A bordo del naufragio (8 page)

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Authors: Alberto Olmos

BOOK: A bordo del naufragio
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...estás viendo entrar a los tres él viste traje gris y sonrisa amarilla ella es guapa dentro de su vestidito de flores odias los vestiditos de flores tu madre está seria más seria que ellos tu madre dice hola la primera y besa a la abuela y luego al abuelo y luego a ti y te dice cómo has crecido y eso te molesta porque es lo que se le dice a cualquier cosa que tenga capacidad de crecer y a tu abuela la saluda ahora él y luego ella y luego al abuelo le da la mano él y ella le da dos besos en esas mejillas duras y rudas que tiene el abuelo te sientes mal y te sientes solo rodeado de tu abuela tu abuelo tu madre él y ella te sientes solo y te sientes mal y ella se acerca y te pregunta sobre lo que estudias y tú se lo dices y sabes que ella espera que le preguntes a su vez que qué estudia pero te callas y ella dice lo que estudia pero no lo escuchas porque miras al abuelo que tampoco escucha lo que él dice y supones a la abuela y a tu madre en la cocina haciendo la sopa y los filetes y las natillas y hablando de cosas de mujeres                tu abuelo dice pon las noticias y tú pones las noticias y todos miran hacia la tele y él dice cuándo va usted a comprar una nueva y él dice me gusta la que tengo y él dice pero no le gustaría ver los colores y dice seguro que a la abuela le gustaría y tu abuela dice me da igual ya estoy hecha a la idea y tu madre dice qué tal la cosecha ha sido buena este año y tu abuelo dice eso parece y tu madre dice seguís haciendo la matanza y tu abuelo dice no y tu madre dice esta tarde iremos a visitar a Marta que también hace mucho que no la veo y tu abuelo dice bueno y él dice está muy buena la sopa y la abuela dice gracias y captas alguna que otra mirada opaca y como de haberse confundido de puerta la tele empieza a hablar raro y tu abuelo no se contiene y dice carajo con los catalanes y dice este enano ya podía hablar castellano como todo el mundo y dice cómo los odio y él dice déjelo está en su derecho y tu abuelo qué derechos ni qué niño muerto acaso no tengo derecho yo a entender lo que se habla en mi país demonios y dice entre vascos y catalanes nos están reventando la nación y dice cómo los odio y tú piensas entre vascos y catalanes nos están reventando el país y piensas los catalanes y vascos nos revientan                tu madre saca un paquete rojo con un lazo verde y te lo da con una sonrisa tú lo miras un rato y empiezas a abrirlo muy lentamente le dices gracias y ella te da dos besos rojos en las mejillas y sientes que ella sí que te quiere pero que está como encadenada te quedas solo en tu cuarto y te pones el libro sobre las rodillas y miras por la ventana una nube en forma de
... No debes creer que esos que ves y oyes son humanos, porque ellos ni te ven ni te oyen. No debes creer que toda esta gente vaya a sacar España adelante y, mucho menos, que vaya a sacar algo adelante. No confíes en nadie que tenga tu edad, porque tú tienes tu edad y sabes lo poco que se puede esperar de ti. Si tu abuelo los viera, riendo, jugando a las cartas, consumiendo, soltaría aquello de que deberían estar todos colgados. Tú no piensas como tu abuelo porque odias a tu abuelo y, mayormente, porque también estarías ahorcado de seguir sus criterios. Y es que los más mayores critican siempre a los más jóvenes y, en general, ninguno de los dos se entera de nada: los jóvenes se olvidan de que van a ser mayores y creen que pueden luchar eternamente por la utopía; los mayores se olvidan de que fueron jóvenes y de que ellos también creían que estarían siempre luchando por la utopía. Nadie se entera de nada. Cuatro chicos que estaban en una mesa a tu derecha se levantan y empiezan a jugar con una pelota de tenis. Al parecer, la cosa consiste