Parque Jurásico (23 page)

Read Parque Jurásico Online

Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

BOOK: Parque Jurásico
13.7Mb size Format: txt, pdf, ePub

Arnold estaba apretando botones. Otra pantalla se encendió.

—Podemos hacer todo eso, y con mucha rapidez —informó—. El ordenador toma datos de medición en el transcurso de la lectura de las pantallas de televisión, de modo que son traducibles de inmediato. Aquí puede usted apreciar que tenemos una distribución normal de Poisson para la población animal. Muestra que la mayoría de los animales se apiña alrededor de un valor central promedio, y que unos pocos son o más grandes o más pequeños que el promedio, y se encuentran en los extremos descendentes de la curva.

—Cabría esperar esa clase de gráfico —comentó Malcolm.

—Sí. Cualquier población biológica saludable exhibe esta clase de distribución. Bien —inquirió Arnold, encendiendo otro cigarrillo—, ¿hay más preguntas?

—No —contestó Malcolm—. Creo que con esto prácticamente se contestó todo. Ya me he enterado de lo que necesitaba saber.

Mientras salían, Gennaro opinó:

—Me da la impresión de que es un sistema bastante bueno. No veo cómo algún animal podría salir de esta isla.

—¿No lo ve? —preguntó Malcolm—. Creí que resultaba completamente obvio.

—Espere un momento —se inquietó Gennaro—. ¿Cree que se escaparon animales?

—Sé que lo hicieron.

—Pero, ¿cómo? Lo vio por usted mismo; pueden contar todos los animales; pueden mirar todos los animales; saben dónde están los animales en todo momento. ¿Cómo es posible que uno se escape? No alcanzo a comprenderlo.

—Es completamente obvio —sonrió Malcolm—. Tan sólo es cuestión de las suposiciones que se hagan.

—Las suposiciones que se hagan —repitió Gennaro.

—Sí. Vea esto —trató de explicar Malcolm—. El suceso básico que se produjo en el Parque Jurásico es que los científicos y técnicos han tratado de hacer un nuevo mundo biológico completo. Y los científicos que están en la sala de control esperan ver un mundo nuevo. Como en el gráfico que nos mostraron. Aun cuando un instante de meditación revela que esa distribución normal cuidadosa, es terriblemente inquietante en esta isla.

—¿Lo es?

—Sí. Sobre la base de lo que el doctor Wu nos dijo antes, nunca se debería ver un gráfico de población como ése.

—¿Por qué no?

—Porque es el gráfico de una población biológica normal. Lo que el Parque Jurásico no es precisamente. El Parque Jurásico no es el mundo real. Se espera que sea un mundo controlado que sólo imite el mundo real. En ese sentido, es un verdadero parque, más bien como un jardín japonés formal. La naturaleza manipulada para ser más natural que la naturaleza, si así lo prefieren.

—Me temo que ha hecho que me pierda —declaró Gennaro, con aire de enfado.

—Creo que la visita lo aclarará todo —añadió Malcolm, sonriendo.

La visita

—Por aquí, todo el mundo por aquí —indicó Ed Regis. A su lado, una mujer estaba entregando cascos de médula vegetal, con la inscripción «Parque Jurásico» aplicada en la faja para la cabeza, y el pequeño logotipo de un dinosaurio azul.

Una fila de Cruceros de Tierra «Toyota» salió de un garaje subterráneo situado debajo del centro de visitantes. Cada coche se detuvo, sin conductor y silencioso. Dos negros, vestidos con uniformes de safari, estaban abriendo las portezuelas para los pasajeros.

—De dos a cuatro pasajeros por coche, por favor, de dos a cuatro pasajeros por coche —estaba diciendo una voz grabada—. Los niños de menos de diez años tienen que ir acompañados por un adulto. De dos a cuatro pasajeros por coche, por favor…

Tim observó que Grant, Sattler y Malcolm entraban en el primer Crucero, junto con el abogado Gennaro. Tim examinó a Lex que, de pie, estaba golpeándose en el guante con el puño.

Tim señaló el primer coche y preguntó:

—¿Puedo ir con ellos?

—Temo que tienen cosas que discutir —contestó Ed Regis.

—¿Qué cosas?

—Cosas técnicas.

—Me interesan las cosas técnicas. Preferiría ir con ellos.

—Bueno, podrás oír lo que digan: tendremos una radio abierta entre ambos coches.

El segundo vehículo llegó. Tim y Lex entraron, y Ed Regis les siguió.

—Estos son coches eléctricos —explicó—. Guiados por un cable.

Tim estaba contento de haberse sentado en el asiento de delante porque, montadas en el tablero de instrumentos, había dos pantallas de computadora y una caja que le pareció que era una «CD-ROM»: un reproductor de discos grabados por láser, controlado por ordenador. También había un trasmisor-receptor portátil y una especie de trasmisor de radio. Vio dos antenas en el techo y unas extrañas gafas en el bolsillo para mapas.

