—Más que matar a un esclavista. Tres días, Grazdan. Decídselo. Al anochecer del tercer día estaré en Yunkai, tanto si me abrís las puertas como si no.
Ya había oscurecido cuando los yunkai'i salieron del campamento. La noche prometía ser oscura, sin luna y sin estrellas, pero con un viento gélido que soplaba del oeste.
«Luna nueva, excelente», pensó Dany. Las hogueras ardían por doquier como diminutas estrellas rojas dispersas entre la colina y el prado.
—Ser Jorah —dijo—, convocad a mis jinetes de sangre.
Dany se sentó entre cojines para aguardarlos, rodeada por sus dragones.
—Una hora después de medianoche será buen momento —dijo cuando estuvieron todos reunidos.
—Sí,
khaleesi
—respondió Rakharo—. ¿Buen momento para qué?
—Para atacar.
—Dijisteis a los mercenarios... —dijo Ser Jorah Mormont con el ceño fruncido.
—Que quería que me respondieran por la mañana. No dije nada de lo que pasaría esta noche. Los Cuervos de Tormenta estarán discutiendo mi ofrecimiento. Los Segundos Hijos se habrán emborrachado con el vino que regalé a Mero. Y los yunkai'i creen que cuentan con tres días. Los venceremos bajo el manto de oscuridad.
—Habrán dispuesto exploradores para que nos vigilen.
—No verán más que cientos de fuegos de campamento —señaló Dany—. Si es que ven algo.
—
Khaleesi
—intervino Jhogo—, yo me puedo encargar de esos exploradores. No son jinetes, son esclavistas a caballo.
—Cierto —asintió—. En mi opinión, deberíamos atacar desde tres puntos. Gusano Gris, tus Inmaculados cargarán desde la derecha y la izquierda, mientras que mis
kos
irán al frente de los jinetes en formación de cuña para atacar por el centro. Unos soldados esclavos no tendrán nada que hacer contra dothrakis a caballo. —Sonrió—. Aunque claro, sólo soy una niña que no comprende el arte de la guerra. ¿Qué opinan mis señores?
—Que sois la hermana de Rhaegar Targaryen —dijo Ser Jorah con una sonrisa triste.
—Sí —asintió Arstan Barbablanca—, y también sois una reina.
Tardaron una hora en ultimar todos los detalles.
«Ahora llega el momento más peligroso», pensó Dany mientras sus capitanes se ponían en marcha para cumplir las órdenes. Lo único que podía hacer era rezar para que la oscuridad de la noche ocultara los preparativos a sus enemigos.
Cerca de la medianoche, Dany sufrió un sobresalto cuando Ser Jorah entró casi empujando a un lado a Belwas el Fuerte.
—Los Inmaculados han capturado a uno de los mercenarios, que trataba de colarse en el campamento.
—¿Un espía? —La mera idea resultaba aterradora. Si habían atrapado a uno, otros podían habérseles escapado.
—Dice que viene a traer regalos. Es el idiota de amarillo con el pelo azul.
«Daario Naharis.»
—Ah, ése. Escucharé lo que tenga que decirme.
Cuando el caballero exiliado lo hizo entrar, Dany no pudo por menos que preguntarse si habrían existido jamás dos hombres tan diferentes. El tyroshi era rubio y de piel clara, y Ser Jorah, moreno y atezado; el tyroshi era liviano mientras que el caballero era recio; uno de largo pelo rizado, que al otro le empezaba a ralear, pero el primero tenía la piel suave mientras que Mormont era velludo. Y su caballero vestía con sencillez, al tiempo que el otro haría que un pavo real pareciera deslustrado, aunque aquella noche se había puesto una gruesa capa negra sobre el atuendo amarillo. Llevaba al hombro un pesado saco de lona.
—
¡Khaleesi!
—exclamó—. Os traigo regalos y buenas nuevas. Los Cuervos de Tormenta son vuestros. —Cuando sonrió, un diente de oro le brilló en la boca—. ¡Igual que Daario Naharis!
