Parque Jurásico (35 page)

Read Parque Jurásico Online

Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

BOOK: Parque Jurásico
2.28Mb size Format: txt, pdf, ePub

Y se detuvo.

La cara del niño, sobre la que cayeron gotas de aceite, quedó a unos centímetros de la rejilla abollada y torcida hacia adentro como una boca maligna, y los faros a modo de ojos.

El chico todavía estaba a unos cuatro metros del suelo. Extendió el brazo hacia abajo, palpó otra rama y descendió. Por encima de él vio la otra rama, que se arqueaba hacia abajo por el peso del Crucero de Tierra y que después se quebró dejando caer el Crucero de Tierra a toda velocidad en pos de Tim, que supo que nunca podría escapar, que nunca podría bajar lo suficiente rápido, así que simplemente se dejó caer.

Cayó a plomo el resto de la distancia.

Se precipitó a tierra golpeando las ramas en su caída, sintiendo dolor en cada parte del cuerpo, oyendo cómo el Crucero se abría paso entre las ramas aplastándolas, yendo tras él como un animal de presa. Después su hombro chocó con la tierra blanda y él rodó lo más rápido que pudo y apretó el cuerpo contra el tronco del árbol, mientras el Crucero se desplomaba produciendo un fuerte estallido metálico y una súbita andanada caliente de chispas eléctricas que aguijonearon la piel de Tim, y chisporrotearon y sisearon en el suelo húmedo que había alrededor.

Con lentitud, se puso de pie. En la oscuridad oyó el resuello y vio al estegosaurio que volvía, aparentemente atraído por la colisión del Crucero de Tierra. El dinosaurio se movía tontamente, la cabeza baja bien tendida hacia delante y las grandes láminas cartilaginosas corriendo en dos hileras a lo largo de la giba del lomo.

A Tim le daba la impresión de que se comportaba como una tortuga que hubiera crecido de más: así era de estúpido. Y de lento.

Recogió una piedra y se la tiró:

—¡Márchate!

La piedra rebotó en las láminas con ruido sordo. El estegosaurio se siguió acercando.

—¡Vamos! ¡Vete!

Arrojó otra piedra, y le alcanzó en la cabeza. El animal gruñó, dio vuelta con lentitud, y arrastrando las patas, se fue en la dirección en que había venido.

Tim se apoyó en el aplastado Crucero de Tierra y miró a su alrededor. Tenía que volver a reunirse con los demás, pero no quería perderse. Sabía que estaba en algún sitio del parque, probablemente no muy lejos del camino principal. Si tan sólo se pudiera orientar. No podía ver mucho, pero…

Y entonces recordó las lentes.

A través del parabrisas roto trepó al interior del Crucero, y halló las lentes para visión nocturna y la radio; la radio estaba rota y en silencio, así que la dejó. Pero las lentes todavía funcionaban. Las encendió: vio la reconfortantemente familiar imagen color verde fosforescente.

Con las lentes puestas, vio la derribada cerca, a su izquierda, y caminó hacia ella. La cerca tenía cuatro metros de alto, pero el tiranosaurio la había aplastado con facilidad. Tim la cruzó presuroso, pasó por un sector de follaje denso, y salió al camino principal.

A través de las lentes vio el otro Crucero de Tierra, caído sobre un costado. Corrió hacia él, tomó aliento y miró en el interior: el coche estaba vacío. No había señales del doctor Grant ni del doctor Malcolm.

¿Dónde habían ido?

¿Dónde se habían ido todos?

Sintió un pánico repentino, de pie, solo, en el camino de la jungla, de noche, con ese coche vacío, y rápidamente giró en círculos, viendo cómo el mundo verde brillante que le mostraban las lentes daba vueltas como un remolino. Algo descolorido que estaba a un lado del camino atrajo su mirada y fue hacia eso con precaución. Lo recogió: era la pelota de béisbol de Lex. Le quitó el barro.

—¡Lex!

Tim gritó lo más fuerte que pudo, sin importarle si los animales le oían. Escuchó, pero sólo le llegó el viento, y el retintín de gotas de lluvia cayendo de los árboles.

—¡Lex!

