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Authors: Ira Levin

Un día perfecto (16 page)

BOOK: Un día perfecto
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Copo de Nieve volvía. Empezó a decirle de nuevo que se fuera, pero se controló. Inspiró profundamente, con los dientes apretados, y se dio la vuelta.

Rey avanzaba ahora hacia él, con su pelo canoso y su mono reflejando la débil penumbra del pasillo. Se acercó y se detuvo. Se miraron en silencio, luego Rey dijo:

—No tenía intención de hablarte tan secamente.

—¿Cómo es que no has cogido una de estas coronas? —preguntó Chip—. Y un manto. Sólo este medallón..., odio, esto no es suficiente para un auténtico rey pre-U.

Rey guardó silencio un momento, luego dijo:

—Te pido disculpas.

Chip contuvo el aliento, después lo expulsó lentamente.

—Todo miembro que pudiéramos atraer junto a nosotros —dijo— significaría nuevas ideas, nueva información que podríamos aprovechar, posibilidades en las que quizá no hayamos pensado.

—Y también nuevos riesgos —señaló Rey—. Intenta verlo desde mi punto de vista.

—No puedo —reconoció Chip—. Prefiero volver al tratamiento total que seguir así.

—«Seguir así» le parece estupendo a un miembro de mi edad.

—Estás veinte o treinta años más cerca de los sesenta y dos que yo; pero deberías ser de los que desean cambiar las cosas.

—Si el cambio resultara posible, quizá lo fuera —dijo Rey—. Pero quimioterapia más computerización no significan ningún cambio.

—No necesariamente —dijo Chip.

—Sí —insistió Rey—, y no deseo ver que el «seguir así» se nos vaya por la alcantarilla. Incluso el hecho de que tú vengas aquí solo otras noches significa un riesgo añadido. Pero no te ofendas. —Se apresuró a levantar una mano—. No te estoy diciendo que no lo hagas.

—Puedes estar seguro de que seguiré haciéndolo —dijo Chip; y al cabo de un momento—. No te preocupes, soy cuidadoso.

—Bien —dijo Rey—. Y nosotros seguiremos buscando cuidadosamente anormales. Sin dejar señales. —Tendió la mano.

Al cabo de un momento, Chip se la estrechó.

—Ahora vuelve con nosotros —dijo Rey—. Las chicas están preocupadas.

Chip echó a andar junto a él por el pasillo.

—¿Qué fue lo que dijiste antes acerca de que los bancos de memoria eran «monstruos de acero»? —preguntó Rey.

—Eso es lo que son —respondió Chip—. Enormes bloques helados, miles de ellos. Mi abuelo me los mostró cuando era niño. Él ayudó a construir Uni.

—Vaya con el hermano peleador.

—No, lo sentía. Deseaba no haberlo hecho. Cristo y Wei, si estuviera vivo, qué maravilloso miembro tendríamos con nosotros.

La noche siguiente Chip estaba sentado en el almacén, leyendo y fumando, cuando:

—Hola, Chip —dijo Lila, y la vio de pronto en la puerta, con una linterna al lado.

Se puso en pie, con los ojos clavados en ella.

—¿Te importa si te interrumpo? —preguntó.

—Por supuesto que no, me alegra verte —dijo apresuradamente—. ¿Está Rey por aquí?

—No —dijo ella.

—Entra. —Hizo un gesto con la mano.

Ella siguió en la puerta.

—Quiero que me enseñes ese idioma —dijo.

—Me encantará —respondió Chip—. Iba a preguntarte si deseabas la lista del vocabulario. Vamos, entra.

La observó penetrar en la habitación, entonces se dio cuenta de que tenía la pipa en la mano, la dejó a un lado y se dirigió al montón de reliquias. Cogió las patas de una de las sillas que utilizaban, le dio la vuelta y la llevó junto a la mesa. Ella se había metido la linterna en el bolsillo y estaba observando las páginas abiertas del libro que Chip había estado leyendo. Éste dejó la silla en el suelo, arrastró la suya a un lado y situó la otra junto a ella.

