Algo estaba surgiendo del túnel: el robot semihumanoide, montado sobre rieles, que había transportado la tablilla al interior de la bóveda. Casi resultaba cómico ver una máquina encerrada en la clase de traje de aislación que se usaba como protección contra gérmenes letales... ¡y aquí, en la Luna, que carecía de aire! Pero nadie iba a correr el menor riesgo, no importaba lo improbables que pudieran parecer. Después de todo, el robot se había desplazado entre esas pesadillas secuestradas con todo cuidado y, aunque según sus cámaras de televisión todo parecía estar en orden, siempre existía el peligro de que alguna ampolla hubiera tenido una filtración o de que se hubiera roto el sello de algún recipiente. La Luna era un ambiente muy estable pero, en el transcurso de los siglos, había conocido muchos sismos e impactos de meteoros.
El robot hizo un alto, cincuenta metros afuera del túnel. Con lentitud, el macizo tapón que lo cerraba en forma hermética volvió a caer en posición, y empezó a rotar en sus rieles, como si fuera una tuerca gigantesca a la que se atornillaba en la montaña.
—¡Todos los que no lleven anteojos oscuros, por favor cierren los ojos o desvíen la vista del robot! —dijo una voz urgente a través de la radio del vehículo lunar. Poole giró en el asiento, justo a tiempo para ver una explosión de luz en el techo del vehículo. Cuando volvió a mirar a Pico, todo lo que quedaba del robot era un montón de escoria incandescente. Incluso para alguien que había pasado mucho de su vida rodeado por el vacío, parecía ser completamente erróneo que no hubiera volutas de humo alzándose con lentitud de esa masa de metal.
—Esterilización completada —anunció la voz del controlador de la misión—. Gracias a todos. Ahora regresamos a Ciudad Platón.
¡Qué irónico que a la especie humana la hubiera salvado el habilidoso despliegue de sus propias demencias! ¿Qué moraleja, se preguntaba Poole, sería posible extraer de eso?
Volvió a mirar a la hermosa y azul Tierra, que se arrebujaba debajo de su rasgada manta de nubes, para protegerse del frío del espacio. Allá arriba, dentro de unas semanas a partir de ahora, tenía la esperanza de acunar en los brazos a su primer nieto.
Cualesquiera que fueran los poderes y principados cuasi divinos que acechaban más allá de las estrellas, se recordó Poole, para los seres humanos comunes y corrientes únicamente dos cosas eran importantes: Amor y Muerte.
Su cuerpo todavía no había envejecido cien años: todavía tenía tiempo en abundancia para ambas cosas.
"Su pequeño universo es muy joven, y su dios todavía es un niño. Pero es demasiado pronto para juzgarlos. Cuando Nosotros regresemos en los Últimos Días, consideraremos lo que se debe salvar."
CAPÍTULO 1: ARREADOR DE COMETAS
Para ver una descripción del coto de caza del capitán Chandler, descubierto en fecha tan reciente como 1992, véase "The Kuiper Belt", por Jane X. Luu y David C. Jewitt.
Scientific American
, mayo de 1996.
CAPÍTULO 4: UNA HABITACIÓN CON VISTA
El concepto de un "anillo alrededor del mundo" en la Órbita Geoestacionaria (OGE), enlazado con la Tierra por medio de torres ubicadas en el ecuador, puede parecer por completo fantástico pero, en realidad, tiene una sólida base científica: es una extensión obvia del "ascensor espacial" inventado por un ingeniero de San Petersburgo, Yuri Artsutanov, al que tuve el placer de conocer en 1982, cuando su ciudad tenía un nombre diferente.
Yuri señaló que era posible, en teoría, tender un cable entre la Tierra y un satélite que flotara sobre el mismo punto del ecuador, que es lo que éste hace cuando se lo pone en la OGE, hogar de la mayoría de los satélites actuales de comunicaciones. A partir de este comienzo, se podría establecer un ascensor espacial (o, para usar la pintoresca frase de Yuri, un "funicular cósmico"), y se podría transportar cargas útiles hasta el OGE empleando nada más que energía eléctrica. La propulsión con cohetes se precisaría únicamente para el resto del viaje.
Además de evitar los peligros, ruidos y daños para el ambiente provenientes del uso de cohetes, el ascensor espacial haría posibles reducciones, en extremo sorprendentes, del costo de todas las misiones espaciales. La electricidad es económica, y sólo se necesitaría alrededor de cien dólares de gastos para poner una persona en órbita. Y el viaje de ida y vuelta costaría alrededor de diez dólares, ¡ya que la mayor parte de la energía se recuperaría en el viaje de descenso! (Por supuesto, las comidas y las películas que se proyecten en vuelo elevarían el precio del pasaje. ¿Aceptaría el lector mil dólares por la ida y la vuelta a la OGE?)
