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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Adicción (25 page)

BOOK: Adicción
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Aquello era lo más cerca que mi padre había estado de mencionar a Lucas desde hacía meses. Noté que me ruborizaba.

—No soy un ingenuo. Sé que Balthazar y tú ya debéis de haber bebido la sangre el uno del otro. —Lo dijo con cierta rapidez. Quizá estuviera tan incómodo como yo—. Ya no puede faltarte mucho para que te sientas preparada para beber y matar de verdad. Sé que cada vez tienes más hambre solo por tu apetito de los domingos. Si esto te preocupa, no te culpo. Pero no dejes que tu preocupación te haga decir estas locuras. ¿Me he expresado con claridad?

Fui incapaz de hablar, así que solo asentí.

Poco después apagué las luces de mi habitación e intenté convencerme para quedarme dormida. Pero no solo estaba confundida por mi conversación con mi padre. También me moría de hambre.

«El poder de la sugestión en acción», pensé. Mi padre había mencionado mi apetito y ahora tenía más hambre que en mucho tiempo, eso pese al hecho de haberme bebido casi medio litro de sangre durante la cena.

Bueno, al menos no iba a tener que coger disimuladamente un termo de debajo de la cama. El frigorífico de mis padres contenía toda la sangre que necesitaba.

Recorrí el pasillo de puntillas, pasando por delante del dormitorio de mis padres y entrando en la cocina. Iba descalza y apenas hice ruido al pisar las baldosas. En vez de encender la lámpara, confié en mi visión nocturna y en la brizna de luz que se ensanchó cuando abrí la puerta del frigorífico. Aunque había comida para mí en el estante inferior, el frigorífico estaba repleto de botellas, jarras y bolsas de sangre. Con cuidado, cogí una de las bolsas: normalmente no las tomaba, porque eran difíciles de conseguir: lujos que mis padres necesitaban más que yo. Contenían sangre humana.

Puede que mi padre tuviera razón. Puede que mi sed de sangre se hubiera agudizado tanto por el tiempo que llevaba sin beber sangre humana. Puede que fuera eso lo que ahora necesitaba. Si mi padre intentaba regañarme por beberme su reserva de sangre, yo le señalaría que, en cierto modo, me lo había sugerido él.

Vacié la bolsa en una taza grande y la metí en el horno microondas. Aunque el reloj automático hizo tanto ruido al dispararse queme sobresalté, mis padres no se despertaron y yo regresé rápidamente a mi habitación.

La taza calentada me quemó los dedos, pero el fuerte olor a carne de la sangre borró mi malestar, mis preocupaciones y casi todo lo demás. Rápidamente me llevé la taza a los labios y bebí.

«Sí». Eso era lo que necesitaba en lo más profundo de mi ser. Noté el calor bajándome hasta las entrañas, calentándome por dentro. La sangre humana surtía un efecto en mí que nunca sentía con la sangre animal: me hacía sentirme eufórica, enchufada y fuerte. Cogí la taza con ambas manos, bebiéndome la sangre tan deprisa que apenas pude respirar. Me sentía como si estuviera flotando en su calor. El resto del mundo estaba frío en comparación.

Un momento.

Bajé la taza y me limpié los labios con la lengua mientras evaluaba la situación. De pronto hacía mucho más frío en mi habitación. ¿Había abierto el viento alguna de las ventanas? No, seguían cerradas, y estaban cubiertas de escarcha. Pero ¿lo habían estado hacía un momento? Justo antes de levantarme para ir a buscar la sangre, había visto la silueta de la gárgola perfilada fuera, pero entonces quedaba oculta tras un vaporoso manto blanco.

Cuando exhalé, el aire se llenó del vaho de mi respiración. Comencé a tiritar. Vi un resplandor azulado parpadeando al otro lado de la ventana y oí unos golpecitos en el cristal. Como los arañazos de unas uñas. El miedo se apoderó de mí, pero no pude irme.

