Tea-Bag (11 page)

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Authors: Henning Mankell

BOOK: Tea-Bag
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—Verás como todo irá bien. Cuando se den cuenta de que eres alguien en quien se puede confiar empezarán a venir menos personas.

—No me importa cuántos vengan. Estoy aquí para hablar con una sola chica. Llévame de nuevo a la estación.

—En realidad viene una persona más.

—¿Quién?

—Un periodista.

—¿Cómo se ha enterado de esto?

—Hablé con él.

—¡Maldita sea!

—Podrás imaginarte lo que va a escribir si traicionas a estas muchachas tan desprotegidas ya en nuestra sociedad.  

Jesper Humlin se quedó sentado en silencio con el picaporte en la mano. «¿Por qué no escucha nadie lo que digo?», pensó. «¿Por qué vienen cincuenta personas cuando estoy aquí para hablar con una sola?»

La fila de coches empezaba a moverse. La nieve caía más densa. Cuando llegaron a Stensgården y al club de boxeo, Jesper Humlin sintió más que nada ganas de ponerse a llorar. Pero siguió a Pelle Törnblom y entraron en la habitación, que estaba llena a rebosar. Había sentadas personas de todas las edades y aspectos, apretujadas unas contra otras. Vio a muchos ancianos y niños pequeños que daban grandes gritos. El ambiente estaba impregnado de aromas de especias exóticas que Jesper Humlin no reconoció.

Se quedó en la puerta. En una apartada y solitaria mesa del local estaba sentada Leyla con sus amigas. Para su sorpresa, una de ellas era Tea-Bag.

Dio media vuelta. Pelle Törnblom le interceptó la retirada.

Sólo había un camino para él.

Capítulo 6

Esa misma noche, a las diez y cuarto, un enorme cíngaro finlandés llamado Haiman golpeó a Jesper Humlin. El motivo fue que Jesper Humlin le había dado unas palmaditas en la cara a su sobrina Sacha de un modo que al tío le había parecido demasiado atrevido. Sacha no era una de las amigas de Leyla, y el motivo por el que Jesper Humlin le había dado unas palmaditas en la mejilla nunca se supo del todo. Pero el golpe que él recibió fue fuerte. Haiman había practicado durante muchos años en sus ratos libres, junto con algunos amigos, una especie de rugby casero en un campo por Frölunda. Su puño encontró a Jesper Humlin, que estaba totalmente desprevenido, en la mejilla izquierda y lo lanzó directo contra una pared, luego cayó al suelo. Según Pelle Törnblom —que había visto muchas peleas en su vida— era uno de los noqueos más bonitos que había presenciado.

Cuando Jesper Humlin se despertó, como una hora más tarde, estaba tumbado en una camilla en el servicio de urgencias del hospital Sahlgrenska que, como siempre, estaba atestado. Pelle Törnblom se encontraba a su lado cuando abrió los ojos. Transcurrieron unos minutos antes de que Jesper Humlin, en su turbada conciencia, pudiera recordar qué había ocurrido.

—Los médicos han dicho que la mandíbula no está fracturada. Has tenido suerte.

—¿Suerte? —preguntó Jesper Humlin con un hilo de voz. Sentía como si el dolor le cortara la garganta.

—No oigo lo que dices.

Pelle Törnblom sacó del bolsillo un pedazo de papel y un bolígrafo y se los dio a Jesper Humlin, que escribió su pregunta: «¿Qué ha pasado en realidad?».

—Fue un malentendido. Después todos se pusieron muy tristes. Hay más de veinte personas esperando fuera de aquí para saber cómo estás. Quieren entrar para saludarte. Están muy preocupados.

Jesper Humlin, horrorizado, negó con la cabeza.

—No van a venir hasta que se lo permitas. Sólo fue un malentendido. Un choque cultural sin importancia.

Pelle Törnblom lo miró tratando de transmitirle ánimo y le dio unas palmadas en el hombro. El dolor de la mejilla aumentó al instante.