Lila volvió el libro y miró su portada.

—Significa «Un motivo para la pasión» —dijo—. Lo cual es bastante obvio. Pero la mayoría de lo que dice el libro no lo es.

Ella volvió a mirar las páginas abiertas.

—Parte de él parece como el italiano —señaló.

—Así es como lo descubrí —dijo él. Sujetó el respaldo de la silla que había traído para ella.

—He estado sentada todo el día —murmuró Lila—. Siéntate tú. Adelante.

Chip se sentó y extrajo sus listas dobladas de debajo de la pila de libros en
français.

—Puedes quedártelas todo el tiempo que quieras —dijo mientras las abría y las extendía sobre la mesa—. Yo ya casi me las sé de memoria.

Le mostró la forma en que los verbos se unían en grupos, siguiendo distintos esquemas de cambio para expresar tiempo y sujeto, y cómo los adjetivos tomaban una u otra forma, según los nombres a los que eran aplicados.

—Es complicado —admitió—, pero, una vez lo captas, la traducción resulta bastante fácil. —Tradujo para ella una página de
Un motivo para la pasión.
Victor, un agente de bolsa de varias compañías industriales, el miembro que llevaba puesto el corazón artificial, estaba reprendiendo a su mujer, Caroline, por haber sido poco amistosa con un abogado influyente.

—Es fascinante —dijo Lila.

—Lo que me sorprende —indicó Chip— es cuántos miembros no productivos tenían. Esos agentes de bolsa y abogados; los soldados y policías, banqueros, recaudadores de impuestos...

—No eran no productivos —dijo ella—. No producían cosas, pero hacían posible que los miembros vivieran como lo hacían. Producían la libertad o al menos la mantenían.

—Sí —murmuró él—, supongo que tienes razón.

—La tengo —afirmó ella, y se retiró inquieta de la mesa.

Chip pensó durante unos instantes.

—Los miembros pre-U —dijo— dejaban de lado la eficiencia... a cambio de la libertad. Nosotros lo hemos hecho a la inversa.

—Nosotros no lo hemos hecho —rectificó Lila—. Fue hecho para nosotros. —Se volvió y se le enfrentó, de pronto dijo—: ¿Crees que es posible que los incurables aún estén vivos?

Él la miró.

—¿Que sus descendientes hayan podido sobrevivir —siguió ella— y tengan... una sociedad en alguna parte? ¿En una isla o en alguna zona que la Familia no esté utilizando?

—Bueno —dijo él, y se frotó la frente—. Seguro que es posible. Los miembros sobrevivían en islas antes de la Unificación, ¿por qué no después?

—Eso creo yo —dijo ella, y se le acercó de nuevo—. Ha habido cinco generaciones desde los últimos...

—Asediados por la enfermedad y las dificultades...

—¡Pero reproduciéndose a voluntad!

—No sé si una sociedad —murmuró él—, pero puede existir una colonia...

—Una ciudad —señaló ella—. Eran los más listos, los más fuertes.

—Vaya idea —admitió él.

—Es posible, ¿no? —Estaba inclinada hacia él, las manos sobre la mesa, sus grandes ojos interrogativos, sus mejillas enrojecidas en un rosa oscuro.

La miró.

—¿Qué es lo que piensa Rey? —preguntó. Ella se echó ligeramente hacia atrás. Como si no pudiera adivinarlo.

De pronto, ella se puso furiosa. Sus ojos llamearon.

—¡Estuviste terrible con él la otra noche! —exclamó.

—¿Terrible? ¿Estuve terrible? ¿Con él?

—¡Sí! —Se apartó de la mesa y se dio la vuelta—. Le interrogaste como si fueras... ¿Cómo has podido pensar alguna vez que él supiera que Uni nos está matando y no nos lo hubiera dicho?

—Sigo creyendo que lo sabía.

Le miró furiosa.

—¡No es cierto! —exclamó—. ¡No guarda secretos conmigo!

—¿Quién eres tú, su consejera?

