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Authors: Cilla Börjlind,Rolf Börjlind

Tags: #Intriga, #Policíaco

Marea viva (33 page)

BOOK: Marea viva
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—¿No habíamos dicho que abandonabas? Me prometiste que…

—Nils Wendt se encontró con el testigo Ove Gardman hace poco más de una semana. ¡En Costa Rica!

Stilton se quedó mudo.

—Es un poco extraño —dijo finalmente.

—¿Verdad que sí?

Una Olivia excitada se apresuró a explicarle lo que Gardman le había contado a Wendt acerca del asesinato en la playa y cómo Wendt, inmediatamente después, volvió a Suecia. A la isla de Nordkoster. Después de mantenerse oculto durante casi veinticuatro años.

—¿Por qué lo hizo? —preguntó Olivia.

¿Por qué el relato de Gardman de aquel crimen había provocado esa reacción en Wendt? Había desaparecido tres años antes de que se cometiera el asesinato. ¿Lo ligaba algún vínculo con la mujer de la playa? A fin de cuentas, ella era de origen latinoamericano.

—Olivia…

—¿Se conocieron en Costa Rica? ¿La envió a Nordkoster para recoger algo que Wendt había escondido en su casa de veraneo?

—¡Olivia!

—¿La torturaron para que desvelara lo que había venido a recoger? ¿Personas que habían recibido el soplo de su presencia y que la siguieron? ¿Había…?

—¡Olivia!

—¿Sí?

Stilton estaba harto de las teorías conspiratorias.

—Tienes que volver a hablar con Mette.

—¿De veras? ¡Por supuesto, desde luego!

—Y haz el favor de atenerte a los hechos. A Gardman y a Wendt. El resto ya lo resolverá ella.

—De acuerdo. ¿Me acompañas?

Lo hizo. Además, ya no llevaba el vendaje, solo una tirita grande, más discreta. Quedaron en que irían a cenar a un restaurante. Olivia había hablado con Mette, que en ese momento estaba a punto de salir de su casa. Mårten y Jolene habían ido a un espectáculo de danza en el centro y volverían tarde. Ella había decidido cenar algo rápido en un pequeño restaurante de Saltsjö-Duvnäs.

—El Stazione —dijo Mette.

—¿Dónde cae?

—En una antigua estación de tren de ladrillo rojo, la Saltsjö-Duvnäs, en la línea de Saltsjö.

Ahora estaban sentados allí, al sol del atardecer, en un andén de madera en la parte de atrás de la bonita estación, alrededor de una mesita redonda, a unos metros de los trenes que entraban y salían. Era una sensación extrañamente continental. El restaurante era un negocio familiar muy popular en el barrio, la comida era buena y tenían muchos clientes, por lo que les habían dado una mesa en el andén. A ellos no les importó. Se ajustaba perfectamente a sus necesidades del momento. No querían a nadie demasiado cerca que pudiera escuchar su conversación. Sobre todo teniendo en cuenta que Mette lanzó alguna que otra exclamación de asombro.

—¡¿En Costa Rica?!

Por fin recibía una respuesta a lo que llevaba preguntándose tantas veces hacía casi veinticuatro años. Por fin sabía dónde se había ocultado Nils Wendt durante todo ese tiempo.

—En Mal País —precisó Olivia—, en la península de Nicoya.

—¡Increíble!

Olivia estaba muy orgullosa de haber provocado una reacción como aquella en la curtida investigadora.

Mette se apresuró a llamar a Lisa Hedqvist y le pidió que se pusiera en contacto con Ove Gardman para interrogarlo acerca de Costa Rica. La información sobre el paradero de Wendt era más interesante para Mette que su posible vinculación con el caso de la playa. Si bien es cierto que no había prescrito, tenía entre manos una investigación significativamente más actual. Además, sentía que el caso de la playa seguía perteneciendo a Tom.

Colgó el teléfono y miró a Tom.

—Tenemos que hacer una visita.

