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Authors: Cilla Börjlind,Rolf Börjlind

Tags: #Intriga, #Policíaco

Marea viva (32 page)

BOOK: Marea viva
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Había enviado unos cuantos hombres a la ciudad para hablar con los sin techo que habían sido asaltados antes de la muerte de Vera Larsson. Uno de ellos seguía en el hospital, un grandullón del norte que no recordaba nada de la agresión. De momento no podían hacer mucho más.

Según Forss.

Estaba sentado hojeando
Strike
, una revista de bolos. Klinga repasaba el informe técnico de la autocaravana.

—Veamos si ese vídeo nos puede aportar algo —dijo Klinga.

—¿En la que follan en la caravana?

—Sí.

El hombre que practicaba sexo con Vera Larsson todavía no había sido identificado. De pronto llamaron a la puerta.

—¡Adelante!

Stilton entró con la cabeza vendada. Forss bajó la revista y lo miró. Stilton miró a Janne Klinga.

—Hola, soy Tom Stilton.

—Hola.

Klinga dio un paso adelante y le tendió la mano.

—Janne Klinga.

—¿O sea, que ahora mismo eres un sin techo? —dijo Forss.

Stilton no reaccionó. Se había preparado mentalmente, sabía que sería así. No le gustaba. Miró a Janne Klinga.

—¿Eres tú quien dirige la investigación del caso Vera Larsson?

—No; es…

—¿Sabes quién te dio la paliza? —preguntó Forss.

Stilton no desvió la mirada de Klinga.

—Creo que Vera Larsson fue asesinada por un par de Kid Fighters —dijo.

Se hizo el silencio durante unos segundos.

—¿Kid Fighters? —repitió Klinga.

Stilton contó lo que sabía. Las peleas en jaulas, exactamente dónde tenían lugar, quién participaba y probablemente quién las organizaba.

Y qué símbolos llevaban tatuados algunos en el brazo.

—Dos letras con un círculo alrededor, KF, se entrevé en uno de los vídeos colgados en Trashkick. ¿También lo habéis detectado? —preguntó.

—Pues no. —Klinga miró a Forss con el rabillo del ojo.

—Las siglas KF corresponden a Kid Fighters —dijo Stilton, y se volvió hacia la puerta.

—¿Cómo ha averiguado todo esto? —preguntó Klinga.

—Un niño de Flemingsberg me dio el soplo. Acke Andersson.

Abandonó la sala sin haber mirado a Forss ni una sola vez.

Un rato después, Forss y Klinga se dirigieron al comedor del personal. Forss se mostraba muy escéptico ante la información que les había proporcionado Stilton.


¿Cagefighting?
¿Niños que pelean en jaulas? ¿Aquí? ¿En Suecia? Habríamos oído hablar de ello. Me parece un disparate.

Klinga no contestó. Forss insinuó que tal vez Stilton volvía a sufrir una de sus psicosis alucinadora con una historia inverosímil.

—¿O tú qué crees? ¿Kid Fighters? ¿Puede haber algo de eso?

—No lo sé —admitió Klinga.

No estaba tan convencido de la inverosimilitud de la información de Stilton. Decidió repasar los vídeos que habían bajado de Trashkick y ver si encontraba ese tatuaje.

Más tarde, cuando estuviera a solas.

Ovette Andersson se paseaba por Karlavägen. Zapatos negros de tacón de aguja, falda negra y ceñida y una corta cazadora de cuero marrón. Acababa de terminar en un garaje privado de Banérgatan con un cliente que la había dejado donde la recogiera. Este no era su distrito habitual, pero corría el rumor de que había sabuesos por la zona de Mäster Samuel, así que había cambiado.

Se retocó el pintalabios y bajó por Sibyllegatan, en dirección a la estación de metro. De pronto divisó un rostro conocido en una tienda al otro lado de la calle.

En Udda Rätt.

Ovette se detuvo.