Vagamente recordaba que su hermana estaba en el Crucero de Tierra cuando el tiranosaurio les atacó. ¿Se había quedado allí? ¿O había huido? Los sucesos del ataque estaban confusos en su mente. No recordaba exactamente lo ocurrido. Tan sólo pensar en eso le inquietaba. Se detuvo en el camino, jadeando de pánico.

—¡Lex!

La noche parecía querer envolverle. Sintiendo pena por sí mismo, se sentó en un frío charco de lluvia del camino y lloriqueó un rato. Cuando finalmente cesó, todavía oía un lloriqueo. También había un sonido extraño, sordo, de algo que golpeaba rítmicamente; era débil, y parecía provenir de algún lugar camino arriba.

—¿Cuánto tiempo ha pasado? —preguntó Muldoon, volviendo a la sala de control. Llevaba una caja metálica negra.

—Media hora.

—El jeep de Hardy ya debería de estar aquí.

Arnold aplastó su cigarrillo:

—Estoy seguro de que llegará en cualquier momento.

—¿Todavía no hay señales de Nedry? —preguntó Muldoon.

—No. Todavía no.

Muldoon abrió la caja, que contenía seis radios portátiles.

—Voy a distribuirlas entre la gente del edificio. —Le alcanzó una a Arnold—. Tome el cargador también. Se les ha agotado la corriente: estas son nuestras radios de emergencia, pero, naturalmente, nadie las enchufó para recargarlas. Déjela que cargue unos veinte minutos y después trate de ver si localiza los coches.

Henry Wu abrió la puerta que indicaba
FERTILIZACIÓN
, y entró en el oscurecido laboratorio. Allí no había nadie; aparentemente, todos los técnicos todavía estaban cenando. Wu fue directamente a una terminal del ordenador y tecleó los registros cronológicos del ADN. Esos registros tenía que llevarlos el ordenador: el ADN era una molécula tan grande que cada especie necesitaba diez gigabytes de espacio en disco óptico para almacenar detalles de todas las iteraciones. Wu iba a tener que revisar las quince especies. Era una tremenda cantidad de información que había que examinar.

Todavía no veía con claridad por qué Grant había pensado que el ADN de rana era importante. A menudo, Wu mismo no distinguía una clase de ADN de otra. Después de todo, la mayor parte del ADN de los seres vivos era exactamente el mismo. Wu entendía que el ADN era una sustancia increíblemente antigua. Los seres humanos, cuando caminaban por las calles del mundo moderno, levantando por el aire a sus rosados bebés recién nacidos, difícilmente se detenían a pensar que la sustancia que estaba en el centro de todo ello —la que comenzó la danza de la vida— era una sustancia química casi tan antigua como la Tierra misma. La molécula de ADN era muy antigua y su evolución había terminado, esencialmente, hacía más de dos mil millones de años; desde aquel entonces, muy pocas cosas habían tenido lugar. Nada más que unas pocas combinaciones recientes de los antiguos genes… y ni siquiera había mucho de eso.

Cuando se comparaba el ADN del hombre con el de una bacteria inferior, se descubría que sólo el diez por ciento de las cadenas era diferente. Esta innata tendencia conservadora del ADN había animado a Wu a utilizar cualquier ADN que quisiera. Al elaborar sus dinosaurios, manipuló el ADN del mismo modo que un escultor pudiera haberlo hecho con arcilla o mármol. Wu había creado con libertad.

Puso en acción el programa de búsqueda del ordenador, a sabiendas de que le llevaría dos o tres minutos pasar por pantalla. Se puso en pie y recorrió el laboratorio, revisando los instrumentos: eso era fruto de un antiguo hábito. Observó el registrador que había fuera de la puerta de la cámara frigorífica, que hacía el seguimiento de la temperatura del congelador: vio que en el gráfico aparecía un pico. Eso era raro, pensó: significaba que alguien entró en la cámara. Y hacía muy poco, también, en el curso de la última media hora. Pero, ¿quién querría entrar ahí de noche?