—¿A Mal País?

—Sí. A la casa de Wendt. Puede haber material que nos ayude en la investigación, tal vez un motivo para el asesinato, tal vez algo que pueda explicar su desaparición. Pero será un poco peliagudo.

—¿Por qué? —preguntó Olivia.

—Porque no me siento cómoda con la policía de ese país, su eficacia no es para saltar de alegría, hay mucha burocracia.

—¿Entonces?

Olivia vio cómo Mette y Stilton intercambiaban miradas que revelaban una vieja complicidad.

Luego pidieron la cuenta.

Muy pocas veces tenía ocasión de visitar el casino Cosmopol. La mujer atrajo bastantes miradas cuando entró con paso majestuoso en una de las salas de juego, sobre todo la de Abbas. La había detectado ya en la puerta. Solo necesitó un breve vistazo para entender que pronto llegaría el momento de pedirle a otro crupier que se hiciera cargo de su mesa.

Stilton y Olivia estaban apoyados en el coche de Mette a unos metros del casino. De camino del Stazione le habían descrito a Olivia un poco por encima a la persona a quien se disponían a visitar. Abbas el Fassi, antiguo vendedor de bolsos y actualmente prestigioso crupier. A lo largo de los años había realizado varios encargos clandestinos, tanto para Mette como para Stilton.

De muy variada índole.

En cada nueva misión realizada Abbas había conseguido mejores resultados, probando así que era un tipo de fiar cuando se trataba de misiones que había que manejar un poco al margen de la legalidad.

Como en este caso.

Cuando no querían involucrar a la policía local ni pasar por la trituradora burocrática que supondría seguir las vías oficiales.

Así pues, tendría que ser de la otra manera.

A la manera de Abbas.

Olivia miró a Stilton.

—¿Siempre?

Stilton acababa de hablarle un poco de Abbas. De su pasado, aunque sin entrar en detalles. En especial, no dijo nada acerca de las circunstancias que condujeron a que Abbas, gracias a Stilton, saliera de un ambiente medio criminal y acabara en libertad vigilada en casa de Mette y Mårten, donde, con el tiempo, se le llegó a considerar un miembro más de la familia. Sobre todo gracias a Jolene, la niña con síndrome de Down. Tenía siete años cuando Abbas hizo su entrada en la casa y fue ella quien, poco a poco, penetró en la dura coraza y lo llevó a arriesgarse. Tanto a recibir los cuidados y el amor de la familia como a expresar el suyo. Un paso muy importante para aquel pobre huérfano de Marsella. Incluso hoy en día seguían considerando a Abbas parte de la familia Olsäter. Y él, por su parte, cuidaba de Jolene como un halcón.

Y llevaba navaja.

—Siempre —dijo Stilton, dejando entrever la afición de Abbas por las armas blancas.

Día y noche llevaba encima un cuchillo especial que él mismo se había confeccionado.

—¿Y si lo pierde?

—Tiene cinco.

Mette y Abbas salieron del casino y se dirigieron hacia el coche. Stilton se había preparado para el encuentro con Abbas. Hacía mucho tiempo que no se veían. La última vez, en circunstancias que prefería no ahondar.

Ahora volvían a verse.

Pero las cosas fueron como solían ser la mayoría de las veces con Abbas. Un par de miradas breves, un saludo discreto con la cabeza y todo estaba dicho. Cuando Abbas se sentó en el asiento al lado de Mette, Stilton se dio cuenta de lo mucho que lo había echado de menos.

Mette había propuesto ir a casa de Abbas, en Dalagatan. Sin pensar en las obras del túnel ferroviario de la línea de Citybanan. Ni en el solar que en un futuro algo lejano albergaría la estación de cercanías de Vanadisvägen y cuyas obras ocupaban actualmente toda la manzana alrededor del portal de Abbas. Más de una vez había estado en su piso mientras las detonaciones subterráneas se sucedían y hacían temblar todo el edificio, mirando hacia la pobre iglesia de Matteus de enfrente donde el Señor ponía todo su empeño en mantener los ladrillos en su sitio.