Los negros cerraron, y aseguraron, las portezuelas del Crucero de Tierra. Con un zumbido de motor eléctrico, el vehículo se puso en marcha. Allá adelante, los tres científicos y Gennaro estaban hablando y señalando, resultando claro que estaban excitados. Ed Regis dijo:

—Oigamos lo que están diciendo. —Se oyó el chasquido de un intercomunicador.

—No sé qué demonios piensa usted que está haciendo aquí —decía la voz de Gennaro a través del intercomunicador. Parecía muy enfadado.

—Sé muy bien por qué estoy aquí —contestó Malcolm.

—Está aquí para asesorarme, no para jugar re-malditos juegos intelectuales. Tengo el cinco por ciento de esta compañía y la responsabilidad de asegurarme de que Hammond haya hecho su trabajo en forma responsable. Ahora bien, usted malditamente viene aquí…

Ed Regis apretó el botón del intercomunicador y dijo:

—De acuerdo con las normas sobre anticontaminación del Parque Jurásico, estos livianos Cruceros de Tierra eléctricos fueron especialmente construidos para nosotros por «Toyota», en Osaka. Albergamos la esperanza de que, con el tiempo, nos podamos desplazar libremente en automóvil normal entre los animales, exactamente como lo hacen en los parques africanos, pero, por ahora, reclínense en sus asientos y disfruten de la excursión guiada en forma automática. —Vaciló, y después dijo—: Ah, a propósito, aquí atrás podemos oírles.

—¡Oh, Cristo! —dijo Gennaro—. Tengo que poder hablar con libertad. Yo no pedí que vinieran esos malditos niños…

Ed Regis compuso una sonrisa como para congraciarse, y apretó un botón:

—Será mejor que empecemos con el espectáculo, ¿no les parece?

Oyeron un toque de trompetas y en las pantallas interiores destelló BIENVENIDOS AL PARQUE JURÁSICO. Una sonora voz dijo:

—Bienvenidos al Parque Jurásico. En estos momentos están entrando en el mundo perdido del pasado prehistórico, en un mundo de poderosos seres desaparecidos hace mucho de la faz de la Tierra, mundo que ustedes tienen el privilegio de ver por vez primera.

—Ese es Richard Kiley —informó Ed Regis—. No reparamos en gastos.

El Crucero pasó a través de una arboleda de palmeras bajas y rechonchas. Richard Kiley estaba diciendo:

—Observen, antes que nada, la notable vida vegetal que les rodea: esos árboles que tienen a la izquierda y a la derecha se denominan cicadíneas, los predecesores prehistóricos de las palmeras. Las cicadíneas eran el alimento favorito de los dinosaurios. También pueden ver bennettitales y gingkos. El mundo del dinosaurio comprendía plantas más modernas, como pinos, abetos y cipreses de los pantanos. Verán todos éstos también.

El Crucero de Tierra se desplazaba con lentitud entre el follaje. Tim advirtió que las cercas y los muros de retención estaban ocultos por el follaje, para hacer mayor la ilusión de que se desplazaban a través de una jungla verdadera.

—Nos imaginamos el mundo de los dinosaurios —decía la voz de Richard Kiley— como un mundo de enormes herbívoros, que pasaban a través de los gigantescos bosques cenagosos del mundo cretáceo y jurásico, hace cien millones de años, comiendo las plantas que hallaban a su paso. Pero la mayoría de los dinosaurios no eran tan grandes como la gente cree: los más pequeños no eran más grandes que un gato doméstico, y el dinosaurio promedio tenía el tamaño de un pony. Primero, vamos a visitar uno de estos animales de tamaño medio, llamados hipsilofodontes. Si miran hacia la izquierda, puede que alcancen a tener una fugaz visión de ellos ahora.

Todos miraron hacia la izquierda.

El Crucero de Tierra se detuvo sobre un promontorio bajo, en un sitio en el que un claro en el follaje brindaba una vista hacia el este. Pudieron ver una zona boscosa en pendiente, que se abría hacia un campo de hierba amarilla que tenía unos noventa centímetros de alto. No había dinosaurios.

—¿Dónde están? —preguntó Lex.

Tim miró hacia el tablero frontal del coche, vio las luces del transmisor centellear y oyó el «CD-ROM» emitir un ronroneo. Evidentemente, el disco estaba integrando algún sistema automático. Tim conjeturó que los mismos sensores de movimiento que hacían el seguimiento de dónde estaban los animales también controlaban las pantallas del Crucero. Ahora, las pantallas mostraban imágenes de hipsilofodontes y sobreimprimían datos sobre ellos.

La voz prosiguió:

—Los hipsilofodontes son las gacelas del mundo de los dinosaurios; animales pequeños, veloces, que otrora vagaron por todo el mundo, desde Inglaterra hasta América del Norte, pasando por Asia Central. Suponemos que estos dinosaurios tuvieron tanto éxito porque tenían mejores mandíbulas y dientes para masticar plantas que sus contemporáneos. De hecho, el nombre «hipsilofodóntido» significa «diente de cresta elevada», lo que hace referencia a los característicos dientes autoafilables de estos animales. Los pueden ver en la llanura que se encuentra directamente al frente y también, quizás, en las ramas de los árboles.

