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Authors: Cilla Börjlind,Rolf Börjlind

Tags: #Intriga, #Policíaco

Marea viva (30 page)

BOOK: Marea viva
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Olivia avanzó hasta la cerca de madera y entró por la verja. Ligeramente sorprendida, pasó por delante de una serie de extrañas construcciones pequeñas diseminadas por el amplio terreno. Una especie de casitas de juego descuidadas con cuerdas colgando, redes y puentes de madera. Y diversos farolillos de colores colgados aquí y allá. ¿Un circo desmantelado?, pensó. Un poco más allá, unos niños medio desnudos jugaban en unos grandes columpios. Ninguno reaccionó ante la presencia de Olivia. Con cierta indecisión subió las viejas escalinatas de madera en forma de abanico y llamó a la puerta.

No abrieron enseguida. Era una casa grande. Al final Mette Olsäter se asomó a la puerta. Había estado ocupada desde temprano por la mañana con la investigación sobre el caso Wendt, formando grupos que funcionarían las veinticuatro horas del día. Mañana le tocaría el turno de noche. Ahora parecía bastante confusa, hasta que cayó en la cuenta de quién llamaba: la joven que había preguntado por Tom. ¿Olivia Rönning? Eso era. ¿Y ahora qué quería? ¿Preguntarle una vez más por Tom?

—¿Sí? —preguntó.

—Hola, no quisieron darme su teléfono en comisaría, así que le pregunté a Tom Stilton y él me trajo hasta aquí, y…

—¿Tom está aquí?

—Sí, él…

Cuando Olivia se volvió hacia la calle, Mette la acompañó en el gesto. Vislumbró una figura un poco más allá, en la misma calle.

No le hizo falta más.

—¡Pasa! —le ordenó Mette al tiempo que ella salía con rápidos pasos.

Su recio cuerpo se movió con sorprendente presteza al cruzar el terreno y la verja. Antes de que Stilton se hubiese alejado, ella lo alcanzó. Se detuvo frente a él y lo miró. Stilton apartó la mirada; tenía cierta experiencia en eso. Mette se quedó donde estaba, como solía hacer Vera. Pasado un rato lo cogió del brazo, le dio la vuelta y empezaron a caminar hacia la verja.

Avanzaban como una vieja pareja. Un señor alto, con la cabeza vendada y aspecto ajado y una mujer voluminosa, por no decir otra cosa. Al llegar a la verja, Stilton se detuvo.

—¿Quiénes están?

—Jimi está jugando en el ordenador con los niños, en el piso de arriba. Jolene duerme. Mårten está en la cocina.

Olivia había obedecido la orden de Mette y había entrado al vestíbulo, o como fuera que se llamara eso. Un espacio más o menos abarrotado donde tuvo que pasar por encima de un poco de todo para llegar a una habitación donde había luces encendidas. A Olivia le costó definir esa estancia. Era grande, con preciosos revestimientos de madera en las paredes, estucados blancos en los techos y extraños objetos aquí y allá.

Aunque no resultaban tan extraños para quienes los habían adquirido en diversos viajes alrededor del mundo. Coronas nupciales filipinas, pequeños cráneos de monos cubiertos de plumas, tapices multicolores del gueto de Ciudad del Cabo, grandes tubos con esqueletos pintados que sonaban como voces de espíritus cuando les dabas la vuelta. Objetos que habían gustado a alguien que les había asignado un sitio en aquel caserón. No importaba demasiado dónde. Allí, por ejemplo, en esa estancia.

Olivia paseó la vista alrededor.

¿Había gente que vivía así?, pensó. ¿Se podía vivir así? La distancia con la casa adosada blanca, pulcra y sobria de sus padres en Rotebro era de al menos un par de años luz.

Atravesó la estancia con cautela y oyó un ligero traqueteo proveniente del interior de la casa. Siguió el ruido a través de un par más de habitaciones de decoración exótica que reforzaron su sensación de… Bueno, la verdad es que no sabía muy bien de qué. Pero algo en aquellas estancias la cautivaba, una mezcla de fascinación con algo que no conseguía definir.

