100 Sonetos De Amor (5 page)

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Authors: Pablo Neruda

BOOK: 100 Sonetos De Amor
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surgió como un pescado del abismo

y entre los dos alzaron en contra del amor

una máquina armada de dientes numerosos.

Hombre y mujer talaron montañas y jardines,

bajaron a los ríos, treparon por los muros,

subieron por los montes su atroz artillería.

El amor supo entonces que se llamaba amor.

Y cuando levanté mis ojos a tu nombre

tu corazón de pronto dispuso mi camino.

Soneto LXXIV

El camino mojado por el agua de Agosto

brilla como si fuera cortado en plena luna,

en plena claridad de la manzana,

en mitad de la fruta del otoño.

Neblina, espacio o cielo, la vaga red del día

crece con fríos sueños, sonidos y pescados,

el vapor de las islas combate la comarca,

palpita el mar sobre la luz de Chile.

Todo se reconcentra como el metal, se esconden

las hojas, el invierno enmascara su estirpe

y sólo ciegos somos, sin cesar, solamente.

Solamente sujetos al cauce sigiloso

del movimiento, adiós, del viaje, del camino:

adiós, caen las lágrimas de la naturaleza.

Soneto LXXV

Ésta es la casa, el mar y la bandera.

Errábamos por otros largos muros.

No hallábamos la puerta ni el sonido

desde la ausencia, como desde muertos.

Y al fin la casa abre su silencio,

entramos a pisar el abandono,

las ratas muertas, el adiós vacío,

el agua que lloró en las cañerías.

Lloró, lloró la casa noche y día,

gimió con las arañas, entreabierta,

se desgranó desde sus ojos negros,

y ahora de pronto la volvemos viva,

la poblamos y no nos reconoce:

tiene que florecer, y no se acuerda.

Soneto LXXVI

Diego Rivera con la paciencia del oso

buscaba la esmeralda del bosque en la pintura

o el bermellón, la flor súbita de la sangre

recogía la luz del mundo en tu retrato.

Pintaba el imperioso traje de tu nariz,

la centella de tus pupilas desbocadas,

tus uñas que alimentan la envidia de la luna,

y en tu piel estival, tu boca de sandía.

Te puso dos cabezas de volcán encendidas

por fuego, por amor, por estirpe araucana,

y sobre los dos rostros dorados de la greda

te cubrió con el casco de un incendio bravío

y allí secretamente quedaron enredados

mis ojos en su torre total: tu cabellera.

Soneto LXXVII

Hoy es hoy con el peso de todo el tiempo ido,

con las alas de todo lo que será mañana,

hoy es el Sur del mar, la vieja edad del agua

y la composición de un nuevo día.

A tu boca elevada a la luz o a la luna

se agregaron los pétalos de un día consumido,

y ayer viene trotando por su calle sombría

para que recordemos su rostro que se ha muerto.

Hoy, ayer y mañana se comen caminando,

consumimos un día como una vaca ardiente,

nuestro ganado espera con sus días contados,

pero en tu corazón el tiempo echó su harina,

mi amor construyó un horno con barro de Temuco:

tú eres el pan de cada día para mi alma.

Soneto LXXVIII

No tengo nunca más, no tengo siempre. En la arena

la victoria dejó sus pies perdidos.

Soy un pobre hombre dispuesto a amar a sus semejantes.

No sé quién eres. Te amo. No doy, no vendo espinas.

Alguien sabrá tal vez que no tejí coronas

sangrientas, que combatí la burla,

y que en verdad llené la pleamar de mi alma.

Yo pagué la vileza con palomas.

Yo no tengo jamás porque distinto

fui, soy, seré. Y en nombre

de mi cambiante amor proclamo la pureza.

La muerte es sólo piedra del olvido.

Te amo, beso en tu boca la alegría.

Traigamos leña. Haremos fuego en la montaña.

Soneto LXXIX

De noche, amada, amarra tu corazón al mío

y que ellos en el sueño derroten las tinieblas

como un doble tambor combatiendo en el bosque

contra el espeso muro de las hojas mojadas.

Nocturna travesía, brasa negra del sueño

interceptando el hilo de las uvas terrestres

con la puntualidad de un tren descabellado

que sombra y piedras frías sin cesar arrastrara.

Por eso, amor, amárrame el movimiento puro,

a la tenacidad que en tu pecho golpea

con las alas de un cisne sumergido,

para que a las preguntas estrelladas del cielo

responda nuestro sueño con una sola llave,

con una sola puerta cerrada por la sombra.

