Lo mejor de mi (16 page)

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Authors: Nicholas Sparks

Tags: #Romántico

BOOK: Lo mejor de mi
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—No quería que te pasara nada.

—¿Hay tormentas similares, en la plataforma petrolífera?

—No con tanta frecuencia como la gente supone. Si recibimos un aviso de peligro por el paso de un huracán, normalmente nos evacuan.

—¿Normalmente?

Dawson se encogió de hombros.

—Los meteorólogos a veces se equivocan. He vivido muy de cerca varios huracanes y te aseguro que es una experiencia desconcertante. Estás a merced del tiempo y tienes que mantenerte agachado en un rincón mientras la plataforma se balancea, con la angustiosa certeza de que nadie te rescatará si la plataforma se hunde. He visto a más de uno con un incontrolable ataque de histeria.

—Creo que yo también me pondría histérica.

—Con el huracán Diana no te asustaste —le recordó él.

—Eso era porque estaba contigo. —Amanda aminoró la marcha—. Sabía que no permitirías que me pasara nada malo. A tu lado, siempre me sentía segura.

—¿Incluso cuando mi padre y mis primos se pasaban por el taller de Tuck? ¿A recoger el dinero?

—Sí, incluso en esos momentos. Tu familia nunca se metió conmigo.

—Tuviste suerte.

—No lo sé —respondió ella—. Cuando estábamos juntos, a veces veía a Ted o a Abee por el pueblo, y de vez en cuando también veía a tu padre. Si nos cruzábamos con ellos, nos miraban con esa sonrisita perversa, pero nunca consiguieron sacarme de mis casillas. Y unos años más tarde, cuando regresaba al pueblo, todos los años en verano, después de que hubieran metido a Ted en la cárcel, Abee y tu padre siempre mantuvieron la distancia. Creo que sabían que serías capaz de hacer cualquier cosa si me pasaba algo. —Se detuvo bajo la sombra de un árbol y miró a Dawson a la cara—. Así que no, nunca les tuve miedo. Ni una sola vez. Porque te tenía a ti.

—Creo que me sobrevaloras.

—¿De veras? ¿Quieres decir que debería haber dejado que tu familia me hiciera daño?

Dawson no tuvo que responder. Amanda pudo ver, por su expresión, que le daba la razón.

—Siempre te tuvieron miedo, y lo sabes; incluso Ted. Porque te conocían tan bien como yo.

—¿Tú me tenías miedo?

—No, no me refería a eso —contestó—. Yo sabía que tú me querías y que harías cualquier cosa por mí. Y ese fue uno de los motivos por los que me dolió tanto que decidieras acabar con nuestra relación, porque incluso en esa época era consciente de que esa clase de amor es excepcional. Solo la gente más afortunada llega a experimentarlo.

Por un momento, Dawson pareció incapaz de hablar.

—Lo siento —dijo, finalmente.

—Y yo también —repuso ella, sin preocuparse por ocultar la nostálgica tristeza—. Yo fui una de esas personas afortunadas, ¿recuerdas?

Cuando llegaron al bufete de Morgan Tanner, Dawson y Amanda se sentaron en una pequeña salita de espera con el suelo de madera de pino pulido, unas mesitas rinconeras en las que se apilaban revistas de fechas atrasadas, y unas sillas con la tapicería deshilachada. La recepcionista, que parecía lo bastante mayor como para llevar ya muchos años retirada, estaba leyendo una novela, una edición de bolsillo. La verdad era que no parecía tener mucho trabajo; en los diez minutos que estuvieron allí sentados, esperando, el teléfono no sonó ni una sola vez.

Al final, se abrió la puerta y apareció un anciano con el cabello completamente blanco, unas pobladas cejas grises y un traje arrugado. Les hizo una señal, invitándolos a pasar a su despacho.

—Amanda Ridley y Dawson Cole, supongo. —Les tendió la mano—. Soy Morgan Tanner. Permítanme que les presente mi más sincero pésame. Sé que debe de ser muy duro para ustedes.