Entró en la cocina.

Una estancia gigantesca, según su vara de medir. Llena de aromas fuertes. Delante de una gran cocina de gas había un hombre corpulento con el pelo cano y alborotado y un delantal a cuadros. Tenía sesenta y siete años y en ese mismo instante se volvió.

—¡Hola! ¿Y tú quién eres?

—Olivia Rönning. Mette me dijo que entrara, ella está…

—¡Bienvenida! Me llamo Mårten. Estamos a punto de cenar, ¿tienes hambre?

Mette cerró la puerta detrás de Stilton y entró delante de él. Stilton se detuvo un segundo en el vestíbulo. De la pared colgaba un gran espejo con un marco dorado. Lo miró sin querer y se sobresaltó. Hacía más de cuatro años que no veía su propio rostro. Nunca se miraba en los escaparates, y en los baños evitaba los espejos. No quería verse. En esta ocasión no pudo zafarse. Contempló aquel rostro en el espejo. No era el suyo.

—Tom.

Mette lo esperaba unos metros delante.

—¿Entramos?

—¿No os parece que huele maravillosamente bien?

Mårten señaló con el cucharón la enorme olla que había sobre la cocina. Olivia estaba a su lado.

—Sí. ¿Qué es?

—Bueno, veréis, había pensado hacer una sopa, pero ya no estoy seguro, tendremos que probarlo.

Entonces aparecieron Mette y Stilton. Mårten tardó unos segundos en reconocerlo, unos segundos que Stilton registró, pero de pronto Mårten sonrió.

—Hola, Tom.

Stilton hizo un gesto con la cabeza.

—¿Quieres comer algo?

—No.

Mette era consciente de la situación extremadamente delicada. Sabía que Tom era capaz de largarse si las cosas se ponían tensas, así que se volvió hacia Olivia.

—Tenías un asunto que comentar conmigo, ¿no es así?

—Sí.

—Se llama Olivia Rönning —dijo Mårten.

—Lo sé, ya nos habíamos visto antes.

Mette miró a Olivia.

—¿Eres la hija de Arne?

La joven asintió con la cabeza.

—¿Tiene que ver con él?

—No; tiene que ver con ese Nils Wendt que encontraron muerto ayer. Lo vi hace poco.

Mette dio un respingo.

—¿Dónde? ¿Cuándo?

—En Nordkoster, la semana pasada.

Olivia le resumió su encuentro en Nordkoster. Lo había reconocido en una foto que un diario había publicado de Nils Wendt ese mismo día. Era una fotografía antigua, pero el parecido no ofrecía dudas.

—Tuvo que ser él. Dijo que se llamaba Dan Nilsson —dijo Olivia.

—Era él.

Mette estaba segura por una razón muy concreta.

—Utilizó el mismo nombre para alquilar un coche aquí.

—¿De veras? Pero ¿qué hacía allí? ¿En Nordkoster? ¿En Hasslevikarna?

—No lo sé, pero tenía cierto vínculo con la isla, fue propietario de una casa de veraneo allí hace muchos años, antes de desaparecer.

—¿Cuándo desapareció?

—A mitad de los ochenta —dijo Mette.

—Entonces debió de ser el tipo del que me habló.

—¿Del que te habló quién?

—Una mujer a quien le alquilé una cabaña en la isla. Betty Nordeman. Me habló de alguien que desapareció y que tal vez fue asesinado, y que conocía al hombre que aparecía ese día en los periódicos. ¿Magnuson?

—Bertil Magnuson. Eran socios y los dos tenían casas de veraneo en la isla.

Mette estaba centrada en lo que le decía Olivia Rönning, aunque vigilaba a Tom con el rabillo del ojo: su rostro, sus ojos, su lenguaje corporal. Todavía seguía allí. Le había dicho a Jimi y a sus nietos que no bajaran y rogaba que Mårten conservara la delicadeza y sensibilidad suficiente y no se le ocurriera implicar a Tom en la conversación.