en no dejar que la bola amarilla toque el suelo. Sólo valen las piernas. A veces fallan y la pelota rueda por el suelo, o impacta en el cuerpo de alguien. En este caso, ellos se disculpan y siguen jugando (metáfora de toda la infamia mundial). Te jodería mucho que la pelota te diera a ti. Ya te duele bastante la cabeza, el estómago y el alma. Es más, te está jodiendo la incertidumbre, el tener que estar precavido ante el posible percance. Te está jodiendo vivo que la pelota no te dé en plena cara y te quite la tensión de temer que la pelota te dé en plena cara. Parece que alguien te ha oído, pues ya tienes a uno de esos tipos recogiendo la pelota y pidiéndote perdón. Te ha dado en el hombro. Siguen jugando (la universidad es una guardería para veinteañeros). Y la pelota vuelve a golpearte, ahora en la cabeza. Te ha dolido de verdad,
PERDONA
, y siguen jugando. Y sus risas ya no sabes si vienen del juego o de que le hayan acertado en la frente al idiota ese del fondo. Es que eres un mierda, ya lo sabes. Admiras a Travis y a Harry el Sucio, pero distas mucho de ser como ellos. Eres un gilipollas, con todas las letras y en todas las lenguas de la Romania Occidental. Deberías levantarte, coger al tipo del «perdona» por el cuello e incrustarle la rodilla entre las piernas, fuerte, sostenidamente, hasta que gima; luego, separarte un poco de él y, cuando se llevara las manos a los testículos, pegarle un puñetazo en la boca, seco y sonoro, que le hiciera caer al suelo entre chillidos y gotas de sangre. Deberías coger la pelota y ponérsela entre los dientes, bien prieta, y luego patearla para que algo ocupase el hueco de su cerebro. Eso es lo que deberías hacer, lo que harías si tuvieras valor, orgullo y no tanto miedo. Te mereces todo lo que te pasa por pusilánime y mojigato. Con hombres como tú no se hace grande un país. Tendría que arrojarte al mar desde las rocas como a un espartano defectuoso o tirarte desde lo alto de un campanario como a una cabra. Pero ellos no van a hacer eso. Ellos son buenos. Aunque tampoco te confíes demasiado. Oswald se confió y ya sabes cómo le fue al muy estúpido. Será mejor que abandones la cafetería. Si te diesen otra vez, seguirías callado, impasible, mártir; y eso sería dar demasiadas pistas. No des ninguna. Estás vivo porque no te conocen. Las especies en peligro de extinción se esconden del hombre. Tú eres una especie en peligro de extinción: huye. Te echas al hombro la mochila verde y atraviesas la selva de diálogos. Aunque has estado solo, no has conseguido mantenerte entero. Estar rodeado de gente, ser uno más, aunque sea sólo en el plano físico, te descompone, te pierde, te confunde. Cuando entras en la masa, te diluyes como un azucarillo en el café. Para ser tú necesitas el silencio, que es como un vendaje que te aglutina, que reúne tus elementos extraviados. Sin embargo, estás tan roto por dentro, llevas una mañana tan horrible, que no es seguro que el aglomerante funcione. Quizá funcione la medicina. No crees en los médicos, pero en tu mochila hay unos sobres que te recetaron para aliviar todos tus achaques. No es mala idea tomarse uno. A lo mejor no sirve de nada; pero es reconfortante saber que alguien en algún laboratorio del mundo pensó en los problemas que le podían sobrevenir a tipos como tú. Sí, es una idea agradable pensar que alguien (el ser humano, en fin) está intentando hacernos la vida más grata, está gastando horas en la fabricación de mandos a distancia, teléfonos móviles, elevalunas eléctricos, etcétera. Lo cierto es que sólo quieren ganar a la competencia; pero no hace falta que seas tan aguafiestas, coño. La puerta de los servicios se abre al blanco de los azulejos y al acre olor de los orines. Te acercas al lavabo y apoyas en él la mochila. Sacas un sobre y la dejas en el suelo. Acabas de recordar que el entrañable hombre del laboratorio daba por supuesto que tú tenías vaso. No lo