Saga Vanir - El libro de Jade (30 page)

BOOK: Saga Vanir - El libro de Jade
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Aileen se atragantó con el siguiente bocado.

—¿Te avergüenza hablar de estas cosas conmigo, cielo? —dijo As ocultando una sonrisa en la voz.

—Me extraña un poco —aclaró ella antes de tomarse un sorbo de zumo de naranja. —Por favor, continúa.

e

—Eres una hembra alfa todo el año. Llamarás la atención masculina allá donde te presentes.
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Ja

Querrán cortejarte, querrán aparearse contigo.

de

—No me hables como si fuera un animal —dijo ella mirándolo con sus ojos lila y sus oscuras
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cejas ligeramente arqueadas por encima de la taza. —No lo soy.

LlE

—Eres una humana con instintos salvajes y animales, Aileen. Destilas feromonas por todos tus

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poros. Si te lo propusieras, serías capaz de postrar a todo un ejército de hombres a tus pies. En
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teoría, una berserker ovula sólo una vez al año, pero tú... —se aclaró la voz.
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Va

—Creo que sí que me da vergüenza hablar contigo de esto —dijo Aileen sonrojada. —No sé si
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es mejor que lo dejemos...

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—Pero tengo que explicarte qué es lo que te está pasando —repuso As con gesto firme. —Esto
tin

son cosas naturales y yo soy tu única familia ahora.

el

—Está bien, está bien... Bueno —mordió otro panecillo. Tenía un hambre voraz e insaciable. —

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Entonces, como también tengo genes vanirios, ergo también puedo ser una excepción, ¿verdad?

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—alzó las cejas en gesto interrogatorio. —Ya hemos descubierto que no me puedo transformar, puede que no ovule tampoco como debería.

—Así es. Pero, en fin, eso ya lo hablaremos más adelante, cuando... — hizo un gesto nervioso con la mano.

—Cuándo... ¿me venga la regla?

—Sí, eso.

Aileen se acomodó en la silla y saboreó con ansiedad todo lo que probaba su boca.

—Serás territorial y muy posesiva cuando encuentres a tu macho alfa. Pero la intensidad de esas emociones no tiene por qué asustarte. A los hombres de la manada, les encanta ese aspecto de sus mujeres.

—Aha. Aquí sois todos unos salidos —As se echó a reír.

¿Territorial y posesiva? ¿Ella? No lo creía.

—Todos tus sentidos se desarrollarán excepcionalmente. El oído, el olfato, el gusto, el tacto, la vista... y explotarás un sexto sentido. La intuición. Percibirás quiénes tienen buenas energías y quiénes, por el contrario, no las tienen.

Todo eso le gustaba mucho más. Tener dones... Vaya, eso sí que era realmente interesante.

—¿Cómo los desarrollo? —preguntó apoyando los codos en la mesa e inclinándose hacia él.

—Sólo tienes que proponértelo. Ya los tienes ahí. Cuando quieras prestar atención, agudiza el oído. Cuando quieras observar más allá de lo que ves, enfoca la vista. Cuando quieras buscar a alguien a través de su olor, inspira profundamente y lo encontrarás. Tus manitas —le dijo mientras le tomaba entre las manos la que no tenía el bollo, —podrán sentir o percibir cualquier cosa que toques. Y tu piel será sensible a cualquier estímulo.

—¿Y qué hay del gusto? —preguntó mientras As le devolvía la mano. —Tengo un hambre agónica y todo me parece delicioso, pero...

—Bueno, los animales disfrutan comiendo. Tú también lo harás —sonrió rascándose la nuca. —

Es un buen don, ¿no crees?

—Pero me pondré como un ceporro... —frunció el ceño.

As inclinó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.

—Todo lo quemarás. Tu cuerpo necesita calorías para activar todas esas funciones añadidas que te ha dado la conversión —se encogió de hombros. —Y si eso no te funciona... corre.

—¿Que corra?

—Corre. Sal fuera y fuerza la máquina. A ver qué sucede... —sonrió. Aileen miró a su abuelo de
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soslayo. ¿Qué quería decir con lo de «a ver qué sucede»?

Ja

—Corre. Salta. Y hazlo como realmente deseas hacerlo. Como si soñaras.
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—Hace mucho tiempo que no tengo sueños de ese tipo —confesó un poco incómoda. —Creo
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que no he tenido ninguno. Cahal mencionó algo sobre betabloqueantes... Me parece que era eso
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lo que me administraban y por eso no podía soñar.

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—Pero eso ya pasó —le rozó la mejilla con los dedos en un gesto tierno y cariñoso. —Esta es tu
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nueva vida. Abrázala.

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—¿Y lo que tengo de la anterior? Tenía entre manos un trabajo muy interesante, abuelo —

ire

explicó con los ojos tristes. —Y tengo a mi perro Brave y a mis dos mejores amigos en Barcelona.
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No saben nada de mí desde que me secuestraron —se restregó las manos por la cara. —No quiero
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perder el contacto con ellos. También son mi familia.