—Gracias —contestó Amanda.

Dawson se limitó a asentir con la cabeza.

Tanner los invitó a sentarse en un par de sillas de piel de respaldo alto.

—Siéntense, por favor. No les robaré mucho tiempo.

El despacho de Tanner no tenía nada que ver con el área de recepción. La estancia, que tenía una ventana que daba a la calle, estaba amueblada con unas imponentes estanterías de madera de caoba en las que había cientos de libros sobre leyes ordenados con esmero; la mesa, una verdadera pieza antigua delicadamente elaborada y adornada con detalladas molduras en las esquinas, resaltaba aún más gracias a la lámpara estilo Tiffany que descansaba encima de su amplia superficie. En el centro de la mesa, había un estuche de madera de nogal encarado directamente hacia las sillas de piel.

—Siento mucho el retraso, pero estaba ocupado con una llamada telefónica para ultimar unos detalles. —El abogado siguió hablando mientras se dirigía hacia el otro lado de la mesa—. Supongo que se preguntarán por qué tanto secretismo con los preparativos, pero eso era lo que Tuck quería. Insistió mucho: tenía las ideas muy claras al respecto. —El anciano los inspeccionó con aquellos ojitos enmarcados por las pobladas cejas—. Aunque supongo que ustedes dos ya me entienden; ya saben cómo era Tuck.

Amanda miró a Dawson de reojo mientras Tanner se acomodaba en su sillón y agarraba una carpeta que tenía delante.

—Les agradezco mucho que hayan hecho el esfuerzo de venir. Después de oír cómo hablaba Tuck de ustedes dos, sé que él también se lo habría agradecido. Estoy seguro de que querrán hacerme algunas preguntas, así que no me demoraré más; empecemos. —Les dedicó una sonrisa obsequiosa, revelando una dentadura sorprendentemente blanca para su edad—. Como ya sabrán, Rex Yarborough fue quien encontró el cuerpo sin vida de Tuck el martes por la mañana.

—¿Quién? —preguntó Amanda.

—El cartero. Por lo visto, se había propuesto pasar a visitar a Tuck con cierta regularidad. Llamó a la puerta, pero nadie contestó. La puerta no estaba cerrada con llave. Cuando entró, encontró a Tuck en su cama. Llamó al
sheriff
, quien llegó a la conclusión de que había muerto por causas naturales. Entonces este me llamó.

—¿Por qué le llamó? —se interesó Dawson.

—Porque Tuck le había pedido que lo hiciera. Le había informado de que yo era su ejecutor testamentario y que debían avisarme tan pronto como falleciera.

—Por la forma en que lo dice, parece como si él supiera que se estaba muriendo.

—Creo que tenía claro que se acercaba al final de sus días —explicó Tanner—. Tuck Hostetler era un anciano y no tenía miedo a enfrentarse a la muerte. —El abogado sacudió la cabeza—. Solo espero ser igual de organizado y decidido cuando se acerque mi hora.

Amanda y Dawson intercambiaron miradas, pero no dijeron nada.

—Le aconsejé que les comunicara a ustedes dos su última voluntad y sus planes, pero, por alguna razón, quiso mantenerlo todo en secreto. Todavía no puedo entenderlo. —Tanner hablaba en un tono casi paternal—. También dejó claro que sentía un enorme cariño por ambos.

Dawson se inclinó hacia delante.

—Ya sé que no es relevante, pero ¿cómo conoció a Tuck?

Tanner asintió levemente con la cabeza, como si hubiera esperado aquella pregunta.

