. La sangre salpicaba la pared detrás de él y la señora Bethany se quedó, admirando su obra un instante. Luego corrió hacia el estruendo.

Me pareció haber visto a aquel hombre en el comando de la Cruz Negra destacado en Amherst, pero no estaba segura. Tenía la cara ensangrentada. A mi alrededor, los gritos solo hicieron que aumentar, y oí cada vez más pasos en las escaleras conforme los alumnos empezaban a huir. Corrí tras la señora Bethany…

… Y me vi inmersa en la batalla campal.

El pasillo de las aulas estaba atestado de cazadores de la Cruz Negra: reconocí al menudo señor Watanabe, armado con una ballesta, y a Kate, que estaba peleando cuerpo a cuerpo con el profesor Iwerebon. Junto a mí, la señora Bethany esquivó hábilmente una flecha, giró en redondo y asestó un puñetazo en la garganta a un cazador. Mientras él se tambaleaba y se atragantaba, ella lo agarró por el cuello y lo desnucó con una llave de judo. Oí un terrible chasquido justo antes de que el hombre se desplomara. De inmediato la señora Bethany se volvió para atacar al siguiente cazador, derribándolo de una patada en las pantorrillas mientras le arrebataba la ballesta. Cuando el hombre cayó al suelo, ella le disparó con su propia arma. Dos muertes en diez segundos, y ella seguía adelante, seguía peleando, mientras yo simplemente podía mirar horrorizada.

—¡Bianca! —Era Dana, en el pasillo—. ¡Sal ahora mismo de aquí!

—¡Vete! —Era mi madre, plantando cara a Dana—. ¡Cariño, vete! —Ella y Dana se miraron confusas por un segundo, pero entonces mi madre se abalanzó sobre Dana y la arrojó al suelo.

Corrí. Alguien tenía que detener aquello, pero yo no sabía cómo. Ojalá pudiera encontrar a Lucas; seguro que él podría hacerlo. Seguro que podría convencer a la Cruz Negra para que dejara de combatir. Pero ¿dónde estaba?

—¡Todo el mundo fuera! —Era Balthazar. Al volverme, lo vi metiendo prisa a los alumnos que bajaban por las escaleras y vislumbré a Vic en calzoncillos y camiseta, mirando el caos con consternación, pero corriendo tan aprisa como podía. Aunque no pareció volverse hacia mí en ningún momento, Balthazar debió de percibir mi presencia, porque gritó—: ¡Ve a los dormitorios de las chicas!

—¡No puedo! Están peleando en el pasillo. ¡Nos cierran el paso!

—¡Ya se nos ocurrirá algo!

Entonces una voz en el pasillo, audible incluso entre los gritos y la sirena de la alarma de incendios, dijo:

—No le hagas caso, Bianca. Necesitas salir del internado inmediatamente.

Al volverme, vi a Eduardo con dos bandoleras repletas de armas y cruzadas sobre el pecho, y una considerable mancha de sangre en la mejilla de las cicatrices. ¿Por qué tenía que ser él? Rápidamente alcé las manos.

—No hace falta que persiga a Balthazar. No representa ningún peligro, se lo prometo.

—Tú aún no sabes distinguir un vampiro de un humano —dijo él. La sonrisa le torció las cicatrices de las mejillas—. Deja que te cuente un secreto. Ahora solo quedan vampiros defendiendo el edificio. Lo cual significa que podemos terminar lo que hemos venido a hacer.

—Por favor, le han mentido. Charity, la vampira que capturaron, la que les dijo que aquí pasaba algo terrible, ¡no les dijo la verdad!

—No se te da muy bien saber cuándo te mienten, Bianca. Te sugiero que confíes en mí. Ve abajo. Si no lo haces, sufrirás las consecuencias. —Cogió un radiotransmisor que llevaba colgado del cinturón y dijo—: Prendedle fuego.

«Fuego». Una de las únicas formas de matar definitivamente a un vampiro. Los cazadores de la Cruz Negra iban a incendiar Medianoche.

Balthazar me agarró y tiró de mí hacia las escaleras, pero, cuando intentó que bajara tras él, yo me solté.

—¡Bianca, tenemos que irnos! —gritó.

—¡Tengo que ir a los dormitorios de las chicas!

—¡Has dicho que era imposible! ¡Bianca!

Corrí hacia arriba sin hacerle caso, subiendo dos rellanos hasta los dormitorios de los chicos, que estaban a un piso por encima del tejado del edificio principal. Las llamas ya se habían propagado por uno o dos pasillos, pero no me detuve mucho en mirarlas. Salté simplemente al tejado.

Otros habían tenido la misma idea: vi a alumnos corriendo por todo el tejado del edificio principal. Algunos eran vampiros, otros humanos. Eduardo había dado la orden demasiado pronto. Probablemente, todas las personas que veía solo estaban intentando salvarse, y no podía culparlas por eso. Pero yo sabía qué estaba sucediendo, y eso significaba que debía conseguir llegar a los dormitorios de las chicas y asegurarme de que todo el mundo salía.

Corrí por el tejado de arriba abajo, resbalando en las tejas, pero consiguiendo de algún modo no caerme. El albornoz se me había desabrochado y ondeaba detrás de mí; el calor del fuego parecía quemarme a través de la camiseta y el pantalón del pijama. Un fuerte crujido a mis espaldas me indujo a volverme; las llamas anaranjadas habían devorado una parte del tejado, que cedió con un estrépito de madera rota. El aire se llenó de humo y yo me puse a toser sin dejar de correr. «¡Más deprisa, tienes que correr más deprisa! ¡No!».

Perdí el equilibrio y me caí, rodando hacia el borde del tejado. Aunque intenté agarrarme a alguna cosa, no había nada, hasta que ya no hubo tejado debajo de mí y empecé a caer…

Di con la espalda contra algo de piedra e intenté agarrarme a ello. Lo conseguí. Me quedé un momento colgando de la pared del edificio, intentando no desmayarme de dolor o miedo. En cuanto se me aclaró la vista, vi lo que había frenado mi caída: una de las gárgolas, idéntica a la que yo siempre había odiado junto a mi ventana. Estaba agarrada a su cuello.

—Gracias —susurré mientras ponía un pie en sus garras y volvía a encaramarme al tejado. Cuando eché a correr de nuevo, noté cuánto me dolía el cuerpo, pero el aire estaba impregnado de humo y no había tiempo que perder.

Por fin, llegué a la torre sur y bajé torpemente del tejado, solo para descubrir que el fuego era mucho peor allí. Mi gran tentativa de rescate tampoco me pareció tan importante: por lo que veía, ya no quedaba nadie. Entonces vi una figura moviéndose entre el humo.

—¿Hola? —grité.

—¡Bianca! —Era Lucas. Corrió hasta mí y me abrazó; mi espalda dolorida protestó, pero me dio igual—. ¡Te he buscado por todas partes! En la cochera, aquí…

—Tienes que decirles que paren, Lucas. ¡Tienes que decirles que Charity mentía!

—Un momento. ¿El vampiro de quien Eduardo obtuvo la información era Charity? —preguntó Lucas iracundo—. Sabía que aniquilar a los alumnos no era propio de la señora Bethany, y se lo dije, pero Eduardo no me hizo ni puñetero caso. Ese cabrón nunca me hace caso.

—¡Mamá, Dana, todos están en peligro, tenemos que poner fin a esto!

—No podemos. —Lucas me cogió la cara entre las manos. El velo de humo cada vez más espeso le emborronaba las facciones—. No podemos poner fin a esto. Solo podemos salir de aquí.

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