Saga Vanir - El libro de Jade (56 page)

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—Está bien.

Ja

Aileen sonrió abiertamente y la abrazó con fuerza. —Gracias —susurró.
deor

—No es tan difícil como crees —le dijo. —Sólo te hace falta desearlo. Antes te dije que la mente
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obedece a unos patrones. Imagínate una pared de hormigón. Cuanto más duro sea el material,
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más difícil será que entren en ti. Es así de fácil.

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—¿Y así debo actuar con todo? ¿Ya está? —preguntó incrédula.

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—Sí —contestó Daanna. —Cuando quieras mover cosas, visualiza ese objeto ya en movimiento
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y dirigiéndose a donde tú lo quieres llevar. ¿Quieres hablar con los animales? Visualízate a ti
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misma como uno de ellos y háblales. Corre y salta como desees. Llegarás tan alto como necesites y

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tan rápido como imagines. No es tan difícil porque está en nuestro código genético, son nuestros
nel

dones. Los vanirios que instruyen a los pequeños tienen que enseñarles todo tipo de códigos
Va

morales para que no abusen de sus poderes y no se vayan al otro lado. Sin embargo, tú no
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necesitas esas directrices.

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—¿Pueden los humanos como Gabriel y Ruth tener dones mentales, como vosotros? —

preguntó Aileen con curiosidad.

—Sí, claro que sí. Sólo que ellos tienen que esforzarse mucho más, prepararse con fuerza y creer que se puede hacer. El problema con los humanos es que son miles y miles de años de haberos hecho creer que no podéis desarrollar vuestro potencial mental. Sois sencillos, llanos como una tabla. Han moldeado vuestra mente, vuestro cerebro, la capacidad de cambiar su físico, su código genético, de moldearse a sí mismo y hacerse un arma potente. Pero os han enseñado a no creer.

Aileen asintió pensativa. Cuando era humana no creía posible nada de lo que vivía en ese momento y sin embargo... ahí estaba. ¿Cuánto de lo que le habían enseñado era cierto? La sociedad, la religión, la educación... no mencionaban nada sobre el potencial psíquico del ser humano. Como pedagoga que era, debía pensar en ello.

¿Así que era así de fácil? Caleb iba a saber lo que es bueno y ella le iba a demostrar unas cuantas cosas, como por ejemplo que sí era dueña de su vida y de sus elecciones. Si ella podía hacer todo eso, también podría atreverse a hacer otras cosas, como ir a buscar a Samael durante el día. Ella era una buena rastreadora, lo sabía. Su padre Thor lo era. Llevaba su sangre. Y si Samael había podido encontrar a Thor porque eran hermanos, ella podría encontrar a Samael porque, aunque le repugnaba la razón, él era su tío.

Algo atravesó su mente en ese momento. Algo peligroso que encogió su estómago y aceleró su corazón.

—Aileen, corre...

Un grito desgarrado de dolor cruzó la estancia. Era la voz de Noah.

—¿Qué ha sido eso? — preguntó Gabriel cogiendo a Ruth de la mano y corriendo hacia ellas.

—Daanna —advirtió Aileen con todos sus sentidos en alerta, —son lobeznos y están en el jardín

—se acercó a la ventana y miró el espectáculo.

Noah y Adam permanecían inconscientes en el suelo mientras unos lobeznos enormes los pateaban.

El cristal de la ventana reventó, y Aileen con unos reflejos sobrehumanos se abalanzó sobre Daanna y la cubrió de los rayos del sol.

—Maldición... —gritó Daanna. —No dejes que me alcance el sol, Aileen.

—No te muevas —la abrazó fuertemente. —Gabriel, corre. Tráeme la sábana negra para taparla. ¿Cómo saben que estamos aquí?

—No tengo ni idea —contestó Daanna hundiendo la cara en el hombro de Aileen. —No dejes
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que me toque el sol, por favor. No puedo utilizar mis poderes si hay sol directo cerca.
Ja

—Tranquila —susurró Aileen. Miró al cielo. Nunca había visto un día tan despejado. —Mierda.
deor

—¿Qué hacemos? —preguntó Ruth histérica.

bi Ll

Los lobeznos estaban derribando la puerta de la entrada, y algunos escalaban por la pared
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dando saltos imposibles y subiendo casi como roedores. Se dirigían hacia donde ellos estaban.
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—¿Cuántos hay? —preguntó Daanna.

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—Son siete.

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—¿Siete? —gritó Gabriel. —Vamos a morir, joder... —No... —espetó Aileen. —Vosotros dos
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cubrid a Daanna. Gabriel y Ruth taparon a Daanna con la manta, y la cubrieron a la vez con sus

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cuerpos.

el

—¿Qué vas a hacer, Aileen?

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Aileen miró al primer lobezno que estaba de cuatro patas mirándola a su vez encima de la ventana. Tenía pelo negro en la cara deformada, los ojos rojos y los dientes puntiagudos y amarillos. Ella echó mano a la daga de su padre y se colocó en posición de defensa. Pensó en Caleb. Con el sentido de la responsabilidad y del deber que él tenía tan arraigado, si le pasaba algo a su hermana, él no lo superaría. Se echaría la culpa de todo y eso ella no lo permitiría. Caleb llevaba sufriendo más de dos mil años por algo en lo que él no tuvo nada que ver, por algo que él no pudo controlar. No quería que Caleb sufriera de nuevo, porque su sufrimiento a ella le dolía. Le dolía porque le importaba. Le dolía porque lo... quería.

¿Qué estás diciendo? Se reprendió. Apenas lo conoces. Sólo hace seis días que él está en tu vida.

Sí, pero vaya días. Se acordó de un pasaje del diario de su madre Jade.
Me enamoré de él desde el primer momento en que lo vi. Fue instantáneo y, aunque
fueron sólo unos segundos que nuestros ojos cruzaron las miradas, supe que él era para mí.
Ahora, con mi hija en brazos, reconozco que hubo momentos muy difíciles entre Thor y yo,
pero lo que sentí en esos primeros segundos jamás me engañó. El amor no entiende de
tiempo. Cuando llega, llega, y no importa que conozcas a esa persona desde hace cinco años
o de sólo un simple cruce de miradas. Porque el amor es algo tan poderoso que escapa al
control del tiempo, simplemente porque es algo que no se puede medir con nada.

—Voy a pelear —contestó finalmente enfocando los ojos de nuevo. —Aileen, cuidado. —gritó

Ruth.

El lobezno saltó encima de Aileen, dispuesto a golpearla, pero ella con un movimiento grácil, se apartó y a su vez, cuando éste pasó por delante dándole la espalda, apretó con fuerza el mando del puñal y se lo clavó en la nuca, retorciéndolo luego para cortar la carótida. El lobezno cayó de rodillas y murió desangrado.

Aileen miró la hoja de la daga, llena de sangre. Ella lo había matado. Malo o bueno, había quitado una vida.

Dos lobeznos más aparecieron por la ventana y miraron el cuerpo sin vida de su compañero.

—La muy puta lo ha matado —dijo el más feo de los dos. Ciertamente todos los lobeznos tenían la desgracia de no sólo ser malos, sino, además de malos, feos y hediondos.

—¿Ésta es la híbrida? Vaya, vaya... Así que está aquí —dijo el más corpulento, pasándose la lengua por los dientes amarillos y desiguales. —Entonces matemos dos pájaros de un tiro. Nos las
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llevaremos a las dos.

Ja

¿A las dos? Aileen apretó con más fuerza la daga de Thor. En ese momento recordó a su padre,
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por la noche, practicando con la daga. Su cuerpo musculoso y moreno, haciendo sus ejercicios,
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moviéndose como una pantera. Unos pasos hacia delante, una voltereta por los aires. Toques
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secos.

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—Siempre toques secos y concisos, cielo —decía su padre mientras ella lo miraba ensimismada.
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—Recuerda, puntos vitales. Atraviésalos por ahí. El entrecejo, el cuello, las axilas, las ingles, los
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tobillos y el plexo solar. Clava el puñal en uno de esos lugares. Los engendros de Loki, al menos los
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lobeznos, mueren si sabes dónde hay que lastimarlos. No son tan fuertes como nosotros.
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—Hay que acercarse mucho, para eso, Athair —había dicho ella echándole los brazos para que
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la cogiera.

el

—Tú puedes. Eres tan rápida como yo, o más —le besó la mejilla y le sonrió, —porque tu madre
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corre como una loba.

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Aileen volvió de su recuerdo, con los ojos brillantes de la emoción. Los lobeznos la rodearon. Uno de ellos se le echó encima por la espalda, pero ella se agachó y le hizo la cama, haciendo que cayera de espaldas. Con una velocidad inusitada y difícil de percibir incluso para el lobezno, Aileen clavó su puñal en el plexo del monstruo y este murió casi al instante.

El otro lobezno le dio una patada en la cara y Aileen cayó de espaldas. Se le desenfocó la visión y un dolor criminal le atravesó la mejilla y el labio. Saboreó el gusto a hierro de su propia sangre. El lobezno se sentó a horcajadas sobre ella, y cogió el puñal de Thor.

—¿Así que te gusta jugar duro, eh? —murmuró alzando el puñal para clavárselo. Aileen apartó la cabeza a tiempo y el puñal se clavó en el suelo a un lado de su cara. Entonces cogió las muñecas del lobezno, alzó las piernas hasta pasarle las rodillas por el cuello y lo impulsó

hacia atrás, inmovilizándolo. Cogió el puñal y se lo clavó en los testículos, haciendo que el lobezno se desangrara y gritara como un animal. No era uno de los puntos que su padre había dicho, sin embargo, ella sabía que era uno muy importante.

Cuatro lobeznos más entraron.

El primero miró la sangre del suelo, y se dio cuenta apesadumbrado de que toda era de los suyos.

Ruth y Gabriel no querían ver más. Se abrazaron mientras cubrían a Daanna y se echaban a llorar. Iban a morir.

Aileen sintió que las manos le ardían, le picaban. Hubo una presión fuerte en su entrecejo y de pronto supo lo que tenía que hacer.

Observó el puñal que todavía estaba clavado en la entrepierna del lobezno y con una orden mental lo mandó volar al entrecejo del cuarto lobezno que quedó fulminado en el acto. Corrió

hacia él y al mismo tiempo que saltaba para darle una patada en la cara al quinto arrancaba el puñal del cráneo del cuarto y lo lanzaba al corazón del sexto, haciéndolo retorcerse para causar más dolor. Uno de ellos, el quinto, al que le había partido la nariz y sangraba como un descosido, la inmovilizó por la espalda y la mordió en el hombro, desgarrando toda su carne y provocándole una herida profunda.

Aileen gritó de dolor con todas sus fuerzas.

—Eres sabrosa —murmuró mientras le laceraba la piel con los dientes. Gruñendo de rabia e impotencia, miró alrededor de la habitación y observó los cristales de la ventana que yacían en el suelo.

Al momento, dos cristales afilados y acabados en puntas desiguales, salieron volando y se
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clavaron en las sienes del lobezno que la había mordido, matándolo en el acto.
Ja

—¿Qué está ocurriendo? —gritaba Daanna nerviosa y aterrada a la vez.
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Ruth y Gabriel no tenían palabras para explicar lo que Aileen estaba haciendo. Era increíble.
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Respirando pesadamente y limpiándose las lágrimas de dolor de los ojos, Aileen se giró

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lentamente hasta el séptimo y último lobezno, que la miraba temeroso.
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—Me cago en la puta... —escupió intentando infringirse valor a sí mismo. —Eres muy fuerte,
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zorrita.

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Aileen no apartaba los ojos de él. Los cristales del suelo se levantaron y levitaron hasta
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colocarse detrás de Aileen. Parecía una imagen sacada de Matrix.

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El lobezno miró a las tres personas que yacían en el suelo, acurrucadas. Se abalanzó sobre ellos
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y cogió la manta negra para apartarla del cuerpo de Daanna.

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—Quémate viva, puta —gritó esperando destapar a Daanna.

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Aileen hizo que todos los cristales cayeran sobre él, descuartizándolo. Ruth y Gabriel cubrieron a Daanna en todo momento, pero la sábana negra los tapó a los tres por una orden mental de Aileen impidiendo que los rayos del sol alcanzaran a la vaniria y la sangre del Lobezno manchara la piel inocente de sus amigos.

Todo había acabado. Sintiéndose débil de repente, caminó tambaleándose hasta sus amigos y cayó de rodillas ante ellos.

Puso una mano, sobre los bultos que ocultaba la sábana negra. —¿Estáis bien?

—Santo Dios... —suspiró Ruth temblando. —Aileen... increíble... ha sido... —¿Estás bien, tú?

¿Estás bien? —preguntó Daanna. Aileen miró a la ventana por donde entraba toda la luz perjudicial para la vaniria.

—Quedaos aquí —les ordenó, levantándose ella también. —Ya no hay nadie. Tenemos que desplazarnos hacia un lugar de la casa donde no dé el sol. Voy a echar un vistazo.

—Llevadme al subterráneo —sugirió Daanna.

—No, Aileen. No te vayas, puede ser peligroso —Gabriel quería salir de debajo de la sábana.

—No levantes la sábana Gabriel —dijo con cautela. —Daanna puede resultar herida. Ahora vengo. Ya no hay nadie.

Sus instintos así se lo decían. Su sexto sentido resultaba ser un radar demasiado perfecto para no fiarse de él.

Salió de la habitación. Toda la casa estaba iluminada por el sol. Los cristales opacos, habían sido rotos, y ya no había nada que impidiera que la luz del día entrara en aquella mansión. Salió al jardín. Noah y Adam permanecían con los ojos abiertos, los cuerpos boca arriba. Tenían algo clavado en el cuello. Como unos dardos. Sí. Los había visto antes, en la casa de Caleb. Eran inmovilizantes. Pero ellos estaban conscientes.

—¿Aileen? Por Odín... —gruñó Noah al verla. —Te han hecho daño. —Créeme, yo les he hecho más.

—¿Dónde están todos? —preguntó Adam con esa voz ronca de barítono.

—Los lobeznos, muertos —arrancó los dardos de los cuellos de los berserkers. —Los demás están en la habitación. Daanna no puede salir de allí. Está cubierta por una sábana negra, pero si sigue picando el sol de esta manera, pronto empezará a enfermar por la cercanía del sol. Da de lleno en toda la habitación. Hay que llevarla a otro sitio.

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