Adicción (30 page)

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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Adicción
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—Vas a decirme que lo de anoche no debería haber pasado —dijo Balthazar.

—No. Me alegro de que pasara. Durante demasiado tiempo, me he estado diciendo que podía pasar todo este tiempo contigo y coquetear contigo sin que significara nada. Pero no ha sido así. Tú significas algo para mí, pero no estoy enamorada de ti.

Esperaba que aquellas palabras le dolieran. En vez de eso, sonrió tristemente.

—Yo he estado intentando convertir esto en algo que no es. Convertirte a ti en alguien que no eres.

Recordé la imagen que había visto de una chica morena de otra época, riéndose en el bosque otoñal y mirando a Balthazar con infinita adoración.

—Charity mencionó a alguien que se llamaba Jane, y me pareció ver…

—No remuevas el pasado. Solo es pasado.

—Si… anoche hubiéramos… no creo que lo hubiera lamentado. —Tenía la noche anterior demasiado fresca para negar mi atracción hacia él—. Pero no puede volver a pasar.

—No. —Balthazar suspiró—. Tú nunca te conformas con menos de lo que realmente quieres, Bianca. Nunca estarás con nadie a quien no ames de verdad.

Ojalá pudiera amarlo a él. Todo en mi vida sería más fácil si lo hiciera. Él siempre me protegería.

Pero había empezado a darme cuenta de que estar protegida tenía un precio.

Cuando me quité el uniforme aquella noche, me puse mis vaqueros más viejos y una de mis camisetas favoritas. Me resultaban tan familiares que eran como una parte de mí, como una armadura en un sentido que no sabía definir. Luego subí a encararme con mis padres y tener una conversación que ya debería haber tenido hacía mucho tiempo.

Mi madre sonrió al abrirme la puerta.

—Aquí estás. Teníamos la esperanza de que te pasaras esta noche, ¿verdad, Adrian? —Cuando entré, murmuró—: Tu padre está raro, y es posible que después tú y yo tengamos que hablar de Balthazar en privado, ¿vale?

Ignorando aquello, me dirigí al centro del salón y pregunté:

—¿Por qué me persiguen los fantasmas?

Mis padres se quedaron mirándome sin decir nada durante varios segundos. Luego mi madre comenzó a decir:

—Cielo, a lo mejor solo están… Este internado es probablemente un objetivo…

—El internado no es el objetivo, soy yo. Yo soy la única que los ha visto todas las veces que se han aparecido, y es a mí a quien quieren. Todas las apariciones han pasado justo después de que bebiera sangre. No creo que eso sea una coincidencia.

—Tú bebes sangre continuamente —dijo mi padre, esforzándose demasiado por parecer razonable—. Has bebido sangre desde el día que naciste.

—Ahora las cosas son distintas. Cada una de esas veces ha sido distinta, porque yo tenía más hambre, o porque la sangre era de un ser vivo o… —Bueno, no iba a entrar en por qué era distinto con Balthazar—. Cada vez tengo más parte de vampiro. Y la fantasma dijo que corría peligro.

—¿Qué? —Aquello había confundido sinceramente a mi madre, me daba cuenta, pero eso solo sirvió para demostrar lo mucho que sabía de aquello pero no decía—. ¡Los fantasmas son los que quieren hacerte daño!

—Creo que se refería a que cada vez estoy más cerca de transformarme en un vampiro. Para los fantasmas, creo, ser un vampiro es incluso peor que estar muerto. —Me crucé de brazos—. Luego dijo que yo no podía romper la promesa. Que lo que hacen los fantasmas es lo que les han prometido. ¿A qué promesa se refieren?

Mis padres se quedaron mudos. Se miraron horrorizados y con cara de culpa, y yo sentí un pavor que casi me dio náuseas. Aunque sabía que tenía que oír aquella respuesta, mi impulso era salir huyendo. La verdad iba a dolerme, lo presentía.

