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Authors: Ira Levin

Un día perfecto (20 page)

BOOK: Un día perfecto
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—¡No deseo que me ayudéis! —gritó—. ¡Quiero que dejéis solo! ¡Estoy sano! ¡Estoy sano! ¡No estoy enfermo!

Fue arrastrado por entre miembros que le miraban con las manos en los oídos, con las manos apretadas contra sus bocas bajo unos ojos que le miraban fijamente.

—Vosotros sois los enfermos —dijo al miembro que había golpeado en el rostro. Le sangraba la nariz, y la tenía hinchada como la mejilla. Varios miembros mantenían los brazos de Chip sujetos a su espalda—. Estáis embotados y drogados —les dijo—. Estáis muertos. Sois hombres muertos. ¡Estáis muertos!

—Calla, te queremos, te estamos ayudando —dijo un miembro.

—¡Cristo y Wei, SOLTADME!

Fue arrastrado escaleras arriba.

—Ha sido encontrado —dijo el hombre por el altavoz—. Li RM ha sido encontrado, miembros. Está siendo llevado al medicentro. Dejad que os lo repita: Li RM ha sido encontrado y está siendo llevado al medicentro. La emergencia ha terminado, hermanos y hermanas, y podéis seguir con lo que estabais haciendo. Gracias, gracias por vuestra ayuda y cooperación. Gracias en nombre de la Familia, gracias en nombre de Li RM.

Fue arrastrado por el pasillo que conducía al medicentro.

La música se reanudó en mitad de una melodía.

—Estáis todos muertos —dijo Chip—. Toda la Familia está muerta. Uni es el único que está vivo, sólo Uni. ¡Pero hay islas donde la gente vive! ¡Mirad el mapa! ¡Mirad el mapa en el Museo Pre-U!

Fue arrastrado hasta la sala de tratamientos. Bob estaba allí, pálido y sudoroso, con un corte que sangraba en una ceja. Tecleaba furiosamente su telecomp, que le sostenía una muchacha con una bata azul.

—Bob —dijo Chip—, Bob, hazme un favor, ¿quieres? Mira el mapa en el Museo Pre-U. Mira el mapa de 1951.

Fue arrastrado hasta una unidad iluminada por una luz azul. Se aferró a los bordes de la abertura pero le soltaron los dedos y le obligaron a meter la mano; desgarraron su manga y metieron todo su brazo hasta el hombro.

Alguien acarició su mejilla... Era Bob con mano temblorosa.

—Te pondrás bien, Li —dijo—. Confía en Uni. —Tres finas líneas de sangre descendían del corte de su ceja.

Su pulsera fue atrapada por el escáner, su brazo contactado por el disco de infusión. Cerró apretadamente los ojos. «¡No dejaré que me matéis! —pensó—. ¡No me quedaré muerto! ¡Recordaré las islas, recordaré a Lila! ¡No moriré! ¡No dejaré que me matéis!» Abrió los ojos. Bob le estaba sonriendo. Una tira de esparadrapo color carne cubría su ceja.

—Dijeron a las tres, y son las tres —exclamó Bob.

—¿Qué quieres decir? —preguntó. Estaba tendido en una cama, y Bob se hallaba sentado a su lado.

—Los médicos dijeron que despertarías a esta hora —señaló Bob—. A las tres. Y así ha sido. No a las 2.59, no a las 3.01: a las tres en punto. Esos miembros son tan listos que a veces me asustan.

—¿Dónde estoy? —preguntó.

—En el Medicentro Principal.

Entonces recordó..., recordó las cosas que había pensado y dicho y, lo peor de todo, las cosas que había hecho.

—Oh, Cristo —dijo—. Oh, Marx. Oh, Cristo y Wei.

—Tómatelo con calma, Li —dijo Bob, y sujetó su mano.

—Bob —murmuró—, oh, Cristo y Wei, Bob, yo... te empujé escaleras abajo...

—Por las escaleras mecánicas, sí —dijo Bob—. Lo hiciste, hermano. Ése fue el momento de mayor sorpresa de mi vida. Pero estoy bien. —Se acarició el esparadrapo sobre su ceja—. Todo está curado y como nuevo, o lo estará en uno o dos días.

