Alguien se sentó a mi lado, me volví.
—Me llamo Lena. Prima segunda de Agnes.
—Soy el hermano de Daniel, Martín. —Vacilé, luego le ofrecí mi mano; ella la tomó sonriendo ligeramente. Incómodo, esa mañana había besado a una docena de extraños, todos futuros parientes lejanos, pero esta vez no me atreví.
—El hermano del novio haciendo trabajo raso como los demás. Sacudió la cabeza con admiración fingida.
Con desesperación traté de dar una respuesta ingeniosa pero si fracasaba en la tarea sería aún peor que ser simplemente aburrido.
—Vives en Ferez?
—No, en Mitar. Tierra adentro. Nos estamos quedando en lo de mi tío. —Puso mala cara—. Junto con otras diez personas. Sin privacidad. Es horrible.
—Para nosotros es fácil —dije—. Trajimos nuestra casa. —
Idiota. Como si ella no lo supiera.
Lena sonrió.
—No he estado en una embarcación en muchos años. En algún momento me tienes que llevar a dar una vuelta.
—Por supuesto. Me sentiré feliz de hacerlo. —Yo sabía que ella lo decía sólo por hablar; nunca aceptaría el ofrecimiento.
—¿Son solamente Daniel y tú? —dijo.
—
Sí
—Deben sentirse cerca.
Me encogí de hombros.
—¿Y tú?
—Dos hermanos. Ambos más jóvenes. Ocho y nueve. Están muy bien, supongo. —Dejó descansar su mentón sobre una mano y me miró directamente con serenidad.
Aparté la vista, desconcertado por algo distinto a las ilusiones que me podía llegar a hacer con lo que sugería esa mirada. A menos que sus padres hubieran sido muy jóvenes cuando ella nació, no parecía probable que tuvieran planes de tener más hijos. Entonces, ¿un número impar en la familia significaba que había muerto uno o que la costumbre de números iguales de hijos correspondiendo a cada uno de los padres no se seguía donde ella vivía? Estudié la región hacía menos de un año pero tengo muy mala memoria para estas cosas.
—Parecías tan solo —dijo Lena—, aquí afuera.
Me volví hacia ella, sorprendido.
—Nunca estoy solo.
—¿No?
Pareció genuinamente curiosa. Abrí mi boca para contarle sobre Beatriz pero cambié de opinión. Las pocas veces que había contado algo a mis amigos —amigos normales, no Inmersos—, lo lamenté. Nadie se había reído pero se habían sentido evidentemente incómodos con la revelación.
—Mitar tiene un millón de habitantes, ¿no? —dije.
—Sí
—Un área del océano del mismo tamaño tiene una población de diez.
Lena frunció el ceño.
—Eso es algo demasiado complicado para mí, me temo. —Se puso de pie— Pero tal vez se te ocurra una forma de expresarlo en que pueda comprenderla hasta un firmelandés. —Levantó una mano en gesto de despedida y se alejó.
—Tal vez lo haga —dije.
El casamiento tuvo lugar en la Iglesia Profunda de Ferez, una nave espacial construida con piedra, vidrio y madera. Casi parecía una parodia de las iglesias a las que asistía, aunque probablemente fuera más parecida a la nave auténtica de los Ángeles que cualquier cosa construida con cascos vivos.
Daniel y Agnes estaban de pie ante el sacerdote, bajo el ápice del edificio. Los parientes más cercanos estaban detrás de ellos en dos filas en ángulo a cada lado. Mi padre —la madre de Daniel— estaba primero en nuestra fila, seguido por mi propia madre, y luego estaba yo. Eso me situaba al mismo nivel que Raquel, quien me echaba miradas de desprecio. Tras mi aventura fallida, eventualmente nos dejaron viajar a Daniel y a mí nuevamente a las reuniones del Grupo de Oración, pero antes de que pasara un año había perdido interés en ellas, y poco después dejé de ir a la iglesia. Beatriz estaba conmigo constantemente y ninguna reunión o ceremonia podía acercarme más a Ella. Sabía que Daniel desaprobaba esta actitud pero no me dio ningún sermón sobre el tema, y mis padres aceptaron mi decisión sin protestar. Si Raquel creía que yo era un apóstata, ése era su problema.