Me acerqué a la ventana y empecé a quitar la escarcha con la mano. El frío me heló la piel, pero la escarcha se evaporó, permitiéndome ver a través del cristal empañado. Una chica me estaba mirando. Era más o menos de mi edad, con el pelo corto y casi negro y los ojos hundidos. Parecía completamente normal, salvo por el hecho de ser casi transparente y estar flotando fuera de mi ventana.

Los fantasmas habían vuelto a visitarme.

Capítulo dieciséis

L
a fantasma estaba flotando entre acuosas sombras de color verde azulado, su pelo y su tez eran casi tan transparentes como el agua. Aunque podía ver a través de ella, era tan real como cualquier persona que hubiera conocido. Sus ojos perforaban los míos, no con enfado sino con una emoción que no lograba interpretar.

Movió la boca y vi pequeños destellos de luz en sus labios y mejillas: fragmentos de hielo, advertí. Pero seguía sin oír ningún sonido.

Temblando, me acerqué más al cristal. Pese a mi miedo, quería entender qué estaba sucediendo. La fantasma hizo un movimiento brusco y yo exhalé el aire de golpe. Mi aliento caliente dejó un círculo de vaho en el cristal.

En él aparecieron unas letras finas e inseguras.

«Queremos lo que es justo».

—¿Justo? —Aquella palabra no tenía sentido para mí, pero ¿acaso lo tenía algo de aquello? Al menos, quizá tuviera por fin ocasión de averiguar qué habían estado intentando decirnos. Advertí que no tenía miedo, bueno, al menos no tanto como curiosidad—. ¿Qué quieres decir?

Ella no respondió. Sus ojos oscuros adquirieron una expresión casi burlona. El círculo de vaho desapareció lentamente, llevándose consigo las palabras.

Tras un largo momento, durante el cual me pareció que el corazón iba a salírseme del pecho, reparé en qué esperaba que hiciera. Temblando, me acerqué al cristal y volví a soplar en él.

En el círculo de vaho aparecieron las palabras: «Tú no les perteneces».

—¿Qué? —No tenía la menor idea de qué podía significar aquello. Principalmente, quería dar media vuelta y correr en busca de mis padres. En cambio, volví a soplar en el cristal para que la fantasma pudiera hablar.

«Tú no eres como ellos».

—No, no lo soy. —Aquello era lo único que yo sabía realmente de mí, que había sabido siempre. La fantasma era la primera en admitir la verdad—. ¿Como quién soy?

Volví a soplar en el cristal. Esta vez, la fantasma sonrió, y no fue una sonrisa tranquilizadora.

«Eres como yo».

Entonces oí un horrible grito ahogado detrás de mí y, al volverme, vi a mi madre en el umbral de la puerta. Estaba más blanca que la escarcha.

—¡Bianca! ¡Ven aquí! ¡Apártate de eso!

—Me parece… —La palabra se me atragantó; tenía la garganta demasiado seca para hablar. Tragué saliva—. Me parece que no hay peligro.

—¡Adrian! —Mi madre estaba llamando a mi padre, huyendo. Oí el eco de sus pasos alejándose por el pasillo.

La fantasma se alejó de la ventana.

—Espera, ¡no te vayas! —Puse las manos en el cristal mientras la escarcha volvía a cubrirlo, borrando las últimas palabras escritas. Lo froté rápidamente para ver si la fantasma seguía en la ventana. Pero tenía las manos heladas, y la escarcha no se derritió con tanta rapidez. Cuando pude ver a través del cristal, la fantasma había desaparecido.

Mis padres irrumpieron en la habitación, en pijama y con los ojos abiertos de par en par.

—¿Dónde está?

—Se ha ido. Creo que no hay peligro.

Mi madre me miró como si me hubiera vuelto loca.

—¿Que no hay peligro? Eso ha venido a hacerte daño, Bianca. —Tenía los ojos desorbitados—. Hace unos meses ni siquiera sabías que los fantasmas existían. ¿Ahora eres una experta?