tienes. Viertes el contenido del sobre en tu mano derecha y abres el grifo del agua (en puridad hay que decir que aprietas el grifo del agua). Formas un cuenco con tus manos y dejas que se llene. El polvo naranja va disolviéndose y tú colaboras haciendo bailar la solución en tus manos. Sorbes el líquido resultante con auténtico asco, pues su sabor no se corresponde con su color. Te das por satisfecho con un par de tragos y dejas que el resto se pierda por el desagüe, que es como un ano que funciona al revés. Te lavas las manos y es entonces cuando te ves en el espejo. Te ves en el espejo, pero no te tuteas ni siquiera con confianza; te hablas como si no te conocieras, con esa antipatía castellana del primer contacto. Te ves en el espejo y sientes ganas de romperlo. Tu pelo negro y escaso muestra un desorden patético. Lo domas con los dedos humedecidos pero, al cabo, se subleva y vuelve a su acracia. Tu cabello te conoce como nadie. Sabe que nunca saldrás por la tele, que eres un perdedor, y por eso se bate en retirada, dejando desnudo el irregular casco de tus sesos. Esto de la calvicie es una putada. Así de claro. En un libro de Kundera, un personaje piensa en el suicidio porque no quiere ser calvo. Le entiendes perfectamente. Es una metamorfosis lamentable, un envejecimiento precoz que supone el principio de ese esquilamiento que es la vida. Al final sólo quedan los huesos. Tu abuelo gastó fértil cabellera hasta los cuarenta. No cabe duda de que tu alopecia es culpa de los genes paternos. Bueno, pues ya tienes dos adjetivos para ir dibujando a tu padre: calvo y cabrón. Tu pelo, tu pelo; y no sigas. No hables de tu enorme nariz, de tus labios como filos, y menos aún de tu piel estéril y habitada. Te estás dejando crecer la barba, no sabes si para compensar la caída del cabello o para tener algo donde esconderte. Tú sólo estás dejando que las cosas sigan su curso. En cierto modo, es interesante conocer todos los rostros que se esconden en tu cara. Te gustaría que entre ellos estuviera el de Humphrey Bogart. Te gustaría tener sus ojos y su barbilla, y esa boca dulce y dura, fumadora, silenciosa. Hay algo intrínsecamente malo en la gente que habla mucho. Tú no paras de hablar, aunque nadie te oiga. Desearías sentir más y hablar menos. Tus palabras deberían quedar relegadas por la fuerza de tus pasiones. Eso es lo que les pasa a los personajes violentos de las películas. Sienten de modo tan puro la amistad, el amor, la familia, que su boca llega tarde a todos sitios: siempre se le adelantan los puños y el plomo. No sólo una imagen vale más que mil palabras: prácticamente todo vale más que mil palabras. Si pudieras cambiarte por una imagen, no sería por la de Bogart en Rick’s; sería por la del joven universitario chino que se plantó solo, con dos cojones, delante de una columna de tanques. Dios santo, dónde se halla ese valor, dónde lo venden. Darías tu corazón por ser capaz de sentir algo con la suficiente fuerza como para detener un tanque, una hilera de tanques. Qué coño es lo del mar Rojo al lado de esto, qué coño es lo de los panes y los peces, el puto 68, el Che, toda esta mierda empaquetada y publicitada al lado de la sencillez desgarradora, absoluta, anónima, de un cuerpo frente a toneladas de muerte. Nadie toma en serio las palabras. Los Derechos Humanos, los certificados de garantía, las cartas de amor, no son más que palabras. Si empleas la razón para conseguir lo que quieres, se ríen de ti. Y eso es lo mejor que te puede pasar. Lo normal es que te peguen cuatro tiros, como a Martin Luther King, a JFK, a Salvador Allende, a Mahatma Gandhi, a Robert Kennedy, a Isaac Rabin, a John Lennon. Esto es muy duro; pero lo realmente duro es no hablar y no actuar. Lo jodido es dejar que se te quede todo dentro, por miedo, y te conviertas en el peor enemigo de ti mismo. Lo peor es esta soledad llena de extraños que llevan tu misma cara y te miran