—¿Quién de ustedes trae un puente a este matrimonio? —preguntó el sacerdote.
—Yo —dijo Daniel. En la ceremonia transicional no se pregunta eso; en verdad, no le incumbe a nadie… y en cierto sentido la pregunta es casi sacrílega. Sin embargo, los teólogos de la Iglesia Profunda habían logrado explicar inconsistencias doctrinarias mucho más grandes que esta, así que ¿quién era yo para discutir?
—Daniel y Agnes, ¿declaran solemnemente que este puente será el lazo de vuestra unión hasta la muerte, y que no será compartido con ninguna otra persona?
—Lo declaramos solemnemente —respondieron juntos.
—¿Declaran solemnemente que compartirán este puente, así como lo harán con cada alegría y con cada carga del matrimonio?
—Lo declaramos solemnemente.
Mi mente se extravió; pensé en los padres de Lena. Tal vez uno de los hijos de la familia fuera adoptado. Hasta ahora Lena y yo nos habíamos arreglado para escabullimos hasta la embarcación tres veces, a primera hora de la tarde mientras mis padres estaban afuera. Hacíamos cosas que nunca había hecho con nadie, pero sin embargo no tenía valor para preguntarle sobre algo tan personal.
El sacerdote dijo:
—Ante los ojos de la Diosa ahora son uno. —Mi padre comenzó a sollozar quedamente. Sentí emociones contradictorias mientras Daniel y Agnes se besaban. Perdía a Daniel pero estaba contento de tener, por fin, la oportunidad de vivir sin él. Y quería que fuera feliz —ya estaba celoso de su felicidad— pero, al mismo tiempo, el pensamiento de casarme con alguien como Agnes me producía claustrofobia. Era agradable, devota y generosa. Ella y Daniel se cuidarían entre sí, y a sus hijos también. Pero ninguno presentaba ni siquiera un pequeño desafío a las creencias más arraigadas del otro.
Esta fórmula para la armonía me aterrorizaba. Y lo que más temía era que Beatriz la aprobara y deseara lo mismo para mí.
Lena puso su mano sobre la mía y empujó mis dedos más profundo dentro de ella, jadeando. Estábamos sentados en mi litera, cara a cara, mis piernas estiradas, las de ella arqueadas sobre las mías.
Deslizó la palma de la otra mano sobre mi pene. Me incliné sobre ella y la besé, moviendo mi dedo sobre el lugar que me había mostrado, su sacudida nos estremeció a ambos.
—¿Martín?
—¿Qué?
Me acarició con la yema de un dedo; de alguna manera era mejor que tener la mano entera envolviéndome.
—¿Quietes venir dentro de mí?
Negué con la cabeza.
—¿Por qué no?
Continuó moviendo el dedo, recorriendo la misma línea; apenas podía pensar.
¿Por qué no?
—Podrías quedar embarazada.
Se rió.
—No seas estúpido. Puedo controlar eso. Aprenderás, también. Es sólo una cuestión de experiencia.
—Usaré la lengua —dije—. Eso te gusta.
—Lo sé. Pero quiero algo más. Y tú también. Te lo aseguro. —Sonrió implorante—. Será agradable para los dos, te lo prometo. Más agradable que cualquier cosa que hayas hecho en tu vida.
—No apuestes por eso.
Lena hizo un murmullo de incredulidad mientras que su pulgar recorría la base de mi pene.
—Sé que no has penetrado a nadie. Pero no es algo de lo que tengas que avergonzarte.
—¿Quién dijo que estoy avergonzado?
Ella asintió con seriedad.
—Está bien. Asustado.