—Pero oye, Tom, ¿cómo os habéis conocido, tú y Olivia? —preguntó Mårten. Por lo visto, su sensibilidad era la de un armario.

Se hizo el silencio alrededor de la mesa. Mette evitó mirar a Tom para no presionarlo.

—Nos encontramos en un cuarto de las basuras —dijo Olivia.

Cada uno podía valorar si su comentario pretendía ser chistoso o era una manera intuitiva de salvar a Stilton. O si se trataba de un mero dato objetivo. Mårten eligió esta última interpretación.

—¿Un cuarto de la basura? ¿Qué hacíais allí?

—Le pedí que viniera. —Stilton miró a Mårten a los ojos al decirlo.

—¡Caramba! ¿Vives en un cuarto de la basura?

—No; en una autocaravana. ¿Qué tal está
Kerouac
?

La abrazadera de hierro dejó de pronto de oprimir el pecho de Mette.

—Así, así, creo que tiene artritis.

—¿Por qué lo crees?

—Le cuesta mover las patas.

Olivia miró de Stilton a Mårten.

—¿Quién es
Kerouac
?

—Mi amigo —dijo Mårten.

—Es una araña.

Stilton sonrió levemente al decirlo, al tiempo que su mirada se cruzaba con la de Mette, y para ella lo que se deslizó entre ellos durante aquellos segundos borró muchos años de desesperación.

Tom volvía a ser accesible.

—Hay una cosa más. —Olivia se volvió hacia Mette al tiempo que Mårten se levantaba y empezaba a servir unos platos con forma un tanto curiosa.

—¿De qué se trata?

—Llevaba una maleta consigo en la playa, una de esas con ruedecillas de la que tiras, y también la trajo a la cabaña. Más tarde, cuando desperté y miré por la ventana, la maleta seguía allí, junto a los escalones. La abrí pero estaba vacía.

Mette cogió una pequeña libreta y tomó notas. Una de ellas fue: «¿Maleta vacía?»

—¿Creéis que Wendt estuvo involucrado en el asesinato de la playa, el de la mujer en 1987? —preguntó Olivia.

—Lo dudo; él desapareció antes del asesinato.

Mette dejó la libreta sobre la mesa.

—Pero pudo volver a la isla sin que nadie lo supiera y luego desaparecer de nuevo, ¿no?

Tanto Mette como Stilton sonrieron. Uno para sus adentros, la otra de manera más visible.

—Creo que te has tomado algo en el desayuno.

Incluso Olivia sonrió un poco y bajó la mirada hacia lo que Mårten consideraba una sopa. Tenía buena pinta. Todos atacaron el plato, aunque Stilton solo se sirvió una cucharada mientras los demás se servían cinco. Su estómago todavía se resentía a causa de la agresión. Mette aún no se había atrevido a preguntar por la venda que llevaba en la cabeza.

Comieron.

La sopa contenía carne, verduras y especias picantes, y la acompañaron con un poco de vino, mientras Mette les hablaba de la vida anterior de Wendt. Cómo él y Bertil Magnuson habían fundado la entonces Magnuson Wendt Mining y cómo la compañía pronto había prosperado, incluso en el ámbito internacional.

—Sí, pero ¡tratando con dictadores africanos para explotar sus recursos naturales! —estalló Mårten—. ¡Les importaba un comino tanto el
apartheid
como Mobutu y quién sabe qué más! —Odiaba tanto la vieja como la nueva MWM. Había dedicado gran parte de sus años de radical de izquierdas a manifestarse e imprimir panfletos encendidos contra el expolio de los países pobres y el deterioro del medio ambiente provocados por las multinacionales—. ¡Cerdos!

—Mårten.

