Todo un capítulo nuevo de la evolución, tan extraño como el que Dave había podido atisbar en Europa, se abría ante él. Había torpedos con propulsión a chorro, como los calamares de los océanos terrestres, que cazaban y devoraban a las enormes bolsas de gas. Pero los globos no estaban indefensos: algunos de ellos devolvían el ataque con descargas de rayos eléctricos y con tentáculos provistos de garras, como motosierras de kilómetros de largo.
Había formas aún más extrañas, que explotaban casi todas las posibilidades de la geometría: barriletes translúcidos, de formas caprichosas; tetraedros, esferas, poliedros, marañas de cintas retorcidas... El gigantesco plancton de la atmósfera joviana estaba diseñado para flotar como telaraña en las corrientes ascendentes, hasta que hubieran vivido lo suficiente como para reproducirse; después serían arrastrados hacia las profundidades, para que se los carbonizara y reciclara en una nueva generación.
Dave estaba investigando un mundo más de cien veces mayor que el tamaño de la Tierra y, aunque vio muchas maravillas, nada de lo que ahí había aparentaba tener inteligencia. Las voces que llegaban por la radio de los grandes globos únicamente llevaban mensajes simples de advertencia o de miedo. Hasta los cazadores, de los que pudo haberse esperado que hubieran desarrollado niveles más elevados de organización, eran como los tiburones de los océanos de la Tierra: autómatas carentes de inteligencia.
Y a pesar de los pavorosos tamaños y la novedad, la biosfera de Júpiter era un mundo frágil, un sitio de neblinas y espuma, de delicadas hebras de seda y gasas delgadas como papel, entretejidas a partir de la perenne nieve de compuestos petroquímicos formados por los relámpagos que estallaban en las capas superiores de la atmósfera. Pocas de esas estructuras tenían mayor consistencia que las burbujas de jabón; sus depredadores más temibles podían ser reducidos a trizas aun por los carnívoros terrícolas más débiles.
Al igual que Europa, en escala vastamente mayor, Júpiter estaba en un callejón sin salida evolutivo: la conciencia nunca habría de surgir allí y, aun si lo hiciera, estaría condenada a una existencia imposibilitada de progresar: una cultura puramente aérea se podría desarrollar, pero en un ambiente donde el fuego era imposible y los sólidos apenas si existían, ni siquiera podría llegar a la Edad de Piedra.
SEÑORITA PRINGLE
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—Bien, Indra, Dim, espero que eso les haya llegado en buena forma... A mí todavía me cuesta creerlo: todos esos seres fantásticos; ¡indudablemente debemos de haber captado sus voces de radio, aun cuando no hayamos podido entenderlas!, borrados de un plumazo para que Júpiter pudiera transformarse en un sol.
"Y ahora podemos entender el porqué: era para darles su oportunidad a los europanos. Qué lógica impía; ¿es la inteligencia lo único que cuenta? Puedo imaginar algunas largas discusiones con Ted Khan por este tema...
"La pregunta siguiente es: ¿lograrán tener éxito los europanos... o permanecerán trabados para siempre en el jardín de infantes o ni siquiera eso: en la guardería? Aunque mil años es un lapso muy breve, habría sido de esperar algo de avance pero, según Dave, están exactamente igual ahora que cuando salieron del mar. A lo mejor ése es el problema: todavía tienen un pie... ¡o una ramita!... en el agua.
"Y hay otra cosa en la que estábamos por completo equivocados: creíamos que regresaban al agua para dormir. Pues resulta ser exactamente al revés: regresan para comer, ¡y duermen cuando salen a tierra! Tal como podríamos haber inferido por su estructura —esa red de ramas—, son comedores de plancton...
"Le pregunté a Dave:
"¿Qué pasa con los iglús que construyeron? ¿No representan un avance tecnológico?" Y me respondió:
"En verdad, no: solamente son adaptaciones de estructuras que tienen en el lecho marino, para protegerse de los diversos depredadores, en especial de algo que se parece a una alfombra voladora, grande como una cancha de fútbol..."
"Hay un terreno, empero, en el que han demostrado iniciativa, hasta creatividad: los fascinan los metales, presuntamente porque no existen en forma pura en el océano. Esa es la razón de que a la
Tsien
se la haya desguazado. Lo mismo ocurrió con las ocasionales sondas que cayeron en su territorio.
"¿Qué hacen con el cobre, el berilio y el titanio que juntan? Nada útil, me temo: lo apilan todo en un solo lugar, formando un montón fantástico que siguen volviendo a armar. Podrían estar desarrollando el sentido de la estética... He visto cosas peores en el Museo de Arte Moderno... pero yo tengo otra teoría: ¿ustedes oyeron hablar del culto a los aviones de carga? Durante el siglo XX, algunas de las pocas tribus primitivas que todavía existían imitaron aviones en bambú, con la esperanza de atraer a los grandes pájaros que pasaban por el cielo y, en ocasiones, les traían hermosos regalos. Quizá los europanos tuvieron la misma idea.