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Va

As repasó la expresión de su cara y asintió lentamente con la cabeza.
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Len

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—¿Quieres hablar con ellos? Hazlo. Pero no puedes hacerles partícipes de nada de lo que te ha pasado.

—¿Y qué hay de esto? —levantó el labio superior con los dedos y tocó el puntiagudo colmillo con la lengua. —¿Y de esto? —se señaló a los ojos. —¿Qué voy a decirles?

As la tomó de la mano y le dio dos toquecitos suaves.

—Confío en tu propio juicio, Aileen. Pero éste es mi consejo: no involucres a tus amigos más de la cuenta. Acabas de internarte en un mundo de guerras intraterrenas, de razas distintas de las humanas. No hay paz aquí. Tú decides. ¿Me entiendes? Cuando quieras ir a buscar a tus amigos, házmelo saber. Yo te los traeré.

Aileen asintió teniendo en cuenta sus sabias palabras. As se inclinó para besarle la mejilla y antes de salir del salón le dijo:

—¿Quieres estar presente cuando venga Caleb?

—Sí, él no me da miedo, abuelo —levantó la barbilla con seguridad. —No tienes por qué pasar un mal rato.

—No te preocupes. Quiero que me devuelva el libro en mano y ver qué tal le ha sentado la lectura.

As la miró intentando averiguar lo que ella no le decía. Pero Aileen le mantuvo la mirada. Finalmente, el hombre le sonrió y se fue.

Ahora estaba allí, en el tótem de la manada. No había nadie más que ella, pues el clan sólo se reunía en aquel lugar cuando se requería debatir algo. Todavía era pronto y no había oscurecido. Pero aquello era Inglaterra y el cielo estaba tan nublado como un día de otoño. Además, Aileen ya había advertido que tanto Dudley como Wolverhampton eran un poco más oscuras de lo habitual en días como esos.

Estaba rodeada de inmensos árboles que cubrían gran parte del techo estelar. La tierra era húmeda y olía a musgo por todas partes. El suelo estaba tupido de plantas verdes que parecían sacadas más de un pantano que de un bosque como ese y, de entre las plantas, se alzaban rocas silíceas de gran envergadura.

Apoyó la cabeza en el tótem y cerró los ojos, dispuesta a encontrar en la oscuridad un poco de reflexión. Pero de repente, sintió algo extraño. Alguien la estaba observando. Abrió los ojos y agudizó el oído.

Empezó a ver el verdadero color de las cosas que la rodeaban, percibió la energía vital de cada una de ellas. Alrededor de todo aquello que observaba, aparecía una silueta de luz blanca con chispitas flotando sobre su aura. Oyó el zumbido de un mosquito lejano, incluso los pasitos
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pequeños de un roedor corriendo por entre los árboles en busca de comida. Otro ruido más le
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Ja

llamó la atención. Algo se movía entre la tierra húmeda. Dios mío, era un gusano. ¿Cómo podía
de

escuchar y adivinar esos sonidos? ¿Hasta dónde llegaría su nueva audición? Dejó de ver y de
orb

escuchar.

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Se le puso la piel de gallina, los pelos de la nuca se le erizaron, un escalofrío recorrió su columna
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vertebral y se le disparó el corazón. Había alguien detrás de ella y, sin necesidad de girarse para
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verle la cara, supo al instante de quién se trataba. Caleb.

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—Hola, Aileen —dijo aquella voz profunda y masculina a su espalda.
Vaeir

Aileen permanecía con la espalda rígida y los hombros erguidos, tensa como la cuerda de una
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guitarra. No, aquello no podía ser verdad. No era de noche. El era un vampiro y las leyendas

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populares mencionan claramente que los vampiros sólo salen de noche, ¿verdad?

el

Tuvo que abrir y cerrar los dedos de las manos para sentir que la circulación sanguínea volvía a
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su cauce.

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Caleb exhaló el aire de sus pulmones poco a poco. Iba a necesitar tiempo y paciencia.

—He venido a traerte esto —meneó los folios. Se obligó a no acercarse a ella y tocarla. Sentía un hormigueo insoportable en sus manos por esa necesidad.

Aileen se dio la vuelta y miró a Caleb que permanecía inmóvil a sólo dos metros de ella. Se levantó y se frotó las muñecas sin apartar los ojos de su mirada verde. Caleb no pudo evitar mirarla de arriba abajo. Aileen era la manzana del jardín del Edén. La tentación, el pecado original.

Llevaba el pelo suelto, brillante y liso. Se había recogido algunos mechones con unos pasadores de brillantes que relucían entre su cabellera negra como el azabache. Otros mechones le caían estratégicamente por la cara, esperando a que alguien se los apartara y se los colocara detrás de sus bonitas orejas. Una camisa ajustada de mujer, de color rojo, abierta hasta el escote de esos dulces pechos, que ansiaba saborear de nuevo, y una minifalda tejana que tapaba lo justo para dejar volar la imaginación eran su nuevo modelito. Y cómo le gustaba a él... En los pies, unas botas camperas acabadas en punta y, además, de tacón, también de color rojo. Caleb alzó las cejas al ver ese atrevido calzado.