Dany estaba indecisa. Si aquel tyroshi había ido a espiarlos, aquella declaración podía no ser más que un intento desesperado para salvarse.
—¿Qué dicen de esto Prendahl na Ghezn y Sallor?
—Poca cosa. —Daario volcó el saco y las cabezas de Sallor el Calvo y Prendahl na Ghezn rodaron por las alfombras—. Son mis obsequios para la reina dragón.
Viserion
olisqueó la sangre que rezumaba del cuello de Prendahl y lanzó una llamarada que dio de pleno en la cara del muerto, y ennegreció y chamuscó las mejillas cadavéricas.
Drogon
y
Rhaegal
se agitaron ante el olor de la carne asada.
—¿Habéis sido vos? —preguntó Dany, asqueada.
—En persona.
Si la presencia de los dragones ponía nervioso a Daario Naharis, lo disimulaba muy bien. Les prestaba tanta atención como si fueran tres gatitos que jugaran con un ratón.
—¿Por qué?
—Porque sois muy hermosa. —Tenía unas manos largas y fuertes, y en los duros ojos azules y la nariz ganchuda había algo que sugería la ferocidad de una espléndida ave de presa—. Prendahl hablaba mucho y decía muy poco. —El atuendo que lucía era rico, pero estaba muy usado. Tenía manchas de sal en las botas, el esmalte de las uñas descascarado y los encajes manchados de sudor, y Dany vio que el borde de la capa se le empezaba a deshilachar—. Y Sallor se metía los dedos en la nariz como si tuviera mocos de oro.
Estaba de pie, con las manos cruzadas por las muñecas y las palmas sobre los pomos de las armas: un
arakh
dothraki en la cadera izquierda, y un estilete myriense en la derecha. Las empuñaduras eran dos mujeres de oro, desnudas y lascivas.
—¿Sabéis utilizar esas bellas armas? —preguntó Dany.
—Si los muertos pudieran hablar, Prendahl y Sallor os lo dirían. No doy un día por vivido si no he amado a una mujer, matado a un enemigo y tomado una buena comida... y los días que he vivido son tan incontables como las estrellas del cielo. Convierto una matanza en algo hermoso, y más de un malabarista, más de un danzarín del fuego, ha llorado y suplicado a los dioses ser la mitad de rápido que yo y tener tan sólo una cuarta parte de mi gracia. Podría deciros los nombres de todos los hombres a los que he matado, pero antes de que me diera tiempo a terminar, vuestros dragones serían grandes como castillos, las murallas de Yunkai se habrían convertido en polvo amarillento y el invierno habría llegado, habría pasado y habría llegado de nuevo.
Dany se echó a reír. Le gustaba la fanfarronería de aquel tal Daario Naharis.
—Desenvainad la espada y prestadme juramento.
En un abrir y cerrar de ojos el
arakh
de Daario estuvo desenvainado. Su reverencia fue tan extravagante como todo en él, un amplio arco que le llevó la cara a la altura de los pies.
—Mi espada es vuestra. Mi vida es vuestra. Mi amor es vuestro. Mi sangre, mi cuerpo, mis canciones... todo está en vuestras manos. Viviré y moriré a vuestras órdenes, hermosa reina.
—Entonces —dijo Dany—, vivid y luchad por mí esta noche.
—No creo que sea buena idea, mi reina. —Ser Jorah clavó una mirada gélida en Daario—. Dejemos a éste aquí, bien vigilado, hasta que termine la batalla con nuestra victoria.
Dany lo pensó un momento, pero hizo un gesto de negación.
—Si pone de nuestra parte a los Cuervos de Tormenta, la sorpresa estará garantizada.
—Y si os traiciona, la habremos perdido.
Dany volvió a bajar la vista hacia el mercenario. Él le dedicó una sonrisa tan radiante que la hizo sonrojar y volver la cara.
—No me traicionará.
—¿Cómo lo sabéis?