Mi padre me apretó los hombros.

—Se ha ido —dijo. Nunca había apreciado más su temple—. Celia, ya ha pasado todo.

—No es verdad. —Mi madre habló con un hilillo de voz y advertí que estaba llorando—. Sabes que no es verdad. Quieren arrebatarnos a Bianca.

Alargué temblorosamente la mano para tocarla.

—Mamá, eso… No es… Lo que dices no tiene ningún sentido. ¿Qué significa? —Entonces pensé en las letras escritas en la escarcha: «Nuestra».

—Cariño… —Mi madre fue a cogerme la mano, pero lanzó una mirada a mi padre. No pude verle la cara, de manera que no supe qué se habían dicho con la mirada. Solo supe que mi madre suspiró y me cogió la mano—. Lo siento. La fantasma me ha asustado. Eso es todo.

Aquello no era todo, y los tres lo sabíamos. Quizá debería haberles insistido en aquel momento, pero mi madre parecía completamente destrozada.

—Estoy bien —dije—. Todos estamos bien. Esta vez no ha sido tan malo.

—Quizá se vaya —dijo mi madre—. Quizá hayan desistido.

—A lo mejor. —Mi padre no dio la impresión de creérselo, sino de querer hacerlo—. Bianca, ¿te ha dicho algo la fantasma?

Abrí la boca para responder sinceramente, pero me sorprendí diciendo:

—No, no ha habido tiempo. Todo ha sido muy rápido.

—Por favor, dejémoslo —susurró mi madre. Si no hubiera sido un vampiro, habría tenido la certeza de que estaba rezando. La abracé con fuerza, y mi padre nos rodeó a las dos con los brazos. Nuestras desavenencias se fundieron con el abrazo.

Al principio, me propuse mantener en secreto la extraña visita de la fantasma, pero estaba demasiado afectada para pasar aquello completamente sola.

—Viste un fantasma delante de tu ventana —me repitió Raquel casi al oído en un rincón del gran vestíbulo. Poco a poco, los alumnos habían vuelto a estudiar y pasar el rato en él, aunque nunca solos—. Y dices que estás segura de que era una chica.

—Era tan real como tú. Y habló… bueno, escribió palabras en la escarcha para que yo las leyera.

—¿Qué te dijo?

Había mentido a Raquel desde el día que nos conocimos; tendría que seguir mintiéndole siempre. Pero nunca se me hacía más fácil.

—Solo… «Ten cuidado».

—¿«Ten cuidado»? ¡Ella es la fantasma! ¿De qué más se supone que debemos tener miedo? —Raquel jugueteó nerviosamente con la pulsera de cuero que llevaba en la muñeca—. Esto me da mala espina.

—Todo va a ir bien. Tenemos que creer eso. —Sabía que no la había convencido, y ni yo misma estaba muy segura.

«Dijo que éramos iguales», pensé. ¿Qué podía significar eso? Yo no era ningún fantasma. En primer lugar, estaba viva y, en segundo lugar, cuando muriera, me transformaría en un vampiro. ¿A qué se había referido entonces?

Balthazar entró en el gran vestíbulo. Cuando me vio, sonrió esperanzado.

—Parece que alguien quiere hacer las paces contigo —dijo Raquel.

Casi había olvidado que Balthazar y yo estábamos fingiendo ser una pareja que había discutido, no una que estaba bien avenida.

—Debería hablar con él.

—Sí, hazlo. —Raquel recogió sus cosas—. Voy a conectarme para ver si hay alguna página web nueva sobre cómo echar a un fantasma de una casa o algo parecido.

—¿Alguna página web nueva?

—¿Crees que es la primera búsqueda que hago? Pero, hasta ahora, no sirven para nada. Solo son chiflados inventándose cosas. La verdad es más delirante que nada de lo que se puedan imaginar.