desde los espejos como esperando que les aplaudas. Y tú los odias a todos. Huyes de los espejos, de la sangre en los telediarios, de la sangre en los periódicos, para no tener que comprobar de nuevo lo cobarde que eres, el pánico que te infunden los semáforos, el terror que te inspiran los uniformes. Abandonas tu imagen en el espejo y sales del baño mareado y ya oyes el murmullo intolerable que altera tu cerebro y puedes ir hacia arriba o hacia abajo en cuatro direcciones distintas porque este edificio está todo él surcado de escaleras por las que poder precipitarse infinitamente. Te estás ahogando entre tanto hormigón y tanta happy people de modo que decides salir fuera en busca del silencio perdido. Subes la escalera esquivando zapatos, pisando colillas y mirando el culo de alguna niña mona. Sales de la facultad y entras de nuevo en la mañana auténtica, la mañana fría, puta, impasible, que te recuerda cada día que la vida va en serio. Te sientas sobre el bordillo y te rodeas con los brazos las rodillas. Los coches avanzan por el horizonte, camino de sus trabajos o de sus amantes, más felices que tú, indudablemente, y no porque tengan un trabajo o un amante: por el coche. Si tuvieras un coche serías feliz. No lo serías, pero al menos tendrías un coche. Y, a fin de cuentas, quién es feliz. A ti que te den un BMW y que te dejen en paz. Debe de ser tan bello buscar el final del asfalto, ir siempre hacia delante, veloz, libre, puro. La acción es el sendero, sólo la acción; una acción muda, ágrafa, como un regreso a los ancestros. Velocidad, violencia y sexo: la satanísima trinidad. Toses. Toses un buen rato y es que hay alguien cagando en tu estómago. Hay mucha gente cagando y meando a lo largo de todo tu aparato digestivo. Llevas tantos días mal que no recuerdas lo que se siente estando sano. Debe de ser bonito estar sano, nadar literalmente en salud, armonía y paz. También debe de ser bonito no decir palabrotas, usar un lenguaje con guantes y corbata, un vocabulario de esmoquin y una ideología con raya en el medio. Sin embargo, tú crees en las palabrotas. Las palabrotas son importantes. Un taco es la palabra más cercana al hecho, por eso te gustan, carecen de significado, es decir, de mendacidad. Un taco, en ciertas circunstancias, vale más que mil cultismos. Peugeot 106 rojo. Citroën XM gris
...sangre la sangre cuánta sangre abecedarios de sangre descuidos que producen heridas que chorrean sangre desde la cabeza puede venir desde las muñecas que anteceden a las manos desde el vientre o el cuello o el oído puede venir la sangre que finalmente se convierta en definitiva sin padres ni madres sin malditos padres ni malditas ay madres residirás no se sabe dónde pero siempre puedes ser limpio y morigerado y largarte sin emporcarlo todo colgando de la lámpara graduada suspendido como chorizos de la matanza secándote tú también secándote de vida con un leve vaivén provocado por cualquier ráfaga mínima de aire que haya penetrado por las rendijas o los intersticios de la vivienda pero la erección es obscena y nuevamente inútil y fatua y pecaminosa finalmente pecas siempre acabas condenándote no por ahorcarte sino por eyacular después de muerto eso dicen no puedes hacer caso de todo lo que dicen envenenarse es una forma aristocrática y clásica y elegante es como tomar una copa que fuera la última copa antes de acostarse de acostarse también por última vez bebida ponzoñosa que te ayude a dormir mejor que cualquiera de esos hueros productos escasamente letárgicos sangre la sangre evitar la sangre que es la vida y su visión es la muerte no debes ver los ojos de la sangre morir es siempre mejor que vivir muerto pero eres joven acabas casi de nacer no sabes de la vida lo necesario lo justo lo suficiente lo razonable lo estipulado para poder odiarla con tanta fuerza el harpa de la sangre suena aún en ti

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