—Éstas son las experiencias que buscas enseñando a escribir a estas muchachas.

Con la mano temblándole de indignación, Jesper Humlin escribió: «No quiero que un loco me golpee en la mandíbula».

—Haiman es normalmente un hombre muy tranquilo. Pero le pareció que fuiste demasiado atrevido. No tienes que dar palmaditas en la mejilla a las chicas. Se puede interpretar mal. Pero has tenido suerte. Los médicos creen que no tienes conmoción cerebral. Pero por seguridad debes quedarte hasta mañana por la mañana.

Jesper Humlin continuó escribiendo.

«Quiero irme a casa. No volveré nunca por aquí.»

—Claro que vas a volver. Sólo te sientes un poco impresionado. Todos estaban encantados con la velada. Estuviste brillante. Esto va a ser todo un éxito.

Sobre la cabeza de Jesper Humlin colgaba una potente lámpara que le daba directamente en el rostro. Miró a Pelle Törnblom y movió la cabeza despacio. Si hubiera podido, le habría golpeado. Escribió de nuevo en el papel pidiéndole que dijera a los que esperaban que deseaba no tener que ver a ninguno de ellos nunca más. Pelle Törnblom, comprensivo, hizo una señal con la cabeza y desapareció detrás de una cortina. Jesper Humlin se palpó la mejilla, la tenía muy inflamada. El dolor palpitaba dentro de la piel. Pelle Törnblom volvió.

—Se han alegrado de saber que estás bien. Esperan verte de nuevo. Les he dicho que te ha parecido una tarde muy fructífera.

Jesper Humlin escribió furiosamente en el papel: «Vete de aquí».

—Estoy esperando a Amanda. Va a quedarse contigo algunas horas. Mañana te recogeré y te llevaré a la estación o al aeropuerto. Tenemos que decidir cuándo vas a volver.

Jesper Humlin maldijo en silencio y cerró los ojos. Oyó que Pelle Törnblom desaparecía tras la cortina. Trató de abstraerse del dolor retrocediendo y pensando qué había ocurrido durante la tarde, antes de que la oscuridad cayera sobre él de forma inesperada.

Pelle Törnblom había ido todo el rato detrás de él para evitar que se fuera. Cuando entró en la habitación, se produjo un silencio repentino. Percibió que todas las miradas se dirigían hacia él. Luego empezó de nuevo el murmullo, más alto esta vez. Trató de evitar ver a todas esas personas mirándolo asustadas a los ojos, mientras él se abría camino hacia la mesa donde Leyla, Tea-Bag y otra chica más lo esperaban sentadas. Había una silla vacía y pensó, cada vez más desesperado, que cuando se sentara tenía que saber cómo manejar la situación.

Por algún motivo impreciso, mientras se abría camino hacia la silla, empezó a pensar de repente en su agente de Bolsa. Tal vez porque el caos de la habitación recordaba lejanamente las imágenes de las distintas Bolsas que se veían por televisión. O la explicación era tan simple como que no había tenido contacto desde hacía una semana con Anders Burén, que era su agente de Bolsa y se encargaba de sus inversiones. Durante varios años habían dado un beneficio asombroso. Pero ahora sus acciones se tambaleaban como todos los demás valores en las cada vez más inquietas Bolsas del mundo.

«Si sobrevivo a esto, tengo que llamarlo mañana por la mañana», pensó. Y enseguida empezó a preocuparse porque justo en ese momento, mientras se abría paso entre las sillas, algo dramático estaba ocurriendo en alguna Bolsa lejos de allí cuya repercusión haría desaparecer todas sus inversiones. Cuando llegó a la mesa cesaron los murmullos. Saludó a Tea-Bag, pero fue Leyla la que alargó la mano para saludarlo. Tea-Bag parecía expectante. La tercera muchacha estaba sentada mirando hacia otro lado.