—Te creo —dije débilmente.

Balthazar me esperó en la entrada del gran vestíbulo, y advertí que llevaba al hombro tanto su bolsa de gimnasia como la mía.

—¿Las has traído de los vestuarios? —pregunté.

—He pensado que podríamos practicar un poco de esgrima.

Subimos, nos cambiamos y entramos en la sala de esgrima. La clase había progresado despacio, o eso me parecía a mí; solo recientemente habíamos empezado a utilizar espadas en vez de palos, y nuestros combates se reducían normalmente a cruzar unas dos veces las espadas antes de que el instructor lo parara todo para explicarnos lo que estábamos haciendo mal. No obstante, me notaba los músculos del brazo más fuertes —me dolían menos, de cualquier modo— y mi equilibrio estaba mejorando. Cuando Balthazar y yo nos colocamos el uno frente al otro en la sala de esgrima vacía, vestidos de blanco, con las caretas de acero puestas, advertí que estaba saboreando la oportunidad de ponerme a prueba. No era que tuviera ninguna posibilidad con Balthazar, pero esta vez sentí la precisión de mis movimientos, mis músculos reaccionando al movimiento, como si hubieran sabido hacer aquello desde siempre y hubieran estado esperando a que yo me entrenara.

Durante mucho rato no se oyó nada en la sala salvo mis jadeos, nuestras pisadas amortiguadas por la estera y el chirrido de los aceros. No obstante, cuando Balthazar me hubo desarmado por tercera vez, paramos los dos, en parte porque yo estaba cansada, pero, sobre todo, porque presentí que Balthazar estaba listo para hablar.

Me limpié el sudor de la cara con una toalla.

—Se te ve mejor —dije—. No en esgrima. Eso también, quizá, pero yo quería decir en general.

—Charity quizá me odie ahora. —Balthazar dijo aquello en tono mesurado, como si se lo hubiera repetido muy a menudo. Se sentó en uno de los bancos que bordeaban la sala y se quitó la careta—. Eso solo aumenta la importancia de que vuelva a encontrarla. Quizá tarde mucho en conseguir que me escuche, pero soy capaz de hacerlo.

—¿Estás seguro?

—Sí.

—¿Has pensado en lo que significa si nos equivocamos? —Recordar el rostro dulce e inocente de Charity me hizo sentir absurda por haberlo siquiera sugerido, pero quería estar del todo segura—. Si la tribu de Charity está matando gente… y ella va con ellos…

—Estoy seguro de que Charity no es peligrosa y sé que tú en el fondo también lo estás. Pero la Cruz Negra solo se quedará tranquila si la mata junto con su tribu —dijo Balthazar—. Su muerte cuenta tanto como cualquier otra. Puede que Lucas no crea en su inocencia, pero sé que tú sí.

No sé qué me afectó más, la fe absoluta de Balthazar en su hermana o mi incertidumbre con respecto a lo que yo creía. Me senté a su lado, advirtiendo distraídamente que mi reflejo estaba nítido en el espejo de la pared, mientras que el suyo estaba borroso.

—Balthazar, llevas más de treinta y cinco años sin verla. Se ha unido a una nueva banda de vampiros, peligrosa por lo que parece. ¿Cómo puedes estar tan seguro de que no ha cambiado?

Se le ensombreció la mirada.

—Nosotros no cambiamos, Bianca. Esa es la tragedia de lo que somos. Eso es parte de lo que entraña estar muerto.

Me tranquilizó notarme el corazón latiéndome fuerte y rápido. «Estoy viva —pensé—. No soy como los demás. Aún estoy viva».

Capítulo diecisiete

—O
telo no debería matarla, aunque crea que lo está engañando. —No me podía creer que tuviera que argumentar aquello. ¿Se tomaban todos los vampiros tan a la ligera el acto de matar?—. No hace mal porque Desdémona sea inocente. Hace mal porque cree que tiene derecho a matar a su esposa.

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