La eficacia de las Naciones Unidas se ve más reducida aún porque se ha negado la participación a ciertas naciones; excluirlas afecta de manera negativa el carácter mundial de ese organismo. Sin embargo; considerado en sí mismo el hecho de que se planteen y discutan abiertamente los problemas internacionales favorece la solución pacífica de los conflictos. La existencia de un foro supranacional de discusión sirve para que los pueblos se acostumbren de modo gradual a la idea de que los intereses nacionales deben ser defendidos a través de las negociaciones pertinentes y no por la fuerza bruta.
Creo que la característica más valiosa de las Naciones Unidas es este efecto psicológico o educativo. Una federación mundial supone una nueva clase de lealtad por parte del hombre, un sentido de la responsabilidad que no se desvanece en las fronteras nacionales. Para alcanzar su verdadero significado esa lealtad tendrá que abarcar algo más que objetivos políticos. Será necesario agregar la comprensión entre los distintos grupos culturales, la ayuda mutua económica y cultural.
Sólo un esfuerzo en este respecto originará un sentimiento de confianza estable, hoy perdida a causa de los efectos psicológicos de la guerra y deteriorada por la débil filosofía del militarismo y de la política de las grandes potencias. Sin comprensión y sin cierta dosis de confianza recíproca ninguna institución que vele por la seguridad colectiva de las naciones promoverá la simpatía general.
A las Naciones Unidas se agregó la UNESCO, organismo cuya misión es trabajar en favor de las tareas culturales. La UNESCO ha tenido la capacidad necesaria para evitar la influencia paralizadora de la política de las grandes potencias, por lo menos en grado mucho mayor que las Naciones Unidas.
Sólo pueden establecerse relaciones internacionales sólidas entre pueblos formados por personas cabales que gocen de cierta independencia; sobre la base de esta convicción, las Naciones Unidas han elaborado una Declaración Universal de los Derechos del Hombre que fue adoptada por la Asamblea General el 10 de diciembre de 1948.
La Declaración estipula una serie de principios fundamentales y universales que tienden a asegurar la protección del individuo, evitar la explotación económica del hombre y salvaguardar el libre desarrollo de sus actividades dentro de la comunidad.
Divulgar estos principios entre los estados miembros de las Naciones Unidas se considera un objetivo de gran importancia. De modo que la UNESCO dedica este tercer aniversario a formular una amplia llamada para establecer que estas aspiraciones éticas sean una base sobre la cual ha de restaurarse el equilibrio político de los pueblos.
No se podía evitar que la Declaración se redactase en la forma de un documento legal, que por su rigidez se expone a discusiones interminables.
No es posible que un texto de esa índole abarque la gran diversidad de condiciones de vida en los diversos países miembros de la organización; por otra parte es inevitable que este tipo de declaración admita muy distintas interpretaciones de detalle. La tendencia general de la Declaración, no obstante es inequívoca y proporciona una base adecuada y aceptable para el juicio y la acción.
Admitir de manera formal ciertos principios y adoptarlos como líneas de acción, a pesar de todas las adversidades de una situación cambiante, son dos cosas distintas, tal como cualquier observador imparcial puede comprobarlo a través de la historia de las instituciones religiosas. La Declaración, entonces, ejercerá una verdadera influencia sólo y exclusivamente cuando las Naciones Unidas demuestren con sus decisiones y sus hechos que encarnan de facto el espíritu de este documento.
(1951)
M
i participación en el proceso que culminó en la producción de la bomba atómica se redujo a una sola acción: firmé una carta dirigida al presidente Roosevelt en la que pedía que se realizaran experimentos en gran escala para explorar las posibilidades de producir una bomba atómica.
He sido siempre consciente del peligro tremendo que representaba para la humanidad un éxito en ese campo. Sin embargo, la posibilidad de que los alemanes estuvieran trabajando en el mismo problema, con fuertes perspectivas de resolverlo, me forzó a dar ese paso. No tenía otra alternativa, a pesar de que he sido siempre un pacifista convencido.
Según mi criterio, matar en guerra equivale a cometer un asesinato común.
En tanto que las naciones no se resuelvan a eliminar la guerra mediante una acción común y no intenten solucionar sus conflictos y proteger sus intereses con decisiones pacíficas que posean una base legal, se sentirán impulsadas a prepararse para la guerra. Se verán obligadas a prepararse con todos los medios posibles, aun los más detestables, para no quedar atrás en la carrera armamentista general.
Este camino conduce, en efecto, a la guerra, una guerra que en las actuales circunstancias significa la destrucción total.
En estas condiciones la lucha contra los medios no tiene posibilidad de alcanzar el éxito. Sólo la eliminación radical de la guerra y de la amenaza de guerra puede servir para algo. Este debe ser nuestro objetivo.
Cada persona debe estar resuelta a no permitir que los hechos la fuercen a ejecutar acciones que vayan en contra de este fin. Se trata de una exigencia severa para quien tenga conciencia de su situación de dependencia ante la sociedad. Mas no representa un imposible.