¿Así que esa era su tienda? Una fachada muy chic. Muy lejos de los tiempos en que chupaba pollas mientras la coca le salía por la nariz, pensó. Era la primera vez que pasaba por la tienda de Jackie Berglund. Aquel ya no era su territorio. Hubo un tiempo en que Ovette se movía con familiaridad por el barrio de Östermalm, aunque ahora costara creerlo.

Antes de Acke.

Udda Rätt, del derecho y del revés, pensó. Muy ingenioso. Jackie siempre había sido lista, lista y calculadora. Ovette cruzó la calle y se detuvo ante el escaparate. Volvió a entrever a la espléndida mujer. En ese instante, Jackie se volvió y la miró a los ojos. Ovette le sostuvo la mirada. Otrora habían sido compañeras de trabajo, chicas
escort
del mismo establo. Gold Card. Ella y Jackie y Miriam Wixell, a finales de los ochenta. Miriam lo había dejado cuando les exigieron que ofrecieran servicios sexuales.

Ovette y Jackie habían seguido.

Los ingresos eran buenos.

Jackie era la lista del grupo, la que siempre aprovechaba la ocasión para relacionarse con la clientela que atendían. Ovette simplemente se dejaba llevar y de vez en cuando se metía una raya con un cliente, sin más. Cuando Gold Card cerró, Jackie reemplazó a Carl Videung y le puso el nombre de Red Velvet. Una empresa exclusiva de chicas
escort
para un pequeño círculo exclusivo. Ovette siguió a Jackie a la nueva empresa, trabajó unos años para ella y entonces se quedó preñada.

De un cliente.

Craso error.

Jackie le exigió que abortara. Ovette se negó. Era la primera vez que se quedaba embarazada y seguramente sería la última. Decidió tenerlo. Al final Jackie la echó, literalmente. A partir de entonces tuvo que buscarse la vida con un recién nacido a cuestas.

Acke.

Hijo de un cliente que solo Ovette y Jackie conocían. Ni siquiera el cliente lo supo nunca.

Ahora se miraban a los ojos a través del escaparate de Sibyllegatan. La puta de la calle y la fulana de lujo. Al final, Jackie apartó la mirada.

¿Parecía un poco asustada?, se preguntó Ovette. Se quedó un rato más mirando cómo Jackie se ocupaba de ordenar unos estantes, muy consciente de la presencia de Ovette.

Me tiene miedo, pensó Ovette. Porque sé cosas y podría valerme de ellas. Pero yo nunca lo haría porque no soy como tú, Jackie Berglund. Esa es la diferencia entre nosotras. Una diferencia que hace que yo esté en la calle y tú allí dentro. Ovette mantuvo la cabeza bien alta cuando retomó su camino en dirección al metro.

Jackie seguía ordenando en la tienda, de una manera un tanto compulsiva. Estaba agitada y alterada. ¿Qué hacía esa aquí? ¡Ovette Andersson! ¿Cómo demonios se atrevía? Al final se volvió. Se había ido. Jackie pensó en ella. Ovette, la vivaracha, la de ojos alegres, al menos entonces. A la que se le ocurrió teñirse el pelo de azul y puso furioso a Carl. No era demasiado lista, ni tampoco una estratega. Lo que en el fondo era una suerte, pensó Jackie. Ovette sabía demasiado acerca de ciertos clientes. Sin embargo, había mantenido la boca cerrada.

Durante todos esos años.

Supongo que me tiene miedo. Sabe quién soy yo y de lo que soy capaz si alguien me amenaza. Habrá pasado por aquí casualmente.

Siguió recogiendo y consiguió ahuyentar la desagradable imagen en el escaparate. Un rato más tarde volvió a pensar en Ovette. Una insignificante puta de Kärrtorp con un hijo a cuestas. Menudo cambio. A peor, desde luego. Cuando podía haber abortado y trabajado hasta alcanzar un nivel de vida mucho más alto. La gente tomaba decisiones de lo más desafortunadas, pensó, al tiempo que le abría la puerta con una sonrisa a una de sus clientas más fieles.

