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Authors: Dustin Thomason

Tags: #Intriga, #Ciencia Ficción, #Policíaco

21/12 (17 page)

BOOK: 21/12
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Shetter llevaba el pelo castaño largo hasta los hombros y varios días de barba descuidada, que trepaba por sus mejillas hacia la parte inferior de su protector ocular, pero vestía una camisa blanca almidonada, corbata, tejanos y botas relucientes. En conjunto, era una combinación extrañamente atractiva.

—Encantada de conocerle —dijo Chel.

—¿Cuál es su especialidad, doctora Manu? —preguntó Shetter. Tenía una voz profunda con un leve acento del sur. Florida, supuso Chel.

—Epigrafía. ¿Trabaja en la disciplina?

—Picoteo un poco, supongo.

—¿Fue así como se conocieron?

Chel cayó en la cuenta de que debía medir unos dos metros.

—Trabajé durante diez años en el Petén —dijo el hombre.

—¿En qué?

El hombre miró a Victor.

—Entrenando al ejército guatemalteco.

Eran palabras que ningún indígena deseaba oír. El atractivo que le inspiraba un momento antes desapareció por completo.

—¿Para qué? —preguntó.

—Guerrilla urbana y antiterrorismo, sobre todo.

—¿Es de la CIA?

—No, señora, nada por el estilo. Los Army Rangers enseñan a los guatemaltecos a modernizar su operativo.

Cualquier ayuda que el Gobierno estadounidense brindara al ejército de Guatemala era insufrible para Chel. En los años cincuenta, la CIA había sido responsable de derrocar al Gobierno elegido democráticamente con el fin de instalar una dictadura títere. Muchos indígenas los culpaban de haber instigado la guerra civil que acabó con la vida de su padre.

—Colton es un gran admirador de los indígenas, Chel.

—Paso mi tiempo libre en Chajul y Nebaj con los aldeanos —explicó Shetter—. Una gente asombrosa. Me llevaron a las ruinas de Tikal, y allí fue donde conocí a Victor.

—¿Pero ahora vive en Los Ángeles?

—Más o menos. Me compré una pequeña casa de campo, muy bonita, en las Verdugo Mountains.

Chel había ido de excursión a las Verdugo Mountains algunas veces, pero las recordaba sobre todo como una reserva animal.

—¿Allí vive gente? —preguntó.

—Unos cuantos afortunados. De hecho, me recuerda a sus tierras altas. Y a propósito, debería volver a casa. —Se volvió hacia Victor y señaló su protector ocular—. Déjatelo puesto. Por favor.

—Gracias por venir, Colton.

—¿A qué se dedica? —preguntó Chel cuando estuvieron a solas.

Victor se encogió de hombros.

—Oh, Colton tiene mucha experiencia en situaciones peligrosas. Va por ahí comprobando que sus amigos están protegidos en estos tiempos peligrosos.

—Tiene razón. Esto es muy grave.

Chel estudió a su mentor en busca de pistas sobre su estado mental. Pero si había alguna señal de tensión o dolor, no la distinguió.

—Sí, lo sé —dijo Victor—. Así que… ¿cómo le va a Patrick en todo esto?

—Ya no salimos juntos.

—Qué pena. Me caía bien. Supongo que eso significa que cada vez estoy más lejos de tener ahijados.

El antiguo afecto de Victor hacia ella la confortaba, incluso después de todo lo que habían pasado.

—Deberías escribir tu próximo libro acerca de las ventajas de vivir obsesionado por el trabajo.

Victor sonrió.

—Entiendo —dijo. Indicó con un ademán que le siguiera—. Me alegro de que hayas venido. Por fin podrás ver mi exposición.

Entraron en una galería oscura donde estaban montando la exposición. Aún se hallaba en construcción, pero una vitrina que cubría la pared del fondo estaba iluminada, y Chel se acercó temerosa a la luz.

Dentro de la vitrina había cuatro estatuas de hombres, cada una de sesenta centímetros de altura, cada una construida de un material diferente relacionado con la historia maya: la primera con huesos de pollo, la segunda de tierra, la tercera de madera, y la última de granos de maíz. Según el mito de la creación maya, hubo tres intentos fallidos por parte de los dioses de crear a la humanidad. La primera raza de hombres se hizo a partir de animales, pero no podían hablar. La segunda estaba hecha de barro, pero no podían andar, y la tercera raza de hombres, hecha de madera, era incapaz de crear un calendario correcto y de adorar a sus creadores por su nombre. No fue hasta la cuarta raza de hombres, hechos de maíz, que los dioses se sintieron satisfechos y el cuarto mundo empezó.

Pero al estudiar la vitrina, Chel observó algo nuevo. Lo más interesante, y que la impulsó a alabar la exposición de Victor, era lo que había decidido no representar: la quinta raza de hombres.

—Bien —preguntó su mentor—, ¿a qué debo este gran placer?