La teoría es impecable, ¿pero existe algún material que tenga la suficiente resistencia a la tracción como para colgar durante un trayecto que va desde una altitud de treinta y seis mil kilómetros hasta el ecuador, y que le quede suficiente margen como para elevar cargas útiles? Cuando Yuri escribió su trabajo, solamente una sustancia satisfacía esas especificaciones bastante estrictas: carbono cristalino, más conocido como diamante. Por desgracia, las cantidades necesarias, que se miden en megatoneladas, no están prontamente asequibles en el mercado abierto, aunque en
2061: Odisea Tres
di razones para pensar que podrían existir en el núcleo de Júpiter. En Las
fuentes del paraíso
sugerí una fuente más accesible: fábricas en órbita, en las que se podría cultivar diamantes en condiciones de gravedad cero.
El primer "paso pequeño" hacia el ascensor espacial se intentó en agosto de 1992, con el trasbordador
Atlantis
, en el que uno de los experimentos entrañaba la liberación, y la recuperación, de una carga útil en una traílla de veintiún kilómetros de largo. Por desgracia, el mecanismo de liberación se trabó al cabo de nada más que unos pocos centenares de metros.
Me sentí muy halagado cuando la tripulación del
Atlantis
presentó
Las fuentes del paraíso
durante su conferencia de prensa en órbita, y el especialista de la misión, Jeffrey Hoffman, me envió el ejemplar autografiado cuando regresaron a la Tierra.
El segundo experimento con la traílla, en febrero de 1996, tuvo un resultado un poco mejor: la carga útil se desplegó hasta la distancia completa pero, durante la recuperación, el cable se cortó, debido a una descarga eléctrica producida por una aislación defectuosa. (Esto pudo haber sido un accidente con suerte: no puedo dejar de recordar que algunos de los contemporáneos de Benjamin Franklin se mataron cuando intentaron repetir su famoso, y arriesgado, experimento de elevar un barrilete durante una tormenta eléctrica.)
Aparte de los posibles peligros, extender desde el trasbordador cargas unidas a traíllas se parece más a pescar con moscas: no es tan fácil como parece. Pero, con el tiempo, se dará el "salto gigantesco" final... hasta alcanzar el ecuador.
Mientras tanto, el descubrimiento de la tercera forma del carbono, la buckminsterfullereno (C60) hizo que el concepto de ascensor espacial fuera mucho más plausible. En 1990, un grupo de químicos de la Universidad Rice, de Houston, produjo una forma tubular de C
60
, que tiene una resistencia a la tracción mucho mayor que la del diamante. El jefe del grupo, doctor Smalley, llegó hasta el punto de afirmar que era el material más fuerte que podría existir jamás, y agregó que haría posible la construcción del ascensor espacial. (Paren las rotativas: me encanta anunciar que por su trabajo, el doctor Smalley compartió el premio Nobel de Química 1996.)
Y ahora vayamos a la coincidencia verdaderamente asombrosa...una tan misteriosa que me hace preguntarme Quién Es el Jefe.
Buckminster Fuller murió en 1983, así que nunca vivió para ver el descubrimiento de las "buckybolas" y los "buckytubos", que le han dado mucha mayor fama póstuma. Durante uno de los últimos de sus muchos viajes por el mundo, tuve el placer de llevarlos volando a él y a su esposa, Anne, por Sri Lanka, y les mostré algunos de los escenarios reales que aparecen en
Las fuentes del paraíso.
Poco tiempo después hice una grabación de la novela en un disco de larga duración de veintisiete centímetros (¿los recuerdan?) (Caedmon TC 1606), y Bucky fue tan gentil de escribir los artículos del sobre. Terminaban con una revelación sorprendente, que muy bien puede haber dado pábulo a mi propia idea sobre la Ciudad de las Estrellas:
En 1951 diseñé un puente-anillo con tensión integral, que flotaba libremente, para que se lo instalara bien en lo alto, y alrededor, del ecuador de la Tierra. Dentro de este puente que formaba un "halo", la Tierra seguiría rotando, mientras que el puente circular giraría a su propia velocidad. Preví tráfico terrestre que ascendía en forma vertical al puente, y que giraba y descendía en sitios preferidos de la Tierra.
No tengo duda de que si la especie humana decide hacer tal inversión (trivial, según algunas estimaciones de crecimiento económico), la Ciudad de las Estrellas se podría construir. Además de las nuevas maneras de vivir, y de brindar a los visitantes de mundos con poca gravedad, como Marte y la Luna, un mejor acceso al Planeta Madre, eliminaría todo el uso de cohetes de la superficie de la Tierra y lo relegaría al espacio profundo, que es donde debe estar. (Aunque espero que haya ocasionales representaciones por aniversarios en Cabo Kennedy, para traer de vuelta la emoción de los días pioneros.)