Ahora estaban todos sentados en su sala. Mette le presentó su encargo. Una visita al pueblo en que Wendt había pasado los últimos años, Mal País, en Costa Rica, y un registro de su hogar. Mette se encargaría de que la policía local colaborara con él en algunos asuntos a través de sus canales. De la misión principal tendría que ocuparse Abbas personalmente.

Siguiendo su propio criterio.

De los gastos se encargaría Mette.

Luego pasó a repasar todos los detalles del caso conocidos hasta el momento. Abbas escuchó concentrado y en silencio.

Cuando Mette hubo terminado con su parte, la que constituía el nudo de su investigación, Stilton le presentó un deseo adicional.

—Si vas allí podrías aprovechar para averiguar si existe algún vínculo entre Wendt y la mujer asesinada en Nordkoster, en 1987. Tal vez se conocieron en Costa Rica y ella viajó a Nordkoster para recoger algo que Wendt había escondido en su casa de veraneo. ¿Podrás hacerlo?

Olivia se sobresaltó un poco. Tomó nota de que Stilton, sin siquiera parpadear, había hecho suya parte de sus «teorías conspiratorias». Él es así, pensó. Me lo guardaré para otro momento.

Ahora aguardaban la respuesta de Abbas.

Olivia aún no había abierto la boca. Percibía una química muy especial entre aquellas tres personas que se remontaba en el tiempo. Se advertía un sólido respeto mutuo en el tono con que hablaban. También se fijó en que Stilton y Abbas se lanzaban miradas de reojo. Breves miradas, como si existiera algún acuerdo tácito entre ellos.

¿Qué sería?

—Iré.

Abbas no dijo nada más al respecto. En cambio, preguntó si alguien quería un té. Mette quería volver a casa y Stilton simplemente quería irse, así que rehusaron. Cuando se dirigían hacia el vestíbulo, Olivia dijo que sí, gracias.

—Estaría bien una taza de té.

No supo muy bien por qué lo había dicho, pero algo en Abbas la impulsó a hacerlo. Se sentía fascinada por él desde que subiera al coche y se sentara en el asiento con un solo movimiento. Y además olía bien. No a perfume, sino a algo que Olivia no sabía qué era. Abbas volvió a la sala con una pequeña bandeja de plata con té y dos tazas.

Olivia echó un vistazo a la sala. Era muy bonita. Pintada de blanco, espaciosa, con pocos muebles y algunas litografías en una pared. Un fino drapeado cubría otra pared, no había televisor, el suelo era de madera gastada y suave. Se preguntó si Abbas no sería un poco perfeccionista.

Lo era, a ciertos niveles.

Eran pocos los que conocían los demás niveles.

Olivia lo observó. Estaba de pie, al lado de una librería baja y sobria, repleta de libros delgados. Su jersey blanco de mangas cortas colgaba holgadamente por encima de unos pantalones chinos. ¿Dónde guarda el cuchillo?, se preguntó Olivia. Según Stilton, siempre lo llevaba encima. Sus ojos se deslizaron por el cuerpo de Abbas. Pero si apenas iba vestido. ¿Lo habría dejado en algún sitio?

—Eres una persona muy curiosa.

Abbas se dio la vuelta con una tacita de té en la mano. Olivia supo que la había pillado. No quería que malinterpretara su mirada.

—Stilton dice que siempre llevas un cuchillo encima.

La reacción de Abbas fue mínima, aunque evidente. Y negativa. ¿Por qué Stilton le había hablado a Olivia de su cuchillo? Era innecesario. El cuchillo formaba parte del carácter oculto de Abbas. No le pertenecía a la gente desconocida. Ni siquiera esa joven debería tener acceso a la información.

—De vez en cuando Stilton habla demasiado.

—Pero ¿es verdad? ¿Lo llevas encima ahora mismo?