—Me parece que eso es una prueba de su sinceridad —dijo señalando los pedazos de carne calcinada que los dragones estaban consumiendo pedacito a sangriento pedacito—. Daario Naharis, tened preparados a los Cuervos de Tormenta, listos para atacar la retaguardia yunkia cuando comience la batalla. ¿Podréis regresar sin problemas?
—Si me detienen, diré que he salido a patrullar y que no he visto nada.
El tyroshi se puso en pie, hizo una reverencia y salió. Ser Jorah Mormont se quedó en la tienda.
—Alteza —dijo con tono demasiado brusco—, habéis cometido un error. No sabemos nada de ese hombre...
—Sabemos que lucha bien.
—Querréis decir que sabemos que habla bien.
—Nos aporta a los Cuervos de Tormenta.
«Y tiene los ojos azules.»
—Quinientos mercenarios de dudosa lealtad.
—En momentos como éstos todas las lealtades son dudosas —le recordó Dany.
«Y yo voy a sufrir dos traiciones más, una por oro y otra por amor.»
—Daenerys, os triplico la edad —insistió Ser Jorah—. He visto lo falsos que son los hombres. Hay pocos dignos de confianza, y Daario Naharis no está entre ellos. Hasta el color de su barba es falso.
Aquello la enfureció.
—Mientras que vuestra barba es honesta y sincera, ¿verdad? ¿Eso es lo que estáis insinuando? ¿Que sois el único hombre en el que debería confiar?
—No he dicho semejante cosa. —Se puso rígido.
—Lo decís todos los días. Pyat Pree es un mentiroso, Xaro es un intrigante, Belwas un fanfarrón, Arstan un asesino... ¿creéis que sigo siendo una chiquilla virgen que no oye las palabras que hay tras las palabras?
—Alteza...
—Jamás he tenido un amigo mejor que vos —le cortó bruscamente Dany, encendida—, habéis sido para mí mejor hermano de lo que lo fue Viserys en toda su vida. Sois el primero de la Guardia de la Reina, el comandante de mi ejército, mi consejero más valorado, mi mano derecha... Os tengo en gran estima, os respeto y os aprecio... pero no os deseo, Jorah Mormont, y me estoy hartando de que intentéis apartar de mí al resto de los hombres para que tenga que depender de vos y sólo de vos. No lo conseguiréis y tampoco conseguiréis que así os quiera más.
Al principio Mormont se había puesto rojo, pero cuando Dany terminó volvía a estar pálido.
—Si mi reina lo ordena... —dijo cortante, frío.
—Vuestra reina lo ordena —dijo Dany. Echaba suficiente fuego por los dos—. Y ahora marchaos a encargaros de los Inmaculados, ser. Tenéis una batalla por delante.
Cuando hubo salido, Dany se dejó caer entre los cojines junto a los dragones. No había tenido intención de ser tan brusca con Ser Jorah, pero sus constantes sospechas habían terminado por despertar al dragón.
«Me perdonará —se dijo—. Soy su señora.» Dany empezaba a preguntarse si no se habría equivocado con respecto a Daario. De repente se sentía muy sola. Mirri Maz Duur le había prometido que jamás daría a luz un niño con vida. «La Casa Targaryen terminará conmigo.» Aquello la entristecía.
—Tenéis que ser mis hijos —le dijo a los dragones—. Mis tres hijos fieros. Arstan dice que los dragones viven más que las personas, así que seguiréis existiendo cuando yo haya muerto.
Drogon
curvó el cuello para mordisquearle la mano. Tenía unos dientes muy afilados, pero cuando jugueteaba así jamás le arañaba la piel. Dany se echó a reír y lo sacudió adelante y atrás hasta que rugió y sacudió la cola como un látigo.
«La tiene más larga que ayer —advirtió—, y mañana será más larga todavía. Están creciendo muy deprisa, cuando sean adultos dispondré de alas.» A lomos de un dragón podría llevar a sus hombres a la batalla, como había hecho en Astapor, pero por el momento eran aún demasiado pequeños para cargar con su peso.