El ordenador emitió una señal electrónica audible, breve, indicando que se había completado la primera búsqueda de datos. Wu fue a ver lo que había encontrado y, cuando vio la pantalla olvidó por completo la cámara frigorífica y el pico del gráfico:

ALGORITMO LEITZKE PARA LA BÚSQUEDA DE ADN

ADN: Criterios para la Búsqueda de Versión: RANA (todo, fragmento 1 en >0)

ADN que incorpora
fragmentos de RANA
Versiones
Maiasaurios
Procompsognátidos
Othnielios
Velocirraptores
Hipsilofodontes
2.1-2.9
3.0-3.7
3.1-3.3
1.0-3.0
2.4-2.7

El resultado estaba claro: todos los dinosaurios que se reproducían tenían ADN de rana. Ninguno de los otros animales lo tenía. Wu todavía no entendía qué los había hecho reproducirse, pero ya no se podía negar a reconocer que por alguna razón los dinosaurios se estaban reproduciendo.

Salió deprisa hacia la sala de control.

Lex

Estaba acurrucada dentro de un gran caño de drenaje de un metro de diámetro, que pasaba por debajo del camino. Tenía el guante de béisbol en la boca y se mecía hacia atrás y hacia delante, golpeándose la cabeza repetidamente contra la parte trasera del caño. Ahí dentro estaba oscuro, pero con sus lentes pudo verla con claridad. Parecía no estar herida y él se sintió invadido por el alivio, al haberla encontrado.

—Lex, soy yo, Tim.

No le respondió. Siguió golpeándose la cabeza contra el caño.

—Sal de ahí.

Sacudió la cabeza, haciendo un gesto de negación. Pudo ver que estaba terriblemente asustada.

—Lex, si sales, te dejaré estas lentes para visión nocturna.

Negó con la cabeza.

—Mira lo que tengo —dijo, levantando la mano. La niña lo miró sin entender—. Es tu pelota, Lex, he encontrado tu pelota.

—Y qué.

Intentó otro enfoque:

—Debe de ser incómodo estar ahí. Y debe de hacer frío también. ¿No te gustaría salir?

Volvió a negar con la cabeza y reanudó los cabezazos contra el caño.

—¿Por qué no?

—Hay animales ahí afuera.

Eso le desconcertó un instante: su hermana no había pronunciado la palabra «animales» desde hacía años.

—Los animales se han ido —afirmó para tranquilizarla.

—Hay uno grande. Un tyranosaurus rex.

—Se fue.

—¿A dónde se fue?

—No sé, pero no anda por aquí ahora —aseguró Tim, con la esperanza de estar diciendo la verdad.

Lex no se movió. La oyó dar cabezazos otra vez. Tim se sentó en la hierba que había fuera del caño, en un sitio en el que ella pudiera verle. El suelo estaba mojado donde él estaba sentado; se abrazó las rodillas y esperó. No se le ocurría hacer otra cosa.

—Simplemente me voy a sentar aquí y descansar —declaró.

—¿Está papaíto ahí afuera?

—No —contestó, sintiéndose raro—. Está en casa, Lex.

—¿Está mamaíta?

—No, Lex.

—¿Hay alguna persona mayor ahí afuera?

—Aún no. Pero estoy seguro de que vendrán pronto. Es probable que estén en camino ahora mismo.

Entonces la oyó moverse dentro del caño, y salir, tiritando por el frío, y con sangre seca en el cuero cabelludo y en la frente; pero, aparte de eso, estaba bien.

Miró alrededor, sorprendida, y preguntó:

—¿Dónde está el doctor Grant?

—No lo sé.

—Bueno, estaba aquí antes.

—¿Estaba? ¿Cuándo?

—Antes. Le he visto desde el caño.

—¿A dónde se ha ido?

—¿Y cómo voy a saber yo a dónde se fue? —contestó Lex, arrugando la nariz.

Y empezó a gritar:

—¡Ehhh, ehhh! ¿Doctor Grant? ¡Doctor Grant!

Tim estaba inquieto por el ruido que hacía su hermana —podría atraer al tiranosaurio— pero, un instante después, oyó un grito de respuesta. Venía de la derecha, desde el sitio donde estaba el Crucero de Tierra que había dejado pocos minutos atrás. Con sus lentes, Tim vio, con alivio, que el doctor Grant iba caminando hacia ellos. Tenía un gran desgarrón en la camisa, a la altura del hombro pero, fuera de eso, parecía estar bien.