—No. ¿Azúcar?

—Un poco.

Abbas se volvió de nuevo. Olivia se reclinó en la butaca baja al tiempo que a su lado restallaba algo en el marco de la puerta. Un cuchillo largo, fino y negro vibraba a un par de centímetros de su hombro. Olivia se echó hacia un lado y clavó la mirada en Abbas, que se acercó a ella con una tacita de té en la mano.

—No es un cuchillo, es una Black Circus, 260 gramos. ¿Quieres hablar del caso de la playa?

—Claro.

Olivia cogió su tacita de té y empezó a contar. En voz demasiado alta y forzada. El cuchillo seguía clavado a su lado. En su cabeza rondaba la pregunta: ¿Dónde demonios lo guardaba?

Ove Gardman estaba sentado en la cocina de casa de sus padres en Nordkoster. Miraba por la ventana. Un poco antes había hablado con una policía de Estocolmo y le había contado todo lo que sabía de Nils Wendt y Mal País. Se había terminado la lata de raviolis. No había sido precisamente una experiencia culinaria digna de mención, pero había cumplido su cometido de mitigar el hambre. Mañana compraría comida de verdad.

Echó un vistazo por la vieja casa de sus padres.

Había hecho una breve escala en su piso de dos habitaciones en Gotemburgo antes de ir a Strömstad, donde visitó a su padre en la residencia geriátrica. Luego se fue a casa, a Nordkoster.

«A su casa, en Nordkoster», pues era el lugar al que pertenecía.

Así de sencillo.

Ni su madre ni su padre estaban ya allí y se sentía algo triste. Y vacío. Su madre, Astrid, había muerto tres años atrás y hacía poco, Bengt, su padre, había sufrido una apoplejía. Ahora tenía el lado derecho de su cuerpo medio paralizado. Una pesada discapacidad para un viejo y curtido pescador de bogavantes que llevaba toda una vida desafiando el mar con su físico indomable.

Ove suspiró. Se levantó de la mesa de la cocina, dejó el plato en el fregadero y pensó en Costa Rica. Había sido un viaje fantástico, instructivo y extraño.

Y más extraño aun cuando volvió a casa y llamó a esa tal Olivia Rönning. Dan Nilsson asesinado. Un hombre de negocios desaparecido que en realidad se llamaba Nils Wendt. Que había regresado a Nordkoster tras su encuentro en Mal País para acabar asesinado. ¿Qué hacía aquí, en la isla? Extraño. Desagradable. ¿Tendrá algo que ver con lo que le conté acerca de la mujer en la playa?, pensó.

Se acercó a la puerta principal y la cerró con llave. No solía hacerlo nunca, no era necesario en Nordkoster, pero aun así lo hizo. Luego se dirigió a su antigua habitación. Se detuvo en el umbral y contempló el interior. Estaba prácticamente intacta desde que se mudara a Gotemburgo para estudiar. El viejo empapelado con dibujos de caracolas, de acuerdo con los deseos del joven Ove, había superado su fecha de caducidad con creces y debería cambiarlo o pintar las paredes.

Se puso en cuclillas. El linóleo había cumplido con su función. Seguramente había un suelo de madera debajo que podría pintar, o lijar y tratar con aceite. Intentó levantar el linóleo un poco para ver qué se ocultaba debajo, pero estaba bien pegado. ¿Tal vez con un escoplo? Se acercó al armario de las herramientas en el vestíbulo, el orgullo de su padre Bengt. Todo estaba clasificado y colgado según un orden minucioso.

Ove sonrió cuando abrió el armario y vio su propia caja de explorador. Una caja de madera que había hecho en las clases de carpintería del colegio, del tamaño de una caja de zapatos. La había llenado con objetos encontrados en la playa cuando era pequeño. Era increíble que siguiera allí. ¿Y aquí, de todos los sitios posibles? En el amado armario de las herramientas de Bengt. Apartó el estuche del taladro y sacó su caja.

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