Chel no pudo reprimir la sensación de que la vida de Victor Granning había llegado a ser un reflejo de la civilización a la cual había dedicado su carrera: nacimiento, florecimiento y derrumbe. Cuando se licenció en Harvard, había efectuado grandes descubrimientos sobre el uso de la sintaxis y la gramática en la antigua escritura maya. Sus libros académicos fueron aclamados, y al final se integraron en la corriente dominante cuando el
New York Times
le alabó como el especialista en la cultura maya más importante del mundo. Después de obtener el reconocimiento de las ocho universidades más prestigiosas del noreste, Victor emigró al oeste para ocupar la cátedra del departamento de estudios mayas de la UCLA, donde contribuyó a lanzar la carrera de muchos integrantes de la siguiente generación de expertos en la especialidad.

Incluida la suya. Cuando ella empezó su programa en la UCLA, Victor se convirtió en su tutor. Ella era capaz de descifrar más rápido que cualquier otro estudiante del departamento, incluso en primer año. Victor le enseñó todo lo que sabía sobre la escritura antigua. No tardó en ser algo más que una simple aprendiza. Chel y su madre pasaban con frecuencia las vacaciones con Victor y su esposa, Rose, en su casa de madera de Cheviot Hills. La primera llamada de Chel cuando fue nombrada profesora numeraria, y cuando consiguió el empleo en el Getty, fue para Victor. Durante los quince años transcurridos desde que se habían conocido, él había sido una fuente constante de estímulo, diversión y, desde hacía poco, tristeza.

El desmoronamiento de Victor empezó en 2008, cuando diagnosticaron a Rose un cáncer de estómago. Él pasaba todos los momentos posibles a su lado, al tiempo que empezaba a buscar respuestas. No podía imaginar la vida sin Rose, y se obsesionó con el judaísmo como nunca hasta aquel momento: iba al templo cada día, observaba el
kosher
y el
Sabath
, se tocaba con una kipá. Pero cuando Rose sucumbió un año después, Victor se revolvió contra la religión: un Dios capaz de permitir que ella sufriera, pensó, no podía existir. Si existía un poder superior, tenía que ser algo muy diferente.

Fue durante los siguientes nueve meses de luto cuando Victor empezó a teorizar sobre el 21 de diciembre de 2012. Los estudiantes comenzaron a murmurar sobre algunos comentarios displicentes que había hecho en clase acerca del significado del fin del ciclo de la Cuenta Larga. Al principio, sus alumnos se quedaron fascinados, pero poco a poco fueron perdiendo interés cuando Victor empezó a utilizar fuentes cuestionables que lanzaban afirmaciones insustanciales sobre las creencias mayas. El tiempo de clase de lingüística se dedicaba al fin del decimotercer ciclo, y a la creencia de que traería una nueva era de la humanidad y un regreso a un modo de vida más sencillo y ascético. Fue entonces cuando algunos estudiantes empezaron a comentar las excentricidades de Victor para con Chel. Pero en aquel momento ella no se dio cuenta de hasta qué punto él había perdido el oremus.

Al poco, sus clases se convirtieron en diatribas acerca de que el cáncer estaba causado por alimentos precocinados, lo cual era la prueba de que los seres humanos necesitaban regresar a un modo de existencia más sencillo. Cada vez más temeroso de la tecnología, dejó de utilizar el correo electrónico para información relacionada con las clases, y obligó a sus estudiantes a acudir en horas de oficina. Entonces les ordenó que no entraran en Internet o condujeran coches, y les contó que la Cuenta Larga traería lo que los fanáticos de 2012 llamaban «sincronicidad», la conciencia de que todas las cosas del mundo estaban relacionadas, y que conduciría a un renacimiento espiritual. Chel intentó hablar con él de otras cosas, pero todas las conversaciones viraban enseguida al absurdo, y al final ya no supo qué hacer con él.

Cuando el nombre de Victor apareció como orador principal en la convención de Nueva Era más importante del país, y los informes de prensa revelaron su relación con la UCLA, la dirección le reprendió. Después, a mediados de 2010, cuando la penumbra de junio cubrió el campus de niebla, Victor llamó a Chel al Getty y le pidió que fuera a su despacho. Allí le entregó un manuscrito mecanografiado en el que había estado trabajando en secreto desde hacía meses. En grandes letras mayúsculas, la página del título rezaba:
Onda de tiempo 2012
.

Chel fue a la introducción:

Vivimos en una era de cambios tecnológicos sin precedentes. Convertimos células madre en cualquier tejido que deseemos, y nuestras vacunas y panaceas permitirán a los niños normales nacidos hoy vivir más de un siglo. Pero también vivimos en una era en la que operarios zánganos anónimos disparan misiles, y en la que secretos nucleares se filtran sin cesar a regímenes opresores. Existen inteligencias sobrehumanas que tal vez pronto sean imposibles de controlar. La crisis económica mundial fue acelerada por algoritmos informáticos. Destruimos nuestro ecosistema con combustibles fósiles, y carcinógenos invisibles nos envenenan.