—Gracias a Dios —dijo—. Los he estado buscando.

Tiritando, Ed Regis se puso de pie, y se quitó el barro de la cara y las manos. Había pasado una malísima media hora, atrapado entre bloques grandes de piedra, en la ladera de la colina situada abajo del camino. Sabía que, como sitio para esconderse, no era gran cosa, pero era presa del pánico y no estaba pensando con claridad. Se había arrojado a ese lugar frío y lleno de barro y había tratado de controlarse, pero en su mente seguía viendo a ese dinosaurio que venía hacia él. Hacia el coche.

Ed Regis no recordaba con exactitud lo sucedido después de eso. Recordaba que Lex decía algo, pero él no se detuvo, no se podía detener, sencillamente siguió corriendo sin parar. Más allá del camino perdió pie y cayó por la colina hasta quedar detenido junto a unos bloques. Y tuvo la impresión de que podía arrastrarse entre esos bloques, y esconderse —había bastante lugar—, así que eso fue lo que hizo. Jadeante y aterrorizado, sin pensar en otra cosa que escapar del tiranosaurio. Y al final, cuando quedó metido ahí adentro como una rata, entre los bloques de piedra, se calmó un poco, y le abrumaron el pavor y la vergüenza, porque había abandonado a esos niños, sencillamente había escapado, sencillamente se había salvado. Sabía que debía regresar al camino, que debía tratar de rescatarles, porque siempre se había imaginado a sí mismo como valiente y frío al estar sometido a presiones, pero cada vez que intentaba controlarse para obligarse a subir de vuelta al camino…, por alguna causa no le era posible. Empezaba a sentir pánico y a tener problemas para respirar, y no podía moverse.

Se dijo a sí mismo que, de todos modos, no había remedio: si los niños seguían estando allá arriba, en el camino, nunca podrían sobrevivir y, por cierto, no había cosa alguna que Ed Regis pudiera hacer por ellos, y muy bien podría quedarse donde estaba. Nadie iba a saber lo ocurrido, excepto él. Y no había nada que él pudiera hacer. No había nada que hubiese podido hacer. Y, por eso, Regis se quedó entre los bloques durante media hora, luchando contra el pánico, evitando cuidadosamente pensar en si los niños habían muerto, o en lo que Hammond hubiese podido hacer cuando lo supiera.

Lo que finalmente le hizo moverse fue la peculiar sensación que percibía en la boca: sentía algo extraño en el costado, una especie de entumecimiento y de hormigueo, y se preguntaba si se habría lesionado durante la caída. Regis se tocó la cara y sintió carne hinchada a un lado de la boca. Era extraño, pero no le dolía en absoluto. Entonces se dio cuenta de que la carne hinchada era una sanguijuela que estaba engordando a medida que le succionaba los labios. Prácticamente estaba dentro de su boca. Estremeciéndose por las náuseas, se la arrancó de un tirón, sintiéndola desgarrarle la carne de los labios, sintiendo el borbollón de sangre tibia en la boca. Escupió y la arrojó con repugnancia hacia el bosque. Vio otra sanguijuela en el antebrazo, y también se la arrancó, lo que dejó una banda de sangre oscura. Jesús, era probable que estuviera cubierto de ellas. Esa caída por la ladera de la colina. Estas colinas de la jungla estaban llenas de sanguijuelas. También lo estaban las hendiduras oscuras de las rocas. ¿Qué era lo que decían los trabajadores?: las sanguijuelas ascendían por los calzoncillos. Les gustaban los sitios oscuros y húmedos. Les gustaba reptar hasta llegar precisamente a…

Other books

Marked (Marked #3) by Elena M. Reyes
Lions and Lace by Meagan McKinney
The Marann by Sky Warrior Book Publishing
Captive by Joan Johnston
Far From My Father's House by Elizabeth Gill
The Art of Adapting by Cassandra Dunn
Illusion by Alexandra Anthony
Escapology by Ren Warom