—¡Golpeé a un miembro! ¡Con mis manos!

—También está bien —dijo Bob—. Dos de ésas son suyas. —Hizo un gesto con la cabeza al otro lado de la cama, señalando un ramo de rosas rojas que había en un florero sobre la mesilla—. Dos de Mary KK y dos de los miembros de tu sección.

Contempló las rosas enviadas por los miembros a los que había golpeado, engañado y traicionado, y las lágrimas fluyeron de sus ojos y se puso a temblar.

—Vamos, tranquilo —dijo Bob.

¡Pero Cristo y Wei, sólo estaba pensando en sí mismo!

—Bob, escucha —dijo. Volvió la cabeza hacia él, intentó levantarse sobre un codo, se escudó los ojos con la mano.

—Tranquilo —dijo Bob.

—Bob, hay otros —dijo—, otros que están tan enfermos como lo estaba yo. ¡Tenemos que encontrarles y ayudarles!

—Lo sabemos.

—Hay un miembro llamado Lila, Anna SG38P2823, y otro...

—Lo sabemos lo sabemos —dijo Bob—. Ya han sido ayudados. Todos han sido ayudados.

—¿De veras?

Bob asintió.

—Fuiste interrogado mientras estabas dormido —dijo—. Hoy es lunes. Lunes por la tarde. Ya han sido encontrados y ayudados: Anna SG y la que tú llamabas
Copo de Nieve,
Anna PY, y Yin GU,
Gorrión.

—Y Rey —señaló Chip—, Jesús HL. Está aquí mismo en este edificio. Es...

—No —dijo Bob, moviendo la cabeza en un gesto de negación—. No, con él llegamos demasiado tarde. Ése... está muerto.

—¿Muerto?

Bob asintió.

—Se colgó.

Chip se lo quedó mirando.

—De su ducha, con un trozo de sábana —aclaró Bob.

—Oh, Cristo y Wei —dijo Chip, y se dejó caer sobre la almohada. Enfermedad, enfermedad, enfermedad, y él había formado parte de ella.

—Los otros, sin embargo, están bien —dijo Bob. Palmeó su mano—. Y tú estarás bien también. Vas a ir a un centro de rehabilitación, hermano. Vas a tener una semana de vacaciones. Quizá incluso más.

—Me siento tan avergonzado, Bob —murmuró Chip—, tan peleadoramente avergonzado de mí mismo...

—Oh, vamos —rió Bob—. No te sentirías avergonzado si hubieras resbalado y te hubieras roto un tobillo, ¿no? Es lo mismo. En todo caso, soy yo el que debería sentirse avergonzado.

—¡Te mentí!

—Yo dejé que me mintieras —rectificó Bob—. Mira, nadie es realmente responsable de nada. Pronto te darás cuenta de ello. —Buscó algo en el suelo, levantó una bolsa de viaje y la abrió sobre sus rodillas—. Esto es tuyo —dijo—. Dime si he olvidado algo. Cepillo de dientes, tijeras, fotos, guías de numnombres, un dibujo de un caballo, tu...

—Eso es enfermizo —dijo bruscamente Chip—. No lo quiero. Tíralo.

—¿El dibujo?

—Sí.

Bob lo sacó de la bolsa y lo miró.

—Está muy bien hecho —dijo—. No es exacto, pero es... hermoso en cierto sentido.

—Es enfermizo —repitió Chip—. Fue hecho por un miembro enfermo. Tíralo.

—Lo que tú digas —dijo Bob. Depositó la bolsa sobre la cama, después cruzó la habitación hacia la tolva, abrió la tapa y dejó caer el dibujo.

—Hay islas llenas de miembros que también están enfermos —dijo Chip—. Por todo el mundo.

—Lo sé —asintió Bob—. Nos lo dijiste.

—¿Por qué no podemos ayudarles?

—No lo sé —dijo Bob—. Pero Uni sí lo sabe. Te lo dije antes, Li: confía en Uni.