—Lo habéis sabido desde el principio —dije—. ¿No es así? Que los fantasmas venían a por mí, pero no me habéis dicho por qué.

—Lo sabíamos —respondió mi padre—. Y sí, no te lo hemos dicho.

Fue como si algo se me hubiera roto por dentro. Mis padres, las personas que más quería en el mundo, las personas a las que siempre había confiado todos mis secretos, las personas con las que había querido esconderme lejos del resto del mundo, me habían mentido y yo no alcanzaba a imaginar por qué, por muy importante que fuera.

—Cielo… —Mi madre dio unos pasos hacia mí, pero, al verme la cara, se detuvo—. No queríamos asustarte.

—Dime por qué. —La voz me tembló—. Dímelo ahora mismo.

Ella se retorció las manos.

—Tú sabes que creíamos que nunca podríamos tenerte.

—Por favor, ¡no volváis otra vez con el discursito de que mi concepción fue un milagro!

—Creíamos que nunca podríamos tenerte —repitió mi padre—. Los vampiros no pueden tener hijos.

En mi frustración, podría haberle arrojado algo.

—Salvo dos o tres veces en todo un siglo, lo sé. Lo entiendo, ¿vale?

Mi madre estaba muy seria.

—Los vampiros nunca pueden tener hijos solos, Bianca. No tenemos vida que dar. Solo… media vida. La vida del cuerpo.

—¿Qué se supone que significa eso? —Se me ocurrió algo horrible y creí que iba a vomitar—. ¿No soy vuestra?

Mi padre negó con la cabeza.

—Eres totalmente nuestra. Pero, para tenerte, nos hizo falta ayuda.

Confundida, en lo primero que pensé fue en clínicas de fecundación. No creía que admitieran pacientes vampiro. Pero entonces reparé en las últimas palabras de mi madre: «Media vida. La vida del cuerpo». La señora Bethany ya había mencionado aquello, cuando me habló por primera vez de los fantasmas. Los vampiros representaban el cuerpo. Los fantasmas representaban el espíritu.

—Hicisteis un trato con los fantasmas —dije despacio—. Ellos… ellos hicieron posible que vosotros me concibierais.

De hecho, mis padres parecieron aliviados de que lo hubiera dicho, aunque el alivio estaba a mil años luz de cómo me sentía yo.

—Los encontramos —dijo mi madre—. Les pedimos ayuda. No sabíamos lo que nos pedirían. La mayoría de los vampiros no saben esto, y nosotros solo habíamos oído cuchicheos, rumores…

Mi padre la interrumpió.

—Los espíritus… nos poseyeron, supongo. Solo por un instante.

Hice una mueca.

—¿Mientras estabais…?

—¡No, cielo, no! —Mi madre cruzó varias veces las manos delante de ella como si intentara borrar aquellas palabras de la faz de la Tierra—. ¡No fue así! No sé qué hicieron, pero, efectivamente, uno meses después, tú estabas en camino. Volvimos para darles las gracias. —Repitió amargamente—: Para darles las gracias.

—Y ellos dijeron que tú les pertenecías. —Mi padre tenía la expresión grave—. Dijeron que, cuando te hicieras mayor, tendríamos que dejar que te transformaras en fantasma en vez de en vampiro. Ahora están intentando matarte, asesinarte, porque el asesinato crea fantasmas. Están intentando robarte, Bianca. Pero no debes tener miedo, no se lo permitiremos.

Durante toda mi vida me había sentido tremendamente especial y querida, porque mis padres me habían dicho que era su niña milagro. Siempre me había sentido segura con ellos.

Pero yo no era ningún milagro. Yo era fruto de un sucio trato que ninguna de las dos partes había cumplido. Y los padres en quienes yo siempre había confiado con toda mi alma me habían mentido desde que nací.

—Me voy —dije. Mi voz me pareció extraña. Me arranqué el colgante que me habían regalado y lo arrojé al suelo.