"Ahora, en cuanto a esa pregunta que ustedes me siguen haciendo... ¿qué es Dave?, ¿y cómo él y Hal se convirtieron en lo que sea que son ahora?
"La respuesta rápida es, claro está, que ambos son emulaciones-simulaciones en la memoria gigantesca del monolito. La mayor parte del tiempo están desactivados: cuando le pregunté a Dave respecto de eso, dijo que había estado "despierto", fue la palabra exacta que empleó, nada más que durante cincuenta años en total, de los mil transcurridos desde su... eh... metamorfosis.
"Cuando le pregunté si estaba resentido porque su vida hubiera sido dominada de este modo, dijo: "¿Por qué debía de sentirme resentido? Estoy desempeñando mis funciones a la perfección".
"Sí, ya sé que suena exactamente como Hal, pero estoy convencido de que era Dave... si es que ahora existe alguna diferencia.
"¿Recuerdan esa analogía con el cortaplumas del ejército suizo? Halman es uno de la innumerable cantidad de componentes de ese cortaplumas cósmico.
"Pero no es una herramienta pasiva por completo: cuando está despierto posee una cierta autonomía, una cierta independencia, supuestamente dentro de los límites fijados por el control de transferencia de mando. En el transcurso de los siglos, a Dave se lo utilizó como una especie de sonda inteligente para examinar Júpiter, como ya vieron ustedes, así como Ganimedes y la Tierra. Eso confirma esos misteriosos acontecimientos en Florida, de los que informó la ex novia de Dave, y la enfermera que cuidaba de la madre de él, instantes antes de que ella muriera... así como los encuentros en Ciudad Anubis.
"Y también explica otro misterio. Se lo pregunté a Dave sin rodeos: "¿Por qué se me permitió descender en Europa, cuando a todos los demás se los rechazó? ¡di por descontado que se haría lo mismo conmigo!"
"La respuesta es ridículamente sencilla: el monolito utiliza a Dave-Halman de vez en cuando, para vigilarnos. Dave sabía todo sobre mi rescate: hasta vio algunas de las entrevistas que la prensa me hizo en la Tierra y en Ganimedes... y debo decir que todavía estoy un poco herido por el hecho de que no hiciera el menor intento por ponerse en contacto conmigo... pero, por lo menos, puso el tapete que decía ¡Bienvenido! cuando llegué...
"Dim, todavía me quedan cuarenta y ocho horas antes que
el Falcon
parta, ¡conmigo o sin mí!: no creo que vaya a necesitarlas, ahora que hice contacto con Halman, ya que nos podemos comunicar con igual facilidad desde Anubis... si es que él desea hacerlo.
"Y estoy ansioso por volver al Granomedes: el
Falcon
es una excelente nave espacial, pero se le podría mejorar el sistema sanitario: aquí adentro ya está empezando a heder, y mi picazón está pidiendo una ducha.
"Espero con ansia el reencuentro con ustedes y, en especial, con Ted Khan. Tenemos mucho de qué hablar, antes que yo regrese a la Tierra. ALMACENAR TRASMITIR
32. Un caballero ociosoEl esfuerzo de todo lo que es
No ayuda a la culpa primordial;
Llueve en los mares,
y aun así los mares son de sal.
A. E. HOUSMAN
MÁS POEMAS
En total, habían sido tres décadas interesantes, pero sin rasgos destacados, señalados por las alegrías y las tristezas que el tiempo y el destino le traen a toda la humanidad. La más grande de esas alegrías fue del todo inesperada; de hecho, antes de abandonar la Tierra en pos de Ganimedes, Poole habría desechado la idea, al considerarla lisa y llanamente descabellada.
Hay mucho de cierto en el refrán que dice que la ausencia ablanda el corazón: cuando Poole e Indra Wallace volvieron a encontrarse descubrieron que, a pesar de las bromas y de los ocasionales desacuerdos entre ellos, estaban mucho más cerca el uno del otro de lo que habían imaginado. Una cosa condujo a la otra... entre ellas, para su mutua alegría, a Dawn Wallace y a Martin Poole.
Era bastante tarde en la vida para comenzar una familia, y eso sin considerar en absoluto el pequeño detalle de los mil años, y el profesor Anderson les había advertido que podría ser imposible. O, aun peor...
—Tuviste suerte en muchos más aspectos de los que puedas darte cuenta —le dijo a Poole— los daños producidos por la radiación fueron sorprendentemente escasos y pudimos hacer todas las reparaciones necesarias a partir del ADN que te quedó intacto. Pero hasta que te hagamos más pruebas, no puedo prometerte la integridad genética. Así que diviértanse... pero no inicien una familia hasta que les dé el visto bueno.