Darle la mano a Leyla fue como si agarrara un pez muerto y sudoroso. «Pero los peces no sudan», pensó confuso. «Y las muchachas deben de sudar cuando están nerviosas. Tal vez pueda utilizar esta imagen en alguna colección de poemas que probablemente nunca escribiré. Mi futuro lo forman actualmente dos libros que nunca voy a escribir. Uno de ellos se está promocionando en este momento a toda velocidad.»

Jesper Humlin tomó la mano que ella le alargaba, con miedo a perder el equilibrio si la soltaba. Saludó amablemente. Por la parte del fondo de la habitación, alguien empezó a aplaudir enseguida.

—Veo que has traído a algunas amigas —dijo tratando de sonar amable.

—Querían asistir. A Tea-Bag ya la conoces.

Jesper Humlin le tomó la mano. Al apretarla demasiado fuerte, ella la retiró. No logró entender el nombre de la tercera muchacha. Esta no extendió la mano en ningún momento. Seguía sentada con la cara hacia el otro lado. Él se sentó en la silla vacía. En ese mismo momento se levantaron un grupo de personas que se encontraban sentadas al fondo de la habitación y empezaron a abrirse camino hacia la mesa.

—Son mis padres —dijo Leyla.

—¿Todos?

—Los dos más altos de los lados son mi hermano y mi hermana. Los del centro son mi madre y mi padre.

Leyla señalaba con el dedo. Jesper Humlin sólo alcanzó a ver que los cuatro eran igual de bajos.

—Es mi familia —dijo Leyla—. Quieren saludar.

—Creía que sólo vendría tu hermano —contestó Jesper Humlin.

—Tengo tres hermanos. Además está aquí mi abuela. Y las dos hermanas de mi padre.

Jesper Humlin saludó por orden a los miembros de la familia. Lo miraban con amabilidad, pero examinándolo a la vez. Jesper Humlin oyó sus nombres aunque los olvidó enseguida. Una vez acabada la ceremonia, empezó la ruidosa retirada de la familia entre las complicadas sillas. Jesper Humlin sintió cómo le corría el sudor por dentro de la camisa. Las ventanas estaban aseguradas con clavos. Lanzó una mirada a Pelle Törnblom, que se hallaba junto a la puerta como un portero. Empezó a sentir pánico y maldijo el hecho de que, por una vez, había olvidado los comprimidos tranquilizantes que llevaba normalmente en el bolsillo.

—Ésta es Tanja —dijo Leyla señalando a la muchacha que estaba sentada con la cabeza hacia el otro lado.

Jesper Humlin esperaba que empezara a oírse el chirrido de las sillas. Pero no llegó nadie. Parecía que Tanja estaba sola.

—¿De dónde eres?

—Es de Rusia —contestó Leyla.

—¿Así que quieres acompañarnos y aprender a escribir? ¿Para contar tus historias?

—Ella ha vivido más cosas que todas las demás —dijo Leyla—. Pero no cuenta mucho.

Al parecer era una observación del todo correcta. Durante la tarde, Tanja no dijo ni una palabra. Jesper Humlin la miraba de vez en cuando a hurtadillas. Adivinó que era la mayor de todas, tendría tal vez veinticinco o veintiséis años. Era todo lo contrario de Leyla, delgada, con el rostro alargado y el cabello moreno que le caía por los hombros. Estaba tensa y miraba continuamente hacia un punto lejano. Jesper Humlin se dio cuenta de que, aunque usara toda su imaginación e intuición, no tenía la menor idea de lo que pensaba la muchacha. También notó que empezaba a sentirse atraído por ella, con la característica mezcla de inquietud y seducción.

Al lado de Tanja estaba sentada la chica que ya había conocido en Mölndal, la que se llamaba Tea-Bag y le había formulado la pregunta que tal vez era el verdadero motivo por el que había vuelto ahora a Stensgården. En esa ocasión le dio la impresión de ser abierta y decidida. Ahora parecía desconcertada e insegura y nunca le miraba a los ojos.