—¿En los árboles? —preguntó Lex—. ¿Dinosaurios en los árboles?

Tim estaba escudriñando también con los gemelos.

—Hacia la derecha —dijo—. En la mitad superior de ese tronco grande verde…

En las moteadas sombras del árbol había un animal verde oscuro, inmóvil, que tenía el tamaño aproximado de un babuino, en pie sobre una rama. Parecía una lagartija erguida sobre las patas traseras. Se equilibraba con una larga cola colgante.

—Es un othnielia —dijo Tim.

—Los animales pequeños que ven se llaman othnielia —prosiguió la voz—, en honor del buscador de dinosaurios del siglo pasado Othniel Marsh, de Yale.

Tim localizó dos animales más, situados en ramas más altas del mismo árbol. Todos eran casi del mismo tamaño. Ninguno de ellos se movía.

—Bastante aburrido —dijo Lex—. No están haciendo nada.

—La manada principal de animales se puede hallar en la llanura herbácea que está a los pies de ustedes —prosiguió la cinta—. Los podemos excitar con un simple reclamo de apareamiento.

Un altavoz que había al lado de la cerca emitió un prolongado reclamo nasal, como el graznido de los gansos.

Desde el campo de hierba que tenían directamente a su izquierda, asomaron seis cabezas de lagartija, una después de la otra. El efecto era cómico, y Tim rió.

Las cabezas desaparecieron. El altavoz emitió el reclamo otra vez y, una vez más, las cabezas asomaron, exactamente de la misma manera, una después de la otra. La repetición fija de esa pauta de conducta era impresionante.

—Los hipsilofodontes no son animales especialmente brillantes —explicaba la cinta—. Tienen la inteligencia de una vaca doméstica, aproximadamente.

Las cabezas eran verde mate, con un moteado en marrón oscuro y negro que se extendía a lo largo de los delgados cuellos. A juzgar por el tamaño de las cabezas, Tim conjeturó que los cuerpos tenían un metro veinte de largo: casi tan grandes como ciervos.

Algunos de los hipsilofodontes estaban masticando. Uno alargó el brazo y se rascó la cabeza con una mano de cinco dedos. El gesto le dio un carácter meditabundo, pensativo.

—Si ven que se rascan, eso se debe a que tienen problemas en la piel. Los científicos veterinarios de aquí, del Parque Jurásico, creen que se puede tratar de un hongo o de una alergia. Pero todavía no están seguros. Después de todo, éstos son los primeros dinosaurios de la Historia a los que se haya podido estudiar vivos.

El motor eléctrico del coche se encendió y se oyó un rechinar de engranajes. Ante el sonido inesperado, la manada de hipsilofodontes dio un súbito salto en el aire y rebotó sobre la hierba como canguros, lo que reveló todo el cuerpo de los animales, dotados de poderosos miembros traseros y de largas colas, a la luz de la tarde. Con unos pocos saltos, desaparecieron.

—Ahora que les hemos echado un vistazo a estos herbívoros fascinantes, pasaremos a algunos dinosaurios que son un poco más grandes. Considerablemente más grandes, a decir verdad.

Los Cruceros de Tierra prosiguieron su marcha, desplazándose hacia el sur a través del Parque Jurásico.

Control

—Los engranajes rechinan —observó John Arnold en la oscurecida sala de control—. Hagan que mantenimiento revise los embragues eléctricos de los vehículos BB4 y BB5 cuando regresen.

—Sí, señor Arnold —respondió la voz en el intercomunicador.

—Un detalle de menor importancia —dijo Hammond, paseando por la sala. Desde donde estaba podía ver los dos Cruceros de Tierra que se desplazaban hacia el Sur, a través del parque. Muldoon estaba de pie en el rincón, observando en silencio.

Arnold empujó su silla hacia atrás, alejándola de la consola central del panel de control:

—No hay detalles de menor importancia, señor Hammond —dijo, y encendió otro cigarrillo.

Nervioso la mayoría de las veces, Arnold estaba especialmente inquieto en ese momento: era más que consciente de que ésa era la primera vez que unos visitantes habían recorrido realmente el parque. En verdad, la gente no entraba a menudo en el parque. Harding, el veterinario, a veces lo hacía; los cuidadores de los animales entraban en las coberturas para alimentación individual. Pero, aparte de esas actividades, observaban el parque desde la sala de control. Y ahora, con visitantes ahí afuera, Arnold se preocupaba por cien detalles.

Other books

Hard Day's Knight by Hartness, John G.
Serendipity Green by Rob Levandoski
Demian by Hermann Hesse
Alan Govenar by Lightnin' Hopkins: His Life, Blues