Gandhi, el mayor genio político de nuestro tiempo, nos ha indicado el camino, y nos ha demostrado que el pueblo es capaz de grandes sacrificios una vez entrevista la vía correcta. El trabajo que este hombre ha realizado por la liberación de la India es un testimonio viviente de que la voluntad gobernada por una firme convicción es más fuerte que el poder material, que aparenta ser invencible.
(1952)
E
l intercambio de ideas y conclusiones científicas, libre y amplio, es indispensable para el adecuado desarrollo de la ciencia, tal como sucede en todas las esferas de la vida cultural. Según mi opinión no cabe duda de que la intervención de las autoridades políticas de este país en el libre intercambio de conocimientos entre individuos ya ha tenido efectos bastante dañinos. En primer término, el daño se manifiesta en el ámbito del trabajo científico, y después de cierto período aparece en la tecnología y en la producción industrial.
La intromisión de las autoridades políticas en la vida científica de nuestro país es evidente en la obstrucción de los viajes de los científicos y los investigadores americanos hacia el extranjero y del acceso de científicos de otras naciones. Esta conducta mezquina por parte de un país poderoso no es más que un síntoma periférico de una dolencia que tiene raíces más profundas.
La interferencia en la libertad de comunicarse por escrito o en forma oral los resultados científicos, la generalizada actitud de desconfianza política que está sostenida por una inmensa organización policial, la timidez y la ansiedad que las personas evidencian para evitar todo aquello que pueda ser motivo de sospecha y que amenace su posición económica, todo esto no son sino síntomas, si bien revelan con claridad el carácter alarmante de la enfermedad.
Empero, a mi parecer, el verdadero mal yace en la actitud que ha creado la segunda guerra mundial y que domina todas nuestras acciones.
En particular la creencia de que en tiempos de paz debemos organizar nuestra vida y nuestro trabajo de manera que, en caso de guerra, podamos estar seguros de la victoria. Esta actitud supone la creencia de que la libertad y hasta la existencia de cada persona están amenazadas por poderosos enemigos.
Esta actitud explica todos los desagradables hechos que antes he denominado síntomas. Si esta actitud no se rectifica, dichos síntomas conducirán a una guerra y a una destrucción de vasto alcance. Esta situación se expresa en el presupuesto de los Estados Unidos.
Sólo si superamos esta obsesión podremos conceder una atención correcta al problema político, que se resume en la siguiente pregunta:
¿Cómo es posible ayudar a conseguir una vida más segura y más tolerable en esta Tierra ya tan degradada?
No lograremos erradicar los síntomas que hemos mencionado, y muchos otros, si no superamos la enfermedad más profunda que padecemos.
ALBERT EINSTEIN, (Ulm, Alemania, 14 de marzo de 1879 – Princeton, Estados Unidos, 18 de abril de 1955) fue un físico de origen alemán, nacionalizado suizo y estadounidense. Está considerado como el científico más importante del siglo XX.
En 1905, cuando era un joven físico desconocido, empleado en la Oficina de Patentes de Berna, publicó su teoría de la relatividad especial. En ella incorporó, en un marco teórico simple, fundamentado en postulados físicos sencillos, conceptos y fenómenos estudiados antes por Henri Poincaré y por Hendrik Lorentz. Como una consecuencia lógica de esta teoría, dedujo la ecuación de la física más conocida a nivel popular: la equivalencia masa-energía,
E=mc²
. Ese año publicó otros trabajos que sentarían bases para la física estadística y la mecánica cuántica.
En 1915 presentó la teoría de la relatividad general, en la que reformuló por completo el concepto de gravedad. Una de las consecuencias fue el surgimiento del estudio científico del origen y evolución del Universo por la rama de la física denominada cosmología. En 1919, cuando las observaciones británicas de un eclipse solar confirmaron sus predicciones acerca de la curvatura de la luz, fue idolatrado por la prensa. Einstein se convirtió en un icono popular de la ciencia mundialmente famoso, un privilegio al alcance de muy pocos científicos.
Por sus explicaciones sobre el efecto fotoeléctrico y sus numerosas contribuciones a la física teórica, en 1921 obtuvo el Premio Nobel de Física y no por
La Teoría de la Relatividad
, pues el científico a quien se encomendó la tarea de evaluarla, no la entendió, y temieron correr el riesgo de que luego se demostrase errónea. En esa época era aún considerada un tanto controvertida.
Ante el ascenso del nazismo, hacia diciembre de 1932, el científico abandonó Alemania con destino a Estados Unidos, donde impartió docencia en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. Se nacionalizó estadounidense en 1940. Durante sus últimos años trabajó por integrar en una misma teoría la fuerza gravitatoria y la electromagnética. Murió en Princeton, Nueva Jersey, el 18 de abril de 1955.
Aunque es considerado por algunos como el «padre de la bomba atómica», abogó en sus escritos por el pacifismo, el socialismo y el sionismo. Fue proclamado como el «personaje del siglo XX» y el más preeminente científico por la revista Time.