El murmullo del local cesó de pronto. Jesper Humlin se dio cuenta de que había llegado el director de orquesta y de que el director era precisamente él. Tenía que hacer algo. Se volvió hacia Leyla.

—¿Por qué quieres aprender a escribir realmente?

—Quiero ser actriz de telenovela.

Jesper Humlin se quedó cortado.

—¿Actriz de telenovela?

—Quiero salir por televisión. En una serie que dan todas las tardes desde hace diez años.

—No creo que pueda ayudarte en eso. Aquí no vamos a dedicarnos mucho a las telenovelas.

Jesper Humlin no sabía cómo asimilar aquello. Toda la situación le parecía imposible. El murmullo en la sala había empezado de nuevo. Tenía ante sí a Leyla, que sudaba y quería ser actriz de telenovela; a Tanja, con su cara mirando hacia otro lado, y a Tea-Bag, a la que no reconocía. Para darse tiempo para pensar señaló los cuadernos que las chicas tenían ante sí. Descubrió que sobre cada uno de ellos aparecía el sello del Club de Boxeo Törnblom.

—Quiero que escribáis dos cosas —comenzó a decir, e inmediatamente fue interrumpido por alguien que se hallaba sentado al fondo de la sala y que le pidió con acento extranjero que hablara más alto—. En realidad esto no es una conferencia —gritó—. Pero quiero que las chicas escriban la respuesta a dos preguntas que voy a hacerles: ¿Por qué queréis estar aquí y aprender a escribir? Esa es la primera pregunta. La segunda es: ¿Qué desearíais ser en el futuro?

Un murmullo de expectación y asombro se extendió por el local. Mientras tanto, Pelle Törnblom se había abierto camino hacia la mesa con un vaso en la mano.

—¿No se puede abrir una ventana? Aquí hace muchísimo calor.

—Tenemos muchos robos. Me he visto obligado a asegurar las ventanas con clavos.

—¡Estoy a punto de asfixiarme aquí dentro!

—Llevas puesta demasiada ropa. Pero esto va bien. Muy bien.

—Esto va fatal. Estoy a punto de volverme loco. Si no logramos que entre aire, voy a desmayarme. No quiero desmayarme. En realidad debería matarte.

—No podrás, soy más fuerte que tú. Esto va bien. Muy bien.

Pelle Törnblom volvió a la puerta. Las chicas se pusieron a escribir. «¿Qué hago después?», pensó Jesper Humlin sintiendo cómo aumentaba su desesperación. Decidió no hacer nada. Sólo juntar los trozos de papel, leer sus respuestas y luego pedir a cada una de ellas que para la próxima vez —aunque no habría próxima vez— escribieran una breve historia acerca de qué impresión guardaban de esa tarde. Después podría dejar aquella habitación asfixiante y, en el mejor de los casos, llegar a tiempo al último tren o vuelo que lo llevara a Estocolmo. Estaba decidido a no volver nunca. Pasó la mirada por todas las personas que había sentadas mirándolo. Una mujer que estaba amamantando un niño lo saludó con una alentadora inclinación de cabeza. Jesper respondió al saludo con amabilidad. Luego juntó las hojas de papel. No pensaba leer lo que había escrito cada una de ellas. Para asegurarse de que no iba a recibir protestas incontroladas, se volvió hacia Leyla para decirle algo al oído.

—Quiero que digas a todas las personas que están aquí que lo que pone en los papeles es una confidencia entre vosotras y yo. No pienso leer en voz alta lo que habéis contestado.

Ella lo miró asustada.

—No es posible. Además, no conozco todos los idiomas que hablan.

—¿Supongo que entenderán algo de sueco?

—No es seguro.

—¿Por qué no puedes decirles que lo que pone en las hojas de papel es un asunto sólo entre nosotros?

—Mis hermanos pueden creer que te envío un mensaje secreto.

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