—¡Sí! —dijo—. Eso es exactamente lo que soy, por si no lo sabías.

—No, no lo eres.

—Lo soy.

—Cristo y Wei —murmuró—. ¿Lo eres realmente? ¿Tú eres una consejera? Ésta es la última clasificación en que hubiera pensado. ¿Cuántos años tienes?

—Veinticuatro.

—¿Y eres su consejera?

Ella asintió.

Chip se echó a reír.

—Había pensado que trabajabas en los jardines —murmuró—. Hueles a flores, ¿sabes? De veras.

—Llevo perfume —dijo ella.

—¿Llevas qué?

—Perfume de flores, es un líquido. Rey lo fabrica para mí.

Se la quedó mirando.

—¡Parfum!
—exclamó dando una palmada en el libro abierto que tenía delante—. Creí que era alguna especie de germicida. La mujer del libro lo echaba en su baño. ¡Claro! —Rebuscó entre las listas, tomó su pluma, tachó algo y escribió—. Estúpido de mí —dijo—.
Parfum
equivale a «perfume». Flores en un líquido. ¿Cómo lo hizo?

—No lo acuses de engañarnos.

—Está bien, no lo haré. —Dejó la pluma sobre la mesa.

—Todo lo que tenemos —murmuró ella— se lo debemos a él.

—Pero, ¿qué es? —murmuró él—. Nada..., a menos que lo usemos para intentar algo más. Y él no parece desear que lo hagamos.

—Es más sensato que nosotros.

La miró, estaba de pie a unos metros de distancia de él, ante el montón de reliquias.

—¿Qué harías tú —preguntó Chip— si descubriéramos que existe una ciudad de incurables?

Los ojos de ella se clavaron en los de él.

—Iría allí —dijo.

—¿Para vivir de plantas y animales?

—Si es necesario. —Contempló el libro, avanzó una mano hacia él—. Victor y Caroline parece que disfrutaban de su comida.

Chip sonrió y dijo:

—Eres realmente una mujer pre-U, ¿no?

Ella no dijo nada.

—¿Me dejarías ver tus pechos? —preguntó de pronto él.

—¿Por qué?

—Siento curiosidad, eso es todo.

Ella abrió la parte superior de su mono y apartó los dos lados. Sus pechos eran dos blandos conos de un rosa oscuro que se agitaban suavemente con su respiración, tensos en su parte superior y redondeados por abajo. Sus pezones, planos y rosados, parecieron contraerse y hacerse más oscuros mientras él los miraba. Se sintió extrañamente excitado, como si hubiera sido acariciado.

—Son hermosos —dijo.

—Lo sé —Cerró el mono y apretó el cierre—. Es otra cosa que le debo a Rey. Creía que era el miembro más feo de toda la Familia.

—¿Tú?

—Hasta que Rey me convenció de que no era así.

—De acuerdo —admitió Chip—, le debes a Rey mucho. Todos se lo debemos. ¿Para qué has venido a verme?

—Ya te lo dije. Para aprender ese idioma.

—Tonterías —dijo él. Se puso en pie—. Quieres que empiece a buscar lugares que la Familia no usa, señales de que tu ciudad existe. Porque yo lo haré y él no; porque yo no soy «sensato», ni viejo, ni me contento con hacer parodias de la televisión.

Ella echó a andar hacia la puerta, pero él la retuvo por el hombro y le hizo dar la vuelta.

—¡Quédate aquí! —dijo. Ella pareció asustada. Chip la sujetó por la barbilla y besó su boca. Aferró su cabeza entre sus dos manos y apretó su lengua contra sus dientes. Ella apretó las manos contra su pecho e intentó apartar la cabeza. Chip pensó que finalmente iba a ceder y aceptar su beso, pero no lo hizo: siguió debatiéndose con creciente vigor, y finalmente la soltó y ella se apartó bruscamente.

—Eso... ¡Eso es terrible! —dijo ella—. ¡Forzarme! Eso es... ¡Nunca me había sentido así en mi vida!