Liberé mi mano y me di un golpe en la cabeza con la litera de encima. La antigua litera de Daniel.
Lena se estiró y apoyó su mano sobre mi mejilla.
—No puedo —dije—. No estamos casados.
—Me dijeron que habías dejado todo eso.
—¿Todo qué?
—La religión.
—Entonces estás mal informada.
—Los ángeles hicieron nuestros cuerpos para esto. ¿Cómo puede haber algo pecaminoso en eso? —Recorrió con su mano desde mi cuello hasta mi pecho.
—Pero el puente significa que… —
¿Que?
Todas las Escrituras decían que su significado era la unión de hombres y mujeres, en igualdad. Y todas las Escrituras decían que la Diosa no podía separar a hombres y mujeres, pero en la Iglesia Profunda, a la vista de Dios, el sacerdote había hecho que Daniel reclamara prioridad. Entonces, ¿por qué debería preocuparme por lo que pensara un sacerdote?
—Está bien —dije.
—¿Estás seguro?
—Sí. —Tomé su cara en mis manos y comencé a besarla. Después de un momento, se estiró hacia abajo y me guió hacia su interior. El estremecimiento de placer casi me hizo acabar, pero de alguna manera me contuve. Cuando disminuyó el riesgo de que sucediera, entrelazamos nuestros brazos en tomo al cuerpo del otro y nos mecimos lentamente.
No fue mejor que mi Inmersión pero fue parecido a ser bendecido por Beatriz. Y mientras nos movíamos en los brazos del otro creció en mí la decisión de pedirle a Lena que nos casáramos. Ella era inteligente y fuerte. Cuestionaba todo. No me importaba que fuera firmelandesa, podíamos encontrarnos a mitad de camino, podíamos vivir en Ferez. Sentí que eyaculaba.
—Perdón.
—Está muy bien —susurró—. Está muy bien. Sigue moviéndote. Todavía tenía una erección; nunca me había sucedido antes. Podía sentir sus músculos apretando y liberando rítmicamente al compás de nuestro movimiento y sus lentas exhalaciones. Entonces gritó y hundió sus dedos en mi espalda. Traté de deslizarme afuera de ella otra vez, pero fue imposible: ella me aferraba con fuerza. Era esto. No había vuelta atrás.
Ahora estaba asustado.
—Yo nunca… —Las lágrimas se vertían desde mis ojos, traté de apartarlas.
—Lo sé. Y sé que es intimidante. —Me abrazó más fuerte—. Sólo siéntelo. ¿No es maravilloso?
Ya no era consciente de la falta de movimiento de mi pene, pero había un líquido ardiente corriendo a través de mi ingle, olas de placer se extendían profundamente.
—Sí —dije—. ¿Es así para ti?
—Es diferente. Pero también es muy bueno. Muy pronto lo descubrirás por ti mismo.
—No había pensado en eso —confesé.
—Tienes toda una vida nueva delante de ti, Martín —rió tontamente Lena—. No sabes lo que te estás perdiendo.
Me besó, y luego comenzó a apartarse. Grité de dolor y se detuvo.
—Lo siento. Lo haré más lentamente. —Extendí la mano para tocar el lugar donde nos habíamos unido, un hilo de sangre corría desde la base de mi pene.
—¿No irás a desmayarte sobre mí? —dijo Lena.
—No seas estúpida —sin embargo me sentí mareado—. ¿Y si no estoy listo todavía? ¿Y si no puedo hacerlo?
—Entonces perderé mi manija en unos centenares de tau. Los Ángeles no eran tan estúpidos.
Ignoré esta blasfemia, aunque no era sólo que los Ángeles no fueron los que diseñaron nuestros cuerpos… fue Beatriz Misma.
—Promete que no usarás un cuchillo —dije.
—Eso no es divertido. Es algo que le pasa de verdad a la gente.