Linn Magnuson.

Rune Forss acababa de tomarse su segundo café en el comedor cuando divisó a Mette Olsäter. Se dirigía a su mesa. Janne Klinga se había ido.

—¿Se ha puesto Tom Stilton en contacto contigo? —preguntó Mette cuando llegó a su mesa.

—¿Qué quieres decir con ponerse en contacto?

—¿Ha hablado contigo hoy?

—Sí.

—¿Acerca del
cagefighting
y los Kid Fighters?

—Sí.

—Muy bien. Hasta luego.

Mette se volvió, dispuesta a marcharse.

—¡Olsäter!

Ella se volvió.

—¿También te lo ha contado a ti? —preguntó Forss.

—Sí. Ayer.

—¿Tú te lo crees?

—¿Por qué no iba a hacerlo?

—Porque él… Supongo que habrás visto en qué estado se encuentra, ¿verdad?

—¿Qué tiene eso que ver con la información que nos ha facilitado?

Se miraron a los ojos un par de segundos. No se caían bien. Cuando Forss levantó su taza, Mette se fue. Él la siguió con la mirada.

¿Ahora la Brigada Criminal iba a meter las narices en su investigación?

Olivia estaba medio echada en la cama con el portátil blanco sobre las rodillas y una tarrina de helado Ben Jerry’s en la mano. Era capaz de acabarse una entera y luego saltarse la cena.

No era precisamente una buena idea, pero el helado estaba rico.

Había dedicado unas horas a internet para hacerse una idea de la vida anterior de Nils Wendt, cuando era un empresario activo y socio de Bertil Magnuson. No consideraba que con ello rompiera la promesa de abandonar el caso de la playa. Al fin y al cabo, no había ninguna conexión entre aquel caso y el asesinato de Wendt. De momento, lo llamaría investigación sobre Magnuson Wendt Mining, la empresa que más tarde pasó a llamarse Magnuson World Mining y que ya entonces, antes de que Wendt desapareciera, recibió duras críticas generalizadas. Sobre todo por tratar con estados dictatoriales.

Más o menos como había comentado Mårten Olsäter durante su estallido en la cena.

Sus pensamientos volaron hasta el caserón de Värmdö. Pensó en la noche anterior. Había sido una experiencia un tanto perturbadora para ella. Repasó retazos de lo hablado en la mesa. Y luego en el sótano musical con Mårten. Intentó interpretar los matices ocultos en la relación entre Stilton y los Olsäter. Era difícil. Si tenía ocasión, preguntaría a Mette o a Mårten cómo era, en realidad, su relación. La de Stilton con los Olsäter. Les preguntaría qué sabían de lo que le había ocurrido a Stilton. Estaba segura de que sabían más que ella.

De pronto topó con una foto de un joven Nils Wendt en la pantalla. Al lado de un Bertil Magnuson igualmente joven. La fotografía pertenecía a un artículo de 1984. Describía cómo esos dos hombres acababan de firmar un acuerdo con el presidente Mobutu en el entonces Zaire. El acuerdo reportaría millones a MWM. Los dos sonreían a la cámara. A sus pies yacía un león muerto.

Magnuson sostenía un rifle, muy ufano.

Repugnante, pensó Olivia. Entonces sonó su móvil. Miró la pantalla: un número que no conocía.

—Olivia Rönning.

—Hola, soy Ove Gardman, acabo de escuchar los mensajes en mi móvil y me he encontrado con un par tuyos. ¿Querías hablar conmigo?

—Sí. ¡Desde luego!

Olivia apartó el portátil con los dedos pringados de helado y se incorporó en la cama. Ove Gardman. ¡El niño testigo de Hasslevikarna!

—¿De qué se trata? —preguntó Gardman.