—Bianca —dijo mi padre—, necesitas quedarte y asimilar esto. —Me voy y no te atrevas a impedírmelo. Eché a correr, obligándome a no llorar hasta haber bajado al menos las escaleras.

Capítulo veinte

C
reía que nada podía ser peor que perder a Lucas, pero me equivocaba. Lo peor fue darme cuenta de que lo había perdido por nada, porque él había tenido razón desde el principio con respecto a los vampiros, a mis padres y a todo.

Me había dicho que mis padres mentían. Yo le había levantado la voz por eso. Él me había perdonado.

Me había dicho que los vampiros eran asesinos. Yo lo había negado, incluso después de que uno acechara a Raquel.

Me había dicho que Charity era peligrosa. Yo no le había hecho caso, y ella había matado a Courtney.

Me había dicho que los vampiros eran traicioneros y ¿había captado yo el mensaje? No hasta que la confesión de mis padres destrozara todas mis ilusiones.

Decidí que el único vampiro que jamás me había mentido era Balthazar, pero, después de ver de qué era capaz Charity, pensé que probablemente lo que él hacía era mentirse a sí mismo. Todos los demás vampiros, incluidos a mis padres, eran falsos y manipuladores.

Bueno, quizá Ranulf no. Pero el resto, sí.

¿Y Lucas? Lucas solo me había mentido una vez; había guardado el secreto de la Cruz Negra porque no le atañía únicamente a él. En todos los demás aspectos, había sido sincero conmigo y no me había ocultado la cruda verdad que nadie más pensaba que merecía saber.

Por supuesto, no solo estaba lamentando su pérdida. Demasiadas cosas habían salido mal. Pero el dolor era más hondo ahora que sabía que, de haberle hecho caso, todo podría haber sido distinto. Mejor. Feliz. En vez de como era ahora.

Abril fue el peor mes de mi vida. Mis padres intentaron hablar conmigo un par de veces, pero yo no quise saber nada; al cabo de una semana más o menos, desistieron. Probablemente pensaban que estaba enfurruñada, que simplemente «superaría» el hecho de haberme enterado de que toda mi vida era una mentira y un domingo volvería a aparecer en su casa con el rabo entre las piernas para cenar con ellos. Yo sabía que no volvería a hacer eso jamás, y lo iban a descubrir bien pronto.

El segundo domingo que no fui, Raquel dijo:

—¿No vas?

—No.

—La semana pasada pensé… ya sabes, que a lo mejor os estabais tomando una semana de descanso.

—No pienso ir.

—Pensaba que tus padres eran mejores que los míos —dijo ella en voz baja.

¿Cuántas veces habían intentado mis padres disuadirme de que me relacionara con Raquel solo porque era humana? Ella les había reconocido más méritos de los que ellos le habían reconocido a ella. Podría haberla abrazado, pero a ella no le habría gustado.

—A lo mejor prefiero quedarme contigo.

—Tengo deberes.

—Pues haremos deberes.

A mí me iba bien. Hasta documentarnos para un trabajo de Psicología leyendo aburridos artículos era preferible a volver a encararme con mis padres.

Balthazar y yo habíamos «roto» oficialmente, que el alumnado supiera. Vic había hecho algunos desmañados intentos de mediar para que nos hiciéramos amigos y volviéramos a relacionarnos; yo no había tenido valor para desalentarlo, pero, tras su brusca retirada, advertí que Balthazar no se había tomado bien la sugerencia. No estaba enfadado conmigo, exactamente, sino con el mundo en general, y quería que lo dejaran tranquilo.

Probablemente nos convenía pasar algún tiempo separados. Yo lo entendía, pero durante aquel curso había pasado más tiempo con él que con cualquier otra persona, incluida Raquel. No me había dado cuenta de cuánto había llegado a depender de él para que me levantara el ánimo después de un mal día o simplemente me sonriera cuando yo salía de clase, hasta que ya no estuvo.