—Lo haré —dijo Chip—. Lo haré. —Y las lágrimas brotaron de nuevo de sus ojos.

Un miembro con un mono con la cruz roja entró en la habitación.

—¿Cómo te sientes? —preguntó.

Chip le miró.

—Está bastante deprimido —dijo Bob.

—Era de esperar —respondió el miembro—. No te preocupes; lo arreglaremos enseguida. —Se inclinó y cogió la muñeca de Chip.

—Li, tengo que irme —dijo Bob.

—De acuerdo —dijo Chip.

Bob se inclinó y le besó en la mejilla.

—En caso de que no te vuelvan a enviar aquí, adiós, hermano —dijo.

—Adiós, Bob —dijo Chip—. Gracias. Por todo.

—Gracias a Uni —dijo Bob. Apretó fuertemente su mano y sonrió. Intercambió una inclinación de cabeza con el miembro de la cruz roja y salió.

El miembro tomó un infusor de su bolsillo e hizo saltar su tapa.

—Te sentirás perfectamente bien dentro de nada —dijo.

Chip permaneció tendido y cerró los ojos, se secó con una mano las lágrimas mientras el miembro alzaba su otra manga.

—Estaba tan enfermo —murmuró—. Estaba tan enfermo.

—Calla, no pienses en ello —dijo el miembro, mientras le aplicaba suavemente el infusor y accionaba el émbolo—. No tienes que pensar en nada. Estarás bien enseguida.

Tercera parte
La huida
1

Las viejas ciudades fueron demolidas. Se construyeron nuevas ciudades. Las nuevas ciudades tenían edificios más altos, plazas más amplias, parques más grandes, monorraíles cuyos vagones iban más rápidos aunque eran menos frecuentes.

Fueron enviadas dos nuevas astronaves hacia Sirio B y 61 del Cisne. Las colonias de Marte, repobladas y salvaguardadas tras la devastación de 152, se fueron expandiendo día a día, así como las colonias en Venus y la Luna y las avanzadillas de Titán y Mercurio.

La hora libre fue ampliada cinco minutos. Los telecomps accionados por la voz empezaron a sustituir a los accionados por teclas, y las galletas totales aparecieron con un sabor más agradable. Las expectativas de vida se incrementaron a 62,4 años.

Los miembros trabajaban y comían, veían la televisión y dormían. Cantaban, iban a los museos y paseaban por los parques de recreo.

En el doscientos aniversario del nacimiento de Wei, en el desfile celebrado en una nueva ciudad, uno de los palos de una enorme pancarta con el retrato de un sonriente Wei era llevado por un miembro de treinta y tantos años, normal en todos los aspectos, sólo se diferenciaba de los demás en que su ojo derecho era verde en lugar de castaño. Hacía tiempo, aquel miembro había estado enfermo, pero ahora estaba sano. Tenía trabajo, habitación, amiga y consejera. Se sentía relajado y contento.

Algo extraño ocurrió durante el desfile. Mientras este miembro avanzaba, sonriente, sosteniendo el palo de la pancarta, empezó a oír resonar insistentemente un numnombre en su cabeza: Anna SG, treinta y ocho P, veintiocho veintitrés; Anna SG, treinta y ocho P, veintiocho veintitrés. Siguió repitiéndoselo, al ritmo del desfile. Se preguntó a quién pertenecía ese numnombre, y por qué resonaba en su cabeza de esta forma.

De pronto recordó: ¡era de su enfermedad! Era el numnombre de uno de los otros enfermos, el llamado Linda... No, Lila. ¿Por qué, después de tanto tiempo, acudía este numnombre a su cabeza? Pisó más fuerte, siguiendo el ritmo de la marcha, intentando no oírlo, y se alegró cuando fue dada la señal de cantar.

Se lo contó a su consejera.

—No tienes por qué preocuparte —le dijo ésta—. Probablemente viste a alguien que te la recordó. Quizá incluso la viste a ella. No hay que temer recordar..., a menos, por supuesto, que se convierta en algo molesto. Si vuelve a ocurrir, dímelo.

Pero no volvió a ocurrir. Estaba sano, gracias a Uni.