Aileen bajó la mirada a sus botas y luego volvió a mirarlo con una seria advertencia en la mirada tipo deja-de-mirarme-como-un-banquete.

Lo repasó de la cabeza a los pies. Calzado negro, unos tejanos anchos y largos, y un polo negro que dejaba al descubierto esos inmensos bíceps que marcaban con una perfección pasmosa los exuberantes hombros y su definido pectoral. Algo había cambiado en él. Su pelo. Llevaba una cinta negra muy fina, como la de Menw, que le echaba el pelo hacia atrás apartándoselo de su hermosa cara.

Daba igual que fuera la imagen de la masculinidad en esencia. Ella no iba a prestar ninguna atención a su aspecto. Ni a su piel bronceada ni a su estómago plano ni a sus piernas de jugador de fútbol ni a esos ojos tan extrañamente verdes que la miraban con una expresión que mezclaba culpa y remordimiento. Estaba distinto y olía a mango. Dios, a ella le encantaba el mango. Caleb dio dos pasos hacia ella estrechando las distancias y ella se sobresaltó al tenerlo tan cerca. Empezó a respirar agitadamente. Olía el mango por todas partes y la boca se le hacía agua. Tenía hambre. Si su estómago seguía así, ella no se convertiría en lobo, sino en una inmensa y obesa vaca.

—Tienes sus ojos, Aileen —le dijo él dibujando una sonrisa de añoranza en sus labios a la vez que le ofrecía el libro. —Thor tenía la mirada lila como tú. Aileen tuvo que aclararse la voz para poder hablar.

—Quédate dónde estás. No te acerques —comentó ella ignorando su comentario y
ed

arrebatándole las hojas de la mano. —Todavía no ha oscurecido ¿Por qué puedes salir?

Ja

Caleb ladeó la cabeza y dio otro paso hacia ella, pero se detuvo al ver que ella daba otro hacia
deor

atrás.

bi Ll

—Sólo nos hace daño la luz directa del sol —contestó él reprimiendo las ganas de cogerla del
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brazo y darle un tirón hacia él hasta tenerla aplastada contra su pecho. Le molestaba que se
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apartara de él. —No nos hiere la hora del día, sino el tipo de día.
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—Por eso estáis en Inglaterra. El país de las lluvias. Aprovecháis las nubes para salir de día —

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dijo consternada pensando en voz alta.

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—No es el país, sino la zona, ángel. Inglaterra tiene días soleados también, pero en Black

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Country, eso no implica sol directo. Sólo en raras excepciones.
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Vaa

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Aileen estaba prestándole tanta atención como si fuera la única persona del mundo. Agitó la cabeza y se frotó el cuello en un gesto nervioso. Ya descubriría más tarde qué es Black Country. Ahora sólo deseaba irse de allí.

—Oh, cállate... No me importa —mintió. Claro que le importaba, pero no quería tener una conversación con él. —¿Por qué estás aquí? Hay gente vigilándome y ya no puedes hacerme nada. Además, estoy sola y...

—Vine porque quería hablar contigo —contestó sincero. —A solas. No vengo a hacerte daño, ya te dije que...

—No vas a hablar conmigo ni te vas a dirigir a mí nunca más, a no ser que haya alguien de mi clan a mi lado.

—Yo soy de tu clan.

—Nunca.

—Soy vanirio como tú, como tu padre. Por nuestras venas, corre la misma sangre.

—La misma maldición dirás... —gritó. Las mejillas se le habían teñido de rojo.

—Aileen, necesito que me escuches —dijo con voz suave e incitante.

—No hagas eso —puso la mano enfrente de él para detenerle. Su voz tenía poder sobre ella. —

No te voy a obedecer.

—No quiero ordenarte nada, princesa.

—¿Princesa? —repitió asombrada por el tono rabioso de su propia voz. —¿Qué ha pasado con mi otro apodo? ¿Ya no me llamas ramera?

Caleb apretó la mandíbula y evitó dar un paso más hacia ella. Definitivamente, iba a ser muy difícil lidiar con aquella mujer. Qué guapa estaba cabreada.

—Sé que todo lo que pueda decirte es poco, Aileen. Me equivoqué.

—Sí. Te equivocaste —apretó la mandíbula.

—Fue todo un error... un gravísimo error. Y me arrepiento de ello y de todo lo que dije e hice. Te pido que me perdones —agachó la cabeza avergonzado. —Te pido perdón en nombre de los vanirios, Aileen. No tengo excusas para nada de lo que se hizo contigo, pero deseo que nos des la oportunidad de enmendarnos.

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