El campamento se quedó en silencio cuando pasó la medianoche. Dany permaneció en el pabellón con sus doncellas, mientras Arstan Barbablanca y Belwas el Fuerte montaban guardia. «Lo peor es la espera.» Estar sentada en la tienda, cruzada de brazos mientras la batalla tenía lugar sin ella, hacía que Dany volviera a sentirse como una niña.
Las horas se arrastraron a paso de tortuga. Dany estaba demasiado inquieta para dormir, ni siquiera la ayudó que Jhiqui le aliviara la tensión de los hombros. Missandei se ofreció a cantarle una nana del Pueblo Pacífico, pero Dany sacudió la cabeza.
—Haced venir a Arstan —ordenó.
El anciano llegó y la encontró arropada en su piel de
hrakkar
, cuyo olor rancio aún le recordaba a Drogo.
—No puedo conciliar el sueño mientras hay hombres que mueren por mí, Barbablanca —dijo—. Cuéntame más cosas de mi hermano Rhaegar. Me gustó la historia que me relataste en el barco, sobre cómo decidió hacerse guerrero.
—Su Alteza es muy amable.
—Viserys decía que nuestro hermano ganó muchos torneos.
—No me corresponde a mí negar las palabras de Su Alteza... —dijo Arstan inclinando la cabeza canosa con respeto.
—Pero... —lo interrumpió Dany—. Te ordeno que me cuentes la verdad.
—La destreza del príncipe Rhaegar era incuestionable, pero rara vez tomaba parte en las justas. No le gustó nunca la canción de las espadas tanto como a Robert o a Jaime Lannister. Era algo que tenía que hacer, una tarea que el mundo le imponía. Lo hacía bien, porque lo hacía bien todo. Estaba en su naturaleza. Pero no disfrutaba con ello. Se solía decir que le gustaba el arpa mucho más que la lanza.
—Pero algún torneo ganaría, ¿verdad? —dijo Dany, decepcionada.
—Cuando era joven, Su Alteza cabalgó de forma excepcional en un torneo en Bastión de Tormentas; derrotó a Lord Steffon Baratheon, a Lord Jason Mallister, a la Víbora Roja de Dorne y a un caballero misterioso que luego resultó ser el infame Simon Toyne, jefe de los forajidos del Bosque Real. Aquel día rompió doce lanzas contra Ser Arthur Dayne.
—Entonces, sería el campeón.
—No, Alteza. Tal honor correspondió a otro caballero de la Guardia Real, que desmontó al príncipe Rhaegar en la última justa.
—Bueno, ¿qué torneos ganó mi hermano? —Dany no quería oír cómo habían desmontado a Rhaegar.
El anciano titubeó.
—Ganó el torneo más importante de todos, Alteza.
—¿Cuál? —insistió Dany.
—El que organizó Lord Whent en Harrenhal, junto al Ojo de Dioses, el año de la falsa primavera. Fue un acontecimiento. Además de las justas, hubo un combate cuerpo a cuerpo a la antigua usanza, en la que lucharon siete equipos de caballeros, y también competiciones de tiro con arco y de lanzamiento de hachas, una carrera de caballos, un torneo de bardos, un espectáculo de cómicos, así como muchos festines y diversiones. Lord Whent era tan rico como generoso. Los espléndidos premios que anunció atrajeron a cientos de participantes. Hasta vuestro señor padre fue a Harrenhal, y eso que no había salido en muchos años de la Fortaleza Roja. Los más grandes señores y los campeones más fuertes de los Siete Reinos cabalgaron en aquel torneo, y el príncipe de Rocadragón los venció a todos.
—¡Pero ése fue el torneo en el que coronó reina del amor y la belleza a Lyanna Stark! —exclamó Dany—. La princesa Elia estaba presente, era su esposa, pero mi hermano entregó la corona a la Stark y luego se la arrebató a su desposado. ¿Cómo pudo hacer semejante cosa? ¿Es que la dorniense lo trataba muy mal?