Un día de Navidad, cuando tenía otro trabajo y vivía en otra ciudad, fue en bicicleta con su amiga y otros cuatro miembros al parque exterior. Llevaron consigo galletas totales y
cocas...
y comieron en el suelo cerca de un bosquecillo.

Había dejado su
coca
sobre una piedra casi horizontal y, al ir a cogerla mientras hablaba con los otros, la volcó inadvertidamente. Los otros miembros volvieron a llenar su recipiente con parte del contenido de los suyos.

Unos minutos más tarde, mientras doblaba el papel de aluminio con que había envuelto su galleta, observó una hoja plana sobre la mojada piedra, con gotas de
coca
brillando en su superficie, su tallo aparecía curvado hacia arriba como un asa. Cogió el tallo y alzó la hoja. El trozo de piedra de debajo estaba seco, reproducida la forma ovalada de la hoja. El resto de la piedra tenía un húmedo color negruzco, pero allá donde había estado la hoja era de un gris seco. Algo en aquel hecho pareció significativo para él, pues permaneció allí sentado en silencio, contemplando la hoja en una mano, el doblado envoltorio de aluminio de la galleta en la otra y la seca silueta de la hoja en la piedra. Su amiga le dijo algo y le sacó de aquel momento; juntó la hoja y el envoltorio y se los dio al miembro que tenía la bolsa de la basura.

La imagen de la forma seca de la hoja en la piedra volvió varias veces a su mente aquel día, y también al día siguiente. Luego recibió su tratamiento y lo olvidó. Al cabo de unas semanas, sin embargo, volvió a recordar la silueta de la hoja. Se preguntó por qué. ¿Había alzado una hoja de una piedra mojada de aquella misma forma antes? Si lo había hecho, no lo recordaba...

De tanto en tanto, mientras paseaba por un parque o, de un modo extraño, cuando aguardaba en la cola para su tratamiento, la imagen de la forma de la hoja seca volvía a su mente y le hacía fruncir el entrecejo.

Hubo un terremoto. Se cayó de su silla. El cristal del microscopio se rompió y el sonido más fuerte que jamás hubiera oído retumbó desde las profundidades del laboratorio. Una sismoválvula a medio continente de distancia se había trabado sin que nadie se diera cuenta de ello, explicó la televisión unas noches más tarde. No había ocurrido nunca antes y no volvería a pasar. Los miembros debían lamentarlo, por supuesto, pero no debían preocuparse de cara al futuro.

Docenas de edificios se habían derrumbado, centenares de miembros habían muerto. Todos los medicentros de la ciudad se vieron colapsados por los heridos, y más de la mitad de las unidades de tratamiento resultaron dañadas. Los tratamientos fueron retrasados diez días.

Unos días antes de que tuviera que recibir el suyo Chip pensó en Lila y en cómo la había amado de una forma diferente y más intensa —más excitante— de lo que había amado nunca a nadie. Había deseado decirle algo. ¿Qué era? Sí, lo de las islas. Las islas que había hallado ocultas en el mapa pre-U. Las islas de los incurables...

Su consejero le llamó.

—¿Te encuentras bien? —quiso saber.

—Creo que no, Karl —dijo—. Necesito mi tratamiento.

—Espera un momento —dijo su consejero. Se volvió y habló quedamente a su telecomp. Al cabo de un momento se volvió de nuevo hacia él—. Puedes recibirlo esta tarde a las 7.30 —dijo—, pero tendrás que ir al medicentro en T24.

Se puso tras una larga cola a las 7.30. Seguía pensando en Lila, intentaba recordar exactamente cuál era su aspecto. Cuando estuvo junto a las unidades de tratamiento, la imagen de la silueta seca de una hoja en una piedra mojada le vino a la mente.

Lila lo llamó (estaba allí, en el mismo edificio), y Chip fue a su habitación, que era el almacén en el Pre-U. Joyas verdes colgaban de los lóbulos de sus orejas y brillaban en torno a su garganta de piel rosada y oscura. Llevaba una túnica de resplandeciente tela verde que dejaba al descubierto los suaves conos de sus pechos con sus rosados pezones.

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