—Conocí a Tuck hace dieciocho años, cuando le llevé un Mustang clásico para que lo restaurara. En aquella época, yo trabajaba para una importante firma en Raleigh. Era un mediador, si quieren saber la verdad. Representaba muchos intereses relacionados con el sector de la agricultura, pero para resumir la historia, les diré que decidí quedarme unos días aquí, en el pueblo, para supervisar la restauración. Solo conocía a Tuck por su reputación y no acababa de fiarme de que fuera capaz de realizar un buen trabajo con mi coche. Sin embargo, congeniamos desde el primer momento; además, me di cuenta de que me gustaba la tranquilidad que se respiraba en este pueblo. Unas semanas más tarde, cuando regresé para recoger mi coche, él no me cobró tanto como yo pensaba, y me llevé una grata sorpresa con el resultado. Y ahora, avanzaré quince años, si me lo permiten. Yo me sentía asfixiado, mi profesión me consumía vivo. De un día para otro, decidí retirarme e instalarme en Oriental, aunque, la verdad, no lo conseguí del todo. Después de un año, más o menos, me aburría como una ostra, así que abrí este pequeño bufete. No es gran cosa; principalmente solo trato cuestiones testamentarias y con alguna que otra inmobiliaria que cierra sus puertas. No necesito trabajar, pero la actividad me mantiene ocupado. Y mi esposa está encantada de no verme deambulando por casa durante unas cuantas horas a la semana. Pero sigamos, una mañana coincidí con Tuck en el Irvin, por casualidad, y le dije que si alguna vez necesitaba algo, ya sabía dónde encontrarme. Y entonces, en febrero me quedé sorprendido al ver que había aceptado mi ofrecimiento.

—¿Por qué usted y no…?

—¿Otro abogado del pueblo? —Tanner acabó la pregunta por Dawson—. La impresión que me dio fue que Tuck buscaba a alguien que no tuviera raíces profundas en este lugar. La verdad es que él no tenía demasiada fe en la privilegiada relación que establecen algunos clientes con sus abogados. ¿Hay algo más que pueda añadir para aclarar sus dudas?

Cuando Amanda sacudió la cabeza, el hombre abrió la carpeta y se puso las gafas de leer.

—Entonces, ¿qué tal si empezamos? Tuck me indicó cómo quería que gestionara las cuestiones pendientes; por eso me nombró su ejecutor testamentario. Han de saber que no quería un funeral tradicional. Me pidió que, después de su muerte, organizara su incineración y, con el fin de cumplir su voluntad, Tuck Hostetler fue incinerado ayer. —Señaló hacia el estuche sobre la mesa, dando a entender que contenía las cenizas de Tuck.

Amanda palideció.

—Pero nosotros llegamos ayer…

—Lo sé. Tuck me pidió que me ocupara de todo antes de que ustedes llegaran.

—¿No quería que asistiéramos a la ceremonia?

—No, no quería que nadie estuviera presente.

—¿Por qué no?

—Lo único que les puedo decir es que Tuck fue muy concreto en sus instrucciones. Pero si quieren saber mi opinión, creo que pensaba que a ustedes dos les habría afectado mucho encargarse de todos los preparativos. —Sacó una página de la carpeta y la sostuvo en el aire—. Tuck dijo, y cito textualmente: «No hay ninguna razón por la que mi muerte deba suponer una carga para ellos». Tanner se quitó las gafas y se arrellanó en el sillón, intentando evaluar sus reacciones.

—Es decir, ¿no hay funeral? —inquirió Amanda.

—No; en el sentido tradicional, no.

Amanda se volvió hacia Dawson y luego miró de nuevo fijamente a Tanner.

—Entonces, ¿por qué quería que viniéramos?

—Me pidió que les llamara con la esperanza de que ustedes dos hicieran algo más por él, algo más importante que organizar su incineración. Quería que fueran ustedes dos los que se encargaran de esparcir sus cenizas por un lugar que era muy especial para él, un lugar en el que, por lo visto, ustedes no han estado nunca.

Amanda solo necesitó un momento para deducir de qué sitio se trataba.

—¿Su casita en Vandemere?

Tanner asintió.

—Así es. Mañana sería ideal, a la hora que prefieran. Por supuesto, si no se sienten cómodos con la idea, ya me encargaré yo. De todos modos, he de pasarme por allí…

—No, mañana me parece perfecto —aceptó Amanda.