—Te quiero —dijo Chip.

—Mírame, estoy temblando —murmuró ella—. Wei Li Chun, ¿es así como amas, convirtiéndote en un animal? ¡Es horrible!

—Soy un ser humano —respondió él—. Como tú.

—No —dijo ella—, yo nunca haría daño a nadie, ¡ni nunca forzaría a nadie de esta forma! —Se sujetó la mandíbula y la movió.

—¿Cómo crees que besan los incurables? —preguntó él.

—Como humanos, no como animales.

—Lo siento —dijo él—. Te quiero.

—Bien —aceptó ella—. Yo también te quiero..., de la misma forma que quiero a Leopardo, a Copo de Nieve y a Gorrión.

—No es eso lo que quiero decir.

—Pero sí lo que yo quiero decir. —Le miró fijamente. Avanzó de lado hacia la puerta y dijo—: No vuelvas a hacerlo nunca. ¡Es terrible!

—¿No quieres las listas? —preguntó Chip.

Pareció que iba a decir que no; dudó, y luego dijo:

—Sí. Para eso vine.

Chip se volvió y recogió las listas de encima de la mesa, las dobló todas juntas, y cogió
Père Goriot
del montón de libros. Se los tendió.

—No quería hacerte daño —murmuró.

—Está bien —dijo ella—. Pero no vuelvas a hacerlo.

—Buscaré lugares que la Familia no esté usando —dijo él—. Iré a mirar los mapas en el MLF y veré si...

—Ya lo he hecho —dijo ella.

—¿Minuciosamente?

—Tanto como me ha sido posible.

—Lo haré de nuevo —dijo él—. Es la única forma de empezar. Milímetro a milímetro.

—De acuerdo —dijo ella.

—Espera un segundo. Yo también me voy.

Ella aguardó mientras él recogía sus cosas de fumar y dejaba de nuevo la habitación ordenada. Salieron juntos cruzando la sala de exhibición y por la inmóvil escalera mecánica.

—Una ciudad de incurables —dijo él.

—Es posible —respondió ella.

—Vale la pena intentarlo —reconoció él.

Salieron a la calle.

—¿En qué dirección vas? —preguntó Chip.

—Hacia el oeste.

—Iré unas manzanas contigo.

—No —rechazó ella—. Cuanto más tiempo estés fuera, más posibilidades hay de que alguien te vea no tocar.

—Toco el borde del escáner y lo bloqueo con mi cuerpo. Es muy ingenioso.

—No —insistió ella—. Por favor, ve por tu lado.

—De acuerdo —admitió él—. Buenas noches.

—Buenas noches.

Apoyó una mano en el hombro de ella y le dio un beso en la mejilla.

Ella no se apartó. Estaba tensa bajo su mano, como aguardando algo.

Chip besó sus labios. Eran cálidos y suaves, ligeramente entreabiertos, y ella se volvió y se alejó.

—Lila —dijo, y echó a andar tras ella.

Lila se volvió y dijo precipitadamente.

—No. Por favor, Chip, vete. —Le dio la espalda y se alejó a toda prisa.

Chip se quedó inmóvil, sin saber qué hacer. Vio a otro miembro que avanzaba hacia ellos.

La contempló marcharse, odiándola, amándola.

5

Noche tras noche cenaba rápidamente (pero no demasiado rápidamente), luego se dirigía al Museo de los Logros de la Familia y estudiaba su laberinto de mapas iluminados que llegaban hasta el techo hasta el cierre de las diez de la televisión. Una noche fue allá después del último campanilleo —una caminata de una hora y media—, pero no pudo leer los mapas a la luz de la linterna, sus marcas se perdían con el resplandor. No creyó que fuera sensato encender las luces internas, las cuales, unidas como parecían estar a la iluminación de toda la sala, podían producir un consumo de energía que alertara a Uni. Un domingo llevó allí a Mary KK, la envió a ver la exhibición del «Universo del Mañana», y estudió los mapas durante tres horas seguidas.

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