—Verás, es una vieja investigación de asesinato que estoy estudiando. Ocurrió en Hasslevikarna, en 1987. Y creo que tú lo presenciaste, si he entendido bien.

—Sí, es cierto. Qué curioso.

—¿Qué?

—Pues que hablé de ello hace más o menos una semana con un hombre en Mal País.

—¿Dónde está eso?

—En Costa Rica.

—¿Y hablasteis de ese mismo crimen?

—Así es.

—¿Quién era?

—Un tal Dan Nilsson.

Olivia le dio la patada a su promesa de abandonar el caso e intentó controlar su voz.

—¿Estás en Suecia ahora mismo? —preguntó.

—Sí.

—¿Cuándo volviste?

—Esta misma noche.

—Entonces es posible que no hayas oído hablar del asesinato de Nils Wendt.

—¿Quién es?

—Dan Nilsson. Utilizaba ese nombre, aunque en realidad se llamaba Nils Wendt.

—¿Lo han matado?

—Sí. Anteayer. Aquí, en Estocolmo.

—Vaya.

Olivia dejó que Gardman hablara. Tenía más preguntas que hacerle, pero fue él quien siguió hablando sin que ella tuviera que hacer nada.

—Uf, parecía tan… La verdad es que todo esto me resulta muy desagradable, al fin y al cabo estuve en su casa y…

Llegados a este punto, Gardman hizo una pausa y Olivia coló una pregunta.

—¿Cómo os conocisteis?

—Bueno, verás, soy biólogo marino y estuve en San José colaborando en un proyecto para una gran reserva marina, en la península de Nicoya, y entonces fui a la costa oceánica un par de días para echarle un vistazo y allí me encontré con él, era guía en un parque natural en el bosque tropical, a las afueras de Mal País.

—¿Y él vivía allí, en Mal País?

—Sí. Nos vimos en el parque natural. Supongo que no solía encontrarse con muchos suecos y me invitó a cenar en su casa.

—¿Y fue entonces cuando hablasteis del asesinato en Nordkoster?

—Sí, bebimos bastante vino y luego, no sé muy bien cómo, empezamos a hablar y resultó que los dos teníamos vínculos con la isla. Él tuvo una casa de veraneo allí hace muchos años, y entonces yo le hablé de la noche en que fui testigo de aquello, en Hasslevikarna.

—¿Y él cómo reaccionó?

—Bueno… La verdad es que fue curioso, porque mostró mucho interés y quiso conocer todos los detalles, pero yo entonces solo tenía nueve años y de todo aquello hace más de veinte años, así que no me acuerdo de gran cosa.

—Pero ¿mostró sumo interés por el caso?

—Yo diría que sí. Luego se fue. Volví a la noche siguiente para recoger mi gorra, me la había dejado en su casa, pero él se había ido. Un par de niños andaban por allí jugando con la gorra, pero no sabían dónde estaba, solo que se había ido de viaje.

—Fue a Nordkoster.

—¿Eso hizo?

—Sí.

—¿Y ahora está muerto?

—Desgraciadamente. ¿Puedo preguntarte dónde estás ahora mismo?

—En casa. En Nordkoster.

—¿Y no piensas subir a Estocolmo en algún momento?

—Ahora mismo no.

—De acuerdo.

Olivia le dio las gracias. En realidad, por mucho más de lo que él creía. Colgó y buscó el número de Stilton.

Stilton estaba frente al centro comercial de Söderhallarna vendiendo
Situation Stockholm
. La cosa iba lenta. Dos ejemplares en una hora. No es que escaseara la gente, solo que, en principio, todo el mundo llevaba un móvil pegado al oído o un par de cables colgando de las orejas y conectados a un móvil que sostenían en la mano. Probablemente estemos a punto de mutar, pensó Stilton. Una nueva raza.
Homo digitalis
, una renovada versión del neandertal. Entonces sonó su propio móvil.

—¡Soy Olivia! ¿Sabes de qué me acabo de enterar, relacionado con Nordkoster?

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