Los exámenes tomaron mucho tiempo y, tal como Anderson había temido, era preciso hacer más reparaciones. Hubo un revés grave, algo que nunca pudo haber vivido, aun si se le hubiera permitido ir más allá de las primeras semanas después de la concepción, pero Martin y Dawn eran perfectos, con la cantidad exacta de cabezas, brazos y piernas. También eran hermosos e inteligentes, y a duras penas escaparon de ser malcriados por sus excesivamente afectuosos padres, que siguieron siendo amigos de lo mejor cuando, después de quince años, cada uno optó por volver a ser independiente. Debido a su Calificación de Logros Sociales, se les habría permitido —más aún, alentado— a tener otro hijo, pero decidieron no sobrecargar su ya asombrosa buena suerte.
Una tragedia había ensombrecido la vida personal de Poole durante ese período y, por cierto, había producido conmoción en toda la comunidad del Sistema Solar: el capitán Chandler y toda su tripulación se perdieron cuando el núcleo de un cometa en el que estaban practicando un reconocimiento estalló de repente, destruyendo la
Goliath
de un modo tan completo, que solamente se pudo localizar unos pocos fragmentos. Tales explosiones, causadas por reacciones entre moléculas inestables que existían a temperaturas muy bajas, eran un peligro bien conocido para los recolectores de cometas, y Chandler se había topado con varias durante su carrera. Nadie conocería jamás las circunstancias exactas que hicieron que un viajero espacial tan experimentado fuese tomado por sorpresa.
Poole extrañaba muchísimo a Chandler: había desempeñado un papel único en su vida, y no existía alguien que lo reemplazara... nadie salvo Dave Bowman, con el que había compartido una aventura de tanta importancia. A menudo habían planeado volver al espacio juntos otra vez, quizás hasta llegar a la Nube Oort, con sus misterios y su riqueza de hielo remota pero inagotable. No obstante, algún conflicto de horarios siempre había interferido en esos planes, así que ése era un futuro deseado que nunca habría de existir.
Otra meta anhelada desde hacía mucho, que Poole se las había ingeniado para alcanzar... a pesar de las recomendaciones del médico: había descendido a la Tierra... y una vez fue más que suficiente.
El vehículo utilizado tenía aspecto casi idéntico al de las sillas de ruedas que usaban los parapléjicos con más suerte de su propia época: estaba motorizado y tenía neumáticos de baja presión que le permitían rodar sobre superficies razonablemente lisas. Sin embargo, también podía volar, a una altura de unos veinte centímetros, sobre un colchón de aire generado por un conjunto de ventiladores pequeños, pero poderosos. Poole estaba sorprendido de que una tecnología tan primitiva se siguiera empleando todavía, pero los dispositivos para control de la inercia eran demasiado voluminosos para aplicaciones en escalas tan pequeñas.
Sentado cómodamente en su silla voladora, apenas si era consciente de que su peso iba aumentando a medida que descendía hacia el corazón de África. Aunque advertía algunas dificultades para respirar, las había experimentado mucho peores durante su preparación de astronauta. Para lo que no estaba preparado fue para el soplo de calor de horno que lo acometió en el momento de salir del gigantesco cilindro perforador del cielo que constituía la base de la Torre. Sin embargo, todavía era de mañana: ¿cómo sería al mediodía?
Apenas si se había habituado al calor, cuando el agredido fue su sentido del olfato: una cantidad enorme de olores, ninguno desagradable pero todos desconocidos, reclamaron con insistencia su atención. Cerró los ojos unos minutos, en un intento por evitar la sobrecarga de sus circuitos de entrada de información.
Antes de que hubiera decidido abrirlos otra vez, sintió un objeto grande y húmedo que palpitaba en su nuca:
—Dígale hola a Elizabeth —indicó su guía, un joven fornido vestido con el atuendo tradicional de Gran Cazador Blanco, que estaba demasiado bien cuidado como para haber visto un uso real—. Es nuestra saludadora oficial.
Poole se volvió en la silla y se encontró mirando los ojos sentimentales de un bebé de elefante.
—Hola, Elizabeth —respondió, en tono bastante bajo. Elizabeth alzó la trompa como saludo, y emitió un sonido no habitual entre gente bien educada, aunque Poole estaba seguro de que era bien intencionado.
En total pasó menos de una hora en el planeta Tierra, dando un rodeo en torno del borde de una selva cuyos árboles achaparrados salían perdiendo en la comparación con la Tierra del Cielo, y encontrándose con mucho de la fauna local. Su guía se disculpó por lo amistoso de los leones, malcriados por los turistas... pero la expresión malévola de los cocodrilos lo compensaba con creces: aquí estaba la Naturaleza, en bruto
e
inalterada.
Antes de regresar a la Torre, Poole se arriesgó a dar algunos pasos alejándose de la silla aérea: Comprendía que eso era equivalente a transportar su propio peso sobre la espalda, pero eso no parecía ser una hazaña imposible, y nunca se perdonaría el no haberlo intentado.