Casi con certeza, la mayor parte de la ciudad estaría constituida por andamiajes vacíos, y nada más que una pequeña fracción estaría ocupada o se utilizaría para propósitos científicos o tecnológicos. Después de todo, cada una de las Torres sería el equivalente de un rascacielos de diez millones de pisos... ¡y la circunferencia del anillo que rodearía la órbita geoestacionaria sería más de la mitad de la distancia a la Luna! Muchas veces, toda la población de la especie humana se podría alojar en tal volumen de espacio, si estuviera íntegramente cerrado. (Esto plantearía algunos problemas interesantes de logística, a los que me contento con dejar como "tarea para hacer en casa".)
Para leer una excelente historia del concepto de "árbol que llega hasta el cielo" (así como muchas otras ideas aún más descabelladas, tales como la antigravedad y la curvatura del tiempo) véase
Indistingishable from Magic
, por Robert L. Forward, Baer, 1995.
CAPÍTULO 5. EDUCACIÓN
Quedé atónito al leer en los diarios locales del 19 de julio de 1966, que el doctor Chris Winter, jefe del Equipo de Vida Artificial de British Telecom, cree que el dispositivo de información y almacenamiento que describí en este capítulo ¡se podría desarrollar dentro de treinta años! (En mi novela de 1956
The City and the Stars
lo ubiqué mil millones de años en el futuro... lo que evidentemente es una seria falla de la imaginación.) El doctor Winter afirma que eso nos permitiría "volver a crear una persona en lo físico, lo emocional y lo espiritual", y estima que los requisitos de memoria serían de alrededor de diez teraoctetos (10e13 octetos), dos órdenes de magnitud inferiores que el petaocteto (10e15 octetos) que sugiero yo.
Y ojalá se me hubiera ocurrido el nombre del doctor Winter para este dispositivo, lo que por cierto dará origen a algunos feroces debates en círculos eclesiásticos: el "Cazador de Almas"... Para su aplicación al viaje interestelar, véase el capítulo 9.
Estaba convencido de que había inventado la transferencia de información interpalmas de las manos, que se describe en el capítulo 3, así que fue mortificante descubrir que Nicholas
(Ser digital)
Negroponte y su Laboratorio de Medios del Instituto Tecnológico de Massachusetts han estado trabajando en esa idea durante años...
CAPÍTULO 7. RENDICIÓN DE INFORMES
Si alguna vez se pudiera emplear la inconcebible energía del Campo de Punto Cero (al que a veces se suele denominar "fluctuaciones cuánticas" o "energía del vacío"), el impacto sobre nuestra civilización sería incalculable. Todas las fuentes actuales de energía —petróleo, carbón, nuclear, hidráulica, solar— se volverían obsoletas, y lo mismo ocurriría con nuestros temores sobre la contaminación ambiental. Todas quedarían envueltas dentro de una sola gran preocupación: la contaminación térmica. Con el tiempo, toda la energía se degrada en calor y si alguien tuviera algunos millones de kilovatios con que jugar, este planeta pronto estaría siguiendo el camino de Venus: varios centenares de grados a la sombra.
Sin embargo, este cuadro tiene un lado brillante; puede no haber otra manera de impedir la siguiente Edad del Hielo que, de otro modo, sería inevitable. ("La civilización es el intervalo entre dos Edades del Hielo." Will Durant,
The Story of Civilization.)
En el mismo momento en que escribo esto, muchos ingenieros competentes, en laboratorios de todo el mundo, afirman estar aprovechando esta nueva fuente de energía. Una idea de su magnitud la da la famosa observación del físico Richard Feynman, en el sentido de que la energía que hay en el volumen de un pocillo de café (¡cualquier volumen así, en cualquier parte!) es suficiente para hacer hervir todos los océanos del mundo.
Esto, sin lugar a dudas, es un pensamiento en el que hay que detenerse un instante. En comparación, la energía nuclear parece tan poca cosa como un fósforo mojado.
¿Y cuántas supernovas, me pregunto, en realidad son accidentes industriales?
CAPÍTULO 9. TIERRA CELESTIAL
Uno de los problemas principales de desplazarse por la Ciudad de las Estrellas estaría causado tan sólo por las distancias que hay en juego: si se quisiera visitar a un amigo que vive en la Torre de al lado (y las comunicaciones nunca reemplazarán del todo al contacto, a pesar de todos los progresos de la realidad virtual), eso podría ser equivalente a un viaje a la Luna. Aun con los ascensores más rápidos, esto entrañaría días, en vez de horas, o bien las aceleraciones serían del todo inaceptables para gente que se hubiera adaptado a una vida en condiciones de poca gravedad.
Al concepto de "impulso inercial", esto es, un sistema de propulsión que actúa sobre todos los átomos de un cuerpo, de manera que no se produzcan esfuerzos deformantes cuando acelera, probablemente lo inventó el maestro de la
Radionovela del espacio
, E. E. Smith, en la década de 1930. No es tan improbable como parece, porque un campo gravitatorio actúa de esa manera precisamente.