Aún tenía a Vic y a Raquel, pero, si la señora Bethany se salía con la suya, ni tan siquiera a ellos iba a tenerlos durante mucho más tiempo.

—Su lamentable negativa a hablar de esto con sus padres me obliga a tratar personalmente el asunto con usted —dijo la señora Bethany, regando las macetas de violetas que tenía en su alféizar. Yo estaba sentada en una de las incómodas sillas de respaldo alto de su cochera—. Se habrá dado cuenta de que es usted el objetivo de los fantasmas.

—Sí.

—¿Sabe la razón? —Casi parecía alegrarse de que mis ilusiones estuvieran rotas.

Apreté los dientes.

—Sí.

—El hecho de que sea un objetivo, a su vez, pone en peligro a los demás alumnos. Hasta ahora, hemos conseguido mantener a los fantasmas a raya con las piedras, pero tenemos limitaciones. Ellos están más decididos de lo que yo pensaba.

—Eso me halaga.

La señora Bethany dejó la regadera.

—Por favor, resérvese su sarcasmo para sus amigos, señorita Olivier. Hoy está aquí para que hablemos de cómo abordar su situación. No soy tan cruel como para obligarla a abandonar la Academia Medianoche. En el mundo exterior, carecería por completo de protección.

—Durante este curso he salido muchas veces del internado con Balthazar, pero los fantasmas nunca me han buscado en ningún otro sitio.

—Supongo que, sencillamente, no sabían dónde estaba. Con el tiempo, terminarían encontrándola en cualquier parte del mundo.

Nunca lo había pensado.

—¿Por qué insisten tanto? ¿No hay suficientes fantasmas en el mundo?

—Imagino que la promesa rota les importa más que cualquier otra cosa. Cuando se creen traicionados, son implacables. —Los tacones de la señora Bethany resonaron en el suelo de madera cuando vino hacia mí con las manos entrelazadas a la espalda—. Hay muchos apartamentos de profesores vacíos en Medianoche. Me trasladaré a uno durante lo que queda de curso. Usted puede venir aquí.

—¿Aquí? —No podía haberlo entendido bien—. ¿A su casa?

—Sí. Creo que podrá seguir asistiendo a las clases, si se pone esto. —Me entregó un colgante, el colgante de obsidiana que mis padres me habían regalado en Navidad, el que yo había arrojado a sus pies—. Es una protección para usted, aunque no debe de haberse dado cuenta. Su protección no es infalible, por lo que estará más segura en mi casa por las noches.

—Un momento, no lo comprendo. Si corro peligro en el internado, ¿por qué aquí no?

—Quizá se haya fijado en que el tejado es de cobre —dijo la señora Bethany—. Como parece que ya sabe, los fantasmas son especialmente vulnerables a los metales y minerales que contiene la sangre humana, tales como el hierro y el cobre. Mi residencia no puede ser embrujada. Ningún fantasma puede entrar.

—Entonces, ¿por qué no hace lo mismo con el internado para que sea totalmente seguro?

Fue una pregunta automática; imaginaba que la señora Bethany tendría una buena respuesta. El cobre es caro, quizá. En cambio, ladeó la cabeza poniéndose en guardia.

—Hay razones para no hacerlo —dijo, como si aquello fuera una respuesta.

Pero supe la respuesta casi al instante. Quizá fuera porque me encontraba en la misma habitación donde había perpetrado mi primer allanamiento de morada en un intento de entender por qué había admitido la señora Bethany alumnos humanos en Medianoche. Recordé haberlo resuelto con Balthazar: los humanos estaban vinculados a los fantasmas. Había pensado que ella quería saber más sobre los enemigos de los vampiros. Desde entonces, la había visto atacar a una fantasma, destruyéndola casi al instante. Había visto que sabía cómo cerrarles la puerta para siempre y, no obstante, no lo había hecho. La señora Bethany quería otra cosa.

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