Tanner alzó una hoja de papel.

—Aquí tienen la dirección. Me he tomado la libertad de imprimirles un mapa de carreteras. Queda un poco apartado, como supongo que ya imaginarán. ¡Ah! Otra cosa: me pidió que les diera esto —remató, al tiempo que sacaba tres sobres sellados de la carpeta—. Como verán, hay dos con sus nombres escritos. Tuck me pidió que primero lean en voz alta la carta del sobre que no tiene nombre, antes de la ceremonia.

—¿Ceremonia? —repitió Amanda.

—Me refiero a esparcir sus cenizas —apostilló el abogado. Acto seguido, les entregó los sobres y las hojas con las direcciones—. Y por supuesto, si tienen cualquier duda, llámenme.

—Gracias —dijo ella, mientras aceptaba los documentos. El misterioso contenido de los sobres pesaba más de lo que había esperado—. ¿Y qué tenemos que hacer con los otros dos sobres?

—Supongo que leerlos después de leer el primero.

—¿Solo supone?

—Tuck no especificó nada al respecto; lo único que me dijo fue que, cuando leyeran la primera carta, entenderían cuándo tenían que abrir las otras dos.

Amanda se guardó los sobres en el bolso, intentando asimilar la información que Tanner les acababa de transmitir. Dawson parecía tan perplejo como ella.

Tanner examinó las instrucciones de nuevo.

—¿Alguna pregunta?

—¿Tuck especificó en qué parte de Vandemere quería que esparciéramos sus cenizas?

—No —contestó Tanner.

—¿Cómo lo sabremos, si nunca hemos estado allí?

—Eso mismo le pregunté yo, pero él parecía seguro de que ustedes comprenderían lo que tenían que hacer.

—¿Especificó alguna hora del día en particular?

—De nuevo, lo dejó a su libre albedrío. Sin embargo, su deseo era que fuera una ceremonia íntima. Me pidió que me asegurara de ello, es decir, que no publicara ninguna información en el periódico sobre su muerte, ni tan solo un obituario. Me dio la impresión de que no quería que nadie, aparte de nosotros tres, se enterase de su muerte. Y he seguido sus deseos tanto como me ha sido posible. Por supuesto, alguna gente del pueblo se ha enterado, a pesar de mi silencio, pero quiero que sepan que he hecho todo lo que he podido.

—¿Le explicó sus motivos?

—No —repuso Tanner—. Y yo tampoco se lo pregunté. En esos momentos, deduje que, a menos que él quisiera contármelo de forma voluntaria, probablemente no me lo diría.

El abogado miró a Amanda y a Dawson para ver si tenían más preguntas. Al ver que permanecían en silencio, cerró la carpeta.

—En cuanto a la herencia, ambos saben que Tuck no tenía familia. Aunque comprendo que quizá no les parezca el momento más oportuno para hablar sobre su testamento, porque seguramente todavía estarán afligidos, me pidió que les comunicara lo que pensaba hacer mientras aún estuvieran aquí, en el pueblo. ¿Les parece correcto?

Amanda y Dawson asintieron, y el abogado prosiguió:

—Los bienes de Tuck no eran insustanciales. Poseía bastantes tierras, además de sus ahorros en el banco. Todavía estoy analizando sus cuentas, pero lo que les puedo adelantar es que Tuck dijo que ustedes dos pueden quedarse con cualquier bien personal que deseen, aunque solo sea un único objeto. Solo especificó que, en el caso de que ustedes dos no lleguen a un acuerdo en alguna cuestión, lo solucionen mientras estén aquí. Yo ejecutaré su testamento durante los próximos meses, pero, esencialmente, el resto de sus bienes serán vendidos, y lo que se obtenga se ingresará en una cuenta del Centro de Oncología Pediátrica de la Clínica Universitaria de Duke. —Tanner sonrió a Amanda—. Tuck pensó que a usted le gustaría saberlo.

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