—Lo sé —besé su espalda—. Creo que…
Lena extendió las piernas ligeramente y sentí que el carozo se rompía dentro de mí. La sangre fluyó cálida desde mi ingle pero el dolor había cambiado de una amenaza de daño a simple afecto, mi sistema nervioso ya no registraba la lesión.
—¿Lo sientes? —le pregunté a Lena— ¿Es parte de ti?
—Todavía no. Tomará un rato hasta que se formen las conexiones. —Pasó sus dedos sobre mis labios—. ¿Puedo quedarme dentro de ti hasta que se formen?
Asentí feliz. Ya no me preocupaba por las sensaciones, era sólo la contemplación del milagro de ser capaz de dar una parte de mi cuerpo a Lena como algo maravilloso. Hacía tiempo había estudiado los detalles fisiológicos, todo desde el intercambio de nutrientes al sistema inmunológico independiente del órgano —y sabía que Beatriz había empleado muchas de las mismas técnicas para el puente que había usado con la gestación de embriones— pero ser testigo de Su ingenio, que funcionaba tan dramáticamente en mi propia carne, era a la vez estremecedor y muy emotivo. Sólo dar a luz podía llevarme más cerca de Ella que esto.
Sin embargo, cuando por fin nos separamos, no estaba muy preparado para ver lo que apareció.
—¡Oh, es desagradable!
Lena sacudió la cabeza, riendo.
—Las nuevas siempre parecen un poco… incrustadas. La mayor parte de la materia te la quitarás lavándote, y el resto se caerá en unos kilotau.
Junté la sábana para pasarle un quitamanchas, luego toque ligeramente mí —su— pene. Mi vagina recientemente formada había dejado de sangrar, pero entonces comprendí cuanto revoltijo habíamos hecho.
—Tengo que limpiar esto antes de que regresen mis padres. Puedo ponerla a secar por la mañana, después de que se hayan ido, pero si no la lavo ahora la olerán.
Nos limpiamos lo suficiente como para ponemos los pantaloncitos, luego Lena me ayudó a llevar la sábana a la cubierta, meterla en el agua con los ganchos de lavandería. Las fibras de la sábana usarían los nutrientes del agua para potenciar el proceso de autolimpieza.
Los muelles estaban desiertos, la mayor parte de las embarcaciones próximas pertenecían a personas que vinieron para el casamiento. Dije a mis padres que estaba demasiado cansado para quedarme a las celebraciones; esta noche continuarían hasta el amanecer, aunque Daniel y Agnes probablemente partirían hacia medianoche. Para hacer lo que Lena y yo acabábamos de hacer.
—¿Martín? ¿Estás temblando?
No se ganaría nada con demorarlo. Antes de que me abandonara lo que me quedaba de valentía dije:
—¿Te casarás conmigo?
—Qué gracioso. Oh… —Lena tomó mi mano—. Discúlpame, nunca sé cuándo estás haciendo bromas.
—Intercambiamos el puente —dije—. No importa que primero no estuviéramos casados, pero las cosas serán más fáciles si seguimos las convenciones.
—Martín…
—O podríamos vivir juntos, si es lo que quieres. No importa. Ya estamos casados a los ojos de Beatriz.
Lena se mordió un labio.
—Yo no quiero vivir contigo.
—Podría mudarme a Mitar. Podría conseguir un trabajo.
Lena sacudió la cabeza, todavía sosteniendo mi mano. Dijo con firmeza:
—No. Sabes, antes de que hiciéramos algo, comprendías qué significaba. No quiero casarme, y no quiero casarme contigo. ¡Termínala!
Liberé mi mano y me senté sobre la cubierta.
¿Qué hice?
Pensé que tenía la bendición de Beatriz, pensé que éste era Su plan… pero me había estado engañando.
Lena se sentó a mi lado.
—¿Qué es lo que te preocupa? ¿Que lo descubran tus padres?
—Sí. —Eso era lo menos importante, pero parecía inútil tratar de explicar la verdad. Me volví hacia ella.