Soneto LXXX

De viajes y dolores yo regresé, amor mío,

a tu voz, a tu mano volando en la guitarra,

al fuego que interrumpe con besos el otoño,

a la circulación de la noche en el cielo.

Para todos los hombres pido pan y reinado,

pido tierra para el labrador sin ventura,

que nadie espere tregua de mi sangre o mi canto.

Pero a tu amor no puedo renunciar sin morirme.

Por eso toca el vals de la serena luna,

la barcarola en el agua de la guitarra

hasta que se doblegue mi cabeza soñando:

que todos los desvelos de mi vida tejieron

esta enramada en donde tu mano vive y vuela

custodiando la noche del viajero dormido.

Soneto LXXXI

Ya eres mía. Reposa con tu sueño en mi sueño.

Amor, dolor, trabajos, deben dormir ahora.

Gira la noche sobre sus invisibles ruedas

y junto a mí eres pura como el ámbar dormido.

Ninguna más, amor, dormirá con mis sueños.

Irás, iremos juntos por las aguas del tiempo.

Ninguna viajará por la sombra conmigo,

sólo tú, siempreviva, siempre sol, siempre luna.

Ya tus manos abrieron los puños delicados

y dejaron caer suaves signos sin rumbo,

tus ojos se cerraron como dos alas grises,

mientras yo sigo el agua que llevas y me lleva:

la noche, el mundo, el viento devanan su destino,

y ya no soy sin ti sino sólo tu sueño.

Soneto LXXXII

Amor mío, al cerrar esta puerta nocturna

te pido, amor, un viaje por oscuro recinto:

cierra tus sueños, entra con tu cielo en mis ojos,

extiéndete en mi sangre como en un ancho río.

Adiós, adiós, cruel claridad que fue cayendo

en el saco de cada día del pasado,

adiós a cada rayo de reloj o naranja,

salud oh sombra, intermitente compañera!

En esta nave o agua o muerte o nueva vida,

una vez más unidos, dormidos, resurrectos,

somos el matrimonio de la noche en la sangre.

No sé quién vive o muere, quién reposa o despierta,

pero es tu corazón el que reparte

en mi pecho los dones de la aurora.

Soneto LXXXIII

Es bueno, amor, sentirte cerca de mí en la noche,

invisible en tu sueño, seriamente nocturna,

mientras yo desenredo mis preocupaciones

como si fueran redes confundidas.

Ausente, por los sueños tu corazón navega,

pero tu cuerpo así abandonado respira

buscándome sin verme, completando mi sueño

como una planta que se duplica en la sombra.

Erguida, serás otra que vivirá mañana,

pero de las fronteras perdidas en la noche,

de este ser y no ser en que nos encontramos

algo queda acercándonos en la luz de la vida

como si el sello de la sombra señalara

con fuego sus secretas criaturas.

Soneto LXXXIV

Una vez más, amor, la red del día extingue

trabajos, ruedas, fuegos, estertores, adioses,

y a la noche entregamos el trigo vacilante

que el mediodía obtuvo de la luz y la tierra.

Sólo la luna en medio de su página pura

sostiene las columnas del estuario del cielo,

la habitación adopta la lentitud del oro

y van y van tus manos preparando la noche.

Oh amor, oh noche, oh cúpula cerrada por un río

de impenetrables aguas en la sombra del cielo

que destaca y sumerge sus uvas tempestuosas,

hasta que sólo somos un solo espacio oscuro,

una copa en que cae la ceniza celeste,

una gota en el pulso de un lento y largo río.

Soneto LXXXV

Del mar hacia las calles corre la vaga niebla

como el vapor de un buey enterrado en el frío,

y largas lenguas de agua se acumulan cubriendo

el mes que a nuestras vidas prometió ser celeste.

Adelantado otoño, panal silbante de hojas,

cuando sobre los pueblos palpita tu estandarte

cantan mujeres locas despidiendo a los ríos,

los caballos relinchan hacia la Patagonia.

Hay una enredadera vespertina en tu rostro

que crece silenciosa por el amor llevada

hasta las herraduras crepitantes del cielo.

Me inclino sobre el fuego de tu cuerpo nocturno

y no sólo tus senos amo sino el otoño

que esparce por la niebla su sangre ultramarina.

Soneto LXXXVI

Oh Cruz del Sur, oh trébol de fósforo fragante,

con cuatro besos hoy penetró tu hermosura

y atravesó la sombra y mi sombrero:

la luna iba redonda por el frío.