A finales de los años setenta, el filósofo Terence McKenna sugirió que los puntos más importantes de la innovación científica podían ser representados en una gráfica desde el principio de la historia documentada: la invención de la imprenta; el descubrimiento de Galileo de que el Sol era el centro del sistema solar; la utilización de la electricidad; el descubrimiento del ADN; la bomba atómica; los ordenadores; Internet. McKenna descubrió que la tasa de innovación era cada vez mayor, y calculó el punto exacto en que la curva de la línea sería vertical. Creía que en ese día, al que llamó
Onda de tiempo cero
, los progresos tecnológicos serían infinitos, y sería imposible controlar o saber qué le esperaría a la siguiente generación.

Ese día es el
21 de diciembre de 2012
, el final del decimotercer ciclo de la Cuenta Larga maya de cinco mil años, el día en que, predijeron, tendrá lugar una transformación titánica de la Tierra y la sustitución de la cuarta raza de hombres. Todavía no sabemos cuál será la quinta raza de hombres. Pero los trastornos que estamos viendo en todo el mundo demuestran que se avecina una transformación importante. Durante el tiempo que queda hasta el 21/12, hemos de prepararnos para el cambio inminente.

—No puedes publicar esto —le había dicho Chel.

—Ya se lo he enseñado a unas cuantas personas, y están entusiasmadas.

—¿Qué tipo de personas? ¿Los chiflados del 2012?

Victor respiró hondo.

—Gente inteligente, Chel. Algunos poseen el título de doctor, y muchos han escrito libros.

Ella sólo podía imaginar cómo le reverenciaba la comunidad de 2012, sobre todo cuando atizó el fuego de sus ideas heterodoxas. Victor no había llevado a cabo trabajos serios desde que su esposa enfermó, y aquélla era su oportunidad de descollar de nuevo.

Pero por más que le alabaran sus nuevos acólitos, cuando autopublicó
Onda de tiempo 2012
, el libro fue ridiculizado, incluyendo un cáustico perfil del
Times
. Fue peor entre los verdaderos estudiosos: nadie del mundo académico volvería a tomar en serio a Victor. El dinero de su beca se agotó, le expulsaron con discreción de la universidad y perdió su casa subvencionada.

Chel no podía abandonar al hombre que tanto le había dado. Dejó que se quedara con ella en Westwood, y le dio un trabajo de investigación en el Getty, aunque con condiciones: nada de conferencias a los luditas ni a los seguidores del 2012, ni arengas antitecnológicas a su personal. Si cumplía esas promesas, podría utilizar sus bibliotecas y recibir un modesto estipendio para recuperarse.

Durante casi un año, Victor pasaba el día ayudando cuando aparecían proyectos de desciframiento, y las noches viendo el Canal Historia. Alguien incluso le vio utilizando un ordenador en el Getty. Reunió suficiente dinero para alquilar un apartamento y, después de que fuera a ver a sus nietos a principios de 2012, su hijo envió un correo electrónico a Chel diciendo que sentía un gran alivio por la recuperación de su padre.

Después, el pasado julio, Victor tenía que estar trabajando, en teoría, en una exposición sobre ruinas posclásicas. En cambio, robó la tarjeta de identificación de Chel en la UCLA y la utilizó para entrar en la biblioteca de la facultad. Lo pillaron cuando intentaba salir con varios libros raros, todos los cuales estaban relacionados con la Cuenta Larga. La confianza de Chel se resintió, y le dijo que debía buscar otro trabajo, lo cual le condujo al Museo de Tecnología jurásica. Desde entonces habían hablado unas cuantas veces, y las conversaciones habían sido tensas. En el fondo, Chel se había tranquilizado pensando que, después del 22 de diciembre, lo olvidarían todo de una vez por todas y tratarían de empezar de cero.

Sólo que ahora no podía esperar a eso.

—Necesito tu ayuda —dijo, dando la espalda a la vitrina. Sabía que le gustaría mucho oír esas palabras.

—Lo dudo —contestó Victor—, pero haré cualquier cosa por ti.

—Tengo una pregunta de sintaxis —dijo Chel, al tiempo que introducía la mano en el bolso—. Y necesito una respuesta ahora mismo.

—¿Cuál es la fuente?

Chel contuvo la respiración mientras sacaba el ordenador portátil.

—Acaban de descubrir un nuevo códice —explicó, con una mezcla de orgullo y vacilación—. Del clásico.

Su antiguo mentor rió.

—Debes pensar que me he vuelto senil.

—¿Crees que estaría aquí si no hablara en serio?

Chel cargó imágenes de las primeras páginas del códice en la pantalla del ordenador. Al instante, la cara de Victor cambió. Era una de las pocas personas del mundo capaces de comprender el significado de tal descubrimiento. Miró las páginas con una mezcla de admiración y sobrecogimiento, y no apartó los ojos de la pantalla ni un momento, mientras ella le explicaba todo lo sucedido.

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