Mette posó una mano sobre el brazo de su indignado marido. Al fin y al cabo, tenía una edad en que su siguiente estallido de ira podía verse recompensado con un derrame cerebral. Mårten se encogió de hombros y miró a Olivia.

—¿Quieres ver a
Kerouac
?

Olivia miró de reojo a Mette y Stilton, pero no recibió ningún apoyo por su parte. Mårten se había adelantado y ya estaba saliendo de la cocina. Olivia se levantó y lo siguió. Cuando Mårten se volvió en la puerta para ver si Olivia venía, recibió una mirada muy especial de Mette.

Stilton sabía perfectamente lo que significaba aquella mirada. Hizo un gesto con la cabeza en dirección al sótano debajo del suelo de la cocina.

—¿Sigue fumando?

—No.

La respuesta de Mette fue tan rápida y corta que Stilton comprendió. Tema prohibido. A él le daba lo mismo; siempre le había dado lo mismo. Sabía que Mårten solía fumar un porro de vez en cuando en su estudio de música. De noche. Y Mette sabía que él lo sabía y que eran los únicos en este mundo que lo sabían. Aparte del fumata mismo.

Y así debía seguir siendo.

Se miraron. Pasados unos segundos, Stilton sintió que tenía que preguntarle lo que quería preguntarle desde que ella le diera alcance en la calle.

—¿Cómo está Abbas?

—Bien. Te echa de menos.

Silencio. Stilton removió el agua de su vaso con el dedo. Había rechazado la copa de vino. Ahora pensaba en Abbas y le resultaba tremendamente doloroso.

—Salúdale de mi parte —dijo.

—Lo haré.

Y entonces Mette se atrevió a preguntarlo:

—¿Qué te has hecho en la cabeza?

Señaló el vendaje de Stilton y él no quiso ocultarle nada. Empezó por contarle que lo habían agredido en Årsta.

—¿Te quedaste inconsciente?

Y lo de las peleas en jaulas.

—¿Niños que pelean en jaulas?

Y lo de su búsqueda de los que habían matado a Vera Larsson y su conexión con las peleas. Cuando hubo terminado su relato, Mette estaba visiblemente indignada.

—¡Es terrible! ¡Tenemos que pararlo! ¿Has hablado con los que están a cargo del caso?

—¿Rune Forss?

—Sí. —Se miraron unos segundos—. Por Dios, Tom, de eso hace más de seis años.

—¿Crees que lo he olvidado?

—No, no lo creo, o mejor dicho, no lo sé. Pero si quieres contribuir a que encontremos a los asesinos de esa mujer deberías tragarte todo eso y hablar con Forss. ¡Ahora mismo! Pero ¡si son niños que se están haciendo daño! Si no lo haces tú, pues lo haré yo.

Él no contestó. En su lugar, prestó atención a las notas de un bajo que empezaban a subir desde el sótano bajo la cocina.

Linn estaba sentada en su elegante velero. Un Bavaria 31 Cruiser. Estaba atracado en su embarcadero privado en el estrecho, a escasa distancia del puente de Stocksund. Le gustaba sentarse allí por las noches, dejarse mecer por las olas y contemplar el mar. Al otro lado del estrecho estaba el islote de Bockholmen con su preciosa y antigua posada. A su derecha, los coches cruzaban el puente. Un poco más allá, la torre Cedergrenska se elevaba por encima de los árboles. Estaba sola. De pronto vio a Bertil acercarse por el embarcadero con una copa en la mano. El contenido era ámbar.

Perfecto.

—¿Has comido? —preguntó Linn.

—Sí.

Bertil tomó asiento sobre un noray al que estaba amarrado el velero. Bebió un sorbito de la copa y miró a Linn.

—Te pido disculpas.

—¿Por?

—Un poco por todo; últimamente he estado bastante ausente…

—Ya. ¿Estás mejor de la vejiga?

¿La vejiga? No se resentía de ella desde hacía un tiempo.

—Parece haberse calmado —respondió.

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