Entonces con mi amor, con mi amada, oh diamantes

de escarcha azul, serenidad del cielo,

espejo, apareciste y se llenó la noche

con tus cuatro bodegas temblorosas de vino.

Oh palpitante plata de pez pulido y puro,

cruz verde, perejil de la sombra radiante,

luciérnaga a la unidad del cielo condenada,

descansa en mí, cerremos tus ojos y los míos.

Por un minuto duerme con la noche del hombre.

Enciende en mí tus cuatro números constelados.

Soneto LXXXVII

Las tres aves del mar, tres rayos, tres tijeras

cruzaron por el cielo frío hacia Antofagasta,

por eso quedó el aire tembloroso,

todo tembló como bandera herida.

Soledad, dame el signo de tu incesante origen,

el apenas camino de los pájaros crueles,

y la palpitación que sin duda precede

a la miel, a la música, al mar, al nacimiento.

(Soledad sostenida por un constante rostro

como una grave flor sin cesar extendida

hasta abarcar la pura muchedumbre del cielo.)

Volaban alas frías del mar, del Archipiélago,

hacia la arena del Noroeste de Chile.

Y la noche cerró su celeste cerrojo.

Soneto LXXXVIII

El mes de Marzo vuelve con su luz escondida

y se deslizan peces inmensos por el cielo,

vago vapor terrestre progresa sigiloso,

una por una caen al silencio las cosas.

Por suerte en esta crisis de atmósfera errabunda

reuniste las vidas del mar con las del fuego,

el movimiento gris de la nave de invierno,

la forma que el amor imprimió a la guitarra.

Oh amor, rosa mojada por sirenas y espumas,

fuego que baila y sube la invisible escalera

y despierta en el túnel del insomnio a la sangre

para que se consuman las olas en el cielo,

olvide el mar sus bienes y leones

y caiga el mundo adentro de las redes oscuras.

Soneto LXXXIX

Cuando yo muera quiero tus manos en mis ojos:

quiero la luz y el trigo de tus manos amadas

pasar una vez más sobre mí su frescura:

sentir la suavidad que cambió mi destino.

Quiero que vivas mientras yo, dormido, te espero,

quiero que tus oídos sigan oyendo el viento,

que huelas el aroma del mar que amamos juntos

y que sigas pisando la arena que pisamos.

Quiero que lo que amo siga vivo

y a ti te amé y canté sobre todas las cosas,

por eso sigue tú floreciendo, florida,

para que alcances todo lo que mi amor te ordena,

para que se pasee mi sombra por tu pelo,

para que así conozcan la razón de mi canto.

Soneto XC

Pensé morir, sentí de cerca el frío,

y de cuanto viví sólo a ti te dejaba:

tu boca eran mi día y mi noche terrestres

y tu piel la república fundada por mis besos.

En ese instante se terminaron los libros,

la amistad, los tesoros sin tregua acumulados,

la casa transparente que tú y yo construimos:

todo dejó de ser, menos tus ojos.

Porque el amor, mientras la vida nos acosa,

es simplemente una ola alta sobre las olas,

pero ay cuando la muerte viene a tocar a la puerta

hay sólo tu mirada para tanto vacío,

sólo tu claridad para no seguir siendo,

sólo tu amor para cerrar la sombra.

Soneto XCI

La edad nos cubre como la llovizna,

interminable y árido es el tiempo,

una pluma de sal toca tu rostro,

una gotera carcomió mi traje:

el tiempo no distingue entre mis manos

o un vuelo de naranjas en las tuyas:

pica con nieve y azadón la vida:

la vida tuya que es la vida mía.

La vida mía que te di se llena

de años, como el volumen de un racimo.

Regresarán las uvas a la tierra.

Y aún allá abajo el tiempo sigue siendo,

esperando, lloviendo sobre el polvo,

ávido de borrar hasta la ausencia.

Soneto XCII

Amor mío, si muero y tú no mueres,

no demos al dolor más territorio:

amor mío, si mueres y no muero,

no hay extensión como la que vivimos.

Polvo en el trigo, arena en las arenas

el tiempo, el agua errante, el viento vago

nos llevó como grano navegante.

Pudimos no encontrarnos en el tiempo.

Esta pradera en que nos encontramos,

oh pequeño infinito! devolvemos.

Pero este amor, amor, no ha terminado,

y así como no tuvo nacimiento

no tiene muerte, es como un largo río,

sólo cambia de tierras y de labios.

Soneto XCIII

Si alguna vez tu pecho se detiene,

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