Saga Vanir - El libro de Jade (26 page)

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—Estábamos haciendo guardias por grupos. La noche parecía tranquila, o al menos eso creímos nosotros. Cuando aparecieron los Dona-Madadh en escena, nos quedamos sorprendidos. Se levantó una batalla campal. Otros grupos de vanirios, se unieron a la pelea y se abrieron tres frentes. Los vanirios luchaban contra nosotros y contra los lobeznos. Nosotros, debido a nuestra animadversión, también luchamos contra los vanirios y contra los lobeznos. Y los lobeznos luchaban contra ambos. Fue una de las pocas noches en las que las mujeres accedieron a acompañarnos en nuestras guardias nocturnas.

—¿Por qué no iban con vosotros más a menudo? ¿No son guerreras como vosotros?

As la abrazó más fuerte y le sonrió.

—Ah, pequeña... Una mujer berserker es un imán para el sexo opuesto. Todavía no sabes cuál

es tu poder. Imagínate. ¿Cómo íbamos a proteger a los humanos, teniendo los instintos divididos
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entre la protección hacia nuestras hembras y la de ellos? Y lo peor: ¿cómo íbamos a querer
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defender a los hombres, cuando estos mismos tiraban los tejos e intentaban seducir a nuestras
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mujeres? La cuestión es que aparecieron más lobeznos de los esperados y, más tarde, se les
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añadieron Nosferátums que olieron la sangre a distancia. Stephanie y tres hembras más cayeron
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en manos de los vampiros.

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As mantuvo la respiración y luego exhaló como si cada gramo de aire cortara su garganta.
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—Lo siento mucho, abuelo.

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—Gracias —sonrió apesadumbrado. —Tu abuela te habría encantado.
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Aileen estaba segurísima de ello. Con la mirada clavada en el rostro de Stephanie pensó en la

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seguridad del lugar donde se encontraban ahora.

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—¿Y en Wolverhampton? ¿Han venido aquí alguna vez?

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—Nunca han llegado hasta aquí. Y no vendrán. Un lobezno aquí no duraría ni medio minuto. Este es nuestro santuario.

Abrazó con más fuerza el torso de As y se frotó con la mejilla. Por fin tenía con ella a alguien de su familia y finalmente se sentía en casa.

—Me gusta el nombre de Jade —susurró sin poder reprimir las lágrimas. As inclinó la cabeza y apoyó su mejilla sobre la coronilla de Aileen.

—Se lo pusimos por el color de sus ojos. Verdes como el jade.

Ahora, en el coche, con esa ropa nueva, discreta y a la vez insinuante no podía negar que se sentía mejor. Vestía una camiseta rosa, un pantalón negro extra-corto que dejaba al descubierto sus bronceadas y esbeltas piernas con bolsillos militares en los laterales y unas botas negras de medio tacón que le llegaban cuatro dedos por debajo de las rodillas. Qué gran cambio. Duchada, perfumada y acompañada de personas en las que empezaba a confiar se sentía mejor y más fuerte. Se sentía femenina y seductora y más consciente que nunca de lo que provocaba en el sexo opuesto. Y por primera vez en su vida eso la estimulaba y la divertía. Tenía ganas de jugar. Y

estaba convencida de que en veinte minutos, cuando se pusiera el sol, empezaría el juego.
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CAPÍTULO 09

CALEB SE miraba a través de los cristales oscuros del salón cómo se ponía el sol. Después de que Eileen lo rompiera, tardaron unas horas en mandar a alguien a que lo arreglará. Sobre todo porque el sistema de las ventanas era especial y las traían bajo pedido. Menos mal que era un vanirio quién las diseñaba. Con las manos en los bolsillos y su ancha espalda cubriendo casi todo el ventanal, pensaba en Eileen. Vestido con unos Dockers negros, zapatos de punta cuadrada de piel desgastada blanca y camisa blanca abierta hasta el pecho y remangada sobre los duros antebrazos, estaba dispuesto a matar a más de una de un infarto. Pero él sólo pensaba en una mujer. Su piel, sus manos, sus dedos olían a ella y ansiaba verla. Hoy volvería a buscarla. Nunca antes había maldecido su imposibilidad de salir al sol hasta que vio cómo ella salía corriendo a través de la ventana que daba al jardín. Eileen.

¿Estaría bien? ¿Con quién estaba? Y lo más importante ¿qué le estaba pasando? Cuando la noche anterior se comunicó con ella, parecía sufrir, sufrir de verdad, pero su mente estaba descontrolándose y él sólo veía destellos de energía. Necesitaba verla otra vez. Desde que le había hecho el amor... No. Meneó la cabeza. Eso no era hacer el amor. No con una chica inocente en su primera vez. Pero todo fue confuso con ella desde el principio. ¿Quién se iba a imaginar que ella no tenía nada que ver con las actividades de Mikhail?

¿Y quién se podía imaginar que ella era virgen? Madre mía, si verla caminar, era casi pecado.

¿Por qué nadie la había tocado antes?

Tenía que hacerle tantas preguntas...

Dejó de pensar en el mismo momento en que notó la energía de Eileen cerca de donde él estaba.

Cahal, Menw y Daanna lo llamaron a gritos.

—Caleb... —aparecieron gritando por la puerta que se comunicaba con los subterráneos. Menw respiraba agitado. —Perros.

—Los noto —dijo Caleb mientras salía por la puerta que daba al jardín. Ya había oscurecido, vía libre. Olía a los berserkers entrar en su territorio y no le gustaba nada. Pero también sentía a Eileen. Sus olores se mezclaban, pero el suyo, el de Eileen, era inconfundible y todavía más potente que antes. Lo iba a volver loco. ¿Y si la habían cogido porque ella olía a vanirio? ¿Y si la habían torturado o dañado de algún modo?

—Coge el coche, Caleb. A veces los ciudadanos nos ven sobrevolar la zona y es difícil desmentirlo diciendo que sólo son cuervos —sugirió Daanna. —Vuela cuando sea necesario, no
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ahora.

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Caleb agradeció el consejo de su hermana, nervioso como estaba podría haber volado en plena
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exhibición de globos y le hubiera dado igual si le hubieran visto. Así que cogió su Cayenne negro y
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los invitó a que montaran. Apretó el embrague, puso primera y salió de allí derrapando.
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—¿A qué han venido? —preguntó Cahal crujiéndose los huesos de los nudillos.

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—No lo sé —contestó Caleb. —Percibo a Eileen cerca, pero no puedo entrar en contacto con
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ella.
Eileen, déjame ayudarte ahora. ¿Dónde estás?

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Se sentía tan impotente respecto a ella. Nadie había escapado de su control, de su poder
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mental. ¿Por qué diablos ella no respondía?

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Aileen estaba apoyada en el inmenso maletero del Hummer de su abuelo. Todos los berserkers la rodeaban protegiéndola. Tenía a As a un lado y a Noah en el otro. Observó que todos los chicos vestían con ropas holgadas, casi dos tallas más grandes de lo que les tocaba a cada uno. Le recordaba bastante a la ropa que se hace servir en capoeira. Pantalones anchos y camisetas con tirantes elásticas. Y, además, iban descalzos. Noah miró cómo ella los observaba y sonrió.

—Es para nuestra transformación, bonita. Crecemos un poco. Aileen levantó la cabeza para mirarlo, era un poco más bajo que Caleb, pero igual de grande y esbelto. Guapo y muy seductor.

—¿Cómo cuánto crecéis?

—Casi veinte centímetros más en alto y en ancho. Las ropas se nos rompían y las desgarrábamos en nuestra conversión. No dábamos para prendas de vestir. Así que pensamos que sería conveniente utilizar ropa más funcional y elástica en nuestras peleas.

—Entiendo —sonrió mirándole a los ojos. —Pero aquí no os vais a pelear —titubeó en su afirmación, —¿verdad?

—Nunca se sabe... —se encogió de hombros.

—Ni hablar, Noah. No podéis —salió su vena dominadora. —No quiero que nadie se haga daño. Noah sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Aileen desprendía energía de mujer en un radio demasiado grande.

—Aileen, deberías tener cuidado con tus nuevas facultades. Desprendes mucha energía.

—¿Tengo que ofenderme? —no era un comentario demasiado bonito.

—Ni mucho menos. Pero no sé si te das cuenta de que eres el blanco de todas las miradas allá

donde vas. En la autopista casi provocas un accidente cuando el conductor de uno de los coches que iba a nuestro lado, se ha quedado prendado mirándote y tú le has mirado a él con esos ojos violeta... Por Odín, casi se sale de la carretera.

—No lo hago a propósito —cruzó los brazos sin ser consciente de que ese movimiento realzaba su pecho.

—No, claro... —dijo Noah perdiendo los ojos entre el canalillo. —¿Por qué te has vestido así?

¿Es que quieres que te coman?

—Me visto así, porque me apetece. Y deja de mirarme las tetas, Noah. Noah sonrió pícaramente y apartó la mirada. Aileen miró hacia atrás y Noah y As también lo hicieron a la vez. El gesto serio y alerta.

—Ya están aquí —dijo As colocando a Aileen detrás de él.

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Adam abrió el maletero y cogió un bastón con un búho en la parte alta y un pañuelo blanco
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atado a la base del ave. Se lo entregó a As y éste lo clavó en el suelo, mientras lo sostenía con la
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mano derecha. Como Moisés, pensó Aileen.

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Todos los demás formaron filas tras él, excepto Adam y Noah que tapaban a Aileen. Ella estaba
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oculta.

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A lo lejos, Aileen pudo divisar luces de coche que se dirigían hacia ellos.
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Era él. Lo podía sentir. Nunca antes había tenido la intuición tan desarrollada como ahora la
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tenía, y le asustaba. Le asustaba percibir que todo su cuerpo y sus sentidos se ponían alerta ante la
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inminente presencia de Caleb.

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Inconscientemente empezó a temblar. Ella no quería, pero su cuerpo se tornó tan blando como
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la gelatina.

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Varios Cayenne negros aparcaron uno a uno delante de los berserkers.
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El primero en salir del gran grupo fue Caleb.

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Aileen no lo podía ver, pero de repente un olor afrutado, como de mango, le llenó la nariz. Cerró los ojos disfrutando de ese perfume y supo al instante que era la esencia del vanirio de sus pesadillas. Se le endurecieron los pezones y sintió cómo se ponía húmeda casi al instante. Su cuerpo reaccionaba a ese aroma como si tuviera manos y la toqueteara por todos lados. Uno a uno los vanirios salieron de los coches. Eran menos de los que Aileen había visto en ese lugar subterráneo.

—As —Caleb caminó hasta plantarse a un dos metros de él y lo saludó firmemente pero no de un modo amistoso.

—Caleb —respondió As igual de distante.

Caleb cerró los ojos y dejó que el olor a tarta de queso y frambuesa lo noqueara. Ella estaba allí. Pero ¿dónde? Con sus ojos verdes, la buscó entre los berserkers. Eileen se hallaba con ellos.

—Tienes algo que me pertenece —susurró Caleb con rabia contenida. As estaba impasible.

Noah notó cómo Aileen se agarraba a su camiseta.

—Creo que no —contestó él tranquilizando a su nieta.

Caleb le enseñó los dientes. Eileen era suya, no de esos perros sarnosos.
Eileen. Déjame verte. ¿Estás bien?

No, otra vez no. Aileen se tensó y le prohibió la entrada a su mente. Ése era un poder que desconocía. No sabía si podía detener aquel tipo de intrusión mental, pero lo deseaba tanto que funcionó porque dejó de sentirlo.

Caleb gimió como un animal herido. Eileen le había cerrado la puerta de su mente.

—No venimos a pelear, vanirio —dijo As. —Hay ciertas cosas que nos gustaría deciros. Caleb miró a As y prestó atención, pero no relajó el semblante amenazador. De hecho, ningún vanirio allí presente estaba relajado.

La tensión entre los dos bandos se podía cortar con un cuchillo.

—Traigo conmigo el bastón del concilio con un pañuelo blanco —señaló, —no venimos a luchar.

El bastón del concilio era el símbolo del discurso y la paz. Un regalo de Odín a las dos razas con la esperanza de que siempre que el bastón estuviera presente pudieran hablar de un modo

«conciliador».

—Si no vienes a luchar, viejo —dijo deslizando la lengua, —será mejor que me digas dónde está

la chica.

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Estaba más nervioso y preocupado de lo necesario. Pero, ¿cómo no iba a estarlo? Los
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berserkers la habían encontrado y era bien sabido que también eran unos salvajes sin escrúpulos.
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Muchos vanirios habían muerto en sus garras. Si le habían hecho daño a Eileen, ninguno saldría de
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allí con vida. Lo juraría sobre el recuerdo de Thor.

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Aileen se enfureció cuando oyó que Caleb perdía el respeto a su abuelo. En tan poco tiempo,

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ella ya empezaba a tenerle cariño. Desde el primer momento que le vio, advirtió que As era un
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hombre a respetar. Caleb era un maleducado.

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—Está aquí, puedo olería —continuó Caleb tensando los músculos de los brazos. —No te lo
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repetiré más. Dámela, As.

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—Ni lo sueñes, colmillos —dijo Noah centrando toda su atención. —Vino a nosotros malherida
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por tu culpa. Por lo que a mí respecta, puedes lloriquear todo lo que quieras. Ella se queda con
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nosotros.

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Caleb sintió cómo si un puñal le atravesara el esternón. Eileen estaba allí realmente. Quería verificarlo con sus propios ojos.

—Eileen... —gritó. —¿Estás bien? Déjame verte —ordenó sin flexión. —Ahora. Noah chasqueó la lengua y ladeó la cabeza.

—No te atrevas a darle órdenes, colmillos.

—Noah —As alzó la mano para detenerle antes de que el berserker se abalanzara sobre él.

—No... —exclamó Aileen.

Caleb se quedó paralizado al oír su voz.

Una pierna bronceada salió de entre los berserkers, luego otra. Piernas largas y moldeadas con botas de... tacón. Eso no era bueno. Caleb siguió ascendiendo con la mirada y vio el pantalón negro, la camiseta rosa con cuello de pico y un escote criminal y el pelo azabache que caía sobre sus hombros hasta media espalda. Aileen, que todavía tenía la vista inclinada hacia abajo, alzó el